sábado, 24 de septiembre de 2016

La Guillotina y el PSOE....

Uno de los episodios más extraordinarios de la Revolución francesa tiene que ver con el asesinato de Marat. Su autora, Charlotte Corday, fue un personaje singular a quien su padre, con apenas 13 años, arrastró a un convento junto a sus hermanas. De allí salió expulsada a los 22 años, tras decretar la Revolución el cierre de cenobios y abadías. Adscrita a los moderados girondinos, ha pasado a la historia como el símbolo de la inmolación patriótica.
Un célebre cuadro de Jacques-Louis David refleja de forma descarnada a Marat, ya asesinado, sujetando con el último hálito de vida una pequeña cuartilla en la que antes del asesinato la joven Charlotte, de 25 años, suplicaba audiencia al jacobino por motivos humanitarios, cuando en realidad su aviesa intención era perpetrar el crimen. En otro fragmento del cuadro de David se puede observar un retazo de papel encaramado sobre una rudimentaria caja en el que el propio Marat -todavía con la pluma ensortijada entre sus dedos- condona las deudas de una viuda, madre de cinco hijos, en un acto de piedad revolucionaria. Una brutal y certera puñalada había acabado con la vida del 'amigo del pueblo' mientras tomaba un baño en su oscuro habitáculo de la calle de los Cordeleros.
Cuadro de Jacques-Louis David
Cuadro de Jacques-Louis David
Charlotte, ya se sabe, ni siquiera trató de huir. Se refugió torpemente tras unas cortinas y apenas cuatro días después del asesinato fue llevada al patíbulo. En el juicio fue defendida por el mismo letrado de oficio que asistió a María Antonieta. Y poco antes de ser aguillotinada dijo al sacerdote: “Agradezco a quienes lo han mandado, pero no tengo necesidad de su ministerio; la sangre que he derramado y la mía que va a verterse son los únicos sacrificios que puedo ofrecer al Eterno”.
Matar políticamente a un tirano, y Marat representaba como nadie los excesos y delirios de la revolución, es, desde los romanos, un acto de dignidad. Pedro Sánchez no es, desde luego, Marat. Ni, por supuesto, un tirano, pero todo lo que rodea a la crisis del Partido Socialista -y en general al resto de partidos- tiene que ver con la incapacidad del sistema político para renovarse sin acudir a la catástrofe. Probablemente, por un problema de madurez democrática que empuja a los líderes a aferrarse al poder y al resto a obedecer.
Tanto Mariano Rajoy -tres décadas en coche oficial y dos elecciones generales perdidas contra Zapatero- como Pedro Sánchez representan la querencia por el poder. Ambos son los principales responsables del colapso institucional, y si ninguno de ellos es capaz de resolver el bloqueo, deben marcharse a casa. Es irresponsable acudir una y otra vez a las urnas para resolver problemas que tanto el PP como el PSOE están obligados a solucionar. Fue Tocqueville quien hablaba de democracia como un estado de la sociedad, no como una ‘forma de gobierno’, como habitualmente se confunde.

