Íñigo Errejón, durante un canutazo en el Congreso de los Diputados, el pasado 26 de septiembre. / Cuenta de Twitter de Í. E.
Íñigo Errejón, durante un canutazo en el Congreso de los Diputados, el pasado 26 de septiembre. / Cuenta de Twitter de Í. E. En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí 1- En el momento en el que escribo estas líneas, hace unas horas que ha sucedido algo extraño y con sus gotas de belleza. Un artículo aparecido en Zona de Estrategia, una revista del entorno autónomo madrileño –con inteligencia propia, al punto de que es una de las dos publicaciones peninsulares que se está tomado en serio lo único que ha pasado en serio en los últimos tiempos: lo de Draghi–, parece haber invertido, desacelerado, matizado por sí solo el linchamiento –esa es la palabra; literalmente– vivido en las últimas horas contra un político madrileño por sus presuntas agresiones sexuales. La facilidad con la que el artículo ha revertido y matizado, y tranquilizado, lo que ocurre, explica y describe por sí solo lo que ha pasado. Desde las RRSS –ese lado oscuro, esa región de la época–, y a través de información anónima, se ha producido una estampida gregaria, y los medios convencionales han participado sumándose, sin apartarse del apriorismo, en tanto que hacer otra cosa requería lo que aporta el artículo citado: coraje, criterio propio y ese exotismo en un país eternamente católico, incluso cuando lo ha dejado de ser: sensibilidad feroz hacia los derechos individuales. El artículazo, firmado por el Colectivo Cantoneras –mujeres de MAD, vinculadas al medio citado–, nace y se estructura desde la cultura feminista y se maravilla ante el fenómeno vivido, que surge, apuntan, de la apropiación del feminismo por parte de los partidos de la ex-nueva-política. El resultado de ese tamiz, opinan, es un feminismo penalista, que observa el sexo –esa cosa tan grande, ancha y profunda y, según cómo, tan pequeña, cutre y sórdida– como el campo de la única violencia sobre la mujer, una vez aplazadas, omitidas y olvidadas otras violencias. A partir de la descripción de ese feminismo partidista, de clase media, el colectivo explica el linchamiento vivido estos días, y lo que en realidad significa: la reducción del feminismo a guerra de sexoZzzzz, así como la difuminación del significado de la palabra agresión, que alude ya a cualquier suceso ocurrido en el campo semántico sexo. El artículo defiende, en ese sentido, que las agresiones existen, claro, si bien no todo el monte es agresión –“las relaciones de mierda no son agresiones machistas”–, y abogan por buscar más palabras para explicar más situaciones de violencia o conflicto hacia las mujeres. El artículo es un alegato por un feminismo no autoritario, no moralizante, no obsesionado por el control de las costumbres, no proclive a un giro reaccionario sobre la sexualidad, y que nos haga más libres e iguales. Explican que todo este lío que nos ocupa, convertido en pánico moral, supone un –gran– paso atrás, hacia ese pasado rancio llamado, tal vez, futuro. El artículo viene a ubicar, finalmente, el ruidoso y estridente linchamiento vivido estos días como una consecuencia, tal vez terminal, del itinerario de esas izquierdas desde 2014. Lean ese artículo, que nuestros grandes pensadores/as ya están plagiando como posesos y sin cita alguna, lo que es la definición del éxito en España. 2- Este otro artículo, que supone también una descripción del linchamiento, de lo que hay debajo de él, empezará donde acaba el artículo del Colectivo Cantoneras, y continuará estableciendo la relación –metafórica, incluso– de este linchamiento con las nuevas izquierdas, a las que todo este asunto puede llegar a describir. 3- En primer lugar, hay que tener en cuenta que la justicia determinará en el futuro si ha habido maltrato o, por el contrario, ha habido mal trato, un trato no deseado. Por ello mismo ha resultado curiosa la participación, en pleno, sin matices, de la nueva política. En el lado del linchamiento. El político linchado, cuya trayectoria atraviesa dos partidos y toda la nueva política, desde 2014 hasta la semana pasada, no ha sido defendido por ningún partido de su biografía ni, absolutamente, por ningún compañero/a. Es más, nadie ha convocado el piloto automático de la presunción de inocencia, sino que todos se han sumado a la lapidación. No le han defendido –lo que equivale a atacarle, a sumarse a la juerga– ni la ex, ni la exsocia política, ni el examigo íntimo, ni su actual líder, ni el staff de los dos partidos y pico que fundó. 