domingo, 29 de enero de 2023

Victor Guilllot entrevista a X.Domenech diseccionado su obra...

“En el 76, España se convierte en el país con más conflictos de toda Europa” Xavi Domenech presentó su libro "Lucha de clases, franquismo y democracia" en la Casa de Cultura de Mieres Por Víctor Guillot 29 enero 2023 Xavier Domènech. Foto: David F. Sabadell. Comprender el movimiento obrero como un sujeto político mutante que, tras la guerra civil, aún mantiene un pulso, un latido, una conciencia que irá expandiéndose lentamente, a medida que sus expectativas y su composición se va haciendo más grande. Ese es el itinerario de “Lucha de clases, franquismo y democracia”, la revisión del libro firmado por Xavi Domènech que analiza la morfología y desarrollo del campo de acción política presentado este sábado en la Casa de Cultura de Mieres, un material político de primerísimo nivel que analiza como se forjó el movimiento obrero del siglo XX, cómo plantó cara al franquismo y cómo comprendió que podía conquistar espacios de libertad y capacidad de consumo desde la conflictividad laboral y la resistencia hasta cristalizar en un espacio consustancial a la propia izquierda. ¿De qué manera se organiza el movimiento obrero español al finalizar la segunda guerra mundial? Lo digo porque en su texto se hace referencia a una serie de huelgas que son el pálpito político que verifican la permanencia o prevalencia de una conciencia de clase sobre la represión que, décadas después, germinará en otra cosa. Sí, la emergencia del movimiento obrero se sitúa a finales de los cincuenta y los sesenta durante le franquismo. A primera vista, este fenómeno podría parecer sorprendente. La franquista fue una de las peores dictaduras del siglo XX europeo, incluso, más dura que el fascismo italiano o el nazismo. Pero aún así, se observa la permanencia episódica o, si se quiere, espasmódica de cierta conflictividad laboral. En el año 45 hay algunas fábricas que paran casi espontáneamente, atisbando que, si se acaba con el fascismo en Europa, falta muy poco que se liquide el franquismo en España. Por ejemplo, en Manresa, en 1946, se produce una huelga extraordinaria, media década después de una represión continuada e intensa. Pero podemos también hablar de la huelga de Vizcaya de 1947 y de la huelga de tranvías de Barcelona de 1951. Bajo una represión durísima, tienen lugar estas huelgas y todo ello nos habla de una conciencia obrera que sobrevivió a una represión implacable. Pero más sorprendente todavía es que también nos indica que se mantiene una cultura o una conciencia de clase en las peores condiciones imaginables. Me interesaba recalcar esto en el libro, porque en el debate sobre la emergencia del nuevo movimiento obrero, es relevante tener en cuenta las conexiones y las relaciones que se establecen entre el viejo movimiento del primer tercio del siglo XX, que vivió una historia extraordinaria en términos políticos y organizativos, y el nuevo. No hay una fractura, sino una cultura popular obrera resistente, alimentada también por un proceso de migraciones masivas en toda España, que a veces sólo se analiza desde un punto de vista economicista y no tanto sociopolítico. En ese sentido, el libro intenta rastrear cómo la cultura popular campesina pervive y marca también la cultura popular obrera. Yo lo llamo migraciones sociopolíticas. Cuando analizas áreas concretas, observas que en esa migración masiva del campo a los núcleos industriales, una gran parte ya se ha dado en los 40 y 50 y las causas que la motivan no son solo el hambre, sino también la represión y en las comunidades rurales fue mucho más dura. El libro rompe el tópico de que el campesinado vivió en mejores condiciones la posguerra y los primeros años del franquismo que las clase obrera en los núcleos urbanos. Ese tópico forma parte de la retórica del franquismo. El campesino debía representar los valores de la nueva España. La verdad es que la experiencia de las luchas campesinas, que no han sido pocas, quedan absolutamente depuradas de forma brutal por las fuerzas franquistas inmediatamente después de terminar la guerra. Hay casos de gente que su vida deviene imposible en el campo y se va a la ciudad porque no puede seguir soportando o conviviendo con la represión constante. Esa circunstancia marcará que las nuevas comunidades obreras, que se están formando en las nuevas barriadas de los núcleos industriales de las ciudades del país, tengan un colorido ideológico de fondo que se verá muy influido por la cultura del campo. Xavi Domènech. Foto: David Aguilar Sánchez ¿Quiénes organizan el movimiento obrero en este periodo? No sé hasta que punto cierto falangismo de corte izquierdista sirve de estructura. Se observan dos sujetos que emergen y