Ruido de sables

Estas dificultades para cambiar de líderes cuando no son capaces de resolver los problemas o fracasan de forma estrepitosa no es, desde luego, un asunto nuevo en la democracia española. La fórmula que ha utilizado el PP desde los lejanos tiempos de Fraga es el ‘dedazo’, y eso explica que la principal fuerza conservadora de este país haya interiorizado un comportamiento ciertamente falangista en el proceso de elección de sus líderes. Algo que explica que en Génova nunca haya ‘ruido de sables’ más allá de las inútiles conspiraciones de salón que en toda organización existen y que no van a ninguna parte  Un altísimo dirigente del PP reconocía hace algunas semanas en la sede de El Confidencial que ni él ni sus compañeros de pupitre se enteraban de nada de lo que pasaba por la cabeza de Rajoy.
No ocurre lo mismo en otros partidos de centro derecha europeos, donde la elección del líder es abierta y transparente. En Francia, sin ir más lejos, seis candidatos, seis, compiten ahora por encabezar la alternativa republicana a la presidencia francesa, y lo mismo sucede en el Reino Unido o, incluso, EEUU, donde el proceso de elección del candidato republicano forma parte del ADN del sistema democrático.
Sánchez fue elegido por los afiliados, y su ejecutiva, obviamente, está legitimada para seguir dirigiendo el partido hasta que se celebre un nuevo Congreso
El caso del Partido Socialista es, incluso, más llamativo. Sánchez fue elegido por los afiliados, y su ejecutiva, obviamente, está legitimada para seguir dirigiendo el partido hasta que se celebre un nuevo Congreso. No dimitió ni tras el 20-D (90 escaños) ni tras el 26-J (85 escaños), y eso le ha permitido asentarse sobre un dilema maldito, y ciertamente siniestro, que tiene mucho de chantaje político: ‘O yo o el caos’. O lo que es lo mismo, quien cuestione su liderazgo en las actuales circunstancias políticas, está poniendo al PSOE, en realidad, al pie de los caballos, toda vez que sería una irresponsabilidad cambiar de jinete en medio de la carrera electoral. Así, de una forma tan primitiva y hasta zafia, es como se ha blindado Sánchez todos estos meses una vez sobrepasado ampliamente el mandato congresual.
Este planteamiento es el que puede explicar la indulgencia con la que los dirigentes socialistas ajenos a la línea oficial han tratado a Sánchez desde las elecciones de diciembre. Ninguno quiere aparecer ante la opinión pública como la Charlotte Corday del siglo XXI y asestar una puñalada política a quien ha llevado al PSOE a los peores resultados de su historia reciente. Probablemente, porque la inmolación patriótica no forma hoy parte del código de conducta de la mayoría de los dirigentes políticos, acostumbrados a pastelear para que todo siga igual. De ahí que lo que ocurre hoy en el PSOE no es solo responsabilidad de Sánchez, sino de quienes en lugar de enfrentarse de frente a los problemas han mirado para otro lado o se han conformado con dar pequeñas collejas en público para salvar la cara.

El drama socialista

El drama socialista, con todo, no es solo ese. Ha construido un debate interno fragmentado ideológicamente por territorios, lo que explica la inexistencia de dirigentes alternativos con un perfil nacional. La oposición a Sánchez son hoy los barones autonómicos (salvo alguna excepción como Baleares), lo cual transmite la idea de un partido agrietado sin un discurso global que se mueve únicamente por intereses regionales. Miquel Iceta va a lo suyo, defendiendo los intereses electorales del PSC, y lo mismo ocurre con Susana Díaz. Es como si Alain Juppé, candidato conservador a las presidenciales y alcalde de Burdeos, se presentara ante los franceses como el líder de la Gironda. La democracia, ya se sabe, es lo opuesto a la aristocracia, aunque sea regional.
La oposición a Sánchez son los barones autonómicos, lo cual transmite la idea de un partido agrietado sin un discurso global que se mueve por intereses regionales
Sánchez, parece obvio, ha lanzado en los últimos días el globo sonda de convocar un congreso exprés inmediatamente antes de las previsibles elecciones de diciembre. Evidentemente, con la intención de legitimar su ‘no’ a Rajoy a través del máximo órgano de decisión. Pero en realidad se trata de una burda trampa con la que pretende mantenerse como secretario general. O expresado de otra forma, quiere aparecer como el garante del ‘no’ a Rajoy ante la militancia.
Sánchez tiene razones de sobra para decir ‘no’ una y otra vez al líder del PP. Y, de hecho, ha sufrido una presión inaceptable por parte de los poderes fácticos para cambiar de voto. Pero anteponer sus intereses orgánicos sobre el futuro de su partido convocando por la puerta de atrás un congreso exprés es, simplemente, irresponsable, como le ha recordado el presidente asturiano, Javier Fernández.
Y cuanto más tarde el PSOE en encontrar a su Charlotte Corday más tiempo seguirá siendo un partido ideológicamente colapsado
El problema principal de los socialistas no es hoy si se abstienen en un hipotético debate de investidura o votan ‘no’, por muy relevante que sea la decisión. El problema es de mucho mayor alcance y tiene que ver con el proyecto socialdemócrata en un mundo cada vez más polarizado, y en el que se mueven con soltura todos los ismos de este tiempo: los nacionalismos, los populismos, los fanatismos… O, incluso, el nuevo capitalismo postindustrial que ha desarbolado a los Estados y los ha convertido en subalternos de muchas multinacionales con enorme capacidad de presión política.
Y cuanto más tarde el PSOE en encontrar a su Charlotte Corday más tiempo seguirá siendo un partido ideológicamente colapsado. Marat seguirá haciendo de las suyas y Jacques-Louis David no tendrá a quien pintar dentro de la bañera postrado en su fracaso.

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