4- No ha habido, en fin, piedad o misericordia alguna. Algo absolutamente llamativo, y que habla no solo del político en cuestión, sino de sus entornos pasados y presentes. ¿Qué ha ocurrido? Algo grave, seguro, difícil de explicar pero fundamental. Al punto que no solo el político no ha podido defenderse, sino que su entorno tampoco ha podido, al parecer, hacer otra cosa que la que ha hecho. El político linchado, cuya trayectoria atraviesa dos partidos y toda la nueva política, no ha sido defendido por ningún partido ni por ningún compañero/a 5- Una idea moralista del sexo, en todo caso, ha conseguido lo que no consiguió la idea de ética política de la nueva política: expulsar a un político. Lo que sella y explica –en ausencia, por ahora, de pruebas de agresión– la existencia, efectiva y poderosa, de una idea moralista del sexo en la nueva izquierda, pero también, y por lo mismo, la inexistencia de una idea certera de ética política en ese espacio político. 6- Porque, me parece, eso es lo que ha pasado desde 2014. Ha sucedido un fallo profundo, duradero y colectivo en la ética del staff de la nueva política, que ha protagonizado, desde 2014, una trayectoria ajena a dar explicaciones, asumir críticas y depurar responsabilidades. Explicaciones, críticas y responsabilidades que ahora se exigen a un solo político y no por el uso inadecuado de la política, sino de su, ejem, XXXXX. 7- Evaluemos esa trayectoria colectiva. Con la crisis de 2006 y la consecuente reforma constitucional de 2011, que garantizaba el pago de deuda en detrimento del bienestar, finalizaban los consensos culturales –la Cultura de la Transición– que sostenían, con relativa facilidad, el R’78. Todo cambiaba y se volvía menos amable y lírico. La ley, la Justicia y las Fuerzas de Seguridad ahora venían a suplir el rol que antaño había tenido la cultura y sus mecanismos para elaborar cohesión. Lo que supone un trauma, que tiene consecuencias. En el paréntesis 2008-2014 se vive, en paralelo a toda esa crisis económica, política y democrática, una crisis electoral. El bipartidismo acumula, para ese periodo, una pérdida de –se dice rápido– 11 millones de votos. A su vez, la abstención aumenta en unos 7,7 millones de no votos. El votante se fuga, de una forma u otra, de un sistema cruel, que ya no se esfuerza en ser simpático, y en el que ya no cree. En 2014, tras tres años de 15M, una fuente sexy y autorizada, como lo es Jaime Miquel –en casa somos muy de Jaime Miquel–, estima ya que el voto democrático y rupturista, que quiere un cambio estructural, un aggiornamento democrático –una democracia real, imposible de imaginar, por ausencia de experiencia democrática, en 1977–, se podía fijar en 8,5 millones. Mucho. Muchísimo. Estamos ante un posible cambio de paradigma. Así como suena. No hay tantos momentos como ese en una vida. Era una ventana de oportunidad fabulosa, imprevista y que no suele repetirse en el tiempo. Según el CIS de octubre, el espacio Podemos, hoy dividido en dos segmentos, obtendría 1,8 millones de votos –Sumar–, y 900.000 votos –Podemos– 8- Ese electorado, el 15M, lo pasó a capitalizar Podemos, un partido cuyos líderes carecían de contacto, conocimiento, experiencia y simpatía hacia el 15M, y que provenían de otras tradiciones anteriores. El resultado fue el fenómeno Podemos, un partido con las bases y el electorado 15M, y con un vértice mucho más vertical y antiguo. Podemos, ya antes de su éxito europeo –más de 1,2 millones de votos en 2014–, protagoniza un inédito desbordamiento social. Se forman círculos de Podemos en el Ejército, en la Guardia Civil, en hospitales, en municipios, en barrios. En la sopa. Paulatinamente, esos círculos, la originalidad inicial de Podemos, se van depurando e interviniendo –y reduciéndose de militantes con suma rapidez– cuando desde el centro se domestican, se sustituyen incluso líderes electos locales por otros líderes, en ocasiones foráneos, que garantizan la transmisión de órdenes de jefatura, la unanimidad y la elisión de problemas no deseados. Sea como sea, en las generales de 2015, Podemos roza la epopeya. Es tercera fuerza, con 5.212.711 votos. Podemos se va aproximando al techo de los 8,5 millones, que fijó Miquel. Lo que supone ya una seria amenaza a un PSOE que hace chiribitas, en aparente proceso de pasokización. En las generales de 2016, a las que Podemos concurre asociado a IU, la lista conjunta no obtiene los votos que, en principio, sumaban las dos formaciones, sino que baja hasta los 5.087.538. Algo ha pasado. El bajón electoral de Podemos no se estanca aquí, sino que sigue descendiendo vertiginosamente: 3.761.145 millones en 2019, 3.119.364 en la repetición electoral de ese año, y –usted se encuentra aquí– 3.014.006 en 2023. Nadie ha ganado tantos votos en tan poco tiempo. Nadie los ha perdido, tal vez dilapidado, tan rápido. Y sin consecuencia política alguna. 