domingo, 16 de febrero de 2020

Pobres Cuencas!

En la próxima década habrá un fuerte incremento de personas mayores de 65 años, especialmente significativo en el grupo de los que cumplen más de 80 primaveras. 155.000 asturianos que hoy tienen entre 55 y 64 años superarán la edad de jubilación, mientras que solo 75.000 pasarán de tener entre 10 y 19 (dependientes de sus progenitores en su mayoría) a estar en edad teóricamente productiva.
Más aún, durante la década de los 30 se alcanzarán cifras de mayores de 85 años nunca antes vistas en Europa, con más del 10% de la población total que se espera para entonces (poco más de 900.000 asturianos) por encima de esa cifra y, por tanto, en muy buena medida dependientes de un adelgazado grupo de edad, el de las personas que estén entonces entre los 20 y los 64 años.
Esa desestructuración, en el campo, se agrava. En las edades consideradas reproductivas, las mujeres han protagonizado un éxodo masivo. Porque tradicionalmente no heredan la explotación agraria. Porque estudian más. Porque, algunas, se casan con alguien que conocen durante los estudios. Porque encuentran trabajo en la ciudad. Porque son más cosmopolitas.
Y, así, la muy reducida natalidad media de Asturias, a la que dan soporte fundamentalmente las villas y las ciudades, en el campo es aún menor, al punto de que muchos son los concejos en los que faltan barras completas de infantes y jóvenes en las pirámides, muy invertidas, de población, como subrayan el director del Observatorio del Territorio de la Universidad de Oviedo, Felipe Fernández, y los investigadores Cristina Fernández y Daniel Herrera.


