lunes, 25 de septiembre de 2023

Me hago ECO...D.E.P.

Una persona buena Marcelino, por encima de todo, era una buena persona. No es cierto que la muerte nos iguale a todos. Yo, al menos, nunca lo he creído. Hay, en ocasiones, silencios definitorios. Lugares comunes sobre el finado. Palabras vacías de contenido. No, nadie dice sin creerlo que una persona es buena solo porque acabe de morir. Hoy se llenan las redes, los cafés y los pasillos pulcros, impolutos, fríos como el hielo del tanatorio de adjetivos de loa a Marcelino Gutiérrez y les puedo asegurar que nadie miente. Probablemente incluso nos quedemos cortas. Marcelino, director de El Comercio desde febrero de 2016, se ha ido como era: silencioso, discreto, elegante, siempre como quien teme molestar. Así era como Marcelino ofrecía nuevas aventuras: casi pidiendo perdón. En mi cabeza, su voz al otro lado del teléfono: ‘te llamo para un nuevo marrón’. No lo eran nunca. Sobre todo porque, una vez aceptado el encargo, el director -nuestro director- estaba siempre detrás para auparlo, defenderlo, mejorarlo. Se dice también de Marce que era perfeccionista. Lo era, hasta la médula. Precisamente por eso sabía sacar lo mejor de cada cual. Hacía trabajar. Mucho. Revisaba, leía, prefería el texto más largo, más corto, más literario, menos. Como fuera. La cuestión es que no me he arrepentido ni de uno solo de aquellos ‘marrones’. Los releo a veces. De lo poco que me enorgullezco de mi carrera es, precisamente, de aquello en lo que él, de un modo u otro, estuvo detrás. Porque Marcelino llevaba tan dentro de sus venas la profesión que derrochaba enseñanzas a cada palabra. Palabras. Las mismas que hoy se nos quedan cortas para despedirle. En este mundo cambalache, pocas veces una joven recién llegada a un medio encuentra fácil acomodo. Yo fui, además, una extraña; historiadora en un mundo de periodistas. Mujer. Joven (ahora un poco menos). De poca ralea. A pesar de vivir en el siglo XXI, aún hay quien se empeña en juzgar en base a eso. Consciente o inconscientemente, muy pocas personas se sustraen a esa inclinación. Marcelino era una de esas cálidas excepciones. Él solo veía el valor, poco o mucho; la eficiencia, la capacidad o no de dar el callo y la destreza a la hora de ligar las palabras. Pues no: por supuesto que nadie miente cuando decimos que Marcelino, por encima de todo -queden los datos que muestran su talento para dirigir el diario decano para otras crónicas que hoy puedan ser más objetivas-, siendo ese todo, además, mucho, era una buena persona. Tanto que lo único que hoy me impide decir que probablemente era de las mejores es solo el saber lo mucho que él, y yo por enseñanza suya, odiaba los superlativos. etiquetasactualidad_cabeceraMarcelino Gutiérrez Artículo anterior El Trasiegu Fest conclúi con éxitu ente C

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