9- ¿Qué ha sucedido? Ha sucedido una persecución mediática, policial y judicial. Pero también cosas más concretas y con tecnología propia: pérdida de capacidad de atractivo, reducción del léxico y de temas, acopio de enfrentamientos internos para crear aparatos y ser Califa en lugar del Califa y, sobretodo, el sello de todo ello: la ausencia de democracia interna, de capacidad de comunicarse con los líderes de otro modo que no fuera el aplauso, la sonrisa y la inquebrantable adhesión. Estos días, diversos dirigentes han explicado que desconocían la conducta íntima del político linchado. Es decir, que, en el partido, no había posibilidad de hablar del carácter de sus líderes. Es decir, de criticar a sus líderes, no digamos ya sus decisiones o políticas. De explicarles, en fin, la debacle electoral, constante, imparable, del punto 8, y de cómo respondía exclusivamente a las conductas y decisiones de sus élites. El grueso de las decisiones de Podemos, de hecho, se centró en la creación de dos aparatos y pico. El de Iglesias, el de Errejón y otro más canijo y, por lo tanto, menos ruidoso, de Anticapis. El grueso de las decisiones de Podemos se gastó en el enfrentamiento de esos aparatos. En peleas y rencillas extrañas, furiosas y sin más explicación que la pugna gratuita por los liderazgos, esas XXXXX como una olla. Y en uno de los divorcios más caros –en electorado– de la historia. No hubo inteligencia colectiva ni privada, ni estadista alguno. O todo ello no impidió el trayecto hacia la nada del punto 8, sino que lo animó. Sería deseable plantear urgentemente una tercera herramienta, lejos del punto donde se fundaron las anteriores y lejos de sus liderazgos 10- La prueba de ese pasado es el presente. En la actualidad el espacio está dividido en dos partidos. Sumar y Podemos. Podemos es la consecuencia de la prolongación de su dinámica autoritaria inicial. Tras expulsiones y tras la incapacidad sostenida para el pacto y la empatía, agrupa, básicamente, a, al menos, tres matrimonios, lo que parece bastarle, pues, por lo visto, Podemos aspira a vivir en la oposición frente a la extrema derecha, emitiendo memes políticos e informativos. Esa, al menos, era la apuesta de sus líderes en 2023, fallida en aquel momento. Desde que salió del Gobierno se presenta como un partido radical, alejado de su praxis gubernamental. Sumar, a su vez, es un arranque no culminado –ha realizado piruetas arriesgadas que no ha sabido completar, lo que es una descripción del concepto riesgo-inasumible– por ausencia de decisión y de liderazgo. Es, parece ser, un error de cálculo no enmendado, algo sumamente peligroso –irresponsable, incluso– en un biotopo político de auge de la extrema derecha y de mayorías inestables. Según el CIS de octubre, y los cálculos de Jaime Miquel, el espacio Podemos, hoy dividido en esos dos segmentos, obtendría 1,8 millones de votos –Sumar–, y 900.000 votos –Podemos–. Lo que supondría, respectivamente, doce y dos diputados. Lo que no solo es un fracaso absoluto para ambas formaciones, sino que esos resultados supondrían un gobierno de coalición de extrema derecha, con ganas, fuerza y contexto internacional para un poderoso cambio de paradigma. Sería un cambio de época sustentado en valores reaccionarios que, nuevamente, aspiran a ser legislados. Para evitar, o al menos aplazar ese cambio histórico, que podría durar décadas, serían necesarios no menos de 30 diputados de la nueva izquierda. Un número que se antoja improbable. Y más ahora, tras el XXXXXgate. 10- La trayectoria de Podemos –900.000 votantes, pero también un espacio, más grande que él, que integra a dos partidos, a casi dos millones de votantes, y a una cantidad mucho mayor, asombrosa, metafórica, de exvotantes, exmilitantes y exsimpatizantes– está determinada por el autoritarismo de sus líderes, y por la incapacidad para la democracia interna –el linchamiento es básicamente eso, una explosión imprevista y desordenada de quejas, allí donde se ignora la queja, la crítica–. Por ese motivo, por ese verticalismo, por la ausencia de contacto con la crítica, han fallado las dos herramientas que se han creado con esa lógica. Falló Podemos y ha fallado Sumar. 11- Sería deseable plantear urgentemente una tercera herramienta, lejos del punto donde se fundaron las anteriores y lejos de sus liderazgos. O, al menos, lejos de esa cultura del liderazgo, que no oscile entre el autoritarismo, la incomunicación y su posterior y consecuente derrumbe a través de explosiones y linchamientos. La elaboración de una herramienta no se improvisa. Necesitan precedentes –los que hay son chungos–, líderes –nunca hubo tantos, lo que puede indicar que no los hay–, tiempo –puede no haberlo– y personas –que se fueron arreando–. Pero es preciso y urgente intentarlo. Si el espacio quiere existir, y garantizar la existencia de más cosas, incluso más deseables e importantes, necesita ya esa Tercera Herramienta. Que hasta puede garantizar el cierre de heridas, la solución de problemas. O no. Lo que ya daría igual. Se necesitan 30 diputados. Esa es la única función de la tercera herramienta. Autor > Guillem Martínez Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios). Ver más artículos @guillemmartnez Suscríbete a CTXT Orgullosas de llegar tarde
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