lunes, 29 de noviembre de 2021

La necedad, ese atributo en extensión....

Necedad letal MARCOS MARTINO OPINIÓN Manifestación antimascarillas y antivacunas en MadridManifestación antimascarillas y antivacunas en Madrid Jesús Hellín | Europa Press 29 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h. Comentar · 2 Un ecotono es el espacio de transición entre dos ecosistemas adyacentes. Palabra compuesta por los vocablos griegos oikos (casa) y tonos (tensión) que hace referencia a la interacción, generalmente intensa, entre elementos de dos hábitats funcionalmente diferentes. Un ejemplo claro de ecotono es la costa, en la que interactúan los elementos de diferentes ecosistemas terrestres y marinos. Para el tema que nos ocupa podríamos representar la tensión entre elementos de la parte física (biotopo) con la erosión que el oleaje marino ejerce sobre las rocas y los sedimentos traídos por los vientos y los ríos hasta la costa dando lugar, al cabo de cientos de miles de años, a la arena de las playas. Sirva el concepto de ecotono para ilustrar la metáfora de la tensión generada por la pandemia de COVID-19. Ls sucesivas olas provocadas por el virus SARS-COV-2 están erosionando la convivencia en todo el mundo, a juzgar por las imágenes que llegan de diferentes ciudades del planeta. Los disturbios que hemos visto estos días en Europa, por ejemplo, son, hasta ahora, las manifestaciones más violentas de la tensión entre dos ecosistemas, la biología y la cultura, que tienen en el humán* su ecotono. La idea de libertad que tienen ciertos colectivos negacionistas, antivacunas y fabuladores contra las evidencias en general, en interacción con un virus letal cuya transmisión primaria es por el aire, se asemeja escandalosamente a un motivo de crimen de lesa humanidad en tanto que supone la aniquilación de una parte de la población por motivos ideológicos. Si no se califica como tal es porque son precisamente los abducidos por estas ideas conspiranoicas los principales perjudicados por su conducta necia, como se está comprobando en los hospitales en estas últimas semanas. ¿O acaso toda la profesión sanitaria mundial se ha puesto de acuerdo para proporcionar datos falsos acerca de la diferente tasa de mortalidad entre los vacunados y los no vacunados? Es verdad que la obligatoriedad de las mascarillas, de las restricciones de movilidad o, en su caso, de la vacunación suponen un menoscabo de nuestras libertades. Pero no es menos cierto que la primera defensa ante un virus que se transmite principalmente por el aire son barreras como la mascarilla, la distancia interpersonal y, en situaciones de alta incidencia, el aislamiento y las restricciones de movilidad. Y para disminuir la gravedad de la enfermedad así como su transmisión y, por tanto, la tasa de mortalidad en caso de infección, la medida de elección es la vacunación. ¿Qué criterio debemos aplicar para reducir esta tensión? En mi opinión, la de evitar el daño mayor. Y el daño mayor e irreversible es la muerte (actualmente mueren casi 3000 personas al día en la UE por COVID-19); la muerte prematura, en tanto que evitable con medidas de salud pública. Para eso sirve el contrato social que nos enseñara Rousseau y apuntara, mucho antes, Epicuro: para alcanzar el bien común, viviendo en comunidad, es necesario un pacto social que evite el daño mutuo. Y eso supone acuerdos por los que renunciamos a determinadas cosas para obtener otras de mayor envergadura y complejidad. Por eso creo que esta peligrosa rebelión contra el conocimiento y la salud comunitaria no es tanto por la restricción temporal de algunas libertades, lamentablemente simbolizadas en la de poder tomar cervezas en espacios cerrados y sin mascarilla en tiempos de grave incidencia de contagios, como por el rechazo del propio contrato social que regula la convivencia en los estados democráticos. Rechazo visceral fruto, tal vez, de frustraciones y complejos derivados de experiencias aversivas de abuso de autoridad. Rechazan la convivencia basada en el acuerdo porque obstaculiza la consecución de sus aspiraciones egoístas. Una actitud que subyace a otra de las tensiones palmarias en el «ecotono humano» entre la cultura y la biología: la que se da entre la subcultura del hiperconsumo y los límites biofísicos del planeta. Véanse los resultados de las sucesivas COP, las Conferencias de la ONU sobre Cambio Climático: ya van 26, con todas las alarmas activadas, y siguen sin querer ver la urgencia de acometer cambios severos. Cambios que requieren cooperación, pero que los egoístas patológicos se niegan a aceptar. No es casualidad que los negacionistas del virus, las vacunas y el cambio climático coincidan en un alto porcentaje. Cada vez tengo menos esperanza en que los huesos de homo sapiens (¿?) no formen parte de la arena de playas futuras, sin humanes*. ¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno. *Utilizo el término humán como tributo al filósofo Jesús Mosterín.

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