La comunidad asiática de Estados Unidos es reducida y tiene los niveles más bajos de participación política de todo el país. Es raro ver a un candidato de origen chino o indio, como también es difícil ver a los grandes partidos tratando de cortejar su voto, como sí hacen, por ejemplo, con los latinos. Esto era así hasta que un profeta surgió del desierto. Se llama Andrew Yang, y, si ya han oído hablar de él, es porque ha lanzado una campaña tan original que hasta seduce a unos cuantos republicanos.
“Soy lo contrario que Donald Trump”, dice Yang en los mítines. “Un tipo asiático al que le gustan las matemáticas”. Con su gorra azul marino que dice “MATH”, acrónimo en inglés de “Hacer que América piense más intensamente”, y su “Humanidad Primero”, anatema del “América Primero” trumpiano, Yang ha ido haciéndose un espacio cada vez mayor en la carrera demócrata. El pasado jueves era el único candidato de color en el escenario del debate a siete bandas. “Sé lo que estáis pensando”, dijo al cierre. “¿Cómo es que sigo en el escenario con ellos?”.
El empresario y filántropo de 44 años, hijo de inmigrantes taiwaneses, ha ido desafiando las predicciones generales de los analistas, que tratan de montar a vuelapluma un relato que explique la presencia de Yang junto a los pesos pesados. Y el hecho de que, al día siguiente, su campaña recaudara 750.000 dólares por parte de 20.000 donantes; la tercera parte de ellos era la primera vez que donaban a Yang.
El rey de Internet y su banda
En retrospectiva, podemos decir que su campaña ha logrado derribar varios pájaros de un tiro. Uno es el de la originalidad del márketing. La pasión del Yang Gang, “la banda de Yang”, ha hecho que 'The New York Times' lo calificara como “el rey de internet”. Una campaña engrasada en las redes sociales, con sus vídeos de hip hop y sus memes, y la reciente incorporación del cantante Donald Glover, alias Childish Gambino, como asesor. Este arsenal de bromas e inocentes provocaciones dieron a Yang un hueco en los programas de entrevistas más vistos de Estados Unidos; y, con ello, una oportunidad de presentarse a una gran parte del electorado.
Andrew Yang dice sentir una gran empatía con el hombre común e indefenso. De niño fue víctima del acoso escolar, un estudiante “flacucho”, según sus palabras; el único asiático de su colegio en Westchester, estado de Nueva York. A los 12 años sacaba tan buenas notas que fue seleccionado para participar en un programa para jóvenes talentos de la Universidad de John Hopkins. Después se graduó en la Universidad de Brown e hizo su máster de derecho en Columbia.
Su ética del trabajo, como en tantos otros casos, a tenor de la sobredimensionada representación asiática en todos los concursos y competiciones académicas de Estados Unidos, le viene de familia. Su madre es una pintora reconocida internacionalmente y su padre, doctor en físicas, generó 69 patentes trabajando para IBM y General Electric. Entre ellas, una pantalla táctil de cristal líquido.
Pero, sobre todo, Yang ha logrado ocupar el codiciado puesto de ‘outsider’: el político novedoso, renegado. Su caso recuerda al de Bernie Sanders en 2016; una campaña por la que nadie hubiera apostado y que tenía las propuestas más nuevas, como el “Medicare para todos” o la universidad pública gratuita. Estas medidas se han popularizado desde entonces y es Yang quien, esta vez, encarna al rebelde.
Propone una renta básica universal
Más allá de sus propuestas de manual demócrata, como ampliar la sanidad pública, reformar la justicia penal o subir los impuestos a las corporaciones, el taiwanés-americano es el único que propone implementar una renta básica universal. El llamado “Freedom Dividend” sería un pago mensual de mil dólares a todos los estadounidenses mayores de edad, sea cual sea su situación laboral o familiar. Según Yang, este salario público sin apenas condiciones curaría la herida del populismo.
La frustración que se vive en muchas regiones del país, la falta de expectativas económicas de millones de familias y la percepción de que una forma de vida está en declive, son el fruto parcial de la automatización. Muchos de los sólidos empleos manufactureros, por ejemplo en la industria automovilística, se han ido a economías menos desarrolladas o han sido reemplazados por robots. Y es aquí donde entraría la renta básica: un colchón económico para que esas familias inviertan en otras cosas, en formación o en el cuidado de sus seres queridos. Un bálsamo que protegería el consumo y amortiguaría el impacto de los cambios tecnológicos aún por venir.
La idea ha generado mucho debate; para empezar, ¿cómo se pagaría? La campaña dice que sería financiado con más impuestos a las empresas y por su propia dinámica. “En total, el coste del Freedom Dividend será compensado por nuevos ingresos, ahorros fiscales y crecimiento económico”, explicó Yang, además de una “reducción de los costes sanitarios, menores índices de encarcelamiento, menor número de personas sin hogar y un recorte de la burocracia”.
No todos comparten su optimismo. El “Freedom Dividend” costaría a las arcas públicas entre 2,1 y 3,4 billones de dólares al año, según diferentes estimaciones. Es decir, entre la mitad y el 80% de todo el presupuesto federal de Estados Unidos. Los críticos conservadores creen que sería imposible de pagar, y, también, contraproducente; un subsidio del que nadie puede garantizar que no será gastado en el alcohol o metido debajo de un colchón. Desde la izquierda, preocupa que esta renta vaya acompañada de un gran recorte de los programas sociales, como ya ha adelantado Yang, y por tanto mine los instrumentos públicos para el bienestar.
La izquierda identitaria también ha tenido palabras para Yang, acusado de perpetuar algunos estereotipos raciales. “Soy asiático, conozco a muchos médicos”, bromeó una vez. Estereotipos que nublarían la diversidad que encierra el término “asiático”: desde chinos, filipinos e indios, hasta las minorías bangladeshíes o tibetanas.
Una base creciente, pero minoritaria
El propio aspirante se ha encontrado con baches de difícil justificación. Pese a sumar más apoyo electoral y donaciones que otros candidatos más conocidos, como Julían Castro o el globo pinchado Beto O’Rourke, su figura ha estado muchas veces ausente de los ránkings televisivos de la carrera electoral. La banda de Yang ha reaccionado con un hashtag, #YangMediaBlackout, el “apagón informativo de Yang”, que logró generar algunas olas en su principal campo de batalla, internet.
La banda de Yang ha crecido con fuerza; se ha enseñoreado de algunos barrios electorales, sobre todo masculinos, asiáticos y juveniles, una de las razones por las que también propone bajar la edad del voto a los 16 años, y defiende como un numantino su valioso nicho en la conciencia de EEUU. Aún así, las apuestas siguen estando en su contra. El “flacucho” que dejó atrás a sus compañeros de clase y a muchos de los candidatos demócratas, sigue aferrado a un 3% de intención de voto.os
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