Propaganda de reclutamiento de la Tercera Brigada de Asalto del ejército ucraniano, integrada por la organización neonazi Azov.
Propaganda de reclutamiento de la Tercera Brigada de Asalto del ejército ucraniano, integrada por la organización neonazi Azov. En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Una joven de piernas larguísimas, medias de rejilla y botas de cuero se enrosca en la cintura de un soldado que conduce sobre una moto. Sostiene una pistola y mira seductora a la cámara, mientras, en el fondo, humean los restos de la batalla. “¡‘Protégela en la Tercera Brigada de Asalto!” –dice el post de Instagram– “ vale la pena darlo todo por la libertad de nuestro país y el futuro de nuestros seres queridos y lo hacemos con honor (...) vive, ama y lucha, aquí y ahora, en la Tercera Brigada de Asalto”. Hace apenas dos días, la misma cuenta estrenaba en sus redes un spot producido con calidad cinematográfica. En él, dos jóvenes soldados –ella, rubia, delicada, bellísima, él, tatuado, barbudo y robusto– que son, de hecho, una pareja real de militares, aparecen en la intimidad de su casa. Montan juntos un fusil de asalto, se acarician, hacen el amor sobre una mesa desordenada, se acurrucan con su bulldog en la cama, vestidos con camisetas de verde caqui. Después, se suben a un blindado: ella extiende los brazos contra el viento, él conduce hacia el frente de guerra mientras se pone el sol. Visten de camuflaje, llevan gafas de sol. A ratos, podría ser un anuncio de moda, a ratos, un videoclip, una road movie romántica falocéntrica y muy bien filmada. “El amor es algo que no se puede dejar para después. Ser un guerrero es vivir para siempre. Estar con un guerrero significa amar para siempre”. Combatir te hace deseable. Combatir lleva a las chicas de ojos grandes y labios gruesos hasta tu cama. Combatir te acerca a esas mujeres que abrazan fusiles y rodean misiles entre sus piernas brillantes. Pero atención, que estos anuncios nos dicen también que combatir no solo es sexo: también es amor. Es encontrar otra guerrera con la que compartir un destino, protegerla, hacerle el amor tras las jornadas de trinchera, cuidarla, como se cuida a la patria. Éstas son dos de las últimas piezas publicadas por la Tercera Brigada de Asalto de la Guardia Nacional Ucraniana, quizá la más popular de todas sus fuerzas militares y también la más polémica, cuyo nombre originario, que quizá les suene más, era el de Batallón Azov. Tradición, hermandad, coraje, Estado Fundado en Jarkov en febrero de 2014 por Andriy Biletsky, activo líder de varias organizaciones de extrema derecha, se organizó como grupo paramilitar neonazi para combatir a los separatistas rusos del Donbás tras el Maidán. Gracias a las donaciones privadas y a la permisividad y complicidad de Kiev, la organización fue ganando poder y miembros hasta operar no solo militarmente, sino con brazos civiles y políticos y una potente red de propaganda que permitió su expansión. Pese a su evidente simbología neonazi y pese a los crímenes de guerra probados que han cometido durante los últimos diez años, (hay informes de la OSCE desde 2016 que así lo reflejan) Azov terminó por integrarse en las fuerzas armadas ucranianas y acabó también por gozar de gran visibilidad y una renovada campaña de imagen en medios internacionales. Mercenarios de todo el mundo –incluídos varios ultraderechistas españoles– se unieron a la causa de Azov, que poco o nada tenía que ver con democratizar Ucrania o los derechos de su población civil, menos aún la de Donbás. En esa legitimación, los titulares sobre sus hazañas fueron planteando que igual no eran tan nazis… o que ser tan nazi era secundario en una coyuntura de invasión, casi “un mal menor”. Si en años anteriores la prensa liberal occidental, nada sospechosa de prorrusa, alertaba de la presencia de estos elementos fascistas, hoy el escenario es muy diferente. EEUU, de hecho, tenía bloqueada la ayuda militar a estas unidades, pero esas restricciones se levantaron por parte del Congreso en 2024. Vía libre para los chicos de Azov. Mercenarios de todo el mundo –incluidos ultraderechistas españoles– se unieron a la causa de Azov, que nada tenía que ver con democratizar Ucrania El revisionismo histórico ha ido, poco a poco, convirtiendo a los colaboracionistas nazis ucranianos de la II Guerra Mundial