evolucionan durante ese proceso que desembocará en nueva clase obrera. Por un lado tiene lugar la transformación de las organizaciones católicas obreras, con cuadros importantes pertenecientes a la JOC que transformarán a la nueva clase obrera de los sesenta, en una fuerza anticapitalista. El otro sujeto se sitúa en el campo comunista. No es tanto que interactúen como que formen parte de la formación de un nuevo sujeto o incluso de su posibilidad. En Sabadell, donde yo nací, vivían 47.000 habitantes, en 1937 pero los registros nos cuentan que ese año hubo 74.000 fichas de represión abiertas. Un habitante podía tener más de una ficha de represión por diferentes motivos y los delitos podían ser casi infinitos. Este dato en Sabadell nos cuenta que las actitudes políticas estaban controladas completamente por el régimen. Cuando se producía alguna visita de Franco, se ejecutaban detenciones preventivas. La policía ya sabía lo que pensaba todo el mundo y quién lo pensaba. Existía un conocimiento de todo. En cambio, el proceso migratorio del campo a la ciudad permitirá que las organizaciones políticas antifranquistas encuentren un nuevo espacio de actuación desconocido por el franquismo local y provincial que permitirá abrir espacios para su propia extensión. Tan importante es señalar que esos espacios orientaron el proceso de politización de la organización de esa nueva clase obrera, como que la transformación de la nueva clase obrera fue la que posibilitó la expansión de esos espacios políticos. En el campo católico, por ejemplo, estaba el Padre Llanos que siempre afirmaba aquello de que había entrado en las prisiones de Madrid con la Biblia y había salido de ellas con El capital, después. El intento evangelizador de las clases obreras populares, refractarias al catolicismo, de una la tradición anticlerical, ven con el franquismo la posibilidad de recristianizar esas clases, y en ese acercamiento a las comunidades obreras, acaban convertidos en espacios de transformación del discurso católico hacia posiciones de izquierdas o izquierdistas. Por otra parte, hay que tener en cuenta las culturas regionales y locales. NO es lo mismo el discurso obrero en Asturias que en Navarra, En Navarra, por ejemplo, la presencia del catolicismo es mucho más amplia que en Cataluña o Asturias. Pero eso no significa que sea un movimiento obrero más moderado, al contrario, evolucionará hacia posiciones anticapitalistas muy fuertes en los 70. Los nichos ideológicos, algunos interrumpidos como el anarcosindicalismo, cultura durmiente socialista, la cultura comunista y la católica, dotarán de continuidad al proceso de transformación de la clase obrera. Me llama poderosamente la atención la intermitencia del anarcosindicalismo que, parece disiparse por la acción del PCE en el movimiento obrero cuando, en territorios como Asturias o Cataluña había sido un protagonista central. Hay cosas sorprendentes. En los 40, la CNT consigue en Barcelona 20.000 cotizantes. Se trata de una cifra brutal a pesar de la represión. Pero es verdad que en los 50, y esto lo sabemos por los informes políticos, hay una tradición de nuevos obreros que entran en las fábricas, que conocen a esa vieja clase obrera, incluso en Vizcaya, más socialista, hay una transmisión de saberes y una sabia nueva de clase, que enseña cómo se organiza una huelga, o habla de la importancia de la solidaridad, y la justica de clase. Hay interrupciones, vehicular decisiones y a veces es incluso hay casos en los que son los viejos militantes anarquistas los que invitan a militar a los jóvenes a militar en el PCE, porque la CNT tiene problemas gravísimos de caídas, detenciones, filtraciones. En la década de los 70 tiene lugar nueva primavera libertaria. Se produce la actuación del Estado para que eso no avance. A mi lo que interesaba en el libro, muchas veces se hace una separación radical entre la cultura obrera anterior y posterior al franquismo y es verdad que hay rupturas pero también hay continuidades. También hay supervivencias que permiten aflorar en un contexto diferentes. La clase obrera crece de manera exponencial en los 70. Hasta entonces y en el primer tercio sobre todo, era muy minoritaria. En el periodo de los 50 y 60, hay una clase obrera persistente que será la resistencia contra el franquismo. Hasta qué punto determina las estrategias del PCE en el exilio. Yo creo que la emergencia del movimiento obrero y de un nuevo sujeto social bajo el franquismo acompañado del estudiantil, vecinal, se fusionará en lo que yo llamo la cultura de la protesta. Este fenómeno modificará no solo la estrategia del PCE sino del conjunto del antifranquismo. Detectamos una resistencia ética en los 40 y en los 50 que aun tiene esperanzas de prolongar el fin