REDACCION
Nueve de cada diez aldeas de Asturias no llegan ni a un centenar de habitantes. De los 6.300 pequeños pueblos que se reparten por todo el territorio asturiano, 800 están deshabitados, 300 tienen solo un habitante y unos 3.000, menos de diez habitantes.
Son datos de 2018 que recopilaba la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei) el año pasado y que se aprecian mejor en este mapa. En las zonas sombreadas en verde claro viven menos de 25 habitantes en un kilómetro cuadrado. En cada kilómetro cuadrado de Oviedo, Gijón y Avilés, para apreciar la diferencia, viven más de 1.000 habitantes.
El territorio está descompensado y la Asturias rural, tan añorada e incluso envidiada desde las ciudades durante los meses de confinamiento por la pandemia de coronavirus, claramente desaprovechada. Las razones que la están abocando a un continuo vaciamiento poblacional se conocen de sobra. Las consecuencias, también. Esta crisis sanitaria, cuyas consecuencias a largo plazo podrían ser aún más devastadoras, es otro aviso más para que el desarrollo sostenible se tome en serio. Recuperar los pueblos abandonados y en vías de extinción es una oportunidad de desarrollo sostenible.
Hace más de 30 años que se viene advirtiendo de las consecuencias del continuo deterioro de la Tierra y de que todas las acciones para mitigarlo, desde la más pequeña hasta la más global, son importantes. Las más pequeñas pueden acabar siendo globales si cunde el ejemplo. En Asturias, un territorio que por su estratégica situación paralela al mar parte con una cierta ventaja ante el escenario de calentamiento global, por primera vez se ha abierto el camino para pasar de la teoría a la práctica. Así lo indicaba el experto en medio rural Jaime Izquierdo, al frente del Comisionado para el Reto Demográfico de Asturias desde septiembre de 2019, en una entrevista recientemente publicada en La Voz de Asturias al referirse a la vía que se está abriendo en la región para crear una nueva economía que haga atractivas esas aldeas vaciadas.
Un primer paso, en el ánimo de contribuir a poner en marcha una red experimental de pequeños pueblos que promuevan esos nuevos modelos económicos, es la colaboración con la Sociedad de Estudios Vascos (Eusko Ikaskuntza), que depende del Gobierno vasco, para la investigación conjunta de experiencias, ideas, modelos y prototipos de pueblos que estén avanzando en la búsqueda de alternativas con futuro. Un documento rubricado a finales del pasado mayo, en el que se establece esa colaboración, sintetizaba bajo el título ¿Qué economía para los pequeños pueblos? las bases conceptuales sobre las que se debería asentar ese nuevo modelo económico.
«El declive de los pequeños pueblos debería abordarse a partir de modelos económicos, culturales y sociales de desarrollo local que, además de movilizar los recursos propios y promover nuevas actividades, apuesten por implicarse en la lucha contra el cambio climático y a favor de la transición ecológica y por superar las disfunciones y la concentración urbana», se explica en el documento, en el que también queda reflejado que generar nuevas economías en municipios y entidades menores de baja densidad poblacional no sólo servirá para reconstruir la socioeconomía del medio rural en sí, propiciando unas formas de vida más satisfactorias y sostenibles, sino que también contribuirá «de manera decisiva» a crear «un mundo más seguro desde el punto de vista ambiental y de salud pública»,
La aldea, hoy: abandonada, urbanizada, industrializada o turistificada
El documento pone de manifiesto además que los pueblos y el medio rural en general están llamados a jugar un nuevo papel en el desarrollo territorial en este nuevo tiempo marcado por la emergencia climática provocada por el hombre. Pone también en contexto la situación actual de las aldeas que, en las últimas décadas y como consecuencia de la influencia urbano-industrial, o se han especializado en agricultura, ganadería o silvicultura intensiva, se han abandonado, se han urbanizado, se han industrializado o se han turistificado como consecuencia del interés urbano por la segunda residencia en el campo y el auge del turismo rural.
Todas, prosigue el documento, «han perdido -están a punto de perder o la mantienen en términos muy marginales- su economía agroecológica genuina, original y local que les daba identidad cultural y paisajística y, con ella, han perdido biodiversidad, complejidad sistémica, diversidad alimentaria y seguridad ambiental incrementando, a la vez, los riesgos de plagas e incendios».