en “héroes” de la liberación nacional y a la causa nacional de Azov, casi en una lucha anticolonial aplaudida desde el liberalismo euroatlántico. Azov realiza giras por universidades como Stanford, recauda dinero con patrocinios extranjeros, y tiene una red de portavoces –con mujeres en posiciones nada desdeñables– con la que extienden su mensaje patriótico y de autodefensa frente al invasor. Francis Fukuyama (al que el Fin de la Historia hace tiempo que le pasó por encima) les presentó en Estados Unidos el verano pasado y dijo: “Se originaron entre los nacionalistas ucranianos, pero llamarlos neonazis es aceptar el marco ruso de lo que representan hoy”. Y es que, ¿quién no tiene derecho a un rebranding, a un cambio de marca? Aunque quizá es ahí, precisamente, donde radique la clave del problema y Fukuyama tenga, por una vez, algo de razón: la ideología de Azov (que atacaban campamentos de población gitana, que ataban migrantes a postes, que cargaban contra los desfiles del orgullo LGTBI, que quemaron vivos a sindicalistas en Odesa) ya no necesita representarse a través de jóvenes radicales con esvásticas y soles negros tatuados en sus brazos, porque esa lógica etnonacional, tradicionalista, turboliberal en lo económico y ultraconservadora en todo lo demás, ya se ha extendido como parte troncal del proyecto de Estado que muchos quieren para Ucrania. “El ideario de la extrema derecha se ha colocado como discurso oficial del Estado” afirma Nahia Sanzo, experta autora de Slavyangrad.es, probablemente el sitio en castellano más completo y actualizado sobre el conflicto, que ella misma actualiza diariamente desde hace diez años. “Diferenciar el ideario de Azov del ideario del Estado” –señala Sanzo– “es cada vez más difícil, teniendo en cuenta que cada vez más personas pasan por estos grupos o son cercanas a ellos y a su labor ideológica dentro del propio ejército. Son el sector social más organizado, armado y con experiencia militar”. Y además, apostilla: “Dicen que han cambiado, que no son lo mismo, pero muchos de sus líderes fundacionales se mantienen”. La web de Azov es casi una distopía: si una la abriera sin conocerla, le parecería una página de un videojuego. Muy bien diseñada, está centrada en hacer sencillo e intuitivo el proceso de reclutamiento y despejar todas las dudas posibles a los futuros candidatos. No hay simbología sospechosa (al menos, no es evidente), sino guiño a sus valores: nación, excelencia, tradición, coraje, hermandad. Valores especialmente atractivos para muchos hombres cuyo coraje, cuya hombría, cuya ciudadanía e identidad se basa ahora en un relato dicotómico entre elegir la humillación o el valor suicida. Reclutar o morir: hombres a la picadora Cualquiera con más de 18 años puede unirse, entrenar, y combatir en la Tercera Brigada de Asalto de la Guardia Nacional de Ucrania. Azov lleva meses impulsando una intensísima campaña para atraer soldados a sus filas. La falta de efectivos –de hombres, de carne de cañón– en el frente ucraniano es un problema acuciante, un secreto a voces que ha ido haciéndose ensordecedor a lo largo de los meses. La falta de efectivos –de hombres, de carne de cañón– en el frente ucraniano es un problema acuciante, un secreto a voces No siempre ha sido así: como afirma Sanzo, hasta la invasión rusa en 2022, mucha de la población del país vivía ajena a lo que ocurría en el Este y las reticencias a alistarse “pasaban más por el riesgo de verse obligado a matar que por el de tener que morir”. Ni siquiera en 2022, apunta la analista, el reclutamiento fue tan necesario: “Se generó un ‘efecto llamada’ en base a esa ola de nacionalismo ante la invasión que hacía muy sencillo conseguir reclutas. Hubo una fuga poblacional, pero la evasión del reclutamiento se está produciendo ahora, que es cuando las tropas ucranianas están más desgastadas. La vida en las trincheras es cruel, durísima, y la gente es consciente de ello. Por eso son necesarias las campañas publicitarias”. El reclutamiento se ha descentralizado y existe un reclutamiento del Estado y otro, independiente, de unidades como Azov o los Lobos de Da Vinci, que lo desarrollan por su cuenta. Ucrania reforzó las medidas de reclutamiento forzoso la pasada primavera. Además de un entrenamiento militar obligatorio para todo varón de más de 18 años, se endurecieron los