En 1918, el año de la conocida como Gripe Española, el país entero perdió 83.000 habitantes. Eran tiempos en los que España registraba más de 600.000 nacimientos al año con solo 20 millones de habitantes. Hoy, con 46 millones, los partos apenas superan los 340.000 al año.
Asturias está en el lado más negativo de la balanza de todas las estadísticas poblacionales. Desde 1985, su crecimiento vegetativo (diferencia entre nacimientos y muertes) es negativo. Todos los años. Y de forma creciente. En 2018, último año con datos cerrados, la región perdió 7.505 habitantes por esa vía, apenas mitigada por la entrada de 2.500 inmigrantes (españoles y extranjeros).
Cada año nacen menos niños en Asturias de forma ininterrumpida desde el estallido de la crisis en 2008, a la par que las defunciones se van incrementando anualmente, básicamente porque la población es cada vez más vieja y el ciclo natural lo impone. De hecho, en 1975, apenas diez años antes del inicio del declive, nacieron en Asturias 17.439 niños, y solo hubo 9.705 defunciones. En 2019, con datos aún no cerrados, los nacimientos fueron 5.264 y las muertes, 13.006.
Siendo ya muy negativos estos datos, peor es la proyección a futuro. Por dos razones. Una, porque no solo se sostiene la dinámica negativa, sino que se acelera progresivamente. En la previsión elaborada en 2018 por el RegioLab de la Universidad de Oviedo, basada en los estudios del INE y reforzada por los datos territorializados, se anuncia que Asturias tendrá 940.000 habitantes en 2033. Son 82.000 menos que en el último censo, y 88.000 menos que cuando se elaboró el estudio.
Y la pérdida puede ser más intensa. Apenas un año antes, el Principado elaboró su Plan Demográfico 2017-2027 en colaboración con la Universidad de Oviedo y su Observatorio del Territorio, bajo la coordinación de Felipe Fernández. En él, con la ayuda de las proyecciones de Eurostat, se anunciaba que Asturias tendría 1.023.577 habitantes en 2020. La realidad superó las espectativas negativas, porque ya en 2019 el censo bajó hasta los 1.022.400 habitantes, y en 2020 es probable que se pierdan entre 5.000 y 6.000 habitantes. Que se pierda el nivel de un millón hacia 2024. Y que en 2050, siguiendo esa previsión conservadora, Asturias tendría 889.527 habitantes, sin alcanzar siquiera la cifra de un siglo antes, los 895.804 de 1950. Con una población, por otra parte, mucho más envejecida y con menos ciudadanos laboralmente activos que en 1950.
La otra razón que empeora el diagnóstico es que la pérdida poblacional no se reparte en el territorio, sino que es mucho más marcada en las zonas que ya de por sí están más deshabitadas, las alas de la región. La zona rural. Y también las cuencas mineras. A ritmos que en algunos casos suponen que hasta 2033 hay concejos que verán reducirse en más de una cuarta parte su población (Boal, Candamo, Ibias, Salas, San Tirso de Abres, Somiedo, Villanueva de Oscos y Villayón). Algunos tienen ya densidades inferiores a los cinco habitantes por kilómetro cuadrado (Allande, Caso, Ibias, Illano, Pesoz, Ponga, Somiedo, Villanueva de Oscos y Yernes y Tameza). Ponga, con 2,84 personas por cada millón de metros cuadrados, es el más vacío. Muchos optan a ese farolillo rojo.
Doble éxodo
Hoy, la mayor parte de los municipios asturianos tienen menos habitantes que en 1900. Y eso, pese a que la región tenía hace 120 años 637.801 habitantes, casi 400.000 menos que hoy. El territorio, sin embargo, estaba poblacionalmente mejor estructurado. Oviedo y Gijón rozaban los 50.000 habitantes. Les seguían Valdés (26.700) y Cangas del Narcea (24.000), y entre los diez municipios más poblados sumaban 268.838 habitantes, menos que Gijón hoy y bastante menos de la mitad de la población de entonces. Hoy, 9 de los 10 concejos más poblados están en el centro de la región y entre todos superan de largo el 80% de la población de la región. El décimo es Llanes.
El supuesto final de la crisis económica, en 2014, ha acentuado el éxodo de las alas al centro, un proceso que vino precedido por un masivo desplazamiento de las poblaciones rurales de cada municipio hacia la capital de cada uno de ellos. Las villas, con todo, ya no crecen. Exportan a sus jóvenes más preparados al centro de la región o, lo que es peor, a Madrid o el extranjero.
El campo
La región de la leche y la carne por antonomasia ya no lo es tanto. Con una tercera parte de las explotaciones agrarias que tenía hace medio siglo, apenas el 2% de su territorio se dedica hoy a cultivos. Cinco veces menos que en los años sesenta. Cerca del 30% son pastos (la ganadería subsiste, aunque en franco declive). Y el 68% del territorio es bosque (el 58%, en su mayor parte improductivo) o terreno urbano o sin vegetación (el 10%). El despoblamiento (y la escasa rentabilidad) reduce mes a mes la estructura productiva agraria.
Masculino y desestructurado
En Asturias el emprendedor agrario es muy mayoritariamente masculino. El Colegio de Sociólogos constata que el uso sigue siendo que sean los hombres quienes hereden la explotación familiar. Mientras tanto, buena parte de las mujeres se van a estudiar o a trabajar al centro de la región o fuera de ella, y en muy buena medida no vuelven. Así, hay zonas de Asturias con 1,4 hombres por cada mujer, mientras la media regional es de 91 (0,91 hombres por cada mujer). Y esa tendencia se agrava en los cortes de edad femeninos entre los 20 y los 40 años, los considerados como años más favorables para la reproducción.
Esto conlleva una falta absoluta, en algunos municipios, de relevo generacional. Una marcada desestructuración social. Y una tasa de suicidios que casi dobla la nacional.
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