sábado, 17 de mayo de 2025
M A G A/Bannon y una Civilización al garete...RECOMENDADO
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Autenticidad, no mejores líderes. Mújica, no wannabes Trump.
La izquierda tiene la desventaja del dinero, pero la ventaja de tener menos que ocultar.
Por
Enrique Del Teso
16 mayo 2025
Pepe Mujica.
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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).
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La versión más habitual, aunque discutida, de El Quijote es que Alonso Quijano se volvió loco. Su locura consistiría en creer que el mundo de las novelas de caballerías era el mundo real y en deambular por él como caballero armado en busca de hazañas. Es raro que una lectura ensimismada haga ese efecto. No es tan cerrada y obsesiva la burbuja que crea la lectura. Pero otras sí. Siempre vimos en las alturas de la riqueza a gente codiciosa, o agresiva, o de cuna rica, o ladrona, u oportunistas sin escrúpulos y hasta, a veces, gente de mérito. Y siempre vimos a esa gente en un mundo aparte que apenas sabía nada de la gente común. «Son tan pequeños, que ni los veo», decía Cersei Lannister. Cuando se tiene poder de verdad, los poderosos mandan sin mostrarse, no son vistos de tan grandes como los demás no son vistos de tan pequeños. Pero la supuesta locura de Quijano no era vivir en un mundo aparte, sino sentir que ese era el mundo entero y no había otro.
Ahora en la parte alta de la riqueza se empieza a ver personajes con ese tipo de locura. Empiezan a sentir que su burbuja no es un mundo aparte, sino el mundo. Los yuppies (¿se sigue diciendo así?) de las alturas de Google y Meta ven que la gente vive y sueña en sus redes y sus trastos, y enloquecieron como Quijano. Su riqueza ayuda al trastorno. Llegan a creer que el mundo debe ser gestionado por los amos de sus redes y cachivaches, y no por mindundis elegidos por ciudadanos pequeños, que todo lo derrochan y nunca hacen nada serio. Lo creen porque creen que las redes y los dispositivos son el mundo real. ¿Cómo va a querer Musk pagar impuestos a esos mataos del gobierno, cuando él es el que sabe lo que hay que hacer con el dinero? ¿Cómo no iba a creer Justine Tunney, ingeniera de Google, que había que eliminar a los funcionarios y el estado, gestionar la nación como una tecnológica y poner al frente al CEO de Google? Es la locura del Quijote. Elon Musk se cree Tony Stark, Ironman, o quizás el Doctor Doom, Dr. Muerte si nos ponemos castizos. Cree vivir en un cómic como superhéroe o supervillano. Tanta fue su locura que no notó cuándo le pisaba los callos a Trump, hasta el punto de calificar el Seguro Social como una estafa piramidal justo cuando Trump había dicho que no lo iba a reducir. Nos quieren convencer de que tienen que gobernar técnicos con criterios de eficiencia. A mi padre le diagnosticaron a los 54 años una enfermedad degenerativa. ¿Cuál será la gestión «eficiente» de una cosa así? Elon Musk se vio sin límites, como Ícaro, y se le chamuscaron las alas cuando se acercó demasiado al sol (hay coches Tesla por EEUU con una pegatina pidiendo perdón por tener un Tesla). Solo en el mundo alucinado de estos locos puede sobresalir la figura de Curtis Yarvin, su filósofo de cabecera. Curtis Yarvin es a la filosofía lo que Mario Vaquerizo a la cultura. Su movimiento se llama Iluminación Oscura. Locos de videojuego.
Lo cierto es que Alonso Quijano, movido por la locura o por el aburrimiento de Argamasilla de Alba, era inofensivo. Pero estos locos no lo son, estos locos pueden hacer que el mundo real sea el de su locura. Cambian la ventana de Overton. Las dos condiciones de la vida civilizada es que se razonen las cosas y que no se razone todo. Es civilizado razonar si hay que subir los impuestos o bajarlos. Es incivil razonar si negros y blancos han de ser iguales en derechos. La ventana de Overton es ese conjunto de cosas que se pueden debatir y decir y esa percepción de qué es lo centrado y moderado y qué lo disruptivo y radical. El movimiento MAGA, del extremista Steve Bannon, considera a León XIV un activista de extrema izquierda: porque se opuso a que se separasen a niños inmigrantes de sus familias; por sus alegatos contra el racismo y su cercanía con la familia de George Floyd; por apoyar el control de armas; por querer medidas de control de emisiones de carbono; y por incitar a la población a vacunarse contra la COVID. Para que todo esto quede en la extrema izquierda, hay que mover mucho la ventana de Overton y permitir dentro de ella mucha morralla impronunciable de extrema derecha. Nuestra ventana de Overton es la Constitución y ya ven que se pretende dentro de ella a Vox y fuera al muy ortodoxo PSOE.