Partiendo de esta situación, desde el Comisionado para el Reto Demográfico de Asturias y la Eusko Ikaskuntza se entiende por nueva economía para los pequeños pueblos aquella que, primero, «recupera, rehabilita, actualiza y moderniza de forma integral e integrada su Sistema Agroecológico Local (SIAL) y su economía histórica, original y genuina vinculada a los aprovechamientos sostenibles de sus recursos naturales». Y, segundo, «que incorpora de forma complementaria nuevas opciones y actividades económicas de otros sectores que diversifican su base socioeconómica, contribuyen a incrementar la demografía y a hacer más compleja, cohesionada, variada y rica la estructura social de la comunidad».
¿Cómo se consiguen estos dos objetivos? Estas son cuatro claves que, según el documento de colaboración entre el Comisionado para el Reto Demográfico de Asturias y la Eusko Ikaskuntza, ayudarían a impulsar esa nueva economía que requiere el medio rural para frenar su abandono.
1. Economía de la naturaleza
Si las aldeas, antes de que la llegada de la industrialización las vaciara, se regían por la denominada economía de la naturaleza, con una gestión comunitaria de los bienes y los recursos comunales que mantenía en orden el territorio, hay que volver la mirada hacia ella como fuente de inspiración, pero actualizándola para crear «una nueva economía de bienestar basada en la sostenibilidad ecológica, económica y social del territorio».
2. Nuevas actividades empresariales y económicas
Las aldeas, de forma complementaria a lo anterior, deben acoger nuevas actividades empresariales y económicas que no tienen que estar necesariamente relacionadas con la tradición y los recursos locales. «Profesiones liberales, artísticas, teletrabajadores de empresas establecidas en las ciudades, creación de empresas innovadoras de muy distintos y variados sectores pueden establecerse en los pueblos si buscamos incentivos y movilizamos recursos ociosos o abandonados», se explica en el documento, en el que también se indica que la llegada de nuevos pobladores contribuirá a un proceso de autodinamización y generación de nuevas empresas en el ámbito de los servicios.
3. Iniciativas de transición, nuevas tecnologías y convivencia
Las iniciativas de transición, que tienen que darse para que se genere esa nueva economía aldeana, son las propuestas emergentes que acomete una comunidad local buscando la sostenibilidad económica, ecológica y social del pueblo. Ya existen en algunos pueblos y su viabilidad depende, recuerdan, de la calidad de la propuesta y de la disponibilidad de medios para llevarla a cabo, pero también de la superación de obstáculos y riesgos que pueden impedir su despegue y desarrollo.
Las nuevas tecnologías, una asignatura pendiente en el medio rural asturiano, también se erigen en herramienta para facilitar el camino hacia nuevos modelos de economía y modo de vida. O la población local oriunda y los nuevos pobladores, por ser «el núcleo activador del proceso de desarrollo y manejo del territorio» desde el punto de vista agroecológico, y quienes, aunque no residan en el pueblo, mantienen vínculos familiares o afectivos y constituyen el principal grupo consumidor de los productos agroalimentarios que, además, promocionan en su entorno.
4. Reformas para superar obstáculos
El documento también identifica esos obstáculos y, en este sentido, considera que las administraciones públicas tienen dos papeles determinantes en la reactivación de las economías de las aldeas.
Por un lado, «deben implicarse en las tareas de fomento y mantenimiento de infraestructuras y equipamientos, así como en la prestación de los servicios públicos esenciales». Y, en segundo lugar, «promover reformas y fomentar nuevas actitudes que sirvan para superar aquellos obstáculos estructurales que inhiben o impiden el despegue de las nuevas economías locales agroecológicas y diversificadas». Entre otros ámbitos, esas reformas se consideran imprescindibles en los aprovechamientos locales de energías renovables, la fiscalidad, la vivienda, la ordenación del territorio, la política de conservación de la naturaleza o del patrimonio cultural, la gestión de los montes, la agricultura y la agroalimentación de pequeña producción, la ganadería o la ordenación y fomento agroecológico en la gestión del territorio y la prestación de servicios agroecosistémicos.
También se otorga un papel fundamental a las administraciones locales como animadoras y promotoras «tanto para ayudar a encauzar y/o apoyar las iniciativas a favor de la nueva economía para los pueblos pequeños como para favorecer la gobernanza y la colaboración público-privada».
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