sábado, 15 de abril de 2023

Como díz la mí fía, ex-alumna suya...* Un crack, Un crack *

«Nuestra relación como ecologistas con la gente del campo es difícil» Entrevista a Carlos Lastra, presidente de la Asociación de Amigos de la Naturaleza de Asturias. Por Pablo Batalla 14 abril 2023 Recomendados “El tiempo libre está dejando de existir” 15 abril 2023 El Principado subvencionará al cien por cien las zonas afectadas por incendios 15 abril 2023 Galería: Así fue el 14 de abril en Oviedo 15 abril 2023 “Queremos la República, hagamos republicanos” 15 abril 2023 Pablo Batalla Pablo Batalla Es licenciado en historia. Colabora con medios como La Marea, Público o Jot Down y es coordinador de El Cuaderno. Es autor de 'Los nuevos odres del nacionalismo español' (2022). «Cuando hablan con desprecio de “los ecologistas de la calle Uría”, somos nosotros», dice con humor Carlos Lastra (Oviedo, 1948) mientras subimos las escaleras de la sede de ANA, ubicada en un entresuelo del Pasaje de la gran arteria burguesa de la capital asturiana. Las paredes de madera barnizada, a Alisa, le recuerdan a Hogwarts. Es un local pequeño, algo desordenado, abarrotado del producto de más de medio siglo de actividad. Carteles, libros, premios. Uno de ellos representa a una nutria remando en una piragua: es la Nutria de Honor, que concede la asociación Valle de Paredes, organizadora del descenso ecológico del Esva. Lastra, académico de la llingua, lamenta la oportunidad perdida de utilizar la lengua vernácula, y que el galardón se llamase Llóndriga d’Honor. El presidente de ANA cuenta con entusiasmo la historia de cada cartel, de cada campaña. De un armario extrae, para regalárnosla, una colección completa de la tercera época de Asturnatura, la revista del colectivo. Ha dejado de publicarse: se editaba con la financiación de la vieja Cajastur, cuya obra social desapareció cuando lo hizo la caja. Cosas de esta fase del capitalismo. En las revistas, al hojearlas allí mismo, atisbamos referencias a algunas de las cosas por las que queremos preguntar a Lastra; movilizaciones emblemáticas como la paralización de una central nuclear que se quería construir en la concha de Artéu, el embalse de Caliao, la protección de la ría de Villaviciosa o la ampliación del parque nacional de la Montaña de Covadonga para que abarcara los tres macizos de los Picos de Europa. Nos sentamos a conversar durante un par de horas y media. En un momento dado, a Lastra le suena el móvil y descubrimos que, de melodía, tiene un estruendo de trinos de pájaros. Carlos Lastra. Foto: Alisa Guerrero Carlos: naces en Oviedo en 1948. En Ciudad Naranco. Concretamente, en el Sanatorio Girón, que se llamaba así por [José Antonio] Girón de Velasco, que ya sabes que era uno de los ministros famosos de Franco, el de la Seguridad Social y todo eso. Mis dos hermanos, que son mayores que yo (uno me saca dieciséis años, nada menos, y el otro catorce), siempre se ríen mucho de mí por eso. Girón hizo un sanatorio que estaba donde estaban antes los alsas, en la plaza Primo de Rivera, en una esquina; un edificio que ahora es de la Seguridad Social. Y allí vine yo al mundo. Nací y llevo viviendo casi toda mi vida en Oviedo. ¿A qué se dedicaba tu familia? Mi madre era maestra, aunque ejerció poco tiempo. Tuvo la escuela de Serín, en Xixón. Al lado de donde vivíamos nosotros estaba la Estación del Norte, y ella cogía el tren allí para ir a Serín. Mi padre, cuando yo nací, estaba todavía represaliado, de cuando la guerra. Fue socialista y trabajó en la CAMPSA. Cuando estalló la guerra, estaba destinado en Lugo: de hecho, mis hermanos mayores nacieron allí. Pero la guerra les cogió aquí en Oviedo, porque fue en julio, y estaban aquí de vacaciones con unas tías. ¿Viven el cerco? No. Ellos vivían en la calle Leopoldo Alas, que es la calle esa que sube un poco inclinada, por encima del Campillín. Allí mismo, en la calle La Magdalena, en la esquina del Campillín, estaba un cuartel de la policía; de los carabineros, que llamaban entonces. Y, por otra parte, por allí llegaba la carretera que venía de la Cuenca. Bueno, de León, de Madrid…, pero sobre todo de la Cuenca, y los mineros que cercaban la ciudad intentaban entrar por allí. Con la policía al lado, había unos tiroteos de la madre que lo parió. No podían entrar. Y lo que hicieron entonces fue furacar las casas; hacer unos agujeros de casa en casa, de piso en piso, para poder entrar sin que les atizasen. Mi familia salió por ahí. ¡Ahí va! La peripecia esa acabó cuando los nacionales se dieron cuenta y quemaron una casa para cortarles el paso. Pero mi familia ya había salido, y a partir de ahí estuvieron viviendo como podían, fuera de Oviedo. Estuvieron en Muñó, en Siero, y luego en Xixón. Mi padre se incorporó a la CAMPSA de Xixón y estuvo trabajando allí… ¿un año? Sí, por ahí, porque Xixón cae en… Octubre del treinta y siete. Eso es. Pues unos mesucos. Me acuerdo de que mi padre —que murió ya hace años— me contaba que los anarquistas cogían la gasolina y hacían un vale: «Vale por gasolina», hala, toma. Y él, que era administrativo, les decía: «Pero oye, ¡que se nos va a acabar la gasolina!». Tenían la gasolina que había en El Musel, pero no entraba más, porque estaba todo cercado. «Si tiráis tanto de ello, ¡se acaba!». En fin, un cachondeo: los anarquistas ya sabes que iban así como… tira que libras, ¿no? (risas). ¿Qué pasa con tu familia cuando acaba la guerra? Mi padre estuvo escondido durante un año o así, hasta que salieron con la cosa de que quien no tuviera delitos de sangre, bla, bla, bla, se podía entregar. Se entregó y lo metieron en la cárcel de El Coto, y estuvo allí un año y medio. Cuando por fin le salió el juicio, como no tenía nada más que haber sido sindicalista y del PSOE, y no había intervenido en ninguna cuestión mayor, lo condenaron no sé si a seis meses de prisión. Como ya había estado año y medio, salió. Pero quedó represaliado, fuera de la CAMPSA. No podía trabajar en nada estatal. Estuvo trabajando de administrativo en un taller de decoración, de escayola y tal, que se llamaba Julián Rodríguez, hasta que en el año cincuenta y seis remitió la condena aquella y se reincorporó a la CAMPSA. Fue trabajando por varios sitios: primero estuvo en Bilbao, después en Teruel, después en Xixón, después en Santiago de Compostela, en Zamora, en Algeciras… Anduvo por un montón de sitios, porque había perdido un montón de años, y la CAMPSA era muy de escalafón, de antigüedad. La manera de ascender era trasladarse a sitios en los que hubiera una plaza un poco superior, y así estuvo danzando por toda España. ¿Y la familia se trasladaba con él? Mi madre sí, pero mis hermanos no, porque ya eran mayores, y andaban a su aire. Y yo tampoco. Iba con ellos en vacaciones: así fui conociendo, ya digo, Teruel, Zamora, Santiago… Pero para no tener que andar cambiando de instituto, durante el curso vivía aquí con unas tías mías, dos hermanas de mi madre, que tenían además una pensión de estudiantes en la calle Santa Cruz. Ahí pasé todo el bachiller. Casi soy más fíu de mis tías que de mi madre y de mi padre. Carlos Lastra, en la sede de ANA. Foto: Alisa Guerrero Estudias biología. ¿Qué te atrae de esa carrera? No me lo planteé mucho; no recuerdo haber estado preocupado diciendo «bueno, acabé el bachiller, el PREU, ¿qué voy a estudiar?». Tuve la suertísima de que coincidió que empezó biológicas justamente en el momento de yo acabar el PREU. Soy de la primera promoción. Vives las deficiencias propias de…, ¿no?, de una carrera que empieza y que tiene poco profesorado, que no tiene buenas instalaciones todavía… Estábamos en donde ahora está geología, en Llamaquique, no donde están ahora, en El Cristo. Pero lo bueno es que, justamente porque era algo que empezaba, luego me vino todo muy concatenado. Todos los que acabamos la carrera nos quedamos en la facultad de profesores, porque no había. Todos los departamentos (microbiología, botánica, zoología, genética, bioquímica…) necesitaban profesorado, y todo el que quiso se quedó. También hacía falta profesorado en los institutos, con lo cual mi promoción se puso inmediatamente a trabajar. Lo reflexionas y dices: joder, vaya suerte que tuve. Viendo ahora a la gente cómo está… Pasas a ser profesor de zoología. ¿Te gustaban los animales desde pequeño o así? Bueno, sí, me gustaban. Tampoco demasiado, ¿eh? Pero bueno, en la carrera tenía un perrín, y también me gustaba andar con el ganao. Los veranos, cuando no estaba con mi padre y mi madre, los pasaba en la zona de Colunga, en Gobiendes y Coceña. Pasé allí varios veranos de esos que son los memorables, los que disfrutas como un verderón con todo. A Gobiendes, que es donde está esta iglesia prerrománica, estuve yendo entre los siete y los diez años, una cosa así. Y luego, ya más propiamente, a Coceña, que es una de las aldeínas que hay por allí, en la carretera esa. Aquello era una cosa preciosa, porque, por un lado, vivías el ganado y la agricultura, la parte agropecuaria o sobre todo pecuaria: ibas con las vacas, ibas a ayudar con la hierba, que era lo típico del verano… Pero, por otra parte, allí, en Coceña concretamente, había un taller de carros, con lo cual también tenías la parte industrial. Yo, además, era muy amigo del hijo del dueño del taller y de su hermano, que trabajaban allá, así que pasaba mucho tiempo ahí. Veíamos cómo se hacía un carro desde el principio hasta el final y conocíamos todas las piezas. El taller también tenía fragua, así que también veías la parte de hierro del carro, las llantas y demás. Aquella fue una época verdaderamente preciosa que me sirvió para muchas cosas, y entre ellas para aprender bien asturiano. Estás en la aldea, y si eres un poco permeable, un poco poroso, pillas las cosas. ¿En tu casa, con tus padres, no se hablaba? Muy poco. Mis tías y mi madre eran de Grao. Y siempre dijeron Grao, por cierto: nunca dijeron Grado (risas). Hay un debate sobre si debería ser Grao o Grau. Sí, porque en esa zona es característica una o muy cerrada, muy oscura. Pero bueno, desde luego, o Grao, o Grau. No Grado. Mi madre, ya digo, era de allí. Y mi padre era del Occidente, del límite con Galicia, de Ibias. Él hablaba eonaviego, en realidad. Entonces no se llamaba así, pero ellos eran conscientes de… Me acuerdo de ir alguna vez a pueblos de la zona de mi padre, por Grandas de Salime y así, y que parientes nuestros que, por supuesto, hablaban gallego dijeran: «Pero nosotros no hablamos como los de Fonsagrada, ¿eh?». Fonsagrada, que ya es Galicia, era la villa de referencia por allí, y seguramente allí hablasen más gallego, mientras que estos parientes hablaban eso que ahora se empezó a llamar eonaviego, el gallego-asturiano, digamos. ¿Cómo adquieres la sensibilidad asturianista? La mamé allí. Yo creo que tenía una predisposición. Tú puedes ir a un sitio y, por mucho que te hablen, estar un poco de uñas, o un poco fuera de ello, o que no te guste y no te integres en ello. Pero yo lo pillaba todo, fui desarrollando la oreya. Aprendes las variantes, aprendes a manejar términos, te vas haciendo con ello inconscientemente. ¿Te implicas en Conceyu Bable? Estaba con ellos, y luego me impliqué con grupos nacionalistas: la Liga Nacionalista, el… Puf, ya no me acuerdo de los nombres, porque hubo tantas cosas… Al final era la UNA, ¿no? La Unidá Nacionalista Asturiana, sí, que es el resultado de la fusión de la Xunta Nacionalista Asturiana y el Ensame Nacionalista Astur. Y que luego se coaliga con el Partíu Asturianista, lo que da lugar a una escisión de los