martes, 26 de abril de 2022

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Aquí no hay quien viva: érase el ‘madridcentrismo’, el urbanismo fósil y la seducción inmobiliaria Los imaginarios de la cultura de masas española han acompañado el relato de los procesos de urbanización neoliberal Gemma Barricarte 25/04/2022

Imagen promocional de la serie 'Aquí no hay quien viva'.

Imagen promocional de la serie 'Aquí no hay quien viva'. A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! “Todos los días son así, no podía imaginarlo cuando vine aquí. Sólo buscaba algo de paz, despierto cada día en medio de un huracán. Aquí, aquí, aquí no hay quien viva, aquí no, aquí no. La casa sobre mi se derrumba, al portero no le puedo encontrar, los vecinos me vigilan y escuchan, no aguanto en este lugar. Mete en una coctelera, un trueno, un terremoto y un volcán: y tendrás esta escalera” Sintonía de Aquí no hay quien viva. ¿Qué une a Juan Cuesta con la importación de gas? ¿Qué tiene que ver Desengaño, 21 con Aznar y la Ley del Suelo del 98? ¿Y las supernenas, Marisa, Concha y Vicenta: qué iban a saber si tendrían algún tipo de implicación con las 33 cementeras del Estado? Acompáñenme en esta historia sobre los combustibles fósiles, el cambio climático y las vicisitudes berlanguianas de Aquí no hay quien viva. Esta será la primera entrega de una tetralogía que narrará las aventuras y desventuras en las sitcom de la burbuja inmobiliaria y el urbanismo fósil. Paco Martínez Soria y la incubación del urbanismo fósil español Quién sabe hasta qué punto Pedro Lazaga, cada vez que parodió la figura de un pueblerino Paco Martínez Soria, sospechaba que formaría parte de un relato, entre cómico y propagandístico, que más tarde se multiplicaría y encarnaría en personajes como Emilio Delgado –una especie de Paco de comunidad de vecinos–. Los mitos cinematográficos, en una sociedad mediatizada por el formato audiovisual de masas, tienen un papel conformador de imaginarios, de relatos aspiracionales e identidades sociales. La cultura es fundamental en la construcción de cosmovisiones y deseos. Para el franquismo, el NO-DO fue eso: un frente de guerra ideológica y propaganda que se multiplicó con el desarrollo de la industria audiovisual y los mecanismos de censura. ‘La ciudad no es para mí’, de Pedro Lazaga. (1966) ‘La ciudad no es para mí’, de Pedro Lazaga. (1966) Con los “Planes de Desarrollo Económico y Social” se inaugura un proceso de éxodo rural. Los mitos que encarnó Paco M.S. eran la parodia de una situación que vivieron muchos migrantes de la España rural sesentera: pueblos sordos abandonados a la nostalgia y el desfase, y en la otra cara, el choque cultural de edificios ruidosos, ciudades empapadas en asfalto y dominadas por la novísima cultura cosmopolita y cochista. Francisco Ibáñez marcó un paradigma con 13, Rue del Percebe. Buscó narrar todas estas nuevas historias de vida metropolitana contenida entre muros: el edificio como espacio salpicado por el caos de la urbe moderna. Entre 1950 y 1981 la población urbana alcanzó una ratio del 73,2%, invirtiendo el equilibrio de la balanza poblacional española en favor de las ciudades. Este desequilibrio ha seguido profundizándose hasta llegar a nuestros días con un 81% de población citadina. Mientras la sociedad española se urbanizaba y terciarizaba, se produjo una intensa aceleración de los principales indicadores socioambientales (emisiones de CO2, PIB...), dando lugar a la Gran Aceleración del metabolismo español. En realidad, fue parte de los diversos procesos mundiales de burbujas especulativas y globalización: el desarrollo de la urbanización planetaria. Las culturas, los fetiches y los imaginarios tienen metabolismos asociados. Nos hacen desear unas cosas, y no otras ¿Pero hubiera sido esto posible sin combustibles fósiles como el carbón, el petróleo o el gas? ¿Hubiera sido posible sin la tecnología del hormigón armado? El urbanismo moderno no puede entenderse si no es de la mano de éstos. El urbanismo fósil, entonces, forma parte de esos procesos: una plétora de técnicas de ordenación capitalista del territorio que se han desarrollado bajo la lógica de la