domingo, 31 de diciembre de 2017

Necesitamos una nueva S.O.F.

El hombre de los 70 años de SOF

Elías Aguirre posa con los primeros recibos de la SOF, «la joya de la corona». / HUGO ÁLVAREZ
Elías Aguirre posa con los primeros recibos de la SOF, «la joya de la corona». / HUGO ÁLVAREZ

Elías Aguirre, socio número 1 de la entidad, repasa su trayectoria y mira al futuro

DANIEL LUMBRERAS OVIEDO.

En ningún museo se puede encontrar la colección que Elías Aguirre, vecino de La Tenderina, guarda como oro en paño: recibos de la Sociedad Ovetense de Festejos (SOF). Sobre todo, la «joya de la corona»: el recibo que lo acredita como socio número 1. Una condición que le viene de su padre, uno de los fundadores de la entidad, que nació de una tertulia en el ya desaparecido café Alvabusto, en Fruela. «No hay libro de registro, estoy cansado de pedirlo», afirma.
A través de los abonos y de los recuerdos de Aguirre se puede reconstruir la historia de la SOF, fundada en 1947, desde su nacimiento hasta su apogeo y declive. Al principio, cuenta Aguirre, echaba una mano: «Lo hacía todo. Después tenía una tintorería y les limpiaba todos los trajes de la cabalgata de Reyes». Y también «tenía un caballo que se lo cedía por las fiestas, lo llevaba la guardia municipal».
En aquellos primeros tiempos, el carné de socio ponía «caballero» y traía un taco de recortables con los que acceder a las diferentes diversiones». Así, rememora con nostalgia «las carreras en el hípico, las corridas de toros, las carreras de motos: salían de Uría y subían por Toreno, Santa Susana y bajaban por Marqués de Santa Cruz, luego alargaron un poco e iban por la carretera del estadio para bajar por Calvo Sotelo». Considera que la cabalgata del Día de América llegó a alcanzar un gran esplendor: «No hay comparación con lo que hay ahora. Venían grupos folclóricos de todos lados, de México, de Cuba, de cuarenta mil sitios». Es de los que vivió los primeros tiempos de La Ascensión, cuando se hacía «donde el matadero, en Teatinos, con madreñeros y todos los oficios de Asturias».
Pero, sin duda alguna, apunta el veterano socio, «la actividad principal eran los bailes de La Herradura. Casi se imponía ir en corbata, no era cualquier cosa. Eran bailes en los que había sesión de tarde y de noche. Allí se vigilaba bien, al que no se comportase lo cogían y fuera enseguida». Allí había mucho ligoteo, porque eran todos «mozos y moces», pero él «ya llevaba». Bailaban «agarrado, buenos tangos, vals, pasodobles». Todo el que era alguien en la ciudad, o los invitados famosos, se dejaba caer por allí. «Después estaba La Granja, en paralelo, el negocio más completo de Oviedo. Por la mañana era sesión vermú con orquestas. Al mediodía, restaurante, y de noche, puticlub», completa, pícaro.
Las primeras fiestas de San Mateo (en 1948, con un presupuesto de medio millón de pesetas) supusieron una revolución en la ciudad: «Fueron buenas. En aquella época se hacían por barrio, fue aglutinando todo eso. Venían orquestas que los barrios no podían pagar». Eran años de gloria. Aguirre insiste en que, en sus mejores momentos en los 70, la SOF llegó a tener 33.000 socios, cifra muy alta en comparación con la población. Y también de limpieza. No había botellón, «no existía todo el plástico. Ponían cubos y la mayoría los respetaban». Ya «desde el primer día» arrancó la tradición de juntarse en el Campo de San Francisco «catorce o quince de una casa, con el mantel extendido en el prado. Ahora, nada».

Viajes al extranjero

Guarda especial aprecio a las excursiones que había para los socios. «Al extranjero, no a Colloto», apunta, orgulloso. Muestra un programa de 1977 en el que se ven viajes a los puertos, a Covadonga, a México...
Aguirre recuerda a los grandes directivos de la SOF, como Pedro Miñor o Pedro Obegero, entre los cuales «es difícil catalogar», pero él «nunca» ha ocupado ningún puesto, «ni me han hecho ningún regalo. Solo Antonio Masip me invitó a tomar una fabada».
«Lo tengo pasado muy bien, con buenos amigos. Echo de menos la diversión, la confianza, todo el mundo era conocido. Ahora no voy, hace cuatro años que no subo», resume, pero se lo toma con filosofía: «Los tiempos cambian, la vida se vive distinto». A falta de televisión, las juventudes ovetenses de sus tiempos se echaban a la calle. Y aunque los presupuestos eran modestos, opina, lo pasaban mejor.
En 1985 el carné pasó de caballero a adulto y en 1990 a ser de plástico, y con él, «empezó el declive». Ser socio de la SOF se convirtió en poco más que recibir el bollo y el vino y la gente se desapuntó. Para Aguirre, «fue una pena que se haya tirado por la borda. La SOF era un bocado muy apetitoso para el que quería figurar».
Ve el futuro «negro» e incapaz de mantenerse con un solo trabajador. «Ahora que está en la ruina todos abandonan el barco», lamenta. Pero cree que, si puede haber un renacimiento de la entidad, debe ser volviendo a sus orígenes, totalmente «particular», y con el apoyo de la gente: «Con los años que tengo, casi me comprometo a buscar mil socios por mi parte». Pero 87 años, tan bien llevados, no son nada.

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