viernes, 1 de diciembre de 2017

La Curva de Philips y la civilización de la precarización...

En la época dorada del cine, las curvas más famosas estaban en Hollywood. Pero para la mayoría de los economistas —bastante más aburridos—, la curva más célebre fue siempre la de Phillips, cuya formulación, en 1958, tuvo —y aún tiene— una enorme influencia en el mundo académico. Entre otras cosas, porque identificaba una variable fundamental en el análisis económico: ¿a partir de qué momento la generación de empleo produce inflación? O dicho de otra manera, cómo influyen los salarios en la evolución de los precios al margen de su componente monetario (creación de dinero).
William Phillips fue un profesor neozelandés singular: cazador de cocodrilos, héroe de guerra, prisionero de los japoneses durante tres años, ingeniero eléctrico, inventor de computadoras y, sobre todo, célebre por demostrar que a partir de un determinado nivel de empleo (o de paro, según se mire) la inflación tiende a crecer vía presión salarial por falta de mano de obra, lo que se formuló a través de un conocido acrónimo en inglés —la NAIRU—, que en castellano se conoce como tasa de desempleo no aceleradora de inflación. La NAIRU, por lo tanto, es la variable a vigilar, porque permite conocer lo que Friedman llamó tasa natural de paro y que hoy se suele denominar tasa de paro estructural. Es decir, aquella que se sitúa al margen del ciclo económico, y que es la que más preocupa porque revela ineficiencias en el mercado de trabajo.
Lo que se sabe en el caso de España es que el desempleo estructural se sitúa “entre el 18% y el 19%”, según las últimas estimaciones del Banco de España. Es decir, que si la tasa de desempleo baja de ese nivel, comienza a manifestarse una presión inflacionista. ¿Está ocurriendo eso? La respuesta es sencilla: no. La Comisión Europea ha rebajado ese nivel hasta el 17,4%, mientras que un reciente estudio de los economistas Daniel Fuentes y María Romero lo sitúa entre el 15% y el 18%. En todo caso, tasas muy elevadas que reflejan un problema de fondo en el mercado laboral.
El paro, según la Encuesta de Población Activa (EPA), representa actualmente el 16,4% de la población activa, por lo tanto, por debajo del nivel de desempleo estructural. Sin embargo, la inflación continúa sin tomar aire. El indicador adelantado de IPC en noviembre se situó en el 1,6%, pero eliminando los componentes más volátiles (carburantes y alimentos no elaborados), la inflación subyacente se sitúa en el 0,9%. El deflactor del PIB, que es una medida más rigurosa, ya que incorpora toda la inflación y no solo la derivada del consumo, se situó en el tercer trimestre en el 1%, lo que refleja la escasa presión inflacionista que sufre la economía. Es decir, la sensibilidad de los precios a la recuperación económica es algo más que discreta.

Repuntes temporales

Es evidente que la tasa de paro sigue siendo muy elevada, pero hay que tener en cuenta que la economía —que ha creado dos millones de puestos de trabajo en los tres últimos años— viene de niveles de paro del 27%. Pues bien, pese a ello, y a que el PIB ha avanzado a ritmos ligeramente superiores al 3% en los tres últimos años, el IPC apenas ha despegado, más allá de repuntes temporales vinculados a los precios del petróleo. Y nada indica que en los próximos dos o tres años vaya a cambiar esa correlación: el paro seguirá bajando y los precios no se acelerarán de forma significativa. Ningún servicio de estudios prevé un alza relevante del IPC, lo que se traduce en rentabilidades de la deuda realmente bajas: el TIR del bono a 10 años se situará en el 2,55%, según AFI, en diciembre de 2019, es decir, dentro de dos años.
Por supuesto que no se trata de un fenómeno español. En países con niveles de paro cercanos al pleno empleo la inflación tampoco crece. El caso más evidente es el de Alemania (tasa de paro del 3,6% y una inflación del 1,4%), pero tampoco ocurre en Holanda (4,7% de paro y un IPC que ha subido solo un 1,3% en el último año). El único caso diferente es el del Reino Unido, con un desempleo del 4,2% y una inflación más alta, del 3%, pero achacable no a la presión de los salarios sino a la depreciación de la libra por el Brexit.
EEUU, sin embargo, es el ejemplo más evidente. El país de Donald Trump tiene un paro del 4,2%, prácticamente pleno empleo, pero el IPC interanual apenas crece un 2%, pese a que la economía estadounidense acumula ya más de 30 trimestres consecutivos con un crecimiento robusto.
¿Está fallando la curva de Phillips? ¿O es que Samuelson y Solow se equivocaron cuando en los años sesenta popularizaron tan extraordinario invento? Hay una cosa cierta. No es la primera vez que eso ocurre. En los setenta, la 'estanflación' —estancamiento con inflación elevada— puso contra las cuerdas la curva de Phillips. Entonces se acreditó que era compatible la existencia de elevadas tasas de desempleo y, al mismo tiempo, fuertes incrementos de precios, lo que dio a entender que la curva de Phillips funcionaba mejor a corto plazo que a largo.
Pero ahora, justamente, está sucediendo lo contrario: hay menos paro, pero también menos inflación vía salarios. Incluso, en los años más duros de la crisis, la economía mundial esquivó la deflación, lo cual es poco consistente con los elevados niveles de desempleo en países como España (la tasa de paro llegó al 27%). ¿Qué está ocurriendo?

La holgura laboral

En un reciente trabajo, el Banco Central Europeo (BCE) apuntó a una realidad incuestionable, sobre todo en países como España. El crecimiento de los salarios, decían sus economistas, “continúa siendo débil, lo que sugiere un grado de holgura todavía considerable en el mercado de trabajo”. Lo que unido al 'output gap', la diferencia entre la producción observada por las estadísticas y la potencial en función de su capacidad productiva, explicaría las bajas tasas de inflación. España estaría, por lo tanto, muy lejos de aprovechar la utilización de su aparato productivo.
El término 'holgura' es una forma amable de denominar un fenómeno muy conocido en el mundo laboral que se llama subempleo, y que se produce —definición de Estadística— cuando las horas de trabajo de una persona ocupada “son insuficientes” en relación con una situación de empleo alternativo que esta persona desearía desempeñar estando disponible para ello. Dicho en román paladino, eso quiere decir que el desempleo es mucho mayor —el BCE ha llegado a sugerir un 30% incluyendo el subempleo— que el 16,4% que reflejan las estadísticas, cuya metodología es muy exigente a la hora de definir a una persona como parada. O lo que es lo mismo, como el desempleo real es mucho mayor que el estadístico, la inflación salarial no sube, ya que la presión de las nóminas es menor.
No es, desde luego, la única causa. La globalización, que hace que los países emergentes exporten deflación debido a los bajos costes de producción; el cambio de paradigma en la fijación de los salarios —ahora los sueldos se negocian sobre expectativas de IPC y no sobre inflación pasada—, y, sobre todo, los avances tecnológicos, que son intensamente deflacionistas, junto a la menor presión sindical en busca de salarios más altos, han vuelto a poner contra las cuerdas a Phillips y su curva, pensada para tiempos en los que el empleo era a tiempo completo y las economías desarrolladas eran fuertemente proteccionistas. Y precisamente por eso, cualquier alza de los salarios —vía disminución del paro— provocaba aumentos significativos de la inflación.
Ahora no sucede eso. Ni siquiera las ingentes inyecciones de liquidez de los bancos centrales han sido capaces de elevar la inflación de forma intensa. La vieja correlación agoniza. Malos tiempos para Phillips.

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