domingo, 28 de marzo de 2021

Geoestrategias...

Biden va a por Rusia pero ¿y qué pasa con China? El presidente de EEUU llama "asesino" a Putin y eleva la tensión, pero no pierde de vista a Xi, la mayor amenaza para su país desde la extinta URSS. Por Carmen Rengel Xi Jinping, Joe Biden y Vladimir GETTY IMAGES Xi Jinping, Joe Biden y Vladimir Putin. “Asesino”, acusa Joe Biden, lanzando la primera piedra. “Uno siempre busca ver en otros su propia esencia”, replica Vladimir Putin, guardando la honda, tras la segunda. La escalada verbal de estos días en el enfrentamiento sistémico entre EEUU y Rusia ha puesto sobre la mesa uno de los grandes debates de la nueva era en la Casa Blanca: cómo van a ser las relaciones con Moscú y hasta qué punto se va a tensar la cuerda. Pero, ¿y por qué Biden no hace lo mismo con su otro gran adversario, el presidente chino, Xi Jinping, cuyo régimen está señalado por las principales organizaciones de derechos humanos como represor, torturador y censor? Porque la pelea con China va por otros derroteros, más sibilinos, porque no es el momento de los ataques directos y porque hay menos tripas y menos encono personal en este choque que en el que mantiene con el Kremlin. Por qué EEUU carga contra Rusia Durante los cuatro años de mandato de Donald Trump, a Rusia se la atacó poco desde Washington. Es más, el republicano no se cortaba al hacer pública su admiración hacia Putin como líder fuerte. Con su política de mirar hacia adentro, no hizo mucho por encarar o frenar sus políticas, zona espinosa por la llamada trama rusa, que mejor no tocar. Ahora las cosas han cambiado. Biden quiere recuperar el papel de EEUU en el mundo, intervenir, influir y reforzar lazos con aliados, lo que lleva a la vez tensionarlos con los adversarios. America is back, dice, con todas las consecuencias, y eso lleva a chocar con el competidor geopolítico de siempre. A eso, como marco general, se suma la ojeriza con Rusia, a la que acusa de injerencia en las elecciones del pasado noviembre, en un intento de que los demócratas no ganasen la presidencia. Hay informes de la CIA al respecto. Y más: existe una animadversión personal vieja entre Putin y Biden, que data de los tiempos del norteamericano como vicepresidente con Barack Obama y se ha agigantado recientemente con la aparición de unas grabaciones manipuladas en las que el norteamericano hablaba con Petro Poroshenko, el mandatario ucraniano, hablando de préstamos y contrapartidas a cambio, un intento de echarle porquería encima en plena campaña. Biden ve la mano de Putin tras la jugada. De fondo, para complicar la amistad, están las sucesivas sanciones contra funcionarios rusos impuestas, por ejemplo, por su persecución de opositores como Alexei Navalny, supuestamente envenenado y ahora en prisión. Se suman a las ya aplicadas por la anexión de Crimea (Ucrania) en 2014 o por ciberataques a sus agencias federales, “fechorías”, como las llama Biden. En este escenario, el norteamericano da una entrevista a ABC News, suelta lo de “asesino” y, como respuesta, Moscú llama a consultas a su embajador en Washington, se reserva tomar nuevas represalias y Putin se pone a psicoanalizar a su oponente. En ese punto estamos. ¿Y qué pasa con China? Con China, Biden pelea, pero de otra manera y con otros tiempos. Hace una semana, ambas naciones tuvieron en Alaska su primer encuentro bilateral en la nueva Administración. Diplomacia en marcha, sí, pero que sirvió sólo para evidenciar que sigue vivo eso del we agree to disagree, que están de acuerdo en que no están de acuerdo. Salen de la sala peleados por Hong Kong, Tibet, Taiwán, el ciberespacio y los derechos humanos, pero aún así acuerdan mantener contactos para iniciativas en cambio climático y coronavirus, además de en Corea del Norte, Afganistán e Irán. “Agenda expansiva”, la llaman. “Hoy no hay una relación más importante hoy para EEUU que la que tiene con China”, afirma Sebastián Royo, investigador del Real Instituto Elcano. Sostiene que Biden está convencido de que la integración del gigante asiático en el sistema económico internacional “no está cambiando a China”, sino que está sucediendo más bien lo contrario, “China está cambiando el sistema económico global”. Una de las consecuencias de ese papel es el “impacto” que tiene en temas como la subcontratación, los salarios o el desempleo, que sirven de combustible a los nacionalismos. También Biden se ha dado cuenta de que han “errado” en “desestimar la capacidad y el deseo de China de enfrentarse a EEUU y usar su poder económico para tratar de reescribir las reglas del juego”. Hay más realismo, repite insistente, y por eso el diagnóstico es que “China supone la amenaza más grave para EEUU desde la URSS” o “el mayor test geopolítico de cara al siglo XXI”, y por eso “hay que mantener la mano dura”. Como dice Biden, Xi Jinping “no tiene ni un hueso que sea democrático”, y entiende que con dirigentes así, mejor lejos. Ese es el análisis, que Trump no hacía. Ahora queda la respuesta. Qué se hace contra esa amenaza. Royo, que también es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Suffolk (Boston), explica que durante los años de Trump “en vez de construir alianzas para contrarrestar” ese poder, se estaba “alienando a los aliados y haciendo que China lo tuviera mucho más fácil a la hora de conseguir apoyos por el mundo”. Con el “unilateralismo”, se logró lo contrario de lo que EEUU necesitaba, se llevó a los aliados “a los brazos de los chinos”. Ahora “Biden está tratando de hacer una respuesta muy distinta”: construir “un frente común para que ayude a contrarrestar las políticas agresivas y coercitivas de China y para asegurarse de que no consigue ventajas competitivas en áreas clave como la tecnología”. La mejor manera de hacerlo, entiende el presidente, es “invirtiendo masivamente en EEUU”. Las políticas domésticas son prioritarias para Biden -en lo económico, en lo sanitario, en lo social, en lo racial...