Pero decía que pueden hacer que el mundo real sea el de su locura. Para ello la realidad no debe importar, lo verdadero y lo falso han de valer lo mismo. En ello están. Llegan al punto de no necesitar ocultar hechos, de que ningún hecho que demuestre la falsedad del relato afecte a su validez. Estos días andan saliendo por ahí whatsapps de Sánchez con Ábalos y me acordé del personaje de Linton, de In the loop. Es un halcón que trabaja para que haya guerra en Irak, por «consenso». Le da la palabra a un ministro británico y, atontado como era y nervioso como se puso, dice un sinsentido: «En Inglaterra tenemos un dicho para una situación como esta, que es difícil, igual que un helado». Mientras todo el mundo frunce el ceño de perplejidad, Linton le da la razón: «Ya lo creo, eh, estoy convencido de que hay un consenso». Tan pichi. Estamos leyendo whatsapps normales entre dos personas de confianza. Y la prensa y medios de la caverna, como Linton, nos dicen: ahí lo tienen, está claro que Sánchez estaba en la trama. No hace falta distorsionar los mensajes. Solo tener la jeta de decir esa chorrada y confiar en que nos liemos. Además, no es verdad que en privado es cuando se habla con franqueza. En privado es cuando se habla con descuido y con desahogo, y eso no es exactamente la verdad. Nuestra privacidad no nos representa.
Trump caracterizado como Papa.
Por toda esta confusión y relativismo moral, las certezas suelen girar en torno a liderazgos, y no a principios. La gente quiere líderes fuertes, reconocibles y con rumbo (real o imaginario). Una imagen de Trump vestido de Papa o una astracanada suya vale más que mil argumentos. La gente quiere autenticidad y solidez y muchas veces asocia eso con la fuerza y ven fuerza y energía en la resistencia a lo establecido. No es que sea bonito decir que puede coger por el coño a una mujer, pero es enérgico, incorrecto, rebelde, indómito. Hay que tomar nota de un par de cosas. Debemos recordar que no pensamos con nuestra sabiduría, sino con lo que tenemos en la cabeza, no con nuestros conocimientos, sino con los pocos que están activos en cada momento. La sabiduría interviene en el retiro y la reflexión demorada y eso lo hace cada vez menos gente. Los alquimistas de la atención pueden ocupar nuestra mente con fogonazos estridentes y hacer que la mayor parte del tiempo pensemos con estas estridencias, y que no importe lo formados que estemos. Otra cosa que debemos pensar es que condensar emociones, miedos y deseos en un personaje lo bastante llamativo es muy eficaz y que los locos dan la sensación de que nada les detendrá en su propósito. Nadie quiere ser como Milei, pero puede funcionar como mensaje. La izquierda no tiene propósitos que ocultar porque consisten en el interés de la mayoría. Ni tiene democracia que romper, ni convivencia que dañar, no tiene que ser histriónica ni alucinada. Pero tiene que ser reconocible. Pepe Mújica fue presidente solo cinco años. No tuvo éxito en lo fundamental. Y se le recuerda como una época política. No usó motosierras ni memes ridículos. No fue un gestor genial, pero fue inspirador por auténtico. Auténtico: su conducta expresaba su naturaleza; no te daba nada porque llevaba a la vista lo que era, tú mismo podías servirte; era transparente y fiable, pero no inquietaba, su franqueza transmitía confort. Estaba en paz consigo mismo sin soberbia. Y lo que decía venía de un mundo interior culto y reflexivo. No me lo imagino apoyando la anexión del Sáhara por razones geopolíticas, ni titubeando para hablar de Gaza. En este mundo de alucinaciones y fogonazos, de fealdades estridentes y principios alterados, la izquierda y la socialdemocracia desaparecen como un azucarillo en el café cuando les falta eso que requiere tanta energía: autenticidad. La izquierda tiene la desventaja del dinero, pero la ventaja de tener menos que ocultar y tener más margen para la autenticidad. Si los líderes están a la altura.
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