domingo, 20 de octubre de 2024
E. del Teso al habla....RECOMENDADO...
Nortes | Centraes na periferia
ActualidáTemesCulturesMemoriaOpiniónGaleríesXenteHazte socia de Nortes
ActualidáDestacaesOpinión
Guerra cultural de Meloni y europeos papando chorradas
Meter unos centenares o unos miles de migrantes en Albania o Turquía apenas afecta a la presión de la migración.
Por
Enrique Del Teso
19 octubre 2024
Foto: Twitter de Giorgia Meloni.
Las imágenes más patéticas del atentado de las Torres Gemelas seguramente fueron las de aquella gente que se lanzaba al vacío sin ninguna posibilidad de supervivencia. Si el fuego y los humos te quitan el espacio, pierdes todas las cautelas y te lanzas donde sea para librarte de esa asfixia para la que no hay tos lo bastante gruesa ni estridente y de ese dolor inimaginable del abrasamiento. Si hubiéramos tenido a mano colchones gigantes, que pudieran evitar el impacto mortal contra el suelo, ¿nos habríamos apurado para ponerlos en la acera y salvar a esa gente? Sin duda, es lo que hubiéramos hecho. A un acto así, poner colchones para que caigan en blando los desdichados que tuvieron que saltar, en los años 50 la comunidad internacional lo llamó derecho de asilo. En las Torres Gemelas el salto era en vertical. En otros sitios del mundo, la gente se ve obligada a saltar, pero en horizontal. Es también un salto al vacío, y también sin cautelas. Alguna situación límite hace a la gente saltar fuera de su país para no abrasarse en él. Y al reflejo elemental de poner un colchón para que no se estrellen, antes de hacer preguntas y averiguaciones, la comunidad internacional lo llamó asilo y lo fijó como un derecho, es decir, como un automatismo. Los derechos son una de las traducciones laicas de la gracia de Dios, el cuidado y protección que no hay que merecer y que simplemente es obligado para un semejante. Europa se reconstruía física y moralmente de la guerra y entendió que hay que poner un colchón al que se está cayendo, porque es su derecho, es decir, por la gracia de Dios. Finlandia, Polonia e Italia dicen que no, que a saber con qué intenciones saltaban al vacío de las Torres Gemelas y que a ver si luego eran okupas o a ver si se produce un efecto llamada y empieza todo el mundo a saltar de los edificios. O algo así. Ursula von der Leyen, la única baza que hubo para evitar que Manfred Weber normalizase y fortaleciese el neofascismo de Meloni a escala continental, dice que son buenas las prácticas de Meloni con la inmigración y que una buena idea merece normalizar y fortalecer el neofascismo a escala continental.
Este asunto no va de solidaridad y sensibilidad
Su idea (spoiler, mienten) es desviar a países ajenos a la UE a los inmigrantes a cambio de dinero. Dicen Von der Leyen, socialdemócratas, liberales, conservadores y ultras algo sensato. Hay gente que huye de su país de situaciones límite; no podemos acogerlos a todos; si los colocamos en un tercer país, económicamente achuchado, todos ganamos: los refugiados no vuelven al infierno, el país achuchado recibe una pasta y enriquece a sus oligarcas y la UE alivia la tensión de las migraciones. Este asunto no va de solidaridad y sensibilidad. Incluye, claro, valores básicos y humanidad elemental. Pero no va de eso.
