sábado, 27 de enero de 2024

lA iZQUIERDA y LA PROVOCACIÓN....RECOMENDADO

Pudor, descaro y provocación: el significado y los síntomas "«Constitución» ya no es una palabra con significado, es solo el ruido del cascabel con que amenaza la serpiente" Por Enrique Del Teso 27 enero 2024 Fernando Savater. Foto. Wilkipedia A Samantha, la de Sexo en Nueva York, le preocupaba el SIDA. «¿Cuántas parejas sexuales ha tenido?», preguntó el médico. Ella se queda en silencio, como calculando. Después de unos segundos pregunta: «¿Este mes?». Sus palabras significan que quiere una precisión sobre la pregunta, pero son síntoma de que es inusualmente promiscua. Si un político se dice constitucionalista, no habrá diccionario que nos diga que ese político es de derechas o incluso facha. Pero quien acapara como propio lo que es común le niega al oponente esa condición común necesaria para cualquier legitimidad. Y esto de apropiarse de lo que es común lo hacen solo los que son de derechas o incluso fachas. Así que la proclamación orgullosa de ser constitucionalista significa que el sujeto está con la Constitución y es síntoma de que es de derechas o incluso facha. Por ejemplo, García Page critica a su partido porque él está con la Constitución, dice. En la playa de Borizu, en Llanes, desde cierto ángulo, con cierta luz y con cierto punto en la marea, los islotes y acantilados parecen la cabeza de Cristo. Un efecto óptico. A Page le pasa algo así. Desde fuera del PSOE, mirado desde cierto ángulo ideológico y en el marco de ciertas campañas, el PSOE parece fuera de la Constitución. Es una ilusión óptica provocada por la ubicación ideológica y moral desde la que mira Page. También puede ser que Page sea de derechas o incluso facha. Lo normal es que en la mente del receptor su junten las dos cosas, lo que significan las palabras y aquello de lo que son síntoma. Lo normal es que entendamos que Samantha pregunta si debe hablar de sus parejas sexuales del mes y a la vez que es muy promiscua. Lo raro de la vida pública es que las palabras sean solo síntomas y hayan dejado de significar nada. La extrema derecha solo puede crecer si mucha gente decide votar contra sus intereses. Y eso no se puede conseguir viendo las cosas como son y pensando con claridad. Un efecto buscado por la propaganda es que una pulsión emocional (una motosierra, delirios de patrias rotas, el ectoplasma de ETA, la libertad de los pijos) succione el tuétano semántico de las palabras. La derecha no está con la Constitución, con la separación de poderes, con las libertades, con la fiscalidad progresiva, con la supeditación de toda la riqueza del país, pública o privada, al bien general. Todo esto dice la Constitución tras la parte esa en que dice que España es una monarquía. Pero «constitución» ya no es una palabra con significado, es solo el ruido del cascabel con que amenaza la serpiente. Javier Milei, presidente ultraderechista de Argentina. Solo cuando las palabras están deshuesadas semánticamente puede parecer nueva la prédica de Milei. La mayoría de su gobierno es gente de Macri y Ménem. Lo que está detrás de la motosierra y las charlas con su perro muerto es quitar impuestos a los ricos, quitar servicios y protección a la mayoría, gastar esa plata que no hay en aviones F16 y tener un ministerio de interior y otro de seguridad para que no falte leña. Nada nuevo. Con una oligarquía financiando, una juventud sin futuro que ve punk la motosierra y la bronca y una mayoría harta y perpleja, a las palabras se les caen las ideas y se puede decir que la manifestación del domingo la convocaron sindicalistas millonarios con autos blindados con chófer (sic). Donde hay respeto hay pudor. El respeto es la inhibición de conducta y lenguaje por el efecto que se causa. El pudor consustancial al respeto se convierte en debilidad cuando no se sabe decir que García Castellón es un lacayo de la derecha y que el CGPJ servil es un quiste maligno; o cuando no se sabe decir que el cuadro de un país bajo la emergencia de una guerra, con los precios de la energía amenazando el bienestar y la producción y un gobierno rogando como pedigüeño a los amos de nuestra energía no es el cuadro de una democracia. Ahora se nos pedirán ajustes por la deuda con Europa. Y la izquierda, por pudor, no sabrá decir que nunca se piden recortes en el gasto con la Iglesia. La derecha sí puede pedir golpes de estado y llamar terrorista o hijo de puta a Sánchez. La