En un lateral del Campoamor existe una placa conmemorativa escrita en un extraño castellano: se trata de una copia del documento del año 1503 que atestigua que el teatro fue construido (siglos más tarde) sobre lo que había sido un cementerio judío.
Según la comunidad sefardí, ese terreno que era colindante con el recinto del convento de Santa Clara, derribado en su momento y donde ahora está la sede de Hacienda, se llamaba La huerta de los judíos y en ella se ubicaron los enterramientos de esta comunidad.
La carta de compraventa de los terrenos, propiedad de Mencía Fernández, hija del médico Yuçaf, y su marido Pedro Fernández Carrio dice así literalmente: «Vendemos [...] por nonbre et herencia de don Yuça, físico, mi padre [...] una losa de tierra cierrada de murio [...] en esta dicha cibdat de Ouiedo cerca del campo de los omes bonos, que disen la huerta de los judíosque yas en tales términos dela parte de la cima et de anbas las frentes caminos públicos del rey et de la otra parte, huertas de contra el monasterio de Santa Clara».
egún recoge la web sfarad.es, un documento posterior, del año 1530, confirma que este solar era el cementerio judío. Tras la expulsión decretada por los Reyes Católicos, el concejo se incautó el cementerio, «pero lo dejó en estado de abandono, lo que fue aprovechado por algunos vecinos para entrar en él y labrar la tierra», por lo que el ayuntamiento reivindicó sus derechos.
Se produjo un pleito en el que los propios vecinos declararon que el solar había sido cementerio para los judíos y que habían visto allí muchos monumentos y sepulturas. Se mencionaba a uno de los testigos, Juan González de Lampajúa, que informó de una conversación con alguien llamado Salomón, judío, que le había dicho que aquella huerta era sepultura de los judíos que solían vivir en la ciudad y que allí yacían sepultados sus antecesores.
Otro testigo, Juan de la Podada confirmaba haber oído decir que la huerta siempre había sido sepultura de judíos y que vio allí seis o siete monumentos. Entre el cementerio y la judería, señalan los sefardíes, debió de haber, como mandan los cánones hebreos, «una corriente de agua que separara el mundo de los vivos del de los muertos» y que hoy seguramente discurre por el subsuelo.
Las normas decían que el suelo tenía que ser tierra virgen, estar en pendiente y orientado hacia Jerusalén. Además, la judería debía tener un acceso directo al cementerio para evitar que los entierros tuviesen que discurrir por el interior de la ciudad.
Los reyes autorizaron después de 1492 que las piedras de los cementerios judíos pudieran ser reaprovechadas como material de construcción. Así, no es extraño encontrar fragmentos de inscripciones hebreas en varias construcciones posteriores.
Tras las ordenanzas del concejo en 1274, los judíos de Oviedo estaban obligados a habitar en el barrio de Socastiello, junto al Alcázar y las murallas de la ciudad, en la zona de lo que hoy día sería el edificio de Telefónica en la plaza Porlier. La judería de Oviedo ocupaba la zona que iba desde la puerta del Castillo hasta la Puerta Nueva de Socastiello.
También podían habitar fuera de la muralla. Hay que tener en cuenta que en aquella época las casas ya habían rebasado el ámbito amurallado, y es probable que algunos judíos se hubieran establecido extramuros, pues en el siglo XV aún existían en la zona propiedades con el sobrenombre de los judíos.
De esta judería, explican, no se ha conservado ningún resto material. «Tan sólo las mismas estrechas calles que compartieron cristianos y judíos en el antiguo Oviedo durante siglos y la documentación histórica que nos permite reconstruir e imaginar a los habitantes de aquella comunidad judía: Bartolomé Guion, notario; Beneito, cambiador; Adan Giraldiz, Pedro Giraldiz, cambiadores; Petro Giraldiz, texedor; Petro Michaeliz, pellitero; Aben Arsar, Asur Falconis, Bartolomé Alfageme, Don Symon, Annaias Tanoz y muchos más».
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