martes, 15 de febrero de 2022

El Cliché Falangista de Vox....

El fascismo Mañueco querrá hacer un zurcido continuo con unos y otros, y en esa tarea zurcidora y menestral que cose hacia fuera, veremos si todo esto es un afianzamiento del bipartidismo, un regreso a la geometría variable o un pan con dos hostias. Por Víctor Guillot 14 febrero 2022 Juan García-Gallardo, junto a integrantes de Vox tras las elecciones de Castilla y León. Foto: Twitter Con las elecciones de los castellanos, hemos vuelto a comprobar cómo se fortalece la derecha agro-bifurcada en dos grandes ríos: el sistema y el fascismo. Mañueco ha hecho la campaña contra el sanchismo, y si no le ha salido bien, mal tampoco. Seguirá siendo presidente de Castilla con Vox, sin Vox, con los regionalistas, sin ellos. A Mañueco parece que le toca elegir entre los castellanos y los fascistas, aunque de momento y hasta que sea reelegido en las Cortes, estará con todos: con los liberales, con los fascistas, con las provincias. Pero Vox es un absoluto, y lo exigirá todo. De momento, una vicepresidencia. El que no está conmigo, está contra mí, afirmó Cristo. Mañueco querrá hacer un zurcido continuo con unos y otros, y en esa tarea zurcidora y menestral que cose hacia fuera, veremos si todo esto es un afianzamiento del bipartidismo, un regreso a la geometría variable o un pan con dos hostias. “La gente se ha acostumbrado a la rutina caudillista de Santiago Abascal que habla a las masas con destello bravío” Efectivamente, uno tiene la impresión de que el batacazo electoral se lo ha llevado la izquierda. No sabemos hasta qué punto, las elecciones castellanas anticipan el principio del fin del sanchismo y si el PSOE resistirá el lance en las próximas andaluzas. La cuestión que importa ahora es definir la victoria, o sea, quién ha ganado realmente estas elecciones. Por el discurso desplegado, confirmamos que se impone una derecha que no distingue de razas, pero sí de nacionalidades, una derecha nacionalista y libertaria, militarista, cacique y católica, tan putera como homófoba, que sigue guardando a la mujer en la vitrina del salón de casa, como un remanente histórico, una medalla de guerra, una debilidad a la que se le ha otorgado un peso residual, accesorio, ornamental. Es alarmante cómo el país se degrada. Pasamos de la modernidad de una reforma laboral a la degradación política en cuestión de dos semanas. La gente se ha acostumbrado a la rutina caudillista de Santiago Abascal que habla a las masas con destello bravío. Todo su militarismo empieza a sugerirme un afeminamiento de su figura ambigua, cada día menos viril, o de una virilidad siniestramente gay, oscura. Su encuentro con Orbán y el resto del nacionalsocialismo en la cumbre fallida fue una escapada al compromiso histórico de las Europas, rehuyendo el peligro, la aventura, la hazaña bélica, por razones domésticas, tal y como hiciera Franco con Hitler. Alfonso Fernández Mañueco, tras ganar las elecciones de Castilla y León. Foto: Twitter Un siglo después se dibuja la misma estampa, el mismo cliché falangista. La España del páramo y la tierra seca, el roble viejo y la mula muerta y el sacrifico de un centenar de cerdos acorralados en una granja. Se suceden los gobiernos del PP en Castilla. Ya da igual que unos sean liberales, otros falangistas, otros católicos. Lo que sigue, por tanto, es la tradición. Son una amalgama del país profundo, gris sobre gris, sin molestar al capital. Mientras Vox trata de añadirle color a la imagen, Mañueco tratará de mantener el que ya está sin molestar. La grandeza del fascismo es haber conjugado el poder de la multitud con la glorificación del individuo. Y en ese discurso triunfa lentamente, como un proyecto calculado que penetra día a día en las instituciones, perforando como un gusano, la manzana de la democracia. Ay.

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