izquierda es el último reducto del respeto, pero no sabe administrar ese bien. La gente lo quiere, pero la izquierda lo proyecta como debilidad y mojigatería. Le sobra pudor, necesita un seminario. Samantha, personaje de Sexo en Nueva York. La izquierda tiene que aprender el arte del descaro. El descaro no es cantar las verdades del barquero. El descaro no funciona si no provoca en la población un efecto de alivio y de autoestima. Cristina Fallarás escribió descaradamente que iba a hablar sobre su coño, sobre que los genitales cambian como todo lo demás con la edad, sobre que está hasta el ídem de que convenzan a las mujeres de imperfecciones imaginarias y de que al final el orgasmo es el mismo. Podemos estuvo medio escondido cada vez que le gritaban «Venezuela». No tuvieron el descaro de decir que, tal como estaba Venezuela, quién no iba a ser chavista al principio, ¿no lo era usted? La izquierda retrocede ante el viva el Rey o ante la bandera, como retroceden los vampiros ante la cruz. No sabe decir que la exhibición sobreactuada de la bandera es una horterada y un gesto tarado de odio a convecinos; y que la monarquía solo puede ser tradición y que, cuando se exagera, se hace chistosa y al final insufrible. Y la izquierda tiene que estudiar mejor al hermano mayor del descaro, que es la provocación. Savater es un personaje del pasado y tiene poca importancia que siga o no siga en El País. Pero ilustra bien lo que está pasando. Sus artículos, en esta fase de escocedura, venían siendo flojos y sus razonamientos, indefensos. Cuando echó loas a Ayuso por la chapuza del Zendal y hasta por coquetear con la vacuna Sputnik, al margen de la UE, uno podría pensar que solo le estaba lamiendo el culo a Ayuso y hasta podría apetecer regalarle un traje verde con cascabeles de bufón. Cuando escribió que Meloni era demócrata porque había ganado por las urnas y que menos fascismos caperucita, uno podría pensar que es un ignorante que ni siquiera sabe que por las urnas llegó Hitler al poder. Cuando dice que las mejores personas que conoció eran de derechas y da como argumento que la Pasionaria no era mejor persona que su madre, uno puede pensar que está gagá. Pero ni es un ignorante, ni un lameculos, ni un delirante. Se le llenó el alma de odio por la izquierda por lo que sea (me da pereza la semiología de los importantes). Y se dedicó a hacer el daño que pudiera diciendo lo que pudiera ofender y provocar. Calca el discurso de la derecha en El País porque cree que así ofende más. En realidad, sabe que esa izquierda ya no lo lee y la derecha no sabe quién es. Y no tiene datos ni doctrina que usar de ariete. Si uno está obsesionado con molestar y no tiene cómo, siempre queda el recurso de eructar y no lavarse para oler mal y al menos conseguir ese fastidio. Lleva tiempo apestando en El País, a ver si se vuelve a hablar de él. Lo que importa es que Savater es la caricatura de lo que la propaganda ultra busca en cada ciudadano: el punto en que es más apetecida la satisfacción del odio que la solución de los problemas; el punto de rencor enloquecido en que se quiere ver a la izquierda abatida, aunque nos estén quitando el médico, la escuela y la jubilación. La propaganda ultra necesita el odio que surge del miedo (inmigración, inseguridad, paro, vivienda) y modelarlo como rencor hacia la izquierda hipócrita, la que desde sus chiringuitos discursea de otros desfavorecidos como si tú fueras un privilegiado. Necesitan palabras sin semántica para que la locura de votar a Milei parezca punk y rebelde. Es lo que muestra, como en jornada de puertas abiertas, el zigzagueo borracho de Savater. El miedo es materia que se inflama en odio y el odio pasa por encima de la razón y el interés propio. La izquierda tiene que dar la batalla a la provocación. Su discurso debe empatizar con la desesperación y el rencor de clase y agitar emociones para que las palabras recobren el significado y la razón sustituya a la locura. La pared entre la provocación del ridículo es fina y personajes estrafalarios como Ayuso o Milei siempre están a un paso del ridículo, solo necesitan un empujón. ¿En qué andan Sumar y Podemos? ETIQUETASCristina FallarásdestacadoEmiliano García PageFernando SavaterGarcía CastellónJaime MileiMacriMenenSexo en Nueva York Artículo anterior Auge, caída y demolición de la banlieu Artículo siguiente ¿Un consejero reprobado para presidir HUNOSA?

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