de la segunda guerra mundial con la lucha y la estrategia guerrillera, con actividad política clandestina, la propaganda. En los 50, el movimiento obrero tiene en su imaginario todavía que la caída del franquismo se producirá en el gran día D y que ese día D se sustanciará en el día de la gran huelga nacional política o la gran huelga pacífica o el día de la reconciliación nacional del 58. Los partidos, sobre todo el PCE, creen que si los partidos políticos convocan una huelga determinado día, ese día habrá una gran paralización de las fabricas que provocará la caída del régimen. Eso no funcionará así. Paralelamente, comienzan a emerger los grandes movimientos sociales que cambiarán la visión de como caerá el franquismo. No era una visión focalizada en la convocatoria de un día determinado sino algo más parecido a lo que se llamó una mancha de aceite que crecía por agregación, en este caso, de protestas, de conflictos, dentro de un proceso común. Esta nueva mirada conllevará un cambio de objetivos de una parte importante de la militancia antifranquista, donde la lucha social y la mejora de la vida de las personas se vuelve prioritaria. Se comprende que no solo la lucha política directa podrá acabar con el franquismo. Y por supuesto, la irrupción de esta nueva forma de ver el in del franquismo también cambiará la acción del franquismo. Si la represión en los 40 y 50 paraliza la oposición y provoca terror sociedad, en los 60 no es que no tenga lugar, pero en la medida que la acción política de los movimientos sociales es pública, la represión también lo será, lo que terminará generando un aumento de la solidaridad hacia los represaliados y, en determinados sectores de la sociedad, un cambio de su actitud ante los movimientos sociales públicos y, por ende, un mayor antifranquismo ante la visualización de la represión sobre determinados sujetos políticos. Todo este fenómeno produce lo que yo llamo “la ampliación del ámbito de lo posible”. Y tendrá unos costes represivos enormes. En los 60 se pueden hacer cosas que antes no se podían plantear. No solo en el ámbito de la protesta, sino también en el marco de la libertad, de la cultura alternativa. La gente tiene la capacidad de actuar directamente como opositor al franquismo que antes no tenía y eso nos indica que ha cambiado el ámbito de lo políticamente posible, con unos costes de negociación enormes en los que hay represión, muertes y fracturas. Pero también nos indica que ha cambiado la base sobre la que se mueve el propio régimen y el cenit de ese momento llega con la declaración del estado de excepción de 1964, cuando el franquismo trate de acabar con todo esto y no lo consiga. En los documentos de represión a partir de entonces quedará patente que el franquismo ya no pretende acabar con los movimientos antifranquistas, tan solo se conforma con contenerlos. Xavi Domenech. Hasta qué punto las estrategias del movimiento obrero se modifican con el capitalismo aliado al franquismo. En los primeros años 60, el franquismo vive su época de oro. Si hasta entonces se planteaba una legitimidad del régimen desde la victoria, piensa en la celebración del día de la victoria, esa legitimidad siempre se proyecta por oposición a la derrota de otros. En la primera mitad de esa década comienza a plantearse la legitimidad desde otro punto de vista: es una legitimidad desde el ejercicio del régimen. Aquí entra un nuevo factor para rque se produzca ese cambio y es el crecimiento económico. El régimen entiende que el argumentario debe ser ya otro: son ellos los que pueden demostrar que son los mejores gobernantes posibles. Esta operación se demuestra en el 64 cuando se celebran los 25 años de la paz. Ya no se celebran los 25 años de la victoria. Al mismo tiempo, el régimen contempla dos proyectos: uno de corte falangista de orden reformista, que abre el régimen. Ojo, esa apertura que no quiere decir democratizar. Son reformistas para consolidar el régimen. Este proyecto logrará convocar elecciones sindicales en 1966, impulsará la ley de prensa, la Ley orgánica del Estado, la Ley de Asociaciones de 1964. Su objetivo último es integrar a gran parte de la población en el proyecto franquista. Y por otra parte está el proyecto tecnócrata. Efectivamente. El proyecto tecnócrata busca que haya crecimiento económico y que sea sobre la base de este que se logre generar un consenso social. Desde ese consenso se pretenderá afianzar el régimen y la sucesión de Franco, con la designación de Juan Carlos I como heredero de la Jefatura del Estado. A esos dos proyectos se opuso el movimiento obrero que se expande en esa época aumentando la conflictividad social, logrando que uno y otro fueran inviables. Al término de la década, en el año 69, los falangistas