descontentos con ese pacto, a partir de la cual se funda Andecha Astur. Es un árbol genealógico complejo, el del asturianismo (risas). Eso es, eso es. La cosa aquella con el PAS, sí, que salió un diputado y había el acuerdo de que primero fuera diputado Sánchez Vicente, del PAS, y luego Felechosa, de la UNA. Que se turnasen. Pero luego Sánchez Vicente se encastilló ahí, no soltó aquello y se quedó toda la legislatura de diputado. También había la cosa de que para la Xunta iba Sánchez Vicente y para el Ayuntamiento de Xixón, aquel Carmona, que era de la UNA, pero esperaban que saliera y no salió. En fin. En la Universidad, ¿no habías militado en nada? No, no. Hombre, era la época aquella de tantas asambleas y tantos follones, y andabas en ello, ¿no? Y conocías a la gente. Tuve compañeros de la facultad que sí estuvieron en cosas: por ejemplo Pravia, José Manuel Álvarez, que luego fue profesor de matemáticas, y que en su momento tuvo que exiliarse, largar para Francia, porque ese sí que estaba muy metido en follones. O la hermana de Antonio Masip, el que fue alcalde aquí: Carmen Masip, que era compañera mía, y también tuvo que marchar para Francia. Esos sí que estaban. Pero yo no estaba en esos tejemanejes, no. Donde ya me metí un poco más fue cuando empezó la movida nacionalista. De aquella hubo un revulsivo de esto, que fue cuando aquel puntu robó las cruces de la Cámara Santa. Se puso de manifiesto que aquello estaba muy abandonado, que cualquiera podía entrar, y hubo un movimiento asturianista cultural fuerte. Que un ratero hubiera entrado sin dificultad en la Cámara Santa, se hubiera llevado la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas y las hubiera troceado para venderlas era muy simbólico. En 1977 fue, ¿no? Sí. En torno a eso se montó una plataforma en la que ya estuvimos nosotros como ANA. Una de las estancias de la sede de ANA. Foto: Alisa Guerrero ANA, la Asociación de Amigos de la Naturaleza, existía desde 1971. ¿Tú estuviste implicado en su fundación, o llegas más tarde? Estoy, sí, sí. La fundación se debe sobre todo a Miguel Ángel García Dory, que era ingeniero agrónomo y tenía esta sensibilidad. Conocía el mundo rural y el campo. Era de Les Arriondes. Reivindicaba mucho, por ejemplo, la protección de los asturcones; ese tipo de cosas. El movimiento ambientalista empezaba a surgir. De aquella vino a dar una charla el famoso [Félix] Rodríguez de la Fuente, que había fundado ADENA, la asociación del World Wide Fund en España. La dio en el salón de actos que tenía la Caja de Ahorros en La Escandalera y vino a proponer que se hiciera una sección de ADENA aquí en Asturias; él trataba de hacer secciones en distintos sitios de España. García Dory y otros de su quinta que tenían la misma sensibilidad (Alfredo Noval, que fue un famoso ornitólogo, los ornitólogos lo consideran el padre de la ornitología; Paco Mori, José Manuel Nebot, otro que era veterinario en Pola de Lena…) y que ya estaban en conversaciones para montar algo, entraron en la discusión de qué hacer, si integrarse en eso de ADENA o hacer otra cosa, asturiana, con la problemática de aquí de lleno. Optaron por lo segundo: una institución estrictamente asturiana, y fundaron ANA. En los estatutos sale como ámbito de actuación Asturias y, si acaso, las zonas limítrofes. El grupo fundador era aquella gente, pero también entramos unos cuantos estudiantes de biología. Debíamos de estar en tercero o algo así… Sí, tercero, porque empezamos en el sesenta y ocho, y esto es en el setenta y uno. «Teníamos claro el compromiso asturianista. Defender el patrimonio no solo natural, sino también cultural» Dices que os implicáis en la movilización en torno al robo de las cruces. Sí: aparte de los temas ambientales, teníamos claro el compromiso asturianista. Defender el patrimonio no solo natural, sino también cultural. Yo estaba de representante de ANA en la plataforma aquella en la que también estaban Amelia Valcárcel, Ramón Cabanilles, [José Ignacio] Gracia Noriega… Nos veíamos todas las semanas. Estaba también Julia Barroso, una moza que fue catedrática de historia del arte; [Fernando] Nanclares, el arquitecto… Y mucha gente alrededor. Hubo una gran manifestación. Nosotros, en ANA, a veces teníamos discusiones, porque había gente que no era tan sensible a eso del patrimonio; que consideraba que las cuestiones estas de patrimonio cultural no debían mezclarse con las de lo natural. Una defensa integral del patrimonio, de los tres patrimonios: el natural, el cultural y también el inmaterial; la lengua asturiana, por ejemplo, que ANA siempre va a utilizar y a defender. Claro. Yo siempre fui partidario de eso, y lo mantengo. Nos metíamos en plataformas ciudadanas de cuestiones diversas, seguimos haciéndolo. Ahora, por ejemplo, estamos en contra de lo de la Ronda Norte, que pretende atravesar con túneles el Naranco. Hace veinte años, cuando eso se empezó a plantear, ya estuvimos implicados; y ahora, en esta segunda andanada, veinte años después, volvemos a estarlo. Pero también estamos en la plataforma por la recuperación de la Fábrica de La Vega, por la utilización sensata de La Vega, contra la especulación y la madre que lo parió. O la Fábrica de Gas, también aquí en Oviedo. ANA siempre estuvo en estas cosas y creo que es un poco culpa mía, porque siempre tiré de ello. Algunos directivos no es que estuvieran en contra, pero consideraban que no había que meterse en esas cosas; que nos pasábamos de frenada metiéndonos. ¿El miedo a abarcar mucho y apretar poco, a lo mejor? Sí, abarcar demasiado. Pero había una réplica fácil, que es que no siempre es fácil diferenciar lo natural de lo patrimonial. Por ejemplo, estuvimos mucho en una pelea por unos texos que hay en Abamia, en Cangas de Onís; unos texos que hay delante de la iglesia que hay allí, que es donde se cuenta que estuvieron enterrados Pelayo y la mujer y qué sé yo. En un momento dado hicieron unos arreglos en la iglesia que implicaron hacer unas zanjas, y eso es algo que perjudica mucho a los texos, unos árboles totémicos y emblemáticos, pero delicados, que no admiten obras así como así. De hecho, creo que esos texos están bastante fastidiados como consecuencia de aquello. Se generó una movida con los vecinos y la gente de ANA fuimos por allí a apoyar. Defendíamos unos árboles, sí, pero, al mismo tiempo, también estábamos defendiendo un bien de interés cultural. Los bienes de interés cultural tienen que tener definida un área perimetral de protección, y normalmente, ahí está el texu, así que indirectamente estás defendiendo también la iglesia. Un conjunto. Sí. [Emilio] Marcos Vallaure, el que estuvo en la Consejería de Cultura en la época de [Sergio] Marqués, y fue el director del Museo de Bellas Artes, fue el que consiguió hacer esos perímetros y declarar protegidos árboles concretos, que fue otra cosa que peleamos durante mucho tiempo. Una de las cosas que hicimos desde ANA fue un catálogo de árboles notables de Asturias, y entre ellos destacaban netamente los grandes texos. Defendíamos su protección, pero tardó en haber una figura que la posibilitase. ¿Cómo lo protegías? No tenías manera. Era simplemente la buena voluntad de: oye, no vayas a cargarte el texu de Bermiego. Eso cambia con Marcos Vallaure, pero lo peleamos mucho. Los espacios protegidos, en general: la reserva natural parcial, la integral, el paisaje protegido, los monumentos naturales, que es una figura de protección pequeñina en la que encajan los árboles… En su momento hicimos un cartel [Carlos Lastra va a buscarlo a otra estancia de la sede de ANA]. Mira: «Monumentos asturianos vivos». El texu de Bermiego, el carbayón de Valentín, el negrillo del Reconquista, que cayó con una nevada… Estoy viendo ahí otro cartel que creo que me acuerdo de haber visto mucho, en su momento; ese de las culebras. El dibujo es de Alberto Álvarez Peña, ¿no? Con el Ayuntamiento de Xixón lo hicimos. Un dibujo de Berto Peña, sí. En ANA tuvimos secciones, aparte de en Oviedo, en Xixón, en Grao, en Mieres y en Avilés, creo. ANA funcionó en algún momento y lugar como tapadera legal de la actividad del PCE, en la línea de las sociedades culturales. Sobre la de Grao, mira, el otro día salió en el periódico una cosa que me llamó la atención. Le hicieron una entrevista a José Sierra, el que fue muchos años alcalde allí, que fue pareja de Laura González, la que fue presidenta de la Junta. Un clásico de Izquierda Unida, y del PCE primero. Le preguntaban: «Usted ¿cómo entró en el PCE?». Y dijo que el PCE estaba detrás de ANA. Me pareció desafortunado. Es verdad que, en Grao, fue el PCE quien montó la delegación de ANA. Lo había impulsado José Manuel Nebot, que era de allí. El fotógrafo, ¿no? Era fotógrafo aquí en Milicias, sí, y luego fue concejal en Oviedo. Y era un paisano que, con dedicarse a la fotografía de bodas y demás, y tratar con gente nada izquierdosa en general… En el PCE, recuerdo haber leído que hacía fotografías para los pasaportes falsos. Sí, debió de hacer de todo. Y procedía de Grao, y de aquella animó a todos a que se hicieran de ANA. Pero les insistía en que, aunque fueran del PCE y utilizaran la sede de ANA para reunirse, tenían que tener también actividad ambiental. «En ANA había de todo: gente del PCE, gente filo-PSOE, independientes y hasta alguno que no era de izquierdas en absoluto» Se lo creía, vaya. Sí, sí. Él quería que no fuera solo lo político a ir a jugar al parchís y a echar la partida. Pero sí que recuerdo un detalle que fue muy vistoso. Teníamos la sede en una plaza céntrica, y yo me acuerdo de ver en el balcón de la casa un gran letrero de ANA; pero, cuando se legalizó el PCE, inmediatamente quitaron el letrero de ANA y pusieron otro igual del PCE (risas). Pero bueno, esto era Grao. No era lo generalizado. En ANA había de todo. Había gente del PCE, no digo que no, pero también gente más o menos filo-PSOE e independientes que no estábamos en estas guerras. Hombre, un poco ligados a la izquierda sí, pero… Que también había alguno que no era de izquierdas en absoluto, ¿eh? Alfredo Noval era un paisano de derechas, lo que pasa es que era un naturalista de campanillas y un gran ornitólogo. Todo el rojerío que había por allí no le gustaba mucho, pero la naturaleza, los temas ambientales, los tenía claros. Carlos Lastra hojea un número de Asturnatura, la revista de ANA. Foto: Alisa Guerrero Quería preguntarte por vuestra relación, como ecologistas, con una izquierda que ha tenido y ha mantenido un imaginario muy industrialista, muy en sintonía con esa Unión Soviética que desecó el mar de Aral y provocó otros desastres medioambientales a partir de una visión netamente utilitarista de la naturaleza. Yo he visto fricciones a veces. En la Zona Oeste de Gijón hay un movimiento contra la contaminación contra el que he escuchado algunos comentarios despectivos de gente de esos barrios, que teme que esta movilización acabe conduciendo a la marcha de Arcelor y otras factorías contaminantes que dan trabajo en la zona. De hecho, el movimiento está más vinculado a Jove, zona residencial de casitas con jardín, una especie de Somió para pobres, que a La Calzada, barrio obrero puro y duro. La eterna historia, sí: esa izquierda tradicional. Pero bueno: ya digo que en ANA había muchos militantes del PCE. De algunos no lo sabíamos; de Nebot, por ejemplo, lo sabíamos un poco más, pero de otros… Tampoco lo andabas cacareando, ¿no? Y en torno a cuestiones de contaminación hubo muchas movilizaciones. La gente veía que se cometían atentados flagrantes contra la salud pública