martes, 27 de diciembre de 2016

Sucesos del 2016....

Gustavo Bueno: la pasión del sistema

El fallecimiento a los 91 años del pensador riojano afincado en Oviedo abre un hueco en el centro de la crónica cultural y académica de 2016

 
GIJÓN 
La muerte de Gustavo Bueno, fallecido a los 91 años el pasado 7 de agosto en su casa de Niembro, abre un hueco en pleno centro de la crónica cultural y académica del año que acaba. Pero la desaparición del filósofo, catedrático, versátil conferenciante y ardoroso polemista -forjador de un pensamiento completo y una escuela sobre la piedra angular de su materialismo filosófico- desborda con mucho lo que convencionalmente entra en una necrológica en páginas de cultura y sociedad.
El pensador riojano al que Oviedo hizo Hijo Adoptivo en 1996 fue, desde luego, todo eso. Pero a efectos de su proyección pública fue más aún una figura emblemática, en el sentido en el que son emblemas el basilisco o el catoblepas que dieron nombre a las revistas que fundó como altavoces de su escuela: imágenes especialmente vistosas para representar determinadas ideas. En ese mismo sentido, Bueno fue una figura visible -casi exasperadamente visible- de los tiempos. De estos y otros; a veces enlazados en la continuidad de una tradición perenne que quiso perpetuar, y otras enzarzados en las mayúsculas contradicciones de la época y, seguramente también, de la cultura, la civilización que a la vez trituró y defendió.
Pero, ¿emblema de qué? En primer lugar, y como pocos, de la resistencia de una larga tradición filosófica y posiblemente de la tragedia de su ocaso en un escenario que Bueno ha abandonado dejando un sistema, muchos discípulos y puede que más adversarios, académicos y políticos. Como señaló uno de los participantes en el primer congreso de la Sociedad Asturiana de Filosofía sin el maestro, su muerte ha venido a coincidir con la «muerte académica» de la asignatura de Filosofía en Secundaria bajo los dictados de la Lomce que, al fin y al cabo, no son más que la puesta en artículos de una mentalidad que excede una ley, un gobierno y un pais.
Emblematizó también los complejos avatares del pensamiento y la historia en un siglo de seísmos ideológicos que se llevaron por delante, entre otras muchas cosas, los intentos de traer a la tierra el marxismo, uno de los fundamentos principales del materialismo buenista. Puso imagen (televisiva) al salto, no siempre airoso pero sí enormemente vistoso, de la tribuna del cátedro al tubo catódico. Y también se le podría representar perfectamente en una alegoría que llevase en una mano firme el martillo heredado de toda la gran corriente crítica de la filosofía moderna y en la otra la plomada de constructor: la que conviene a quien fue custodio de la pasión de orden y sistema de la vieja escolástica.
Porque, en esencia, Gustavo Bueno fue seguramente eso: un escolástico tan hipercrítico como propenso al sistema. Un pensamiento completo, a contrapelo en tiempos de ironía posmoderna, filosofía en porciones y todo tipo de mitologías ideológicas, a las que sin duda él también sucumbió. El tiempo esclarecerá el tamaño de lo que deja, del mismo modo que esclarecerá el futuro de su Fundación, su biblioteca, su legado filosófico y el peso en la historia de la filosofía de ese legado, que no pocos de sus discípulos e incluso algunos que no lo fueron consideran el del mayor filósofo de este tiempo.
Lo que está claro es que Gustavo Bueno deja una fascinante sensación de anacronismo -que él sin duda negaría- y el regusto melancólico que produce haber conocido a un pensador que murió ya bien entrado el siglo XXI encarando la confusión de este mundo con la convicción de que aún es posible pensarlo bajo el rigor de un sistema y la confianza en una razón capaz de imponerle un orden.

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