y reformistas salen del gobierno y se designa a Juan Carlos sucesor. Es la acción del movimiento obrero la que hace inviable la consolidación del franquismo. Los años 70 son de una gran conflictividad, si acaso espasmódica, que no se registra en dictaduras similares. En el 76, España se convierte en el país con más conflictos de toda Europa. Es un fenómeno extraordinario teniendo en cuenta que es un país donde estaba prohibido el derecho de asociación, de manifestación y de huelga, con unas condiciones que podían conllevar la tortura y la muerte. Por otra parte, Europa tampoco era un remanso de paz con el post mayo francés o el post mayo italiano. Es una Europa con una conflictividad enorme, sólo superada por España, situada a la cabeza. ¿Qué sucede con los empresarios? El empresariado es una clase que, como diría el sociólogo NIlls, en el 64, de privilegiados impotentes. Privilegiados porque se ganaban bien la vida pero impotentes porque pintaban poco para el régimen. El libro demuestra lo contrario. El régimen franquista es un régimen de clase. No es solo fascismo, es un fascismo de clase y el empresariado participa en el proceso unificador de manera directa. La tecnocracia no tiene sentido si no toman el poder los empresarios. De hecho, ocupaban un tercio de los procuradores en cortes en los años 60. No es tan extraño, entonces, que gran parte de las patronales actuales procedan del franquismo: las farmacéuticas, las químicas, el metal. La formación del empresariado español se va generando dentro del sindicato vertical e incluso fuera. En los 70 y como corolario con la crisis del petróleo, se genera una crisis interna sistémica. La conflictividad laboral permite que en el año 66 se produzca un aumento de los salarios a costa de la tasa de beneficios de los empresarios. Esta situación coloca al empresariado en una crisis como clase que tendrá una reacción espectacular: la creación de la CEOE, del Consejo Nacional de Empresarios del Sindicato Vertical que, por diferentes vías, tratará de consolidar un proyecto de hegemonía que se basará en lo que conocemos como neoliberalismo ¿De qué manera la sociedad de consumo de masas afecta a la conformación de la clase obrera a partir de los 60? La formación de la nueva clase obrera es coetánea a la formación de la sociedad del consumo de masas, aunque, en verdad, eclosiona de una manera muy tardía. En la clase obrera cohabitan dos pulsiones. Son las expectativas que intersección casi en los 70. La libertad y el consumo. Lo que hay es un aumento de las expectativas y la extraordinaria presencia de conflictos de solidaridad. La naturaleza de los conflictos economicistas, políticos, se complementan con la conflictividad por solidaridad, huelgas solidaria de trabajadores con otros trabajadores de otras empresas en otras partes del país que afianzan la conciencia de clase. La lucha de clases es una suerte de luchas conjuntas. Hay elementos para analizar debido a la gran variedad de culturas e identidades de clase que en cada territorio se conforman de una manera y hacen emerger una conciencia de clase común. Para terminar me gustaría que analizaras la evolución de la conciencia de clase de entonces y el resurgir en el actual periodo de gobierno de progreso donde se dice abiertamente en los discursos y las interpelaciones de Pedro Sánchez invocar a las clases medias y a la clase trabajadora. Al albur de la pandemia, sino a la reacción de la perdida de libertades y poder adquisitivo con la crisis financiera. Una encuesta de principios de los 70 pide autoidentificarse a los encuestados y mayoritariamente afirman sentirse o ser de clase obrera. El prestigio está en saberse de la clase obrera. En los 80 y los 90 la realidad socioeconómica cambia y se identifica como clase media hasta derivar en categorías delirantes como alta, medida, y baja. Es verdad que hubo una imagen, la de aspirar a ser o formar parte de una sociedad de clases medias que dulcificaba la contradicción derivada de la lucha de clases. Se hizo confundir la capacidad adquisitiva con la pertenencia a una clase u otra. La polaridad de clases siguió existiendo y se volvió a hacer evidente en 2008 con la crisis financiera, tan evidente que el tiburón de las finanzas, Warren Buffet, afirmó aquello de que, efectivamente, existía una lucha de clases y la estaban ganando ellos. Es muy evidente que esa polaridad de clases está presente y con la crisis del 2008 y la gestión de esa crisis, claramente se enfrentó a unas clases contra otras, entre Quién generó la factura de la crisis y quién la pagó. Políticamente ese discurso constante erosiono el discurso de la clase media y esto ha obligado a reorientar el discurso político.

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