y se movía. El componente vecinal era importante. Es verdad que los vecinos son mucho de tener un problema concreto y llamarte, pero en cuanto se les resuelve, no quieren saber más. Pero moverse, se mueven. Por ejemplo, cuando se instaló la fábrica de Navia de Ence, hubo mucha movida allí, y había gente del PCE de aquella época claramente implicada y funcionando, tratando de pedir explicaciones, de saber qué se iba a hacer, cómo se iba a hacer, oponiéndose incluso a que aquello se hiciera… Algún proyecto se logró yo diría que parar, como aquel de poner una central nuclear en Artéu, en la concha de Artéu. También querían poner otra en San Vicente de la Barquera; me acuerdo de alguna salida hasta allí. Y mira, mientras cuento esto me estoy acordando de una anécdota de Nebot… Cuéntame. Se iba a hacer algo en algún sitio. No me acuerdo bien, ahora, de qué era. Y ANA pidió una entrevista con la directiva de la empresa en cuestión para ir a hablar de la contaminación. Fueron Nebot, que era un paisano muy atildado, de muy buena presencia, que andaba de traje y corbata de siempre, y no sé si Mori o algún otro que era, como Mori, profesor de inglés. El caso es que estaban ahí esperando a ser recibidos y, cuando por fin aparece por allí el presidente o el directivo de turno, le preguntan cómo están las cosas. Y este dice: «Bien, bien, ya está todo resuelto. Solo hay ahí unos ecologistas protestando que…». Que no debió de decir ecologistas, porque de aquella no se utilizaba el término todavía. Pero bueno, un comentario despectivo de esta índole. Entonces dice Nebot: «Yo soy de esa asociación, vengo en nombre de ella». El otro quedó descolocado. Se esperaría unos hippies de caricatura, ¿o qué? Ja, ja, sí, algo así. Yo era un chavalín, un estudiante, pero los otros eran veteranonos curtidos; paisanos hechos y derechos que tenían acceso a determinada gente que unos chavalinos como nosotros no tenían. Paco Mori, que murió hace unos años, y Enrique Pascual Jarero tenían una academia de inglés, la Cambridge School, aquí en Oviedo. Ahí iba todo el mundo, muchos ingenieros por ejemplo, gente de carreras técnicas de estas. Y les vendían ANA continuamente. Los hacían socios a todos; no se cortaban nada para decir: «Oye, tienes que hacerte socio de ANA, firma aquí». De aquella, entró un montón de gente. Muchos de ellos solo se hicieron socios y nunca más hicieron caso, claro, pero quiero decirte que esta gente tenía contactos con determinadas esferas que… Aquellos estudiantes de ingeniería de minas luego fueron directivos de empresas o gente con relaciones, a la que se podía acudir para que pidieran explicaciones al gobernador civil de turno, al alcalde de tal o a quien fuera. Tenían el contacto directo; llamaban a fulano o a mengano directamente. Otra cosa es que les hicieran caso, o que eso tuviera consecuencias, pero siempre es distinto que las explicaciones las pida alguien así o que las pida un chavalín novato que no sabe moverse por esos ámbitos. Pasaba una cosa, además, en esos primeros años. Era el franquismo, todavía; pero era una fase en la que el franquismo estaba ya muy en declive, de tal manera que, dentro de la Administración, había muchos funcionarios que eran sensibles a temas ambientales, y no se cortaban nada en hacer lo que podían; en hacer la guerra desde dentro. Cargos a veces incluso altos de, qué se yo, la Confederación Hidrográfica, o Demarcación de Carreteras, sitios así, que desde allí podían actuar, porque ya no había el control que había antes. Alguno hasta nos pasaba información de cosas. A lo mejor se enteraban, por su trabajo, de que había algún proyecto, alguna cosa, y nos avisaban, y cuando salía, cuando se materializaba, ya estabas preparado para quejarte, para decir cosas. Era un Estado en descomposición. Sí, sí, total. Mira, otra cosa con la que tuvimos éxito, y de la que me estoy acordando también, fue una iniciativa que partió precisamente de aquellos profesores de inglés. Estos habían estado viviendo en Inglaterra. Sus padres eran gente de izquierda y se habían marchado cuando la guerra. Luego volvieron, pero mantuvieron un contacto con Inglaterra, donde siempre hubo una sensibilidad y una afición grandes a la ornitología. Los ingleses son muy dados a los birdwatch, los miradores de páxaros, hay muchísima tradición. Tienen sociedades muy potentes, con castillos, con donaciones de cosas y de montes y la puñeta. Esa visión, esta gente la mamó cuando estuvo allí, pero luego volvió aquí y ni flores, claro. Pero tenían contacto con la embajada británica, y en un momento dado hubo una iniciativa de pedir películas documentales; buenos documentales que se hacían allí, cuando aquí no estaban los documentales de la 2, ni había televisión, ni casi nada. «Pedíamos documentales de la BBC e íbamos a institutos, colegios, asociaciones… Y hacíamos coloquios en los que tratábamos de ligar con Asturias lo que habíamos visto» Documentales de la BBC y así, ¿no? Sobre todo de la BBC, sí. Eran cojonudos. Eran películas de rollo y proyector, así que se compró un proyector. Se pedían prestados esos documentales por un mes, a lo mejor, y entonces ibas a institutos, a colegios, a asociaciones de vecinos, a sitios de estos, a proyectarlos. Eran todos de fuera, pero lo que hacíamos era unas charlas, unos coloquios subsiguientes en los que tratábamos de ligar con Asturias lo que habíamos visto; con problemas de aquí. Te hablaban de los leones de la sabana o tal y tú tirabas del hilo y sacabas a relucir los osos, lo que tenías aquí, tan merecedor como lo otro de protección. Eso dio mucho juego, porque fuimos muy vistos por los chavalinos en los institutos y tal, y muchas veces se hacían socios. Fue una gran difusión de la asociación. Por la educación ambiental peleamos mucho. Fue una de las tareas primeras que asumimos. Con el tiempo, ya los gobiernos fueron haciéndolo, obviamente, y fue volviéndose una cosa más transversal, pero de aquella era una de las iniciativas nuestras. Carlos Lastra posa con uno de los carteles de ANA. Foto: Alisa Guerrero Hay una serie de espacios cuya protección debe mucho a ANA: Muniellos, Somiedo… O los mismísimos Picos de Europa, que fueron el primer parque nacional español, en 1918, pero de los que solo estuvo protegido el macizo occidental, la «Montaña de Covadonga», hasta 1995, cuando se amplia esa protección a los otros dos macizos. Lo peleamos siempre, sí. Ya era una cosa de García Dory, que había hecho algún estudio. Nosotros insistíamos en que los Picos de Europa eran una unidad biogeológica. Aquella declaración de 1918 había estado motivada menos por naturaleza que por la historia. Se trataba de proteger, no un paraje natural valioso, sino el escenario de la fundación mítica de la patria. Bueno, pero no hay que perder de vista que fue iniciativa de Pedro Pidal, que era un paisano que era montañero, alpinista y tal y cual. Era diputadón, un paisanón de aquellos, marqués y todo eso, y tenía muy buena prensa. Hablaba con el rey y con tou dios y en las Cortes, y era muy entusiasta de la naturaleza y de la escalada. Ahí está la gesta del Urriellu con el Cainejo. El argumento histórico lo utilizó, claro, porque era potente, pero poco después que los Picos de Europa se declaró parque nacional Ordesa, en los Pirineos, todo inspirado en lo que se había empezado a hacer en los Estados Unidos, con los Yosemite y los Yellowstone. Pidal era senador. Y hay por ahí un discurso suyo de aquel momento en el que dice, cito de memoria: «La naturaleza allí es tan viril que, más que naturaleza, habría que decir naturalezo». ¿Eso decía? Ja, ja. Muy poco políticamente correcto hoy en día (risas). Bueno. Nosotros reivindicábamos todos los valores ambientales que tienen los Picos de Europa, la ganadería, todo el asunto. Y siempre estuvimos pendientes de evitar que se hiciera por allí algún desmán a la vez que propugnábamos la protección integral. Hacíamos unos encuentros en los que participaba el Colectivo Montañero para la Defensa de los Picos de Europa, Avelino Cárcaba y toda esta gente; nos reuníamos todos los años en verano, cada año en un sitio: Asturias, León o Cantabria. Hablábamos del parque nacional y de lo que podía ser y machacábamos para que se ampliara. Los partidos fueron entrando poco a poco y María Luisa Carcedo fue la que acabó de convencer al PSOE cuando era consejera de Medio Ambiente. Por aquella época estaba de presidente de ICONA Humberto da Cruz, que era un paisano que procedía de Amigos de la Tierra. «Nos opusimos siempre a los teleféricos. A la sociedad, de pronto, le gusta la naturaleza, pero quiere que sea un parque de atracciones» Evitasteis que se construyera un teleférico en la Cruz de Priena. Sí, sí. A los teleféricos nos opusimos siempre. Es lo que pasa siempre: a la sociedad, de pronto, le gusta la naturaleza, pero le gusta una naturaleza que sea un parque de atracciones. Si no hay actividades, si no hay nada que hacer, la gente empieza a preguntarse: ¿a qué cojones vine yo aquí, que el gallo canta y me jode la mañana, y las vacas cagan, y no hay nada que hacer, y no hay un teleférico que me encarame en algún sitio? Quieres naturaleza, pero que te lo pongan fácil. O la gente que se queja de que «vine aquí porque hay osos y no veo osos». Tienes que ponerle los osos delante. Ya ves el éxito que tienen los observatorios de osos que mal que bien van haciéndose y que, pues vale: ves al oso a lo mejor en un valle ahí enfrente, no hay problema. Pero siempre habrá el que te diga: «No te preocupes, mañana llévote yo a que lo veas más cerca», y te lleva a que te pongas en la chepa del oso a sacarle fotos. Eso no puede ser, y hay hosteleros que tienen muy claro que no puede ser, pero otros no. Y a lo mejor lo que haces es espantar a una osa con cría de un sitio en el que está segura, y que pase por un sitio al que venga el macho y le mate a las crías, como sabes que pasa. Hay filmaciones en las que se ve al oso matar a los osinos, que es un comportamiento que, por lo visto, también se da en leones y especies así. Para que entre en celo la hembra, matan a las crías. La osa lo sabe y busca sitios controlados, en los que se menee bien y sepa defenderse, pero si viene el turista del turno y le espeta un flaxazu por delante, igual se aparta para otro sitio en el que ya no esté segura, y venga el oso y le joda la reproducción. Pues bueno, con los teleféricos, en los noventa, e incluso en los 2000, había un ingeniero o algo así que no sé si murió ya, y que tenía un proyecto de llenar de ellos los Picos de Europa. Como una telaraña: subir a aquel pico, a este y al de más allá. Si das poder a un personaje así, te arma la de Dios. Afortunadamente, aquello no cuajó, ni cuajaron otros que hubo en Somiedo, en Riosa… «Con el funicular de Bulnes, visto en perspectiva, reconozco que nos equivocamos. Con el tiempo vimos que la solución fue realmente buena» Lo que sí cuajó, contra vuestra oposición, fue el funicular de Bulnes. Sí, y mira: ese es un tema con el que, visto en perspectiva, reconozco que nos equivocamos. Nos opusimos; veíamos que se iba a furacar la peña y que eso no podía ser. Con el tiempo, vimos que aquella solución fue realmente buena: es un tren de solo dos vagones, uno que baja y otro que sube, y que te mete gente en Bulnes, porque, bueno, la gente quiere ir a los sitios, pero no es un desmadre. Nosotros teníamos presente el ejemplo de Fuente Dé. Hicimos un cartel con una foto en la que veías a uno de los del teleférico vaciando un cubo de basura por el monte p’abajo. Cuando te cuesta un poco de esfuerzo subir a un sitio, vas ligero, vas con el menor peso posible. Si subes fácil, llevas la merienda, llevas tal, tiras basura, eres menos cuidadoso. No lo valoras igual. Cierto esfuerzo le da valor al sitio; hace que se lo des. Si no hay esfuerzo, la gente sube con tacones, con calzado indebido, hay que andar rescatándola, ya sabes. Con lo de los teleféricos, nos decían: «¡Oye, Suiza está llena de ellos!». Pero era otro tiempo. Y son otros montes, otra dimensión, pero sobre todo era otro tiempo. Las cosas cambiaron. Cambiaron para muchas cosas. La canalización de los ríos, por ejemplo. En Mieres tienes el Caudal canalizado, pero, hoy en día, desde Europa, y ya lo hacen en Alemania, lo que te dicen es que se elimine los encauzamientos. La renaturalización de los ríos. Sí. A los ríos hay que darles su recorrido. Pero claro: metes edificaciones en zona inundable y luego hay que andar haciendo diques y la de mi madre. Es absurdo. Hoy somos más conscientes de que lo es, y vamos siéndolo de que hay que respetar las zonas inundables de los ríos, de que no hay que meter teleféricos por todas partes… Haz que la gente vaya con más cuidado a los sitios, no quieras hacer parques de atracciones. Si la gente va a un sitio donde hay osos, que le satisfaga el hecho de que los haya; que le digan «mira, por allí andan los osos», y con eso se conforme. Yo voy a un sitio así y estoy contento con que haya osos; no necesito verlos delante, ni sacarles la foto. Esta noche dormí en casa de mi hermano en un pueblín de Cudillero, y por la noche me asomé un momento a la ventana —es un chaletín con un poco de finca—, me dije «esta noche de luna a lo mejor veo algo», y ¿quieres creer que vi un raposu subirse al murete de la finca? Guapísimo. Claro que lo es. Si lo ves, pues lo ves, y qué bien, pero ya está. No te pongas a sacarle una foto; tienes fotos de raposos preciosas a montones, ¿para qué quieres sacarle una tú, que encima va a salir mal? Una de las primeras actividades de ANA fue realizar un censo de urogallos. Miguel Ángel García Dory se encargó de compilarlo en compañía de un grupo de miembros de la asociación. Sí, sí. Era socio nuestro un personaje que fue también un ornitólogo ilustre: Javier Castroviejo, que era biólogo, y fue el que definió la subespecie cantábrica de urogallo, distinta de la del Pirineo, que además debe de estar ya medio extinta. ¿Qué pasa con los urogallos? Son una fauna típicamente de Centroeuropa, que con las glaciaciones bajó al borde de lo glacial. Fue cuando se instalaron aquí, en la cordillera cantábrica, el Pirineo y todo eso. Cuando la glaciación remitió, volvieron a su sitio, que es Centroeuropa. Son unas aves que se alimentan fundamentalmente de pináceas, de acículas, hojas de árboles que no es la flora característica de aquí. Las poblaciones de urogallo que quedaron aquí son poblaciones residuales, que se acantonaron aquí y se especializaron en comer lo que había aquí: hojas de acebo, arándanos, cosas de estas que no son la dieta habitual de los urogallos. Hay un proceso que parece que es irreversible de extinción de los urogallos aquí. Están fuera de su sitio. Además, en su día se cazó. Carlos Lastra muestra una campaña en defensa del urogallo. Foto: Alisa Guerrero Te leí contar en una entrevista de hace años que ahuyentabais a los urogallos por los montes cuando Fraga Iribarne venía a cazarlos. Yo era un rapacín entonces, pero sí: Castroviejo y esta gente iban a la zona de Los Ancares cuando había cacerías de Fraga Iribarne y gente así a tirar voladores la noche antes, para espantarlos. Ya sabes cómo son las cacerías de urogallo: van como a tiro hecho, con los guardas, que saben muy bien dónde están los cantaderos. ¡Porque además se cazaba en los cantaderos! Te llevan al cantadero, pegas el tiro y ya está. Si los espantabas de allí, les jodías la cacería al día siguiente. Se estaba en que había que suprimir esa caza, y se fueron consiguiendo vedas provisionales, hasta que en el año setenta y tres o así sale la primera normativa de protección más formal, que incluía al urogallo, al oso y ese tipo de especies. Por los osos iba a preguntarte también. De aquella se los mataba un poco alegremente, sin consecuencias: veneno, lazos, cosas de estas. Me acuerdo de un pleito curioso en torno a un oso que mataron en Lena, en el año setenta y pocos. Hubo una sentencia judicial diciendo que primero era la economía del paisano y sus intereses y luego la protección del oso, cosa que hoy en día no se podría formular así. Que no es que sea primero ni después, pero, de poner algo primero, la conservación está bastante más arriba que lo otro, para lo que hay indemnizaciones y cosas, ¿no? Carlos Lastra muestra un premio del Centro Asturiano de Madrid. Foto: Alisa Guerrero En cuanto a protección de los espacios naturales asturianos, te he leído alabar mucho la sensibilidad de los gobiernos de Pedro de Silva. ¿El que probablemente sea el mejor presidente que ha tenido Asturias en el período democrático también lo fue en esto? Siempre lo digo, sí. Con la perspectiva del tiempo, te das cuenta. De aquella, nos estábamos peleando con ellos; los poníamos a parir porque no tomaban no sé qué decisión, o tomaban esta otra, pero con el tiempo, con todo lo que fue viniendo, ves que no hay color. La sensibilidad que tenía Pedro de Silva no la vimos después. Él es montañero, le gusta andar por el monte, conoce el monte; y aunque no es muy populista, en el sentido de que no debe de tener mucha facilidad para tratar con la gente, porque al fin y al cabo es tímido, introvertido, y además es de familia bien, la sensibilidad esa la tenía. También con el asturiano. Aunque bajo su mandato no se declaró la cooficialidad, probablemente haya sido el presidente socialista más proclive al asturiano. Con mucho. Hasta ahora con Barbón. Otros son directamente beligerantes contra el asturiano: vimos a Vigil firmar contra la cooficialidad con Vox, a Javier Fernández no queriendo saber nada de ello y diciendo que mientras él estuviera no se hablaría… Pedro de Silva sí tenía esa sensibilidad. La política de espacios protegidos, la visión de las posibilidades de futuro que tenían los parques naturales, es de su época. Somiedo, que con sus más y sus menos es un poco la joya de la corona, yo creo que se protegió estando él; y si no fue entonces, fue su gobierno el que puso las bases, preparó la normativa y demás. Marcó por dónde debían ir los tiros. Tanto él como el de Ordenación, Vivienda y Medio Ambiente, Arturo Gutiérrez de Terán, tenían una visión sensata de las cosas y, con las limitaciones que tenían, la pusieron en práctica. Era un gobierno con pocas competencias, todavía. De hecho, él se va por que no le transfieren sanidad y no recuerdo qué otra cosa, aparte de por la engarradiella permanente que debía de tener con [José Ángel Fernández] Villa, tremendo personaje. Ese sí que no debía de ser muy proclive a conservación ni a leches. ANA surge en un momento, los años setenta, en el que habían comenzado a hacerse cosas desde la Administración, pero de una manera paradójica, equívoca. El ICONA, dependiente de Agricultura, patrocinaba los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente a la vez que permitía que sus ingenieros aterrazaran los montes españoles para inundarlos de plantaciones de pino y eucalipto. La cuestión de los montes y de las plantaciones, sí. Fíjate, en aquel entonces, nosotros estábamos en la dinámica del pleno apoyo a los paisanos, al mundo rural que reivindicaba los montes, la propiedad de los montes. Se ponía muy de manifiesto cómo se habían quitado montes a vecinos. Hubo incluso algún caso de algún rapaz al que mataron por Allende o así, en alguna manifestación o movida, defendiendo los montes. Recuerdo que declaramos socia de honor de ANA, en el setenta y cinco o así, a una paisana de Cangas del Narcea, del bosque de Hermo concretamente, que es un fayéu muy conservado que querían comprar para madera y tal y cual. Era un monte comunal, de los vecinos, con lo cual no estaba establecido que esto era tuyo y lo otro del de más allá, sino que era de todos; del pueblo. Y cuando iban a tratar de señalar un árbol para cortarlo, ella decía: «No, no, esti ye míu». Y si iban a otro, decía: «Esti ye míu tamién». Nadie le podía decir que no. «Al principio, defendíamos la propiedad parroquial de los montes. Ahora nos oponemos a la reversión a propiedad vecinal de los montes públicos» Todo era de todos. Fuenteovejuna. Todo era de todos, sí. Pues bueno, de aquella estábamos con la cosa de que la propiedad de los montes, siempre que fuera posible, fuera de las parroquias, de las comunidades estas. Nos parecía lo más conservacionista, lo mejor para el monte. Si tienes parte de la propiedad del monte aquel, serás el primer interesado en conservarlo, en evitar que se queme, que se destroce… Lo entendíamos así. Ahora, sin embargo, estamos en una posición un poco contraria y nos oponemos a la reversión a propiedad vecinal de los montes públicos. Hay una norma, y algunos están iniciando trámites. Rodríguez-Vigil es un máximo defensor de eso; de que el porvenir de la Asturias rural solo se resuelve dando la propiedad a los vecinos. Nosotros, ahora, tal y como están las cosas, y conociendo como conocemos a algunos de los que viven en el ámbito rural —supongo que luego querrás entrar en el tema del fuego, que válgame Dios—, recelamos de eso. Muchas veces, los paisanos quieren los montes para lo más sencillo: plantar eucaliptos, no flora autóctona ni nada por el estilo. O alquilarlo para parques eólicos, o para la gestión de Ceasa o lo que sea, no para el ganado. Nosotros nos oponemos e hicimos alegaciones contrarias a unas cuantas cesiones de montes en Riosa, en Cudillero y en varios otros sitios donde hay gente muy enfotada en eso. Concretamente, en Riosa, Morcín y por aquí, hay un compañero nuestro que vive allí, que conoce a la gente y que nos dice que los que están tratando de conseguir esos montes resulta que son de los incendiarios, de los más broncas. ¿Para qué lo quieren estos? Pues para alquilarlo después a no sé quién. No se garantiza nada. Te preguntaba antes por vuestra relación con la gente de izquierdas partícipe de un imaginario industrialista. Te quería preguntar también con la que habéis mantenido con la gente del campo. Ha sido difícil, ¿verdad? Ese estereotipo del ecolojeta… Muy difícil. Todavía salió un artículo el otro día en el que hablaban de los ecologistas de la calle Uría. Los ecologistas de la calle Uría somos nosotros. Se nos dijo siempre: «esos de la calle Uría que no sé qué y no sé cuánto». Una relación difícil. También está la relación interesada que mencionaba antes: tienen un problema y entonces sí, vienen a pedirte ayuda. Aquí nos venía de continuo gente con problemas a ver si la ayudábamos en esto o en lo otro. Hasta a mi despacho de la Facultad de Biología llegaba gente a veces, que yo no sé cómo coño lo averiguaban: una cosa era que vinieran a ANA, que se entiende, y otra que aparecieran por allá. Debían de mover Roma con Santiago. Me estoy acordando ahora de un matrimonio de paisaninos del Occidente que se me plantó allí de repente para contarme no recuerdo qué problema. Quedé sorprendidísimo. Venían como quien va al santo de turno a pedir un milagro. Mira, todos los años se celebra el Día del Medio Ambiente. Cinco de junio, ¿no? Sí. Nosotros, cada año, escogemos un tema. Lo acordamos entre todos los grupos ecologistas y plataformas de uno y de otro, que ahora son un montón. Buscamos un problema para el que haya vecindario interesado y hacemos la cosa del Día del Medio Ambiente en ese sitio y no en otro. Pero tiene que haber vecindario interesado. A veces, haces reivindicaciones en las que el vecindario no solo no está interesado, sino que está directamente en contra. Ando leyendo las actas de ANA, para una cosa que está saliendo en la TPA, donde cuento cada semana un poquitín de la historia de la asociación, y justo ahora estoy leyendo las de los años noventa y tres, noventa y cuatro, cuando nos topamos con el gran problema de las minas a cielo abierto que estaba tramitando HUNOSA en varios sitios, a raíz de que empezaran a venir mal dadas para la minería de interior y de que ahora fuera posible —antes no había la maquinaria— eso de mover toneladas y toneladas de tierra para sacar un poco de carbón. Después de todo lo que la minería había destrozado en las cuencas, de todo el daño que se había hecho (y beneficio también, pero mucho daño), que solo ahora empieza a recuperarse, venía aquella invasión de iniciativas, y nosotros nos oponíamos como podíamos y, sobre todo, con un instrumento que eran las evaluaciones de impacto ambiental, que empezaron a funcionar de aquella. Íbamos al fiscal de Medio Ambiente y demás. A veces contábamos con el apoyo de vecinos que estaban en contra, porque les llevaban por delante prados y demás. Pero hubo otra actuación por Cangas del Narcea con la que hubo la de Dios. Los mineros de la zona, que eran mineros de interior, pero querían el cielo abierto, porque era la manera de que siguiera el asunto, nos amenazaron, nos tiraron piedras… ¡Uf! Otro tema conflictivo en el que estuvimos solos durante un tiempo, pero luego se ganó, fue —no se si te sonará— el de la carretera alternativa al Connio, el puerto este que pasa de Cangas del Narcea a San Antolín de Ibias. Como sube a cierta altura, por invierno siempre se cerraba, por la nieve. Ahora la cosa cambió, pero en aquel momento había ese problema de comunicación, y se buscaba una alternativa. La primera que concibieron y que empezaron a resolver era una carretera entre Cecos, en Ibias, y L.larón, en el concejo de Cangas: una carretera que iría más o menos al lado de un río y que, por lo tanto, era mucho más baja. Nosotros nos opusimos frontalmente, porque se iba a meter por un sitio de los de mayor calidad del Occidente, pillando incluso un cacho de la reserva natural integral de Muniellos. Como siempre, se descojonaban de nosotros: «¡Estos de la calle Uría no tienen ni puta idea, no saben de lo que hablan! ¿Cómo que pasa por Muniellos? ¡Qué sabrán ellos!». Nosotros decíamos: «¡Cojona, míralo en el mapa, chaval! Los que no tenéis ni puta idea de mirar un mapa sois vosotros». Efectivamente, no pasaba por la entrada principal de Muniellos, Tablizas y tal, sino por un lateral, pero afectaba; y afectaba a zonas muy guapas, muy conservadas. Peleamos. Los vecinos, que eran los que sufrían el tema del Connio, estaban muy enfotaos con eso; querían una solución, y nosotros les estábamos diciendo que no. Me acuerdo de participar en una mesa redonda para un programa de radio que hacían en San Antolín de Ibias, en un colegio con mucha actividad, que tenía hasta aquella emisora. Fui a defender nuestra posición con todo el auditorio en contra; un momento jodido, difícil. Violento. Tenía cierto miedo; acojonaba un poco. Siempre puede haber algún exaltado que te arme alguna, que se caliente, que te pinche el coche o alguna pijada de estas. Pero defendíamos que la solución tenía que ser otra, y de ahí no nos movíamos. Y al final la hubo, ¿no? Por el Pozo de las Mujeres Muertas. Sí: al final se hizo la carretera por el Pozo de las Mujeres Muertas, que pasa un poco más abajo, con lo cual se solventó la cosa. El daño, siempre hay alguno, pero era menor. Pues bueno, volviendo a tu pregunta sobre la relación con los vecinos, ya ves: difícil. Pero también hay sitios en los que nos reciben con los brazos abiertos: Paredes, por ejemplo, un sitio muy guapo, en Valdés, que nos hizo socios de honor de la asociación y todavía nos dieron eso este mismo año [Carlos señala la Nutria/Llóndriga de Honor que descansa sobre una mesa]. Carlos Lastra muestra la Nutria de Honor. Foto: Alisa Guerrero Ahora mismo, hay una serie de debates abiertos que levantan grandes pasiones. Mencionabas antes el de los molinos eólicos. Desde el movimiento ecologista se dice: «Renovables sí, pero no así». Desde luego, hay críticas muy pertinentes que hacer a cómo se está planteando la cuestión, pero ¿no se corre el riesgo de parecer simples luditas, enemigos del progreso? La imagen de «por culpa de estos se desmantelaron las centrales térmicas, pero las renovables tampoco les valen, no les vale nada, quieren que nos alumbremos con un candil», ¿cómo se combate, cómo la combatís? Lo que yo digo a eso es, en primer lugar, que en Asturias pagamos un alto precio por la energía. Resulta que aquí tienes media docena de embalses: desde los embalsinos y la central de Somiedo, que fue la primera que dio electricidad aquí en Oviedo, para el hospital y la cárcel y sitios de esos, con agua del Lago del Valle o uno de esos, y una central en La Riera, hasta los grandes embalses del Navia, que son tres seguidos, entre ellos el de Salime, que es un señor embalse. Ahí ya se pagó un precio considerable por producir energía hidroeléctrica; hubo un coste ambiental en tiempos en los que ni se hablaba de eso. Después vino la andanada de las minicentrales hidráulicas, con las que también nos peleamos, pero de las que muchas se hicieron. Luego vinieron las térmicas. Aquí teníamos carbón y se montó el que seguramente sea el mayor parque de térmicas de España: Soto de Ribera, Soto de la Barca, Aboño, Lada… Asturias exportaba electricidad; producíamos tanto que, aunque teníamos industrias electrointensivas que la consumían, sobraba. Sigue sobrando; todavía producimos más de lo que necesitamos. Pero ahora viene la generación de la energía verde: los eólicos. Y la primera pregunta que yo hago es: ¿tenemos que poner nosotros el huevo para todas ellas? ¿Siempre aquí? Vale, aquí teníamos agua, así que centrales hidroeléctricas; aquí teníamos carbón, así que centrales térmicas. Libramos de las nucleares, aunque hubo algún proyecto por ahí. Ahora nos vienen con esto, pero viento y sol lo hay en otros sitios, así que puedes ponerlo en más sitios. ¿No puede estar la cosa más repartida? Estas cosas se venden como verdes, pero cuando se plantean en plan industrial y de gran producción tienen un impacto tremendo. Visual, en primer lugar. Material, también: tienes que poner todas las traídas, ponerlo en uso y tal. Pero ya simplemente con el visual… Ahora que una de las pocas posibilidades que tiene Asturias es el turismo de naturaleza y del paisaje, pues jodes el paisaje. ¿Van a venir a ver molinos de viento? Para eso van a La Mancha a ver los del Quijote, que sí tienen valor turístico. Ja, ja. Ya. Nosotros tenemos aquí montones de consultas, porque uno de los servicios que prestamos son las consultas para evaluaciones de impacto ambiental. Tenemos ahí miles de proyectos a los que antes atendíamos mucho más. Ahora ya no damos abasto. Últimamente, lo único que nos mandan es de construcción y ampliación de parques eólicos. Ya no contestamos a nada, ni decimos nada, también porque no te hacen ni puto caso. Una cosa es que te lo tramiten y lo consulten, porque tienen obligación de hacerlo, y otra que sirva para algo. Para hacer un esfuerzo que no sirva… Lo poco que puedes hacer, lo haces en lo que tenga un poco más de posibilidad, ¿no? Pero bueno, es tremendo el tema este. No se calibra bien la dimensión de las cosas. Quieres tener el mismo consumo o hasta aumentarlo; aumentar la demanda, como dicen. ¡Lo que hay que hacer es bajar el pistón, no subirlo; conseguir que haya menos demanda, no más! La demanda puede ser infinita. Si quieres, puedes gastar electricidad en cualquier pijada. Pero hay que hacer campañas de ahorro energético, lo mismo que con el agua. ¡Más agua, más agua, más embalses para consumo de agua, más regadío, más trasvases! No, joder: tienes que aquilatar la demanda a las posibilidades que hay, tratar de educar a la gente. Es muy fácil decir: «¡agua para todo, a demanda!». Pero ya se está viendo que no va a ser posible seguir infinitamente con esto. Tienes que educar en el consumo racional y responsable, en la economía del agua y de la electricidad. Está bien que busques energías alternativas, pero no quieras mantener el mismo nivel, porque entonces todo el campo es poco. Es triste ver, cuando atraviesas Castilla, lo que antes eran campos de trigo convertido en campos de placas solares. Da un poco de dolor. Alguna está bien, pero llenarlo todo… En nuestro caso, en Asturias, lo solar no da tanto juego, pero lo eólico sí. Y el impacto es muy considerable. Otro paraje asturiano que os debe mucho es la ría de Villaviciosa. Lo trabajamos mucho con los ornitólogos, sí. Ahí estaba Alfredo Noval, que vivía en Miravalles, ahí cerca, y conocía muy bien la ría. Se propugnaba como zona de reserva de aves; aves de río, limícolas. La dinámica fue la misma que la que comentaba de los urogallos: primero se consiguió vedar la caza durante un tiempo, luego la veda definitiva y finalmente la declaración de espacio protegido; de reserva natural parcial, que es lo que es ahora. Mira, otro tema conflictivo, que tú que me decías que eres de allí conocerás, es el de los porreos. Leí en alguna parte que la palabra porréu, que solamente se usa allí, viene del holandés, de polder, debido a la presencia de ingenieros de allá en Villaviciosa a principios del siglo XX. Ah, qué interesante. Pues mira, este es otro ejemplo de cómo cambian las interpretaciones. Nosotros, en su momento, defendimos los porreos, pero sabes que lo que está pasando ahora es que los muros de contención, como dejaron de mantenerse, se están cayendo, y la ría va invadiendo los porreos, que ya no se utilizan tanto. No sé si hay alguno que se utilice, pero están más o menos abandonados y aquello se va reconvirtiendo en lo que era: una zona de marisma, de estuario. La ría de Villaviciosa es un estuario que se alteró poniendo la canalización y creando los porreos, pero eso era una concesión; no era definitivo. Es verdad que hay un debate ahí sobre la biodiversidad. Un estuario es un sitio más o menos rico en especies, pero, si al lado de eso tienes fincas de cultivo y demás, aumentas la diversidad de fauna. Habrá las especies propias de la ría y las propias de zona agrícola. Es un poco paradójico que un medio artificializado tenga más biodiversidad que un medio natural, pero es así. De todas maneras, desde el punto de vista ambiental, tienes que darle prioridad a lo natural. Nosotros, ahora, abogamos por eso; tenemos más claro que lo suyo es volver a lo que había. Pasa lo mismo con las praderías de montaña, esas preciosas praderías que tenemos con el ganado y todo eso. Es artificial. Si eso lo dejas, vuelve a su ser, a lo natural, que es que salga matorral, que el matorral cada vez sea más grande, que luego salgan árboles y que se convierta en bosque. La vocación del lago Enol y todas aquellas zonas de pradería tan preciosas es el bosque. La dinámica fitosociológica, su clímax, es el bosque. Si dejas una pradería evolucionar, se convierte en bosque. Tradicionalmente, los humanos lo quemaron, lo eliminaron y crearon pradería, y la pradería también tiene su riqueza, es un medio muy diverso, pero es solo pratense. Si lo dejas, sale bosque, que igual es más monótono en el sentido de más