lunes, 17 de abril de 2023

La visión de un Victor Guillot.....* Descreído *

Deseando sumar La entrevista con Jordi Évole fue un intento vano de pronunciar lo impronunciable, vencida por las constantes contradicciones, afirmándose y negándose a si misma ante dos papeletas futuribles Por Víctor Guillot 17 abril 2023 Recomendados El 52% de los asturianos marcaron el año pasado la X solidaria en su declaración de la renta 17 abril 2023 Palacios: “Tomé será la candidata de Podemos a las elecciones siempre que ella quiera” 17 abril 2023 Deseando sumar 17 abril 2023 Por aquí no huele a frente amplio 17 abril 2023 Víctor Guillot Víctor Guillot Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon. El fin de semana nos ha deparado tres maneras distintas de proyectar la política hacia las masas. De un modo convencional y efectivo, Pedro Sánchez anunciaba el sábado, durante la Conferencia Municipal de los socialistas en Valencia, la movilización de 50.000 viviendas sociales, después de haber sido anunciada una Ley de la Vivienda. El Presidente siguió el canon, ofreciendo todo un hit que liquidaba, aparentemente, cualquier discrepancia entre el PSOE y su socio hasta el final de la legislatura. Sánchez apostó por un concierto clásico, una Marcha Radetski donde estaba perfectamente claro que era él y ningún otro el director de la orquesta. A la manera de Tar en la película de Todd Field interpretada por Cate Blanchet, Sánchez será el que salvará el nuevo año. Por su parte, Podemos celebraba su fiesta de la primavera, su Coachella particular, en Zaragoza, convertido en un festival de viejas y nuevas glorias que se sucedían sobre el escenario explicando su legitimidad política. Imagen de unidad, fervor, pertenencia, embebidos de una fría euforia colectiva, como si de un concierto de Oasis con Noel Gallaher se tratara, pero en el que está permanentemente acentuada en cada canción la ausencia de su hermano Lian. Como en todo festival, siempre hay alguien que no está, siempre hay alguien que suena en la cabeza de los believers, al que nunca se menciona, pero se piensa siempre en él. Ese alguien decidió acogerse a la tercera fórmula, más intima, menos ruidosa, menos festivalera, más arriesgada, más melodramática, refugiada en el estilo del director Won Kar-wai, uno de los realizadores más musicales del cine contemporáneo, junto a Quentin Tarantino y Pedro Almodovar. La música de Shigueru Umebayashi y la fotografía colorista y bronceada de la magistral promo ya anticipaban que la entrevista de Jordi Évole en La sexta trataría de hablarnos sobre una obsesión, casi de una permanente reescritura de un tiempo presente, marcado por tantos otros momentos del pasado que, de un modo constante e indeleble, hacen y rehacen el mismo discurso de Yolanda Díaz desde el pasado 2 de abril. Todo es cálido y sensual a la entrada del restaurante, pero como el periodismo desvela, es justo lo contrario. Como la lluvia incesante en In the mood of Love o ese vertiginoso salto de la ficción a la realidad, de la crónica futura a un pasado presente de 2046, como en las pelis de Won Kar-wai, ya digo, Évole y Yolanda Díaz escribían y reescribían, recordaban y apuntaban cada matiz, de cada detalle, de cada instante, en cada momento, de cada palabra y cada gesto que fueron determinantes para que cada uno estuviera allí, sentados frente a frente, en un exótico restaurante, reflexionando sobre el eterno retorno de la unidad y la división, junto a un jarrón chino, subrayando en cada respuesta de cada pregunta la ausencia de Pablo Iglesias, del amor que está pero nunca llega. Fotograma de Deseando amar de Won Kar-wai. Jordi Évole trató de hilvanar un relato sobre el amor en política. Yolanda Díaz fue aceptando, sin saberlo o, tal vez, sabiéndolo desde el día en que Pablo Iglesias la designó su sucesora, que debería tener que pensarlo o que sólo haciéndolo, deseando sumar, sería capaz de lanzar un nuevo proyecto que ya no sería Podemos. Todo proyecto político guarda un sentido emancipatorio, egoísta, obsesivo y vitalista, acaparador desde la gestación que lo hizo posible y desde la destrucción de quien lo concibió para que sea necesario. Sumar nace desgajándose del claustro materno del que fue concebido. Quizá contándose a sí misma por qué y cómo había llegado hasta allí, junto a Jordi Évole como entrevistador, la idea de ruptura pretendía ser menos lacerante, como un suave y penetrante dolor que atemperase el sentido dramático de la escena que, en esencia, encierra toda separación. En As tears go by, Kar-Wai explora la relación de dos primos. Wah y Ngor. Él es un desafortunado gangster barrial inmerso en una compleja red de lealtades y rivalidades fuera de la ley, y ella una joven de apariencia ingenua pero muy diestra en el universo de las transacciones sentimentales. Ambos viven asediados por las situaciones que provoca Fly, un joven protegido de Wah cuya máxima ambición es la de ser alguien de quien se ocupen las noticias, aunque tan sólo sea por un día que se olvidará pasados tres. Podemos y Sumar son dos microcosmos envueltos por una ideología difusa, una red de comunicaciones dispersa, desde la que brota la tragedia, y en la que el melodrama se presta a aparecer cuando chico encuentra chica pero ambos descubren que la relación difícilmente puede tener futuro por razones que escapan a su control. Todo el cine de Won Kar-Wai supura melancolía. Quizá Sumar sea como el amor, un ejercicio desafiante que no admite tutelas, convertido después en un acto de melancolía que emerge hacia el futuro, en sentido inverso a su propio destino. Quizá el anhelo de sumar sea solo eso, la conciencia inapelable a todo aquello que no puede sumarse en este vida, convertido en un deseo que nos excita pero que se extinguirá de un modo instantáneo si se consuma finalmente. En el fondo, vivimos de nuestros propios arrepentimientos, pareció darnos a entender este domingo Yolanda Díaz. La entrevista de ayer fue un intento vano de pronunciar lo impronunciable, vencida por las constantes contradicciones, afirmándose y negándose a si misma ante dos papeletas futuribles, volcada toda su inteligencia y sus sentidos en la tarea de discernir otra historia más que, al menos, pueda contarse sin tener que lamentar que, en realidad, nunca hubo nada. O si.

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