martes, 24 de mayo de 2022

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CRÓNICAS PARTISANAS La pajarera real Como el cuervo que Noé soltó desde el arca para ver si el nivel de las aguas había descendido, un rey solo vuelve a tierra firme cuando el nivel de la democracia ha bajado Xandru Fernández 22/05/2022 LA BOCA DEL LOGO A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! A veces una buena idea lo es porque revela procesos mentales que de otro modo pasarían inadvertidos. Es el caso de la expresión “¿Qué es un rey para ti?”, lema de un veterano concurso auspiciado por varias comunidades autónomas y dirigido a estudiantes de toda España. La pregunta presupone que un rey no es lo mismo para todo el mundo. Da por sentado que en torno a la figura del monarca florecen todo tipo de sentimientos y que algunos de esos sentimientos son mejores que otros, de ahí que a unos se los pueda premiar, en función de que expresen mejor que otros la verdadera esencia de la majestad real, o lo que es otra forma de decir lo mismo: su función. Su utilidad. Para qué sirve un rey. No creo que haya otra forma de interpretar una pregunta tan cursi, salvo que imagináramos que la monarquía fuera compatible con la democracia, en cuyo caso cabría pensar que lo que se les pregunta a esos chicos y chicas es qué quieren que sea el rey, a qué quieren que se dedique, lo que no es el caso: las funciones del rey están sumamente claras, pero hay algunas que pueden decirse y otras solo pensarse, y estas últimas desde luego no está previsto que ganen nunca un concurso escolar. Lo que expresa este tipo de iniciativas cortesanas es que la utilidad de la monarquía es algo de lo que cabe dudar legítimamente, por más que la intención que las anima sea la de encontrar razones para no dudar de ella. Tampoco debería sorprendernos: la monarquía es actualmente una forma de Estado minoritaria, residual y que, una vez abolida, no suele volver a aparecer, salvo en raras excepciones como España y Camboya. Es lógico que nos preguntemos a qué se debe que esas pocas sociedades se resistan a ser normales, esto es, republicanas. La única utilidad de la monarquía en los últimos doscientos años ha sido la de servir de indicador de malestares sociales y debilidades políticas. Por regla general, al monarca se lo tolera mientras no moleste demasiado, y tan solo se le permite obrar a su antojo cuando la capacidad de sus súbditos para oponer resistencia se encuentra ya doblegada. Un rey puede surfear la indignación ciudadana si se pone de perfil o incluso hace algún gesto de simpatía. Así es como han sobrevivido algunas casas reales a momentos delicados en que los conflictos sociales podrían habérselas llevado por delante. Cuando, por el contrario, la sociedad atraviesa un período de fatiga, apalancamiento y abulia conservadora, el rey puede salir de su escondite y exhibir todo su plumaje de pavo real maleducado y caprichoso: se le dejará hacer, como si sus excentricidades contribuyeran a reforzar el conformismo político. El rey es como el canario que se bajaba a las minas para comprobar si había gas: cuando el canario muere, es que hay riesgo de explosión. Los reyes suelen tener más suerte que los canarios y casi todos huyen antes de perder la cabeza, pero esa huida es, en sí misma, un síntoma de que la concentración de indignación en la atmósfera está a punto de reventar. Un rey en el exilio sigue siendo, a todos los efectos, un ave de alguna especie. No pierde su plumaje, ni renuncia a exhibirlo. Pero lo hace desde la distancia, sin dejar de otear el paisaje del país al que le gustaría volver o quizá no tanto: quizá solo desee hacer saber que ese país es suyo, por más que él prefiera anidar en latitudes más cálidas. Como el cuervo que Noé soltó desde el arca para ver si el nivel de las aguas había descendido, un rey solo vuelve a tierra firme cuando el nivel de la democracia ha bajado. Entonces se posa con paso vacilante, tambaleándose como una avestruz borracha, zureando como una paloma asustadiza, ávido de carroña como un buitre con las alas rotas. Si parece humano es tan solo por contraste con el cacareo y los graznidos de la pajarera cortesana. Reciben a uno de los suyos. No debería extrañarnos.

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