Recogida firmas por la regularización. Foto: David Aguilar Sánchez
Y tampoco va del problema migratorio. El problema existe y es tan grave que es insoluble, pero no es el problema migratorio lo que se está gestionando y pretenderlo es pura propaganda. La página de Naciones Unidas sobre migraciones en el mundo tiene un contador abajo a la derecha muy ameno. Si damos a la flecha circular, el contador hace avanzar los números de los años entre 1990 y 2020, y según avanzan los años avanza en número mundial de migrantes y el porcentaje de población que supone. En 1990 había 153 millones y eran el 2,81% de la población total. En 2020 pasaron a ser 281 millones y representan el 3,6% de la población. Meter unos centenares o unos miles de migrantes en Albania o Turquía apenas afecta a la presión de la migración. Ya hace tiempo que pagamos a terceros países para que impidan que la desesperación llegue a nuestras murallas y que los migrantes se queden donde no los oigamos. Esto con lo que trafica Ursula con Meloni es otra cosa. Se trata de que los migrantes que lleguen aquí dejen de tener el derecho que tenían a ser acogidos cuando es supervivencia lo que los trajo aquí. Eso era el derecho de asilo, la obligación de poner colchones al que se está cayendo para que no se estrelle. La guerra cultural de la ultraderecha consiste en socavar aquello que no se discute en democracia. Una democracia saludable consiste en la certeza de que puede cambiar lo que la gente quiera y en la certeza de que no todo puede cambiar, que hay continuidades garantizadas. Venimos suponiendo que en las elecciones está en juego que se financie o no a la escuela concertada o que suban o bajen los impuestos de los ricos, pero que no está en juego que mi hijo y mi hija no bautizados mantengan sus derechos civiles. La guerra cultural consiste en poner en cuestión este tipo de certezas de la democracia liberal. De eso es de lo que va este episodio. Meloni quiere extender el veneno neofascista. Von der Layen y demás ven el veneno racista y xenófobo extendido por Europa y no lo enfrentan porque prefieren ser parte de él para no quedar fuera de las atahonas del poder.
El catolicismo siempre predicó el amor con dos adyacentes: tu prójimo o tus semejantes. La segunda expresión tiene un fundamento poderoso. Nos parece que arrancar las alas a una mosca quizá no sea bonito, pero tampoco un delito, pero que serrarle las patas a un perro (y ocurrió) es un horror que debe ser castigado. El perro es un mamífero que se expresa a una escala muy humana, es más semejante que una mosca. La semejanza es la piedra basal de la protección, la solidaridad y la justicia. Los diferentes o no los vemos o tienen un aire de amenaza. Es una de tantas tendencias humanas que aprendimos a sublimar a medida que mejoramos el arte de la convivencia (como la tendencia humana a coger lo ajeno o a arreglar las cosas a pedradas). La ultraderecha necesita el odio grupal por razones tácticas. Necesita odio y miedo para que sus bulos y propaganda se extiendan y afecten a las conductas. Necesita que aprendamos a rebajar la jerarquía de la vida y la dignidad para que podamos apoyar un sistema que no las reconozca y eso se consigue con grupos ajenos, que como mínimo no importan y como máximo se les odia como hostiles. Y necesita ese odio como falsa defensa de grupo ante peligros imaginarios para poder señalar a cualquiera como traidor al grupo. Como siempre, se necesitan brujas para poder acusar a cualquiera de brujería, se cultiva el odio a minorías para dominar a las mayorías. El recelo a los diferentes, decía, está en nuestra naturaleza, reservamos la bondad para los semejantes. La ultraderecha necesita revertir el refinamiento civilizado que suavizó nuestros peores perfiles para que queramos ir al mundo asilvestrado al que aspiran.
En el caso de los migrantes, el odio grupal se sustenta en bulos y mentiras. Esa es la batalla cultural de Meloni. Tener a un puñado de migrantes en tierra de nadie, aparte de una maldad, es inútil. Pero fortalece el cuento de que son un problema, que son muchos, que algo hay que hacer y ayuda a que prenda en Europa el miedo difuso y cagón a quienes no sean semejantes, por tener un peinado raro o un grano. Pagando a terceros países para que los retengan, ocurrirá lo que ya está ocurriendo con terceros países a los que se paga para que no se acerquen a nuestras fronteras. Son países bien elegidos para que no haya escrúpulos con esta gente. Y los déspotas de esos países de repente tienen una materia prima preciosa. Consiguen reservas bien dotadas de dolor, de ese dolor que impulsa a saltar en el vacío. Cuando Marruecos en 2021 se enfurruñó con la ministra González Laya, mientras Putin jugaba con la llave del gas, Mohamed VI enredó con la llave de sus reservas de dolor y se produjo una crisis migratoria amenazante, hasta que se destituyó a la laboriosa Laya.
La supresión del derecho de asilo deja el problema migratorio como estaba. Pero es una bajeza inhumana. Y no es problema solo de humanidad y altura moral. Son nuestros derechos y libertades los que quedan amenazados. El canal para que quien se tuerza sea traidor o ajeno (antiespañol, por ejemplo) queda abierto, ahora que ya sabemos que estamos en peligro; y ahora que ya aprendimos menoscabar la vida, la dignidad y la libertad en determinados casos. El final siempre es la misma pregunta: ¿cómo íbamos a saberlo?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario