Seres malvados, diabólicos, terribles o burlones. Inmortalizados en piedra sobre la Catedral de Oviedo hace cientos de años, ¿son una advertencia a los pecadores y a los fieles? ¿Guardianes del templo o vengadores, quizá? Nada tan costoso se hacía al azar en la Edad Media, y menos en las iglesias. La mala noticia es que no existe un consenso sobre el motivo olvidado que llevó a los artistas a esculpir esas imágenes que, sin duda, estaban llamadas a impresionar al visitante en uno u otro sentido. Pero hay posibles explicaciones.
El investigador Francisco Calle, autor de Las gárgolas de la Catedral de Oviedo, constata que su existencia «no tiene una respuesta fácil ni simple», por lo que es objeto de controversia entre los historiadores. En primer lugar, dice, se podría pensar que las obras artísticas de los templos servían para la «instrucción» a un pueblo en su mayoría analfabeto, «pero el hecho de que no haya dos gárgolas iguales hace que su utilidad pedagógica pueda ser puesta en entredicho». Además, éstas aparecen también en edificios civiles como residencias privadas, donde obviamente no se pretendía educar a nadie.
Para Calle, es llamativo que se concediera una «cierta libertad» de los autores en un mundo medieval en el que los cánones eran, en general, rigurosos. Y la razón es que «quizá las gárgolas son (…) obras no demasiado importantes», lo que permitiría esa mayor libertad creativa al artista. En cuanto a la temática, piensa, como otros historiadores, que parece darse «una gran relación entre las gárgolas y el diablo», que en la mitología cristiana adquiere infinitas formas y disfraces. Todo iría encaminado a alejar a los fieles del pecado: los gestos de burla y orgullo, la fealdad, el terror que inspiran, el vicio; en contraposición con la virtud del interior del templo.
También hay quien opina, explica el investigador, que las gárgolas serían «más bien guardianes de las iglesias, seres en piedra dotados de poderes mágicos que alejaban al diablo» y por lo tanto protegían al pueblo. Al fin y al cabo, también sirven muchas veces para expulsar el agua de lluvia de los tejados, como elementos funcionales. Calle clasificó las gárgolas de San Salvador en tres grandes grupos: antropomorfas, animales y fantásticas o monstruosas, «aunque no son grupos estancos» entre sí.
Monstruos y ensueños
Para la mente medieval, explica Calle, el desconocimiento de buena parte del mundo implica que lo monstruoso es real, existe, ya que lo contienen los libros manuscritos y sus miniaturas. En este grupo existen gárgolas muy curiosas como el famoso fauno que enseña el trasero, ubicado en el lado este de la torre. Es «muy interesante por varios motivos»: tanto por representar a un fauno, símbolo de la lujuria, como por su actitud, que se repite a menudo tanto en España como en templos de otros países europeos. Está boca abajo, con la cabeza metida entre las piernas que se agarra con los brazos en una contorsión burlesca; en conclusión, «está cargada de un fuerte simbolismo negativo».
Junto al fauno impúdico (aunque sin embargo no le falta la hoja de parra), tres de las gárgolas más extrañas de la Catedral ovetense, comenta el historiador, están en la torrecilla noroeste, la sureste y la suroeste. Se trata de pequeños seres con grandes cabezas parecidas a la de un felino, patitas con pezuñas y dos alas «que más bien parecen hojas». Podrían ser, con su falta de lógica, una interpretación de «los vicios y pasiones desordenadas que amenazan al hombre» o «representaciones de demonios» ya que se pensaba que el diablo podía adoptar cualquier forma pero en especial las feas y grotescas.
El grifo, un ser mitológico mitad león y mitad águila, está representado al menos ocho veces en la Catedral y también significa varias cosas: bien al diablo, bien fuerzas protectoras o vigilantes. Calle se inclina por esta última función aquí, «de ahí su elevado número».
Existe un ser híbrido medio ave y medio humano que Calle no identifica, aunque piensa que es similar a las harpías, monstruos alados con cabeza de mujer, «que simbolizan las pasiones provocadas por los vicios», con los tormentos del deseo y el remordimiento que sigue a la satisfacción. Otros seres deformes y monstruosos, con pezuñas, aspectos de rana o pico de tortuga también abundan.
Una parece representar a un buey con pequeños cuernos; podría ser símbolo de templanza y dulzura o, «dado el carácter deforme del ejemplar», ser un toro que encarna las «pasiones desenfrenadas» puestas una vez más en el exterior del templo.
Caras atormentadas
En el grupo antropomorfo observa «desde simples cabezas dotadas de una gran belleza hasta las formas antropomórficas más increíbles». Dos figuras humanas de un hombre imberbe muestran «expresión de angustia», con los ojos desorbitados y la lengua fuera, como si cargaran un gran peso. El fraile vestido con hábito se repite, similar a un ave fantástica también tocada con capucha y pies humanos, que podría formar parte de la fauna diabólica «que puebla algunas representaciones de las famosas tentaciones de San Antonio».
La «más monstruosa» de las antropomórficas es la gárgola es la figura de un hombre de cara huesuda, como si estuviera famélico, con pies y manos de tallos vegetales, un simbolismo de que «las almas quedarían atrapadas en la piedra sufriendo el castigo de mirar un cielo que nunca alcanzarán».
Animales, mito y realidad
Durante la edad media, el conocimiento de los animales viene, más que nada, de los libros con sus miniaturas y descripciones; tanto de seres reales como de mitológicos. Ahí también se les atribuyen «analogías simbólicas de contenido religioso o moral» y por tanto «el discurso sobre el simbolismo animal varía a lo largo de la Edad Media y Renacimiento».
En la Catedral encontramos un gran número de gárgolas con forma de león y en todas partes, algunas de cuerpo entero y otras en parte, con variedad de representaciones «en cierto modo ligada al simbolismo polisémico», opina Calle. Por lo general, se asocia a la imagen de Jesucristo y es símbolo de lealtad, vigilancia, «por eso aparece con tanta frecuencia en las tumbas y en las entradas y tejados de iglesias»: esta parece ser la función de los de San Salvador. En cuanto a sus defectos, se puede oponer la simbología de los pecados de ira y orgullo, y «puede representar tanto a Cristo como al Anticristo», dice el historiador.
El mono representa pecados como la burla, la adulación o la soberbia; pueden verse algunos en la fachada aunque están muy deteriorados. El perro «puede ser valorado negativa y positivamente»: representa avaricia, gula y lujuria, por ejemplo, mientras que en lo positivo «suele simbolizar al sacerdote que se encarga de su rebaño de fieles».
Ya sean monos, perros o animales fantásticos, Calle piensa que en todo caso «pueden ser interpretadas como seres horribles que protegen el santuario» o bien son fuerzas del mal acechando al creyente. Y en cuanto a las aves, se identifican varias águilas, que tendrían una función protectora. Como «reflexión sobre las gárgolas con forma de ave, también podrían ser representaciones de las almas», algo habitual en el arte y literatura cristianos.
En el claustro hay representadas algunas cabezas: león, tres cabezas de perro, una que podría ser un gato y otras cinco máscaras animales sin identificar. El gato suele ser en el código medieval una encarnación diabólica, por eso sonríe, amenazador.
La parte gótica de la Catedral y el claustro, la que se ve en su mayor parte desde la plaza, comenzó a levantarse hace casi ocho siglos y tardaría aún otros dos siglos en terminarse. Desde entonces, y pese a la terrible destrucción y la posterior reconstrucción del siglo XX, sus personajes centenarios vigilan desde sus muros. Sea cual sea su cometido.
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