En política todo está inventado. Cuando el diario más leído de España dedicó la primera página a Gibraltar me vino a la memoria la evocación de otro tiempo y otro régimen. Antaño sabíamos que en el momento en que Gibraltar se convertía en noticia estábamos ante el esfuerzo del poder para aparecer como garantía de patriotismo y tratando de algo que nadie le había preguntado. La españolidad del Peñón gilbraltareño venía a tapar otros asuntos más importantes. Cuando se hablaba de Gibraltar estábamos en vísperas de alguna malandanza del Estado. Así era con Franco y, sorprendentemente, ha vuelto a aparecer con Sánchez de una manera tan insólita que sólo un diario en manos de arribistas podía perpetrar con tal desmesura.
Volver al manoseado engendro del Gibraltar español hubiera sido lógico de un grupo como Vox y serviría para los chascarrillos tertulianos, porque desde la muerte de Franco nadie había osado sacarlo del almacén de antigüedades. Pero ya ven cómo marchan las cosas, lo saca Sánchez, lo rebota El País, y todo es silencio. Me temo que nuestro horizonte esté definido por aquel grito lacayuno: “¡Perón, Perón, qué grande sos!” Gibraltar, por arte de la magia del poder, ha pasado de plaza fuerte del narcotráfico a prenda política para españoles desnortados. Recuerdo que en mi infancia decir Gibraltar era el grito por antonomasia de los llamados “falangistas de izquierda”. Quizá sea ésa la deriva a la que nos conduce el socialismo del líder impertérrito. Perón y Gibraltar (conviene recordar a la nueva generación “podemita” que Juan Domingo Perón fue para nosotros un líder fascistoide al que Franco concedió asilo político, como no podía ser menos dada la consanguinidad, y que moraba en una lujosa mansión protegida de los “cabecitas negras” españoles en Puerta de Hierro, Madrid. Un sátrapa corrupto).
Algún día se nos pedirán cuentas por más que nuestra capacidad para encontrar justificantes y disculpas sea infinita, incluso yendo más allá de lo que se solicita. Uno de los mantras de mayor éxito en los últimos meses consiste en proclamar “no son posibles las soluciones jurídicas a los problemas políticos”. La formulación es tan impecable como las que acostumbraba a hacer Carl Schmitt antes de que le metieran en la cárcel. Se entiende que la formulación niega que los problemas políticos puedan traducirse en consecuencias jurídicas. Me admira la actitud de esos abogados del turno de oficio, lo mismo que algún catedrático penalista que conozco y de los que sigo, no sin perplejidad, su estrambótica carrera política y académica -pongamos que hablo de Pérez Royo-… Me admira, digo, que no le den importancia al carácter de amenaza de un delincuente político. “Lo he hecho y lo volveré a hacer”.
Ahí está el meollo de la cuestión. Usted se anima a hacer un viaje con quien tiene la querencia de robar carteras. No sólo le advierte de que le va a robar, sino que tiene una larga trayectoria familiar de delincuentes políticos y encima usted lo justifica por sus creencias cleptómanas. Lo sabe bien todo aquel que haya conocido a las primeras figuras de la supuesta Esquerra Republicana. Desde Heribert Barrera, masón y xenófobo, a sus herederos de rapiña en el oficio de carteristas de Estado: Àngel Colom y Pilar Rahola, dos ejemplares de revista del Paralelo, hasta Carod Rovira, un mediocre que nunca superó su condición de hijo renegado de Guardia Civil y al que puso cátedra universitaria sin mayor trámite La Caixa, por los servicios prestados, imagino. Para desembocar en el abad Oriol Junqueras, que introduce un sesgo religioso, nacional católico, mesiánico, a una organización inclinada al venero de las clases medias catalanista, antaño laicas y enemigas del Estado y sobre todo de los Tributos.
En qué pueden deparar los pactos entre Sánchez y Esquerra Republicana es algo tan aventurado de prever que cabe todo, siempre que se cumpla una condición: que Pedro Sánchez gobierne y que Esquerra se vuelva impune y por tanto se convierta en el principal negociador del catalanismo insurrecto. Si Junqueras deviene el Pujol del Siglo XXI la política transcurrirá por otros mecanismos. En primer lugar, veremos el advenimiento del abad Junqueras convertido en referente intelectual. No se sorprendan. Jordi Pujol se movía en torno a ideas muy simples y sin necesidad de referentes culturales, y ahí le tienen convertido en una mezcla de El Padrino y Sumo Pontífice.
Como suele ocurrir en Cataluña, todos lo sabían, pero nadie decía nada. Los Pujol eran, son, una mafia orientada por El Padrino. Le han pillado un agujero tributario de 885.000 euros, pero como se le aplica el principio de que los problemas políticos no tienen soluciones judiciales, helo ahí, tan pancho. El delito ha prescrito. ¿No hay algún intelectual de la pomada que ose describir lo que supuso para la vida cultural catalana Jordi Pujol? Ni hay, ni se le espera, porque las prendas de la familia se lavan en casa y en privado. Ya empezó arrasando ideológicamente la Enciclopedia Catalana, a la que sometió a un furor inquisitorial reaccionario. Saqueó Banca Catalana. Usó fraudulentamente en beneficio de su familia y demás parientes ideológicos las arcas de la Generalitat. Se ciscó en los partidos del Gobierno central, dispuestos a todo con tal de mantenerse fielmente al principio de “los problemas políticos no deben abordarse judicialmente”, frase que de haber conocido Al Capone la hubiera enmarcado en su gabinete de organizador mafioso.
Metámonos en la cabeza que entramos en un año nuevo para mentecatos a los que no nos dan ni la opción de rechazar la mochila que nos echarán sobre la espalda. Hay que tomar partido, pero no por compromiso, sino porque presenciamos un terreno de juego entre dos equipos con los que no compartimos nada y que nos producen arcadas; unos más exageradas que otros, pero al fin y a la postre algo que no tenemos ninguna posibilidad de rehuir. ¿Cómo escapamos de la bobería de Gibraltar, o de la fe del abad Junqueras, o de la ambición patológica de Sánchez?
¡Oh, se olvida usted de Abascal, de Casado, de la locuacidad demencial de Díaz Ayuso! No, lo grave es que los tengo tan presentes que son lo obvio, aquello que me repiten sesión tras sesión los portavoces del Feliz Año. Esos no son el Gobierno, y nosotros escribimos, o deberíamos, sobre las maniobras del poder que es el que pone los nombres a las cosas. Este Año Nuevo será desde su celebración el retrato de una sociedad que se ha sumido en un grado de imbecilidad manifiesta. ¡Que ustedes lo festejen bien!
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