uniforme que alternándose con pradería y ganado, pero es lo natural. Pero ¿no es un poco problemática esa dicotomía perfecta entre lo natural y lo artificial? Los humanos, nuestra actividad, tanto más una actividad prudente, solo moderadamente invasiva —un porréu no es el reactor descalabrado de Chernóbil—, ¿no somos también parte de la naturaleza, del ecosistema…? Sí, bueno, aportamos riqueza —aparte de la riqueza económica, claro está—, incluso a nivel de biodiversidad. Lo que decía antes. Hay que conseguir un equilibrio. Pero lo que no puede ser es que nadie se pase, ni se arrogue que esto o aquello es suyo y que nadie le puede decir no sé qué. Con el tema de los incendios, hay un profesor de ecología de la facultad, Dani, que estudia estos medios y dice cosas, le estoy leyendo cosas, que yo no sabía. Por ejemplo, que los matorrales cantábricos hacen más fijación de CO2 al suelo que ninguna otra especie de matorral de la Península. La fijación de CO2 es una de las grandes necesidades que tenemos hoy en día. Si quemas eso, primero, aportas más CO2 a la atmósfera, pero encima pierdes esa mayor capacidad de fijación que tiene el matorral sobre la pradería. Por los incendios terribles que hemos vivido este mes de marzo en Asturias iba a preguntarte. Incendios provocados, para los que existen varias teorías en cuanto a su autoría. ¿Cuál es la tuya? ¿Quién incendia Asturias y por qué? Nosotros mantenemos, porque así lo reconoce incluso la Fiscalía, que el noventa por cien de los incendios son atribuibles a los ganaderos. Barbón está haciendo declaraciones razonables, diciendo que quiere ver en la cárcel a los incendiarios, que son unos terroristas. Pero hay unas declaraciones por ahí, en sede parlamentaria, de su consejero de Medio Rural —que es hijo de sindicalistas agrícolas; el padre y la madre eran líderes sindicales—, diciendo que «los que venimos del medio rural entendemos muy bien la cultura del fuego» y que hay que hacer pedagogía, porque los de ciudad no lo entienden, y hay que hacérselo entender. ¡Joder, chaval, no puedes decir eso! Si dices eso, los que tienen la cultura del fuego, cerilla que te crio, y todavía será culpa de los gilipollas de la ciudad, que no lo entienden. Es verdad que lo del fuego es tradicional, que siempre se quemó. Pero se quemaba en una época en la que había mucha más gente en el campo, con lo cual se controlaba mejor. Se hacía en esta época, cuando empieza a calentar y hay viento sur. Llovía más que ahora… Claro, exactamente. El cambio climático. Llueve mucho menos y eso dispara más los incendios. Y los incendios no afectan solo a la fauna y a la vegetación: también a los propios humanos. ¡Se queman casas, joder! Algunos pasan unos sustos de la puñeta. Se muere gente, mueren bomberos. Se consumen recursos públicos para que cuatro ganaderos se beneficien con sus cuatro vacas, cuando además, muchas veces, ni siquiera es su dedicación principal, sino que son jubilados que tienen vacas porque les gusta, porque tienen posesiones por ahí. No puede ser que para esos cuatro se sacrifique todo lo que se sacrifica, todo lo que se destruye. Piensa, por ejemplo, en la cantidad de ñeros que se queman. Tienes a todas las aves anidando ahora, en primavera. De repente viene un incendio de estos y las crías en los nidos, los huevos, se va todo a la mierda. Se va a la mierda la fauna que no se mueve y no puede volar y los que vuelan pero, como están criando, ahí se quedan los pobres. Hay que hacer pedagogía, la pedagogía que dice el consejero, pero con esta gente. Decirle: «Mira, esto ya no es como era, y ya no puedes quemar». Leí el otro día que la Unión Europea va a hacer alguna norma de estas que prohíba totalmente el fuego; que no van a consentir la utilización del fuego para nada. Pues hay que convencer a los paisanos. ¿Es jodido? Pues lo es. Si tienes que arrancar matorral, tendrás que arrancarlo tú o pagarlo. Las cosas tampoco son como antes en cuanto a que antes se utilizaba más el rozu, los matos, el felechu, todo esto. Se utilizaba para las cuadras, para cama de ganado y tal y cual. Hoy en día ya no se usa, y aquello invade, y estos consideran que lo que invade está sucio, abandonado. ¡Ni es sucio ni está abandonado! Ese mensaje de que esa vegetación es suciedad y abandono hay que desterrarlo, también. Es vegetación tan digna y válida o más que desde luego los eucaliptos. Los eucaliptos rendirán otro beneficio, pero lo otro, ambientalmente, es más importante. Esto hay que explicarlo y te dirán lo de siempre: que no tienes ni puta idea y que los que saben son ellos. Pues mira: multa que te crio, o cárcel que te crio, porque pusiste en riesgo lo que pusiste, y tienes que pagar. Te estaban diciendo que, con estos índices de riesgo, no podías quemar, pero hiciste lo que te salió de los cojones. Mientras no se escarmiente a esta gente, no se conseguirá resolver. A veces te dicen que no fue intencionado, que no era quemar por quemar, que fue que se escapó. ¡Pues no puede escaparse! Si se te escapó, es que lo hiciste de una manera que no debías. Luego hay otros incendios más incomprensibles, como este del Naranco. ¡Doce focos distintos! Y esto sí que no es para ganado, ni para nada. ¿Piraos que aprovechan…? No sé. A mí me mandó un mensaje un guarda forestal socio nuestro, del Occidente, diciéndome que estos incendios son cosa de gente quemada, cabreada y resentida, que quema por joder. «¿La cultura del fuego? Entiende que no puedes quemar. Y si no lo entiendes, te metemos preso, o te clavamos una multa que te crujan, y ya verás cómo lo entiendes» ¿Quemar el Naranco, al lado de la capital de Asturias, para mandar un mensaje a las autoridades que se radican allí? El incendio del Naranco encaja perfectamente con algo de eso, pero este me lo decía en general, de todos los incendios. Y él es guarda forestal y vive en el Occidente, o sea que sabe un poco el percal. Conoce gente que quema. Muchas veces es gente que no tiene ni ganado, pero que le jode ver la maleza, lo que a su modo de ver es abandono. Me acuerdo hace años de un paisanín mayor, a lo mejor de setenta y pico años, que además vivía no sé si en Bilbao o en San Sebastián, pero era de la zona de Muniellos, Cangas, por ahí, que vino a pasar unos días de vacaciones y prendió fuego y lo apalancaron. Él decía que no le llevaba la conciencia ver eso tan abandonado. ¡Pero cojones, si ni vives ya allí, si estás jubilado, si no tienes ningún interés! ¿Simplemente no te gusta porque cuando eras guaje lo veías de otra manera, y lo consideras abandonado? ¡Pues aguántate, chico! Entiende que no lo puedes hacer. Y si no lo entiendes, te metemos preso, y ya verás cómo lo entiendes, o te clavamos una multa que te crujan. Hay veces que las cosas solo se entienden así. A ti no te preguntan si te gusta circular por la izquierda o por la derecha con el coche. Sabes que, si lo haces mal, te apalancan una multa que te crujen, y ya está, y nadie se queja. Otra movilización emblemática: la paralización del embalse de Caliao. Lo movió una moza que es directiva de ANA, Gloria, que ahora también es presidenta de AFA, la asociación feminista. Convocó sesiones allí varios años; iban un montón de grupos de gente de aquí y de fuera; colectivos en defensa de los ríos y así. Se sacaban cosas a la prensa, se hacían alegaciones en los planes hidrológicos… y se peleaba contra el embalse, que estaba previsto en el plan hidrológico. Se quitó, luego se volvió a poner en otro plan y ahora me parece que ya se quitó definitivamente. Esa fue una victoria; una cosa que se consiguió. La papelera de Güeñu… Un poco igual que la central nuclear aquella de ARtéu. Lo de Güeñu debió de avanzar un poco más, pero se presentaron en su día alegaciones, se sacaron cosas en los periódicos… Antes teníamos muy buena audiencia en los periódicos; nos hacían mucho caso. Cuando mandábamos algo, lo sacaban. Yo me acuerdo de patearme las redacciones llevando las notas que hacíamos, de ir también a la radio… Supongo que también aquí operarían los buenos contactos de esa generación mayor de los Nebot y compañía, de la que me hablabas antes. Sí, en parte era eso. Carlos Lastra consulta un número viejo de Asturnatura. Foto: Alisa Guerrero Otro asunto en el que ANA puso el foco desde el principio son los asturcones; su peligro de extinción. Aquí fue clave el papel de García Dory, que escribió un libro titulado Asturcón, caballo de los astures. Ese libro salió primero y es un clásico, sí. Después, nosotros hicimos otro que no sé si conoces. Lo pidió la Caja de Ahorros, creo que lo tenemos por aquí [Carlos va a buscar el libro; tarda un rato]. Aquí está. Un envoltorio precioso, como ves, que hizo Ástur Paredes, el diseñador. Las fotos, Jorge Jáuregui. Lo hicimos la gente de ANA: Juan Álvarez Llana, Antón Álvarez Sevilla… Me lo encargó a mí el que era jefe, entonces, de la Caja de Ahorros, un tal [José] Troteaga, no sé si te suena. Me llamó a su despacho en La Escandalera y me dijo: «Mira, vamos a cambiar el logo de la Caja de Ahorros; va a pasar a llamarse Caja de Asturias en lugar de Caja de Ahorros de Asturias, y vamos a poner el asturcón como emblema. ¿Nos hacéis un libro?». Yo, desde luego, acepté. Teníamos gente que controlaba. El libro es precioso, con toda la información, con todo lo que había disponible en aquel momento, mejorando mucho aquel otro histórico de García Dory, que también había publicado la Caja de Ahorros. Y mira, ja, ja, recuerdo que en aquella conversación también… Porque, claro, era una primicia mundial aquello. Iban a cambiarlo todo: el logo, el nombre… Él me lo decía en plan confidencial: «No lo digas, porque no queremos que se sepa hasta que tal y cual». Yo le dije: «Oye, y ahora que lo cambiáis, ¿por qué no os llamáis Caxa d’Asturies? ¿Por qué no lo ponéis en asturiano? Ahí están Caixa Galicia, la Caixa d’Estalvis…». Me dijo: «Mira, no nos vamos a poner de acuerdo, así que vamos a seguir». Me cortó así, ¿oíste? (risas). ANA poseyó una manada en semilibertad en el Sueve, ¿verdad? Sí, sí. Cinco caballos. O tres, ya no me acuerdo. Igual eran solo tres. La gente no los vendía así como así: los paisanos son muy suyos para esto. Venden entre ellos, pero si viene uno de fuera son muy cerrados. Pero había disponibles tres ejemplares o así y los compró ADENA, que luego nos los pasó a nosotros. Quedaba pendiente un vecino de la zona. Era cosa, sobre todo, de Antón Álvarez Sevilla, que lo sabía todo de asturcones: era muy aficionado. Tenía caballos. Era un chaval que estudió derecho de aquella. Él montó una sección de asturcones dentro de ANA y entraron más socios; ponían dinero, y fueron haciéndose con más caballos. Algunos tenían terrenos por ahí. El propio Antón tenía algo por la zona de Grao. Fueron haciéndose con una buena ganadería, cuidándola bien, seleccionando buenos ejemplares, buenas estirpes. Aunque al pobre Antón luego le mataron la manada que tenía en Grao los lobos. Los asturcones se defienden y todo eso, pero si hay lobos se meten sobre todo con las crías. Estaba el hombre que le llevaban los demonios con los lobos. Iba a preguntarte por el debate del lobo. Otro tema conflictivo, candente. En ANA siempre tuvimos una postura, digamos, ecléctica. Por una parte, favorable al lobo, porque es una especie emblemática, imprescindible en la pirámide ecológica, un superdepredador. Pero, por otra, consciente, como siempre tratamos de serlo, de las necesidades de los paisanos, de los ganaderos. Hay un conflicto serio ahí. El lobo en la península ibérica se consideraba en situación de protección al