domingo, 10 de octubre de 2021

Bautizos Prerrománicos...

Sobre templos y piedras «Mi padre me llevó a San Pedro de Nora con Juan Uría y Juan Ignacio Ruiz de la Peña, ¿se puede pedir mejor despertar al prerrománico» LEOPOLDO TOLIVAR ALAS Domingo, 10 octubre 2021, 01:08 Mentiría alevosamente si dijera que recuerdo cuándo entré por primera vez a una iglesia y, exactamente igual, en qué momento presencié admirativamente un monumento. Por razones obvias y muy generalizadas, está claro que mi primer ingreso a un templo fue para bautizarme, en la parroquia de San Juan el Real, que por entonces no tenía otros títulos, aunque el de Real y sus orígenes no los pueda exhibir cualquier 'domus Dei'. Además, de aquélla, el perímetro parroquial era muy extenso y a él pertenecían, entre otras, todas las manzanas que hoy se adscriben a los Carmelitas o al Corazón de María. Lo que puedo rememorar de esas iglesias ya se sitúa en edades poscomunión e, incluso, muy ocasionalmente, haciendo labores de monaguillo; horriblemente, por cierto. Aunque hoy aprecio no poco la actual Basílica menor de San Juan, obra de Luis Bellido, no tengo la menor conciencia de haber admirado su estilo neorrománico, su llamativo baldaquino o sus pinturas y vidrieras. No debía de andar yo muy sensible para las artes en mis primeros años. Pero sí creo recordar la primera vez que, una vez más por boca de mi padre, se me invitó a fijarme en la belleza de una pieza románica; concretamente, la portada de Santa Eulalia de Selorio, a donde acudíamos con frecuencia y, posiblemente, en una jornada donde también habríamos contemplado las maravillas de Santa María de la Oliva, en Villaviciosa. Sé que esto que digo no se corresponde fielmente a la realidad porque a buen seguro que el primer templo monumental que frecuenté, con su humedad inolvidable, fue la Colegiata de Salas, hoy en tan prometedoras obras capitaneadas desde la Fundación Valdés Salas. Y, por supuesto, también habría entrado en la Catedral y seguro que me habían mostrado, siquiera por fuero, el arte ramirense del Naranco. Y teniendo unos tíos a muy pocos pasos de Santullano, es impensable que no hubiera penetrado en el interior de tan excelsa arquitectura, que no deja de traerme estos días, tras la presunta golfería de todos sabida, la gratitud que los asturianos le debemos a don Fortunato de Selgas. Pero sí tengo seguridades sobre otras ilustres piedras laicas que me sedujeron por varios motivos. Las del palacio de Valdecarzana-Heredia, hoy parte del Tribunal Superior de Justicia, en la plaza de la Catedral. El edificio, bastante achacoso en mi infancia, había albergado distintas firmas comerciales que no voy a recordar aquí y, tras sus usos habitacionales nobles, había sido el Casino de la ciudad, tan invocado en 'La Regenta'. Cuando tenía unos 13 años, subí una vez al bar, sucedáneo del local de la novela, que gestionaba 'Educación y Descanso', muy concurrido y con un inolvidable olor a fritanga de bocadillos. Se decía que, en algo parecido a una mesa de billar -mi padre, por cierto, me había hecho una pequeña para unos Reyes-, habían jugado Clarín y otras personas bien conocidas de su época. A saber. Aunque el edificio, de muy niño, me atraía, igual que a mi hermana, porque allí se iba mi padre, nada más comer, a la tertulia de Casa Noriega. La de 'Los Clarisos', presidida por don Juan Uría, famosa por haberse opuesto al derribo del convento de Santa Clara, con un manifiesto que no era fácil hacer público en 1962. Como todos los menores, no nos gustaba quedarnos fuera de donde sólo entraban los mayores, hasta el punto de que nuestro progenitor nos consoló invitándonos un día a comer allí. Inolvidable el menú: arroz con calamares. Luego, él se quedó para el café y nosotros nos fuimos, en compañía materna, para casa. Pero un regalo mayor, si cabe, relacionado con lo anterior, fue que mi padre, en una de las breves excursiones de los 'Clarisos', ejerciendo de chófer y con el debido consenso de los demás ocupantes del coche, me llevó a visitar San Pedro de Nora. Nada menos que con don Juan Uría y don Juan Ignacio Ruiz de la Peña, que, por entonces, era un chaval. Detrás, venía otro coche repleto de sabios. En fin: pregunto a mis amistades expertas en Arte, que no son pocas y saben lo que no está escrito: ¿se puede pedir mejor despertar al prerrománico?

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