criterios de exención para evitar ir al frente y se desplegaron una serie de ventajas fiscales y promesas salariales que hicieran más atractivo el servicio en las Fuerzas Armadas. Aunque ni con esas parece que se reduzca el número de desertores, otro secreto evidente sin cifras pero con múltiples filtraciones desde diferentes inteligencias occidentales. La medida más polémica de todas fue, sin embargo, la bajada de la edad de reclutamiento en el país, de 27 a 25 años, una impopular medida que aun así todavía es susceptible de verse todavía más reducida: son varias las voces de los “halcones” en Kiev –y en Washington– que solicitan bajarla ahora a los 18 años. Cualquier hombre en edad militar tiene prohibido salir del país. Esa realidad evidente –una ley marcial que viola y restringe derechos humanos– fue obviada por la propaganda de guerra europea, centrada en combatir “hasta el último ucraniano”. Los hombres que pudieron marcharse a partir de febrero de 2022 (muchos bajo cuerda, chantajes y pagos para poder atravesar la frontera) se enfrentan ahora con restricciones consulares y con amenazas de deportación, que países como Polonia no ven tan descabelladas. Los ministros de exteriores de ambos países señalaban a los refugiados y exiliados casi como “traidores” a la defensa de su patria, cuestionaban su hombría y ponían sobre la mesa la posibilidad de cortarles todo tipo de subvenciones y ayudas, las mismas de las que solo hace dos años presumía la Unión Europea. Los vídeos de redadas y persecuciones y las denuncias del maltrato y las condiciones precarias en los acuartelamientos resuenan entre la opinión pública ucraniana. Así, ¿cómo atraer a alguien de nuevo a la trinchera? ¿Qué mecanismos pueden funcionar en una guerra que asumirá un nuevo invierno en circunstancias muy difíciles? ¿Nación, patria, honor, justicia, liberación? Azov, además, plantea lo evidente en todo régimen de guerra: el orden sexual y de género. Ama a la Tercera Brigada de Asalto El Washington Post se hacía eco de la campaña de Azov en su portada, no para denunciar la sexualización o la romantización del drama, sino con una suerte de fascinación ante esas pin ups eslavas, retratadas como una mezcla de heroínas de videojuego (qué daño hizo Lara Croft) y modelos de Only Fans. De hecho, los autores del artículo se trasladaron al set de fotografía profesional de la campaña de la que definen como la “mejor unidad de combate”, con jóvenes publicistas –de nuevo, también mujeres– coordinando la grabación. “La visibilidad de Azov”, subraya Sanzo, “no es solo por la publicidad que ha tenido, sino por la capacidad que ha demostrado para organizarse. Tienen campamentos infantiles, una editorial de libros, aspiraciones internacionales y expansionistas… y es importante en términos políticos, militares y publicitarios”. Sus campañas cuentan con mucho dinero, y esta última –la cuarta, recuerda Sanzo– tiene un claro objetivo, más allá del obvio, que es el de atraer la mirada internacional. De nuevo, nada tan viejo y tan efectivo como el cuerpo de las mujeres al servicio de la causa. Marta Havryshchko, historiadora, estudia y enseña sobre conflicto, género y genocidio en la Universidad de Clark y es una de las voces más activas en la academia y Twitter en denunciar la deriva de Azov, a costa inluso de su propia seguridad. Para ella, la ideología fascista de la OUN y la UPA (rama militar de la Organización de Nacionalistas Ucranianos entre 1920-1950), colaboracionista con el nazismo “se basaba en roles de género patriarcales, pero al mismo tiempo, dependían en gran medida de las mujeres en sus actividades: servían como mensajeras, exploradoras, propagandistas, médicas. Estas funciones se consideraban temporales y tenían un objetivo principal: un Estado independiente ucraniano, que crearía las circunstancias para que las mujeres pudieran volver a su “labor natural” en el hogar, criar nuevos soldados, apoyar a sus maridos guerreros”. Traza un paralelismo con la actualidad: “Ahora en las unidades militares de extrema derecha como Karpatska Sich, Brigada Azov o Vovky Da Vinci integran y celebran a las mujeres pero les reservan los trabajos feminizados. Por eso sirven mayoritariamente como médicas, secretarias, periodistas o psicólogas, que no desafían las jerarquías de género. Ellos son los héroes, ellas, las