Este conjunto de causas y efectos retroalimentados, y algunos más (baja la tasa de actividad, los emprendedores en las zonas rurales y, por ende, la población) ha llevado a que 776 entidades de población estuvieran oficialmente despobladas en Asturias con el cierre de los datos oficiales de 2019. Son el 11,16% del total de pueblos, aldeas, villas y ciudades de Asturias (6.955 en total). Más aún. Hay nada menos que 1.416 entidades de población (el 20,36% del total) que tienen entre uno y cinco vecinos empadronados. Pueblos en riesgo de quedarse vacíos de forma inminente.
Y, lejos de estar fundamentalmente en las alas de la región (muy despobladas, pero con una estructura de poblaciones más concentradas, en especial en zona de montaña), la mitad de estos pueblos abandonados (351 de los 776) se encuentran en la cuenca minera central (Mieres, Lena, Aller, Langreo, San Martín del Rey Aurelio y Laviana), que han vivido éxodos múltiples. El del campo hacia las villas y las ciudades. El de las villas hacia la costa (Gijón, como gran receptor). El de la población dependiente de la minería en varias direcciones: unos, buscando empleo en otros lugares, algo que las cuencas ofrecen a cuentagotas; otros, buscando lugares más amables para disfrutar de la merecida jubilación; otros, en fin, consecuencia de un persistente crecimiento vegetativo negativo. Todo ello ha llevado a Mieres y Langreo a perder la mitad de sus respectivas poblaciones en las últimas tres décadas.
Con todo, la diversidad de modelos poblacionales en Asturias dificulta mucho el análisis. Dice el Instituto Nacional de Estadística que «se entiende por entidad singular de población cualquier área habitable del término municipal, habitada o excepcionalmente deshabitada, claramente diferenciada dentro del mismo, y que es conocida por una denominación específica que la identifica sin posibilidad de confusión». Comienzan los problemas. La denominación específica de las entidades de población en Asturias es muy variable. Su tipología, también. Así, en el centro de la región, en las vegas y en la rasa costera hay multitud de pequeñas agrupaciones de viviendas que, sin llegar a diez inmuebles (mínimo considerado como núcleo de población por el INE). Y son muchas las de esta tipología las entidades de población que hoy están vacías en la cuenca minera.
Las causas que han llevado a esa distribución poblacional son múltiples. Pesa mucho la forma consuetudinaria que históricamente se ha dado en Asturias a las herencias. El reparto de las tierras entre todos los hijos llevó a extremos de atomización de las fincas del entorno rural que hicieron a veces inviables los aprovechamientos económicos de las mismas y que, además, favorecieron la creación de pequeños núcleos de población.
También tiene una gran relevancia la dura condición orográfica de Asturias, una región que tiene menos del 10% de su territorio con menos del 10% de pendiente. En las partes más abiertas de los valles, la población tiende a cierta dispersión, con núcleos intercalados. En cambio, la costa y la alta montaña tienden a agrupar la población en localidades más cerradas en torno a sí mismas. Así, los municipios costeros, que concentran además más densidad de población, apenas presentan pueblos deshabitados, salvo el caso de Villaviciosa, cuyas tierras más altas concentran cuatro decenas de pueblos vacíos y más de un centenar de menos de seis vecinos.
Como la costa, los concejos de la cordillera, los fronterizos con León y la franja interior del límite con Lugo, por la tipología de sus pueblos, también muestran escasas calvas habitacionales. Por ejemplo, las dos Peñamelleras y Caso tienen todas sus entidades de población con habitantes, al menos de forma nominal. O Ponga, el concejo con menor densidad de población de todo el Principado (2,84 habitantes por kilómetro cuadrado) solo tiene dos aldeas sin habitante alguno, por una sola en Degaña.
Entra aquí también una cierta picaresca. Por una parte, el INE ha cerrado el grifo de sus datos de población más pormenorizados (por parroquias) a las entidades públicas y privadas que hacen análisis de los mismos. Esto hace que algunos de los análisis demográficos que se elaboran hoy tengan como rango mínimo el municipio o concejo. Por otra, los Ayuntamientos pugnan por mantener la consideración de entidades de población de tantas agrupaciones de inmuebles como les sea posible. Y no pocos vecinos mantienen «empadronamientos falsos», explican Herrera y Fernández, por motivos sentimentales (la vinculación al terruño) o de conveniencia (menores impuestos, la intención de mantener un médico en concreto, los derechos de caza o de aprovechamientos forestales y otras muchas motivaciones). Esto genera una distorsión de los datos que en algunos casos, como en el Alto Nalón, llega a ser «una barbaridad, enorme», con una muy significativa diferencia, por ejemplo, entre los empadronados y las tarjetas sanitarias vinculadas al concejo.
Por ello, hay iniciativas legales en marcha en la Junta General para revisar y concretar la definición legal de la tipología de entidades de población en Asturias, atendiendo a sus especificidades y al hecho de que de ello depende, por ejemplo, que un vecino tenga o no derecho a los aprovechamientos forestales. O las ayudas a las que pueden optar.
A modo de ejemplo de la diversidad de las entidades de población, Cristina Fernández destaca que Asturias, con 6.955, y Galicia, «con cerca de 35.000» concentran «casi el 68% del total de entidades de población de toda España, que rondan las 62.000». Y eso, sin llegar entre las dos al 10% del total de la población nacional. Y esa diversidad, además, implica un cierto baile numérico en cada revisión. Así, los datos del INE indican que en 2019 Asturias tenía en total 13 entidades de población más que en 2018.
¿Qué esperanzas se pueden poner sobre la mesa para el campo asturiano? El Observatorio del Territorio recuerda que, por una parte, «las estrategias de repoblación siempre han tenido un efecto limitado» por sí mismas. Se trata de incrementar el número de inmigrantes en edad de procrear y de producir, una dinámica que en los tres últimos años ha aportado saldos positivos, pero muy reducidos. También, tratar de revertir la permanente bajada de la natalidad (5 nacimientos por 1.000 habitantes al año), toda vez que la de mortalidad, con una población tan envejecida, seguirá en tasas superiores a los 13 casos por 1.000 habitantes al año.
Para ello, el campo asturiano sí que tiene áreas de oportunidad que el Observatorio identifica. Básicamente, las siguientes: el uso de las tecnologías de telecomunicación para mejorar la comercialización de los productos de las zonas rurales; la producción de energías renovables (eólica y biomasa, sobre todo); el aprovechamiento de los recursos naturales y culturales (algunos de los cuales se está llevando el bosque por delante en las zonas sin actividad), y la dotación de sistemas oficiales de reconocimiento (DO, IGP) y ayudas a la comercialización de los productos alimentarios regionales de calidad, que son, además, reflejo de la identidad y la cultura de cada zona y de toda Asturias.

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