acumulación y la demanda de circulación de flujos productivos (trabajo) y extractivos (materia-energía). Esto hace de los núcleos urbanos un dispositivo de aceleración del metabolismo global –entendiendo “metabolismo” como el proceso de consumo de materia-energía y su correspondiente expulsión de residuos (basura o gases)–. En este proceso no sólo se construyen rotondas y ciudades, sino también un imaginario y un modo de vida sólo posibles bajo el consumo de combustibles fósiles: la cultura fósil. Esto no es tan obvio: las culturas, los fetiches y los imaginarios tienen metabolismos asociados. Nos hacen desear unas cosas, y no otras. Ese orden de cosas que se desea requiere unas condiciones políticas, económicas y energéticas que les dan cuerpo y contexto. Y los imaginarios contemporáneos están empapados en el productivismo de la cultura moderna. Emiten CO2 y requieren una disponibilidad energética que ya no es sostenible. Desengaño, 21, la cultura fósil y la seducción inmobiliaria Los proyectos desarrollistas de vivienda colectiva, junto al fetichismo de la propiedad inmobiliaria del franquismo, provocaron la proliferación de comunidades de vecinos, la nueva realidad del españolito medio. Esta aspiración trajo una nueva clase de propietarios. Los bienes inmuebles se transformaron en un elemento de estatus y fetiche. La nueva libertad del propietario tornó en algo aspiracional: ofrecía arraigo, estabilidad e inversión a largo plazo. Pero, además, permitía la toma de decisiones en base a la capacidad económica individual y el derecho al paraíso familiar amparado por el Estado. El nuevo reto social era sobrevivir al terror cotidiano del roce vecinal: convivir compartiendo tabiques, techos, suelos y escalera. La Ley de Propiedad Horizontal (1960) previó esta situación. La comunidad es un imaginario común en las promociones de vivienda. La comunidad (2000) de Álex de la Iglesia no es otra cosa que la historia de la conspiración de lo comunitario. Aquí no hay quien viva (2003-2006) es su versión coral, contemporánea y precaria. Esta sitcom ha llegado a ser un mito intergeneracional en la cultura popular. Se ambienta en un edificio decimonónico típico del centro de Madrid y satiriza la España de la burbuja a través de las peripecias de la comunidad de vecinos. Toda la trama evoca la presencia del complot vecinal permanente, desatando constantes deseos de huida al paraíso del chalet a través del principal elemento de clase: la propiedad inmobiliaria. Un joven Emilio Delgado, portero sin contrato e inquilino del cuarto de basuras, custodia el portal. Su presidente es un idealista y cínico Juan Cuesta, el zoon politikón de escalera, que gestionará el conflicto llevando la Ley de Propiedad Horizontal hasta las últimas consecuencias. Nunca falta el especulador de turno: don Rafael, dueño de Copinsa, tratará de aprovecharse de las vicisitudes vecinales para adquirir la decimonónica finca y construir oficinas. Estos imaginarios contribuirán a legitimar las operaciones metabólicas de la burbuja inmobiliaria Una de las características que hacen singular el género de las sitcom desarrollistas es su costumbrismo y la ausencia de lo urbano. La ciudad es un espacio de consumo y trabajo. No tiene nada más que ofrecer. En la serie, todo termina siendo una tensión entre conflicto y nostalgia, entre individualidad y colectividad, precariedad y progreso: una pulsión entre la vida problemática del centro y el paraíso anhelado de la urbanización periférica de chalet. Una tensión muy real si se tiene en cuenta el ambiente que transcurría en esos momentos de burbuja: la plena exaltación de la seducción y el fetichismo inmobiliario. Aquí no hay quien viva, la expresión que da título a la serie, delata de forma cristalina la moraleja: ahí no se puede vivir y todo serán razones para querer irse de semejante infierno intramuros. La solución a la necesidad de huida la darán empresas constructoras como la de don Rafael, con la construcción masiva de segregación y fronteras. En última instancia, estos imaginarios contribuirán a legitimar las grandilocuentes operaciones metabólicas de la burbuja inmobiliaria. Las necesidades y los