ayudantes de los héroes”. Sacrifican sus derechos y su seguridad en aras de un “objetivo mayor”: salvar a la nación en tiempos de amenaza existencial, lo que de hecho, “refuerza las estructuras patriarcales del poder dentro y fuera del ejército”. Respecto a la campaña de la Tercera Brigada de Asalto, Havryshchko recuerda que viene precedida de varias polémicas sexistas, como bromas en televisión en las que comparaban su rol militar con el de los perros del ejército. “Sugerían que las mujeres militares estaban para satisfacer las necesidades sexuales de los soldados, y así ayudarles a luchar. Escribí un post sobre ello” recuerda la académica, “etiquetando a las principales feministas en los defensores de la patria, inmunes a cualquier reproche”. También, señala, hay mujeres implicadas en esta misión: “Algunas de las mujeres de esta Tercera Brigada de Asalto juegan un rol fundamental en negar el sexismo, y presentan una imagen luminosa de la brigada. Considero que esta es una estrategia común entre las mujeres militarizadas, que interiorizan ese sexismo y le restan importancia para poder sobrevivir en esa atmósfera de masculinidad tóxica”. Con estas circunstancias, la maquinaria de guerra debe activar todos sus resortes para garantizar que el esfuerzo de guerra no flaquee y que la población ucraniana mantenga, aunque sea a costa de sus propios muñones, el ardor de la batalla. La romantización de las mutilaciones de guerra –otra derivada perversa, primero ignorada, y ahora idealizada– es otro buen ejemplo de cómo el orden de género opera también para convertir en héroes y en ejemplos de superación y amor la terrible realidad de miles de jóvenes que arrastrarán graves discapacidades de por vida. El mes pasado, la Semana de la Moda de Ucrania abría su desfile con amputados de guerra sobre la pasarela vestidos con una adaptación hipster de la indumentaria tradicional del país con las prótesis de sus piernas a la vista. “Un nuevo mensaje –afirmaba la directora del evento– para la gente que estaba cansada de imágenes de casas destruidas y de soldados heridos”. Esta cínica reelaboración del discurso, vestida –nunca mejor dicho-–como un ejercicio de resiliencia y de resistencia, tiene derivadas todavía más oscuras. El pasado marzo, el medio Politico se hacía eco de cómo varias actrices pornográficas recaudaban dinero para las fuerzas armadas a través de fiestas y campañas, como una cena de gala en la que mujeres encajadas en trajes de escotes y cinturas imposibles se abrazaban a jóvenes en sillas de ruedas y smoking. Pese a estar prohibida oficialmente, la pornografía en Ucrania es un negocio con un peso evidente, gracias al fetiche sexual construido en torno a la mujer eslava, especialmente tras la desintegración de la Unión Soviética. No en vano, el debate sobre legalizar y regularizar el porno apareció a menudo en el país el año pasado, en el marco de la oportunidad económica que supondría para un país sumido en la guerra, y revestido, claro, de un supuesto feminismo liberal (“mi cuerpo, mi decisión”) teledirigido desde los dueños de la industria. Ucranianas en varios países llegaron a organizar “Nudes for war effort” (desnudos a cambio de esfuerzo de guerra), un Territorial Defence OnlyFans que recaudaba dinero a cambio de vídeos eróticos o pornográficos en la plataforma web. Ya saben, si todo falla, siempre quedan las pajas. La amarga ironía es que, apoyando la militarización, muchas feministas refuerzan las estructuras de poder patriarcales Para Havryshchko, el feminismo tiene una conversación pendiente sobre toda esta cuestión que no parece querer abordar. “Los principales grupos feministas de Ucrania se ponen del lado del Estado-nación en tiempos de guerra. Como resultado, algunas feministas se dedican a avergonzar a los hombres que intentan evitar el servicio militar obligatorio. Otras abogan por la militarización social porque creen que si Rusia ocupa toda Ucrania, perderán mucho más de lo que han perdido ahora, dadas las recientes tendencias antigénero y antifeministas rusas. Pero la amarga ironía es que, apoyando la militarización, muchas feministas refuerzan las estructuras de poder patriarcales y los roles de género tradicionales. Al restar importancia al sexismo en el ejército, ponen en peligro a las mujeres militares; al apoyar a los etnonacionalistas, refuerzan