sur del Duero en las directivas de hábitats, las normas comunitarias, porque allí no había tanto. Lo había habido, pero ya no lo había. En cambio, del Duero para arriba no era tan susceptible de protección. Aquí sí lo había en cantidad suficiente, tanto en León, como en Galicia, como en Asturias… Lo que sí había era un plan de gestión del lobo. Como especie problemática, el lobo tenía una gestión. Había que controlar las cacerías, matar selectivamente y tal y cual cuando había daños. Así estaba la cosa y a nosotros nos parecía bien. Teníamos nuestras discusiones internas, claro; había posiciones más radicales de protección. Pero yo siempre mantuve que eso era enfrentarse innecesariamente a los ganaderos. El lobo, además, es una especie digamos dura: se va recuperando una y otra vez, aguanta carros y carretas. Se los mató todo lo que se pudo, con lazos, con venenos, y sobrevivían. Nos lo decía un ganadero una vez: «Si nun fuimos capaces de desanicialo cuando valía too, ¿qué coño vamos a poder agora que ye muncho más complicao?». Había ese statu quo y todos los años se mataban unos cuantos ejemplares. No estaba protegido, y yo además utilizaba eso como un argumento curioso contra los paisanos, que son muy dados a decirte eso de: «¡Protegéis más a los lobos que a los paisanos!». Les decía: «¡Ojo! Los lobos no están protegidos». Y los descuadraba. Ellos tenían asumido que sí lo estaban. Bueno. Eso fue así hasta hace dos años o así, que el ministerio movió ficha y, por presión de otros grupos ecologistas y ciudadana, decidieron incluirlo entre las especies protegidas. En toda la península. En todo el territorio español, sí. Con eso, ya no se pudo seguir cazando. En León era especie cinegética, lo cazaban los cazadores, pero dejó de serlo, porque al estar protegido, no puede ser cinegética. En Galicia también se cazaba, me parece. Ahora, la especie no es que sea intocable: si hay problemas, puedes ir a por él, eliminar ejemplares, pero con mucha prevención, muy quirúrgicamente. El tema también es que el plan de gestión del lobo había ido degenerando de tal manera que cada vez era más fácil todo. De hecho, había representantes de los ecologistas y de la Universidad en una especie de consejo del plan de manejo del lobo, y tanto los ecologistas como los de la Universidad acabaron marchando, porque no les hacían ni puto caso. El representante de los ecologistas, que era uno que no era de ANA, sino de otro grupo, pedía, por ejemplo, los datos de daños para fundamentar lo que se iba a cazar en esa temporada y no se los daban. No había argumentos para decir: «Bueno, vamos a cazar tres», o lo que fuera, incluso en el parque nacional. Preguntabas: «¿Cómo que vais a cazar tres? ¿Qué datos demográficos tenéis, como es esto?». Y pasaban de ti, tiraban para delante. El único argumento era que los paisanos protestaban. Se daba la paradoja, y se da, de que en el Occidente, donde hay lobos y causan daños, la gente lo asumía y casi no protestaba, y en el Oriente, con menos ejemplares y menos daños, sí protesta. Estas cosas. Luego, los controles poblacionales que se hacían solo los podían hacer los guardas, y llegó un momento en que se concedió que los cazadores, si estaban en una cacería de venado o de lo que fuera y aparecía un lobo, también le podían atizar, lo que se prestaba a que fueran por la zona en la que sabían que había lobos; que los llevaran los guardas, porque, dentro de los guardas, los tenemos que son hasta socios y muy activos y muy ecologistas, pero también otros a los que les gusta el gatillo por la vida; furtivos que se meten a guardas, con lo cual están en su salsa. Si estás en una cuadrilla de cazadores y conoces a uno de estos, te puede llevar a zonas en las que te diga: «No lo puedo asegurar, pero me imagino que podrá salirnos, a ver si nos sale», y si sale, ¡pumba! Imagino que pasa así, ¿eh?, tampoco lo puedo asegurar. No cuesta imaginárselo, no. Pues eso, la cosa había degenerado muchísimo, y en esa situación fue cuando llegó el golpe de efecto del ministerio de declarar al lobo protegido. Se montó un escándalo de mil demonios, unas broncas continuadas, como sabes. Nosotros lo lamentamos, porque la posible entente con ganaderos y tal —que los hay, igual que en el caso del fuego, que están en posturas más conservacionistas, más respetuosas, más de no quemar alegremente o andar matando lobos, sino hacer otras cosas— saltaba por los aires. Con esto se ponen todos encabronados y ya es contraproducente. Yo te diría que cómo está protegido el lobo es contraproducente, porque es muy difícil hacerlo funcionar, articularlo, y en cambio encabronas muchísimo a la gente e imposibilitas vías de acuerdo. Eso, teniendo en cuenta la situación del lobo, sobre la que los científicos no se llegaron a poner del todo de acuerdo. Los hay que consideran que está realmente en peligro, y que hay que protegerlo, y otros que consideran que no; que es una especie muy perseguida, pero muy vitalista, muy fuerte, que aguanta el tirón, y que ahí está. Nunca le pasó lo que al oso, que estuvo al borde de la extinción, y gracias a medidas proteccionistas levantó cabeza y está en una situación, no boyante, pero mucho mejor. Ni desde luego que al urogallo, que ya comentábamos antes que está en un peligro irremisible. Por cierto, muchos cazadores, ¿sabes qué dicen? Que el urogallo está mal, no porque se cazara en su día, sino porque no se caza. ¡El mundo al revés! «Proteger al lobo es contraproducente. Sin embargo, hay otras especies que no están protegidas y deberían estarlo. El salmón, por ejemplo» Sí, sí. Se queda uno pasmado a veces con los insultos a la inteligencia del personal que provienen de estos sectores. Sí, sí… Pues bueno, del lobo pensamos eso. Y sin embargo, hay otras especies que no están protegidas y consideramos que sí deberían estarlo. El salmón, por ejemplo. Ah, ¿sí? Está francamente en declive, y lo siguen pescando. Además, el salmón se pesca cuando está remotando el río, antes de la freza, cuando está más fuerte, cuando va a desovar. Una vez hicieron la freza, quedan hechos una mierda, hechos polvo: la mayoría incluso muere. Pero claro: así no tiene ningún interés piscícola. Los pescadores lo que quieren es que luche, que esté fuerte. Pero eso significa eliminar de la población a los ejemplares reproductores, a los más robustos, lo cual va en contra de toda base de conservación. Algunos pescadores consideran que tenía que protegerse, lo cual implica no pescarlo, claro. Otra especie en una situación similar es la angula. Me acuerdo de comentarlo con el que fue director general de algo de medio ambiente aquí en Asturias en su día, con María Luisa Carcedo; un geólogo que luego fue presidente de la Confederación Hidrográfica y alto cargo del Ministerio de Transición y todo eso. Supongo que fue por su intervención que se declaró protegido el lobo. Yo le escribí diciéndolo que no lo veía nada claro, que me parecía problemático, y que sin embargo quedaban pendientes esas dos especies que lo necesitan más. Me contestó: «A ver cómo resulta lo del lobo, que es un salto cualitativo; las otras dos irán detrás». Pero hasta hoy. «Para los animalistas todo es terrible, y si se hace una campaña de control de las palomas, ponen el grito en el cielo. ¡Son ratas voladoras, joder! ¿Cómo vas a comparar eso con un oso?» ¿Qué tal os lleváis con los animalistas? Sois movimientos distintos, y algunas veces enfrentados. No somos lo mismo. Te diría que somos hasta antagónicos. Los animalistas consideran que hay que proteger a todos los animales. Para ellos todo es igual. Cuando nosotros hablamos de especies protegidas, nos hacen la acusación esta de especismo. «¡Distinguís especies, y en la naturaleza es todo igual, todos los animalinos merecen tal y cual!». Y no, no me jodas, no es lo mismo la importancia de un oso y su estado de peligro que la de los perros, coño, o los gatos, o las palomas, o las gaviotas. Para ellos todo es terrible, y si hace un Ayuntamiento una campaña de control de las gaviotas, como se hacen muchas, en sitios costeros como Xixón, ponen el grito en el cielo. Si se hace un control de las palomas, ponen el grito en el cielo. ¡Son ratas voladoras, joder! ¡Son animales que están por todas partes, a montones! O los gatos. ¡Los gatos son un peligro público! Son félidos, como los leones, como los tigres, y unas auténticas fieras. Me acuerdo de una frase muy guapa de un especialista en félidos que decía: «Si su gato tuviera el tamaño de un león, se lo comería a usted». Efectivamente. Lo que pasa es que son más pequeños, y son controlables, pero ya sabes que son muy suyos y andan a su aire y son unos cazadores de la madre que lo parió. Te cazan paxarinos por ahí a puñaos. Estos animalistas, hay la variante de maniáticos de los gatos, que quieren cuidar gatos y dan de cebar por ahí a los gatos de la ciudad. Tienes bombas de relojería por ahí circulando. Se reproducen a montones. ¿Cómo vas a comparar eso con una especie que tiene una cría o dos al año, como el oso? Tal y como yo lo veo, el ecologismo va de equilibrio de los ecosistemas, lo cual implica a veces controlar —y controlar significa matar— determinadas poblaciones animales que se descontrolan, especies invasoras, cosas de estas. El animalismo, sin embargo, es una especie de liberalismo del mundo natural; la idea de que cada animal, por sí mismo, es un individuo que tiene una dignidad y unos derechos inalienables. Sí, una cosa así. Hombre, nosotros, por ejemplo, somos, por supuesto, contrarios a los toros, a las corridas de toros, que nos parecen absolutamente desechables y que no son de recibo en el siglo XXI. Todas las fiestas con animales en general; esas torturas gratuitas, a lo fato, que se hacen. O esta cosa que se hace desde hace muchos años con las vacas pintas, la raza frisona, a las que les quitan los cuernos de pequeñas. Ves por ahí a estas vacas sin cuernos, pero estas vacas tienen unos cuernos muy pequeñinos, no es que tengan una cornamenta de la puñeta, como la asturiana de los valles, la roxa, que sí tiene unos cuernos cumplidos y bien. Esta gente tiene esa manía de quitarles los cuernos, y a mí eso me parece un manejo indeseable de animales domésticos. A veces pregunto a ganaderos y nunca me dicen nada convincente. Dicen que es para que no se peleen, para que no se hagan daño, pero, ¡joder!, son unos cuerninos de nada, no creo que sea para tanto. A algunos les da hasta por cortarles el rabo. Ves por ahí a vacas pintas de estas con el rabocortado a la mitad. Me parece que a eso no hay derecho. Pero de ahí a que no se pueda controlar la población de palomas de una ciudad, o no se pueda eliminar a los estorninos, que se te meten en el parque y te lo cagan todo y te lo dejan perdido… Otra cosa es que no se puedan poner venenos y otra serie de cosas que no son nada selectivas. Tienes que hacer las cosas bien hechas. Pero tienes que hacerlas. Cuando veo a la gente besándose con los perros, o llambiendo el plato donde están comiendo, me parece una aberración. Coño, aunque no sea en otra cosa, piensa en dónde mete el focicu el perro en cuanto puede: ¡en el culo de otro perro, en una cagada…! ¿Vas a da-y besos después? Me cago en la mar, ¡ye de llocos! Eso, antes, a nadie se le ocurría, pero ahora vamos en esa dirección. Carlos Lastra en la sede de ANA. Foto: Alisa Guerrero No hemos hablado de Asturnatura, vuestra revista. En 1977, incluyó el primer trabajo científico publicado íntegramente en asturiano, sobre la contaminación del río Piles. Sí, sí. Creo que lo tengo por ahí… [Lastra