deseos se construyen. Los imaginarios de la cultura de masas española han acompañado el relato de los procesos de urbanización neoliberal, legitimando el crecimiento y el consumo urbano. Esto también es cultura fósil. Algunos indicadores de la Gran aceleración. Edición gráfica de Gemma Barricarte. Algunos indicadores de la Gran aceleración. Edición gráfica de Gemma Barricarte. Madridcentrismo, Antropoceno y progreso inmobiliario ANHQV fue creada por los hermanos Laura y Alberto Caballero. Miramón Mendi, la empresa dirigida por el recientemente detenido José Luis Moreno (tío de los hermanos y cercano a los círculos de Aznar y Bárcenas), se ocupó de la producción. La emisión se dio en Antena 3 Televisión. Mientras las ciudades españolas crecían sin freno auspiciadas por la ley del suelo de Aznar (1998), la ola desreguladora se extendió a la industria audiovisual y la estructura mediática del Estado. La producción de ficción española se disparó. Madrid es el epicentro mediático estatal, el 80% de la audiencia lo acaparan los grupos mediáticos madrileños. Esto tiene un evidente efecto de colonización madridcentrista. Se manifiesta en imaginarios como el del turismo: Desengaño, 21 visitará el litoral alicantino, lugar vacacional típicamente madrileño. Playas, parques temáticos, discotecas y chiringuitos conforman los escenarios urbanos: de nuevo, la ciudad es un espacio de consumo. El product placement es evidente: con la visita a Terra Mítica, el turismo se convierte literalmente en un spot publicitario. Idealista también aprovechó el ambiente de inquietud inmobiliaria para aparecer por ahí. Las series proponen modos de vida y de consumo, no son algo baladí. La burbuja de importaciones, emisiones y urbanización se construyó sobre otra burbuja de expectativas e imaginarios No es casual que Paul Crutzen propusiera, en el año 2000, el término Antropoceno para describir la nueva era geológica –hay quienes proponen Capitaloceno. En aquel momento se sucedían la ola de burbujas financieras globales, el tsunami urbanizador y la Gran Aceleración. Durante la burbuja inmobiliaria, el consumo de cemento ascendió a 55 millones de toneladas. El histórico de emisiones en el Estado español sitúa el máximo en 2007. Hay una contribución directa de la quema de combustibles fósiles (irrenunciable en la fabricación de cemento Portland). La burbuja de importaciones, emisiones y urbanización se construyó sobre otra burbuja de expectativas e imaginarios: la aspiración a ser clase media y a vivir a la española el nuevo sueño americano. Evolución de emisiones GEI en España. Edición gráfica de Gemma Barricarte. Evolución de emisiones GEI en España. Edición gráfica de Gemma Barricarte. Los imaginarios urbanos de las sitcom son una oda televisiva en prime time al mito del progreso. Aquí no hay quien viva nos contó el relato de esas vidas que chocaban con una realidad precaria, desmintiendo el progreso. Amparados por la esperanza del ascenso social, los protagonistas se peleaban por alcanzar la meta de una vida mejor mediante la propiedad. En esta vida, el consumo y el trabajo son los únicos espacios urbanos posibles. Todo lo que se podía hacer era vivir, trabajar y, de vez en cuando, descansar tomando el sol en algún parque temático mediterráneo. Evolución del consumo de gas en España (1980-2013). Edición gráfica de Gemma Barricarte. Evolución del consumo de gas en España (1980-2013). Edición gráfica de Gemma Barricarte. La serie se cierra con la muerte del edificio por una plaga de termitas. Don Rafael termina aprovechándose de la situación y comprando el edificio para construir su anhelada torre de oficinas. Lo viejo deja paso a lo nuevo, siendo lo nuevo una pérdida de población en el centro junto a una ola de terciarización y aumento de plusvalías. Progresar o vivir mejor, en definitiva, se definió como tener una vida urbana alejada de la urbe. Vivir aferrados a un confort percibido como una conquista social, permanentemente amenazado, y sostenido sobre una disponibilidad energética y material que la humanidad no volverá a conocer. AUTORA > Gemma Barricarte VER MÁS ARTÍCULOS

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