su agenda y legitiman su violencia contra las mujeres y contra las voces críticas, como yo y otros activistas de izquierda, que no creemos en esa unión “rosa” entre nacionalismo y el feminismo”. Desmilitarizar el futuro Permítanme un último disclaimer, una nota al pie: no faltará quien tache esta pieza de propaganda prorrusa. A menudo, para disminuir la gravedad del problema que se expone aquí, se argumenta que estos elementos (Azov, estructuras paramilitares o ultraderechistas, ultranacionalismo, o ese revisionismo histórico con reminiscencias de la peor Europa) son minoritarios. Bajo ese mismo prisma –tan propagandista como lo que denuncia en su contrario– quienes señalan la deriva antidemocrática y ultraderechista de Ucrania le hacen el caldo gordo a Moscú. Pero más allá de que nadie debería tragar con la burda falacia de la “desnazificación” que argumenta Rusia (que tampoco anda falta de ultranacionalistas en sus filas y estructuras de Estado, ni de conservadurismo misógino, aunque eso da para otro artículo), las muchas evidencias de lo que aquí se escribe están sobre la mesa. Europa y Estados Unidos han alimentado un monstruo ultra que amenaza con devorar un Estado condenado a ser fallido y subsidiado para sobrevivir y las consecuencias tendrán eco en todo el continente. Si quieren buscar responsables, los hay a ambos lados del muro. Si quieren buscar enemigos internos a quienes culpar del desenlace, solo hay que tirar de hemeroteca. Si hay alguna filia oriental y simpatías por Moscú que reprochar aquí, en el caso de ésta que suscribe, hay que irse un siglo atrás para encontrarla. Europa y Estados Unidos han alimentado un monstruo ultra que amenaza con devorar un Estado condenado a ser fallido Más allá del futuro próximo y del frente de invierno, cabe ahora preguntarse qué será de una Ucrania donde los anuncios de las marquesinas te invitan a irte a la guerra y hay una generación de jóvenes que han crecido ya bajo esos mandatos de masculinidad hegemónica militarizada, violenta, extremista y conservadora. Pero sobre todo, cabe preguntarse qué será de las mujeres y de sus derechos. “Algunos mandos militares, especialmente de las unidades de extrema derecha, han dicho abiertamente que en la Ucrania de posguerra, haber hecho el servicio militar será una condición obligatoria para todos aquellos que quieran ocupar un cargo en el gobierno, en los parlamentos, en las instituciones del poder. Esto excluye directamente a la mayoría de mujeres (para quienes el servicio militar en Ucrania es hoy un derecho, no una obligación), con lo que ello implica para los derechos de las mujeres”. Havryshchko no se olvida de señalar la crisis demográfica que atraviesa el país: “Las posiciones antiaborto tienen cada vez más voz, y con un parlamento masculinizado, tendríamos una situación en la que los derechos reproductivos podrían eliminarse “en nombre de la nación”. Muchas mujeres que acumularon poder y prestigio durante los años de la guerra, en algunos casos, porque los hombres estaban en el frente, tendrán que afrontar despidos y volver a casa para dejar su espacio a los veteranos de guerra, regresando a sus “deberes naturales” en el hogar. Por supuesto, estamos hablando de escenarios extremos, que dudo que puedan implementarse, pero depende en gran parte del resultado de la guerra”. Con el frente de guerra encaminado al invierno, recién conocidas las últimas –y poco creíbles– propuestas desde Kiev para una “victoria” ucraniana, y cada vez mayor presión internacional para una paz negociada, Sanzo, como siempre, da la puntilla y pone el foco en el después. Se centra en el mercado negro de armas y el reto de desmilitarizar el país en un futuro postconflicto: “Va a ser un problema para Ucrania, tanto en términos ideológicos como a la hora de desmovilizar a esa población, cuando esos miles de millones de armamento que han circulado hasta allí se conviertan en un peligro real para ese Estado”. Deberían tomar nota aquellos que no aman a Ucrania, aunque dicen amarla tanto que la han llevado hasta el precipicio, aunque estén a miles de kilómetros del frente de guerra. Cuando haya tiempo para los por qués, los para qué y los quiénes, recuerden a quienes aman, alimentan y jalean a los muchachos de la Tercera Brigada de Asalto.
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