jueves, 13 de octubre de 2016

Eduardo Madina Psicoanaliza a J.Fernandez...

Hay en Javier Fernández algo de contracíclico. Una mirada sosegada, basada en los principios del racionalismo en una etapa acelerada de tiempos líquidos. Tiempos que más que líquidos parecen licuados, establecidos sobre una tendencia general a la ultrasimplificación. Así es como Javier Fernández no rima bien con quienes se creen capaces de resolver, en un único tuit o en un único vocablo, todas las mañanas del mundo.
Le he recordado en muchas ocasiones, en el análisis varias veces hecho por él de las distintas aproximaciones a la realidad que existen en política como estructuras sobre las que después aparece la distribución de enfoques ideológicos.
Siempre dice que en política se puede ofrecer realidad sin esperanza. Enfoques que nunca modifican nada, discursos que proponen la aceptación de la inexorable dureza de la realidad, la cohabitación con las inevitables injusticias sociales, la desigualdad como forma natural del orden social, la incapacidad de los poderes públicos para la distribución de la riqueza, la ineficacia del sector público, el Estado como problema y no como solución, la irrefutable aceptación de la idea de nación como insustituible forma de definición colectiva, la inmutabilidad de las identidades nacionales, la persistencia en el tiempo de realidades siempre anteriormente prefijadas. Prefijadas sin esperanza. La placenta del pensamiento conservador, en sus diferentes grados, está ahí.
He escuchado muchas veces a Javier Fernández que también es posible ofrecer esperanza con realidad
En segundo lugar, Javier Fernández señala la existencia de otra posibilidad de enfoque, esperanza sin realidad. Palabras mágicas elaboradas sobre pensamientos simples, discursos que gritan que la justicia está al alcance de una serie de significantes vacíos bien enlazados, que a la igualdad plena se puede llegar con un único vocablo, que los sectores privados estratégicos deben ser todos ellos nacionalizados en aras de la eficiencia y que la economía de un país pertenece a una élite y no al conjunto de actores y activos del funcionamiento económico. Que el Estado no es un espacio público en el que convivimos sino un objeto a fragmentar sobre el contorno de los monopolios discursivos de nación. Que las naciones son la mejor definición que existe sobre cualquier forma de definición colectiva y que rebatir eso es un discurso de carácter antidemocrático.
La placenta de esas voces que, como nuevos y a la vez viejos fantasmas, recorren últimamente Europa, está ahí.
Finalmente, he escuchado muchas veces a Javier Fernández que también es posible en política ofrecer esperanza con realidad. Enfoques orientados a la transformación positiva de las condiciones de vida por una vía de reformas sucesivas, que no aceptan ni se conforman con la fría y a veces extrema dureza de la realidad para millones de personas. Enfoques que caminan hacia la igualdad de derechos y obligaciones de ciudadanía como forma óptima de convivencia en el espacio que compartimos, al reforzamiento legislativo y presupuestario del buen funcionamiento de los servicios públicos, que orientan sus reivindicaciones hacia la cohesión social. Puntos de vista que parten de la reivindicación del Estado como forma óptima de convivencia en paz entre ciudadanas y ciudadanos, que defienden la regulación de la economía para dotar a nuestros sectores productivos de las mejores condiciones competitivas en este tiempo de globalización. Ideologías dispuestas a la no intromisión ni puesta a prueba de los sentimientos identitarios de nadie, a evitar la pretensión de dilucidarlos —todos ellos en su enorme complejidad— en una respuesta simple de sí o no, siempre a partir de una pregunta anteriormente prefijada por los que se presentan como dueños de la idea de nación.
Con un solo tuit, hay quien se cree capaz de explicar realidades de enorme complejidad por las que, en el fondo, están demostrando no tener respeto alguno
Esta última manera de aproximarse a la convivencia humana exige esfuerzo. Huye de la ultrasimplificación de la realidad que nos rodea. Con una sola palabra, ha habido quienes se han creído capaces de explicar un mundo entero. Con un solo tuit, hay quien se cree capaz de explicar realidades de enorme complejidad por las que, en el fondo, están demostrando no tener respeto alguno. Esa batalla por el vaciado de contenido, esa tendencia cíclica de los significantes contra los significados, ese reforzamiento que algunos actores han buscado y buscan en la simplificación, casi insultante, de la inteligencia de la sociedad española, roza las fronteras del populismo. Es cierto.
Pero es cierto también que han impuesto un ciclo, quizás una moda. Y en contra de lo aparente, es justo reconocer que no es una moda impuesta por quienes comprendieron a Gramsci a través de las viejas culturas ideológicas europeas. Es una victoria de quienes llegaron a Gramsci a través de la circunvalación del peronismo. Aunque tengan formas algo más educadas y discursos aparentemente más pactistas, camuflan intenciones de consecuencias que ni ellos mismos son capaces ni de calcular, ni de comprender.
Este país afronta debates políticos de enorme entidad y lo hace sobre un duelo intelectual de fondo, el que se libra contra la ultrasimplificación.
Y la posición del socialismo debe volver a ser clara, no hay respuestas simples a las problemáticas actuales, las más complejas que nunca haya afrontado el ser humano. De hecho, nunca las ha habido. La experiencia humana, en su conjunto, explica bien que siempre que la humanidad se ha dejado embaucar por los cantos de sirena de las ideologías mágicas, la narrativa histórica ha explicado después todo lo que somos capaces de ofrecer; lo peor de nosotros mismos descrito en las páginas más negras de nuestra historia.
El PSOE ha vuelto, de nuevo, a la consciencia de que no hay posibilidad de transformar una realidad compleja si antes no se comprende
El PSOE tiene hoy, como voz principal, a alguien con mucho de contracíclico. Afortunadamente. Y afortunadamente también, ya nada se resumirá en un mágico sí o un mágico no. El PSOE ha vuelto a reconciliarse con la complejidad en la que habitamos todos porque ha vuelto, de nuevo, a la consciencia de que no hay posibilidad de transformar una realidad compleja si antes no se comprende. Ese ha sido su primer paso. En dirección correcta.
Y a partir de aquí, el verdadero reto del PSOE no es otro que defender su prisma, el mismo de prácticamente toda su historia, esperanza con realidad. La recuperación de lo que algunos rindieron a pretendidas hegemonías ajenas en un planteamiento de vocablos mágicos y de significantes carentes de significado que no conducían a nada. Ley a ley, iniciativa a iniciativa, debate a debate. Independientemente de cómo se resuelva la situación institucional a la que ha sido abocado nuestro país, ese es y debe ser el papel del Partido Socialista y su posicionamiento de fondo.

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