se levanta y va a buscar la revista; tarda un rato; habla desde la estancia contigua]. Aquí está, mira: «Río Piles: estudiu de dos fatores (pH y O2) qu’asoleyen el so esfaimientu». Alfredo Fernández Braña, Manuel Martínez Esteban —este fue decano de la Facultad de Biología con el tiempo, murió hace poco—, Ildefonso Menéndez y José Ignacio Noriega Iglesias. Eran profesores de biología de aquella. Otra cosa que se publicó en Asturnatura fue el primer trabajo sobre las huellas de dinosaurio de aquí, las famosas pisadas estas de Ribeseya y demás. Ese lo escribió José Carlos García-Ramos, que es el director del MUJA ahora; del Museo del Jurásico. Tú eres miembro de la Academia de la Llingua y diriges la revista Ciencies: cartafueyos de ciencia y teunoloxía. Sí, sí. Se puede hablar de ciencia en asturiano, también. Supongo que se trataba de demostrar eso, ¿no? Evidentemente. De eso se trata. De demostrar que el asturiano es válido para cualquier cosa. Llevamos ya doce números; es una revista anual, digital exclusivamente. También se trata de hacer vocabulario. Todas las lenguas tienen un origen rural, y las primeras palabras son las del campo, pero luego se va haciendo ciudad y va teniendo que abrirse el vocabulario, van inventándose palabras, algo por lo que no hay que rasgarse las vestiduras. Asturnatura se ha dejado de publicar, ¿verdad? Cuando desapareció Cajastur, perdisteis la financiación que os lo permitía, lo cual merece una reflexión sobre lo que ha pasado en general con las cajas de ahorros, que eran un pilar importante de la creación de cultura. Antes me hablabas de aquel libro sobre los asturcones. La obra social y cultural, sí. La Caja de Ahorros financiaba mil cosas; estaba presente en todas partes; hasta en les fiestes de prau estaba la Caja de Ahorros, el trofeo de la Caja de Ahorros, tal. Pero la Caja de Ahorros, en un momento dado, se convirtió en Unicaja, un ente que tiene la sede en Granada o Sevilla o no sé dónde coño. Y todo aquello se fue a tomar por el saco. Es clamoroso, un dolor. Todos los que estuvimos en la caja alguna vez fuimos saliéndonos. Cuando yo era pequeño, la Caja de Ahorros regalaba a los nenos cuando nacían una cartilla de ahorro, y luego las huchas aquellas para fomentar el ahorro. Yo fui cliente de la Caja de Ahorros desde que nací. Pero cuando me jubilé, corté definitivamente con ellos. Me pasé a la Caja Rural, que es lo único que queda un poco asturiano. Nosotros, de hecho, tanto ANA como la Academia de la Llingua, tenemos cuenta en la Caja Rural. Mantenemos la de Unicaja, pero el movimiento fundamental de perres que tenemos es con la Caja Rural. Financian, por ejemplo, la revista Cultures, la que dirige Roberto González-Quevedo. Nosotros vamos cabruñando con ellos, tratando de que hagan más cosas en asturiano, o cuando menos bilingües, aunque todavía son un poco reticentes… Carlos Lastra sostiene un número de Asturnatura. Foto: Alisa Guerrero ¿Qué valoración haces de la situación actual del movimiento ecologista? En una entrevista de 2010 te lamentabas de que «los ciudadanos, en general, muestren ahora menos interés que en épocas pasadas sobre los temas ambientales». En una de 2005, de la «importante crisis de interés por parte de la juventud». ¿Te sigue pareciendo así, o Greta Thunberg, las huelgas contra el clima, la conciencia del desastre que se avecina, etcétera, han revitalizado el movimiento ecologista? Matizaría lo del desinterés de los jóvenes. Hay más sensibilidad medioambiental ahora que cuando empezó ANA. El medio ambiente es una cuestión de actualidad; está todo el día hablándose de cambio climático, contaminación y cosas de las que antes no se hablaba. De lo que veo que los jóvenes pasan es del asociacionismo, y de ahí que no haya relevo generacional, que efectivamente no lo hay. Se pueden juntar cuatro para alguna cosa concreta: recoger basura de un río que tienen cerca, yo qué sé. Durante un tiempo, todo lo que se hacía lo hacíamos nosotros, y si nosotros no lo hacíamos no se hacía, pero ahora hay más grupos y un montón de plataformas que a veces es complicado coordinar. Hay tal problema y montan tal plataforma, pero no van más allá. Si acaso, entran en asociaciones de las potentes: Greenpeace, Ecoloxistes n’Aición, alguna de estas. A ANA no vienen. Es verdad que no tenemos tanta actividad como tuvimos, ni mucho menos. Ya no somos tan conocidos. Los que quedamos, cuando nos reunimos, si llegamos a media docena ya es mucho. Normalmente somos tres o cuatro, y todos mayores, todos talludos. Si entra algún socio joven es porque es hijo de socios viejos. Mi nieto es socio desde que nació. Pero pasa otra cosa. Los jóvenes son mucho de actividad, de moverse. Y en ANA mucha de la actividad, cuando la teníamos, era presentar alegaciones a proyectos; cosas técnicas, aburridas, de procedimiento administrativo y normativa y demás. Lo guapo es hacer un día una xatada y limpiar un río, o hacer una manifestacionuca por ahí, o armar un follón. La tarea esta más aburrida, más jodida de llevar, que nosotros ya no llevamos porque estamos cansados, no les atrae. Recuerdo a García Dory, en los primeros tiempos de ANA, dando una charla en la Facultad de Biología y diciéndonos: «Lo que necesitamos en ANA son abogados». Gente que supiera de leyes para tirar de lo poco que había a la hora de hacer alegaciones, y que también la propusiera. Eso, luego, sí que se fue desarrollando, y se fue produciendo mucha legislación, incluso demasiada, porque se fue complicando tanto… Ahora viene la resaca de eso, una cosa que criticamos también: esta especie de mantra de los políticos de que hay que aligerar la Administración, o sea, quitar burocracia. Lo cual quizás esté bien en determinadas cosas, pero si llaman burocracia a las tramitaciones ambientales y a que las cosas se hagan debidamente… Una cosa que simplificaron, por ejemplo, fueron las evaluaciones de impacto ambiental, que ahora cada vez hacen falta para menos. Recuerdo cuando aparecieron: año noventa y dos, noventa y tres, una cosa así. Estuvimos de aquella en una reunión en el ministerio, o en el ICONA, o no sé dónde coño. Algo de competencia estatal. Con más grupos. Nos explicaron el asunto, que era una absoluta novedad. Nosotros lo seguimos desde el primer momento, dimos mucho la murga, todo lo denunciábamos por falta de evaluación de impacto ambiental o mala tramitación. Llevábamos cosas a los tribunales. Un proyecto que criticamos mucho en su día por la falta de evaluación de impacto ambiental fue la playa de Poniente, en Xixón. Anda, ¿sí? No recordaba que hubiera generado protestas ecologistas. La empezaron a poner en marcha sin cumplir la evaluación de impacto ambiental. Nosotros denunciamos por prevaricación a responsables del ministerio, hubo la de Dios. Todo lo que podíamos hacer, lo hacíamos. Y en un momento dado, acabaron encargando la evaluación. Se convencieron de que la tenían que hacer. Se la encargaron al Instituto Torres Quevedo, un estudio de ingeniería de Santander. Tarde, mal y nunca, porque eso hay que hacerlo antes de empezar las obras, pero bueno: lo hicieron, y lo hicieron porque lo reclamamos. La fundación esa, Torres Quevedo, nos escribió a nosotros, de hecho, pidiéndonos información para hacer el estudio. Y mira, la playa, una vez está hecha, bien está. Aquello está mucho mejor que como estaba antes, con todo aquello de los astilleros y toda aquella mierda que había allí. La zona quedó muy mejorada. Nosotros no nos metíamos con la playa, sino con el procedimiento, con que no se hicieran unos estudios adecuados. Dimos toda la murga que pudimos. A veces denunciábamos cosas en Bruselas, y Bruselas se supone que les tiraba de las orejas y les hacía ponerse las pilas aunque no quisieran. Poco a poco fueron entrando por ahí. El tema es que ahora, ya digo: la tendencia es la contraria, a ir rebajando esas cuestiones. Se van generando vacíos legales peligrosos, también. En Muniellos, aprovechando uno, estuvo a punto de organizarse una maratón de montaña que hubiera atravesado los cantaderos de urogallo. En Somiedo atraviesa o atravesaba las arandaneras a las que van a alimentarse los osos en esa parte del año. Las modas… Ahora se puso de moda ese tipo de deporte, pegarse una xatada monte arriba y monte abajo, unas kilometradas de la virgen. Son como máquinas y se meten por unos sitios que… Los ecologistas más tiquismiquis hablan de cómo el pisoteo de determinadas zonas por las que pasa una carrera puede fastidiar el terreno, compactarlo, hacer qué se yo cuántas maldades, que vale, es una cosa de microescala. Pero hay cosas que no son tan micro: espantar, sí, especies por los sitios por los que pasan. Si hay un oso rondando, igual ni te enteras de que está, pero ellos sí se enteran de que estás tú, y se espantan. Con los osos, me acuerdo de escuchar una vez a un experto que hablaba de Estados Unidos, donde es verdad que las extensiones son más grandes, pero había medido cuánta distancia recorría un oso que se espantaba, y era enorme. Puede haber problemas serios, ya lo apuntábamos, por que se espante a una osa con crías. Nosotros hicimos carteles en su día pidiendo cuidado a los escaladores. La escalada es una actividad deportiva que, aparentemente, es muy natural y muy guapa, ¿cuál es el problema de escalar peñas? Pues bueno: si lo haces bien, ninguno. Pero puedes fastidiar un nido, una cría, al espantar a los páxaros. Si ya el oso se espanta, con lo acostumbrado que está a la gente, cuando se encuentra por ahí con alguien… Porque los osos saben por dónde anda la gente, las costumbres que tiene, saben que Manolín va todas las mañanas de aquí a allí, por este camino, y no saben que se llama Manolín, pero saben que hace eso, y eso no los espanta, pueden estar al lado de Manolín tranquilamente, pero si aparece un turista por cualquier sitio en cualquier momento sin contar con él… Con los ñeros pasa lo mismo. Si un turista espanta a los bichos que están por la tierra, imagínate a una pareja que esté criando en una repisa. Los espantaste, los huevos se enfriaron y se murieron y jodiste una puesta simplemente porque pasaste por ahí escalando un día. Confieso que nunca lo había pensado. Con aquella campaña se buscaba eso: sé cuidadoso con esas cosas. Con las plantas, también. Las plantas que se meten por los intersticios de la roca y a veces son endemismos de los Picos de Europa. Hay especies que solo son de allí, y a lo mejor hay una matuca ahí colocada sobreviviendo y vino el montañeru, limpió aquello para agarrarse bien y jodió el trabajo de cien años, o de quinientos. Son cosas difíciles de apreciar, sí, pero hay que ser conscientes. Y sí. Las carreras estas aparentemente son naturales, pero ya no son solo los que corren: son los que acompañan, lo que tiran si no son cuidadosos, la mierda que dejan por cualquier lado, botes, cosas. Cuando la Vuelta a España empezó a subir a los Lagos, nosotros hicimos campaña contra ello. Te decían: «¡Coño, son ciclistas! ¿Cuál es el problema?». Pues el problema es que no es un ciclista subiendo: son la de dios de coches metiéndose por ahí el día que pasa la carrera, es la de dios de gente metiéndose ahí todos, tirando mierda por todos los lados. Los ciclistas a lo mejor no la tiran, pero los seguidores… Luego fueron restringiendo eso, y ya no dejan pasar más que a los coches de los equipos y demás. A la gente ya no la dejan pasar en coche. Ya no tengo más que preguntarte, Carlos. Terminamos. Muchas gracias, fue un placer. ¡Igualmente!

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