viernes, 14 de febrero de 2020

Radiografía de un Soberbio...

“Palomitas”, fue la consigna que salió del círculo de Albert Rivera a todos los miembros de la dirección de Ciudadanos tras las elecciones del 28 de abril. Esa expresión, “en la jerga juvenil del partido, tan icónica”, quería decir “sentaditos todos frente a la pantalla a disfrutar de la película”, que no era otra que aguardar a que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias materializaran un acuerdo para gobernar, aunque al final no hubo tal pacto y en la repetición electoral Cs se desplomó seis meses después de 57 a 10 diputados. La anécdota la cuenta el cofundador del partido Xavier Pericay, en ¡Vamos? Una temporada en política [Editorial Sloper], un relato demoledor sobre la caída del partido desde dentro que carga especialmente contra el “ensimismamiento rayando en el endiosamiento” del exlíder de Cs. “Rivera tenía que haber pedido perdón y reconocer que se equivocó”, apunta Pericay en conversación con EL PAÍS.
Ciudadanos, sostiene el intelectual catalán, se hundió en una paradoja. Era un partido “que había nacido para contribuir al restablecimiento de la realidad como antídoto a la ficción política instalada en Cataluña”, que sin embargo cayó en una “ensoñación” al creer que podía convertir a Albert Rivera en presidente del Gobierno. “Esa ambición iba acompañada de una dosis nada despreciable de mesianismo. Ciudadanos estaba llamado a transformar España”, escribe. Rivera y su círculo estaban convencidos en que sería presidente y, a pesar de que los hechos fueron empeñándose en negar esa realidad, no admitieron variar el rumbo. “Cuanto más nos contradecían los hechos, más nos empecinábamos en ignorarlos”, afirma Pericay, que enumera la moción de censura — “decir que nos cogió con el paso cambiado es decir poco”—, el advenimiento de Vox y las elecciones del 28 de abril y sobre todo el 26 de mayo, que terminaron de consolidar el liderazgo del PP 

A pesar de que la historia terminó en un “desastre electoral”, el cofundador reprocha a Rivera no haber admitido nunca un error: “La soberbia le acompañó hasta el final”. “Le honra haber dimitido, pero nunca salió de su boca: lo siento, me he equivocado”, reflexionaba ayer por teléfono, confiado en que su libro, que se publica el próximo lunes, sirva para ayudar al partido en la reflexión ante el congreso extraordinario que celebra en marzo.
El filólogo experto en Josep Pla y único del grupo fundador que se integró en la ejecutiva cree que a Ciudadanos “se le jodió el Perú” por una suma de factores. En su opinión, tiene gran responsabilidad un modelo de partido “fuertemente jerarquizado, de una verticalidad que para sí hubieran querido, pongamos por caso, los mismísimos sindicatos franquistas”. Un “sanedrín” de solo cuatro personas —junto Rivera, José Manuel Villegas, secretario general, Fernando de Páramo, secretario de Comunicación y Fran Hervías, de Organización— movía todos los hilos de la acción política hasta tal punto que muchos dirigentes eran ajenos a cuestiones que les afectaban. Por ejemplo, a Carina Mejías, líder en el Ayuntamiento de Barcelona, no se le informó del fichaje de Manuel Valls para liderar la lista. “Le pregunté que cómo había ido la cosa y me respondió que ella se acababa de enterar por la prensa”, cuenta Pericay.
El escritor barcelonés describe también un partido afectado por un “culto a la personalidad” de Rivera, “cuya manifestación más palmaria tal vez sea la atribución al líder de cuantas acciones virtuosas se han generado en el seno del partido”. “La palabra de Dios era Dios”, sostiene, y eso se trasladaba a las reuniones de las ejecutivas en las que apenas había debate, porque el líder, afirma, tampoco lo admitía. “Para alguien como Albert, solo valían las opiniones corroborativas. Y no digamos ya si encima eran encomiásticas. Cuando no eran ni lo uno ni lo otro (...) se arrinconaban sin miramiento alguno”.
La posible existencia de una corriente de opinión preocupaba, sostiene el exdirigente, en la medida en la que pudiera propiciar la aparición de una figura que pudiera hacer sombra al presidente y convertirse en futuro rival. Rivera, cuenta Pericay, quiso fichar en 2015 a Cayetana Álvarez de Toledo, hoy portavoz parlamentaria del PP, que entonces se había alejado del PP y acercado a Cs, pero la operación no prosperó. Cuando algunos preguntaron internamente por qué Álvarez de Toledo no formaba parte ya de la familia, el secretario de Organización desveló: “Porque podría convertirse en una amenaza para Albert”.
La sucesión de acontecimientos tampoco ayudó a Cs: además de la moción de censura, Pablo Casado, con atributos que nada tenían que envidiar a Rivera, fue elegido líder del PP; y apareció Vox. La consigna en Cs fue no mencionarlos. “Yo mismo fui regañado un día por alguien del equipo de comunicación de Madrid por haber expuesto en público lo que nos separaba del partido de Santiago Abascal”, relata Pericay, para quien la foto de Colón fue otro error: “A Pedro Sánchez le habíamos hecho la campaña”.
Ahora, el intelectual, que se ha sumado a apoyar a la corriente crítica que está pidiendo un cambio de modelo organizativo, cree que Cs "ha entendido que tiene que volverse a situar en esta centralidad que abandonó”, reflexiona a un mes vista para la celebración del congreso extraordinario del partido. Pero advierte del riesgo de mantener la misma estructura: “A Inés Arrimadas puede ocurrirle lo mismo que le pasó a Albert. Es un problema de contrapesos. Un partido que tenía que ser distinto de los demás, resulta que lo es para mal".

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