- y con esta inversión se garantiza que mantiene la “ventaja competitiva”. Cambia la estrategia pasada de intentar ralentizar el crecimiento de China, que no funcionaba, y se opta por acelerar el crecimiento propio, invirtiendo en tecnología, educación o infraestructuras. Reunión entre EEUU y China en Alaska, el pasado 18 de POOL VIA REUTERS Reunión entre EEUU y China en Alaska, el pasado 18 de marzo. A ello se añade otro cambio “profundo” en la respuesta a China, el de tratar de ofrecer una “alternativa” a otros países muy influenciados ahora por Pekín. Trump nunca lo hizo. Se exigía a los aliados que no trabajasen con China pero sin alternativa alguna. “Biden es mucho más inteligente”, resume. Por eso ha lanzado, por ejemplo, un foro de seguridad cuadrilateral con Japón, India y Australia, para reducir la influencia china en el Pacífico. “Lo que se quiere hacer es competir de forma agresiva con China en las tecnologías emergentes que van a ser claves para seguir manteniendo la supremacía económica y militar”, sabiendo que las medidas punitivas contra Huawei o TikTok, por ejemplo, no es suficiente para controlar al país asiático y, además, puede no ser ni muy legal. Royo destaca que hay un “desacoplamiento” con China, tratando de marcar nuevas líneas rojas y nuevas reglas de juego, aún sabiendo que hay áreas como la crisis ambiental, la pandemia o la recuperación económica donde puede haber colaboración. De fondo, los temas habituales de conflicto, de los derechos humanos a los uigures, pasando por la “intimidación” a países como Australia, de la órbita USA. Un dragón con dos cabezas Rusia y China siempre han sido naciones cercanas, colaboradoras, amigas, pero el hecho de ser una amenaza común para Biden está haciendo que formen un frente común poderoso. Son adversarios de Washington en lo comercial, en lo defensivo, en lo científico y tecnológico, en el modelo de autocracia que defienden... Juntos son aún más fuertes y por eso van de la mano, y lo enseñan, en su pelea contra EEUU. “Este dragón bicéfalo, con unas relaciones comerciales que superan los 100.0000 millones de dólares, que gobiernan sobre 1.600 millones de personas, promete dar muchos quebraderos de cabeza a Biden”, reconoce el americanista Sebastián Moreno. Recuerda que Moscú y Pekín tienen sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho a veto, por lo que pueden bloquear por sistema las iniciativas que plantee EEUU. “Públicamente, ya se regodean de esa pinza. Esta semana ha habido encuentros en Pekín entre sus ministros de Exteriores y reconocen que están en el mejor momento de sus relaciones bilaterales. Washington ha tenido que enviar a Asia a su secretario de Estado -Antony Blinken- para hacer ronda en Corea del Sur y Japón y amortiguar ese mensaje de unidad, pero se le queda corto porque, de inmediato, China mandó a su canciller al Golfo Pérsico y a Irán, tratando incluso con amigos de EEUU como Arabia Saudí o Emiratos. Y Rusia prepara algo parecido. Es como el gato y el ratón”, resume. Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso, dijo desde Pekín literalmente: “Estados Unidos está actuando de manera destructiva”. Y en el comunicado conjunto, los dos países afirmaron: “Debe reflexionar sobre el daño que ha causado a la paz y el desarrollo mundiales en los últimos años, cesar la intimidación unilateral, dejar de inmiscuirse en los asuntos internos de otros países, y dejar de formar pequeños círculos para buscar la confrontación en bloque (...). EEUU quiere preservar a toda costa su dominio en la economía global y en la política internacional, imponiendo a todos y en todas partes su voluntad”. Unas palabras que dan poca esperanza, “evidencian que el margen de negociación es escaso y la tensión, elevada”, reconoce Moreno. “Con Rusia queda menos espacio para el diálogo que con China, incluso. Apenas un poco de cambio climático por el Ártico o de armas no nucleares. Más aún si se refuerzan, como parece, los lazos con la OTAN, muy tocados de la era Trump”. “Se esperan cuatro años en los que habrá el diálogo justo para que exista una seguridad estratégica entre ellos, siempre con el riesgo de escalada. La contienda se puede plantear en muchos campos y de muchas maneras”, concluye. Biden tendrá que aclararse sobre cómo actuar en un plazo muy concentrado, apenas dos años, porque es ese el margen que tiene para hacer y deshacer, con las dos cámaras con mayoría demócrata. Luego vendrán las midterms, las elecciones de mitad de mandato, y su estabilidad puede complicarse.

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