lunes, 18 de julio de 2016

La lucha por el SuperSillón de Economía.....

El Confi
En las negociaciones previas a la formación del primer Gobierno de Rajoy, allá por las Navidades de 2011, cuando el presidente ahora en funciones solo tenía que evacuar consultas con la almohada, hubo también una oferta preliminar para que Josep Piqué asumiera de nuevo tareas institucionales con el regreso al poder del Partido Popular. El hasta hace poco consejero delegado de OHL se descolgó recordando sus antiguas responsabilidades como ministro repetido de Aznar, lo que a su mejor entender le hacía acreedor a algo más que una cartera gubernamental. Piqué lo que quería era ser vicepresidente económico, pero hete aquí que dicho cargo no estaba en el organigrama diseñado para la ocasión. Algo que volverá a ocurrir ahora a poco que alguno de los más ínclitos y no del todo bien avenidos colaboradores de Rajoy se atrevan a reclamar el puesto como reivindicación de un supuesto patrimonio adquirido a mérito.
Rajoy es consciente de que necesita un Gobierno nuevo que responda a un tiempo político muy diferente y sabe mejor que nadie que su autoproclamación como presidente al tiempo de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos es un invento que no ha convencido a nadie. La necesidad de un vicepresidente encargado de coordinar lo que ha sido la piedra angular de su estrategia política parece evidente, pero no es menos cierto que al presidente no le gustan los cambios ni tampoco quiere perder muchas horas de sueño debatiendo la reestructuración de un equipo económico que, a pesar de todos los pesares, ha conseguido unos resultados espectaculares tal y como pintaba la crisis hace ahora cinco años.
Mariano Rajoy en la Moncloa el pasado viernes. (Reuters)
Mariano Rajoy en la Moncloa el pasado viernes. (Reuters)
El veredicto de las urnas el 26-J avala también la estrategia del hombre tranquilo que prefiere trazar una hoja de ruta sin mayores curvas, fijando márgenes más o menos estrechos a la espera de que sean los otros quienes, en la espesura de su propia piel, decidan a voluntad propia quedarse dentro del carril o salirse definitivamente en busca de nuevos derroteros profesionales. El Gobierno no obliga a nadie, es la consigna que se escuchó a Rajoy cuando hace poco más de un año Luis de Guindos comunicó en privado, y también en público, su intención de poner término a la carrera política en España para dar el salto a Europa en su pretensión, luego fallida, de presidir el Eurogrupo en Bruselas.
Guindos estaba cansado de oficiar como el ministro de Economía con menos poder de toda la historia democrática reciente y tampoco estaba dispuesto a sufrir el desgaste continuo de un enfrentamiento con su colega de Hacienda, Cristóbal Montoro, que venía larvado desde el día en que ambos se sentaron, bastante separados por cierto, a la mesa del Consejo de Ministros. Esta misma situación, si se apura aumentada y para nada corregida, se reproduce de nuevo ahora, toda vez que Guindos ha renovado su profesión de fe en el proyecto de Rajoy hasta convertirse en la cara más visible del PP durante los debates económicos celebrados con los teóricos candidatos ministeriales de los tres partidos rivales en la última campaña electoral.

Afrontar otro calvario

El ministro pródigo ya no le hace ascos a continuar en el Gobierno aunque al decir de sus más allegados no parece que vaya a soportar otro calvario peleando con lo él mismo considera como el ‘ala socialdemócrata’ del Partido Popular que abandera Montoro. Guindos se ha labrado una acrisolada imagen de elegante liberal a la par que discreto independiente, que le ha granjeado no pocos detractores en la sede de Génova pero que ahora puede colocarle en una posición privilegiada con vistas a esa política de mano tendida a la que está abocado el debate parlamentario en España durante los próximos años. La debilidad del Ejecutivo exige un ajuste fino en las Cortes y es ahí donde reside la verdadera fortaleza de Guindos.
No en balde, el séquito ministerial de Economía está constituido también por veteranos de la etapa Zapatero, profesionales que ganaron su fama con el PSOE en el poder y que han consolidado su mejor reputación con el Gobierno del Partido Popular. La palma se la lleva Fernando Restoy, verdadero hombre fuerte del Banco de España, que ha situado a buena parte de sus colaboradores dentro del propio organismo de regulación financiera mientras promovía a otros varios como personas de máxima confianza al lado de Elvira Rodríguez en la CNMV. Guindos se ha encargado también de fermentar muchas de las normativas que llevan su firma con el caldo de cultivo de un amplio consenso en el que han participado los principales grupos nacionalistas de Cataluña y País Vasco, cuyo apoyo se estima fundamental en la nueva legislatura.
Rajoy sabe que la promoción de Guindos como portaestandarte de la política económica no hubiera servido sin el trabajo del ministro de Hacienda
Rajoy ha invocado la creación de un gobierno de salvación nacional que acabe con los atavismos de una reconciliación imposible entre los partidos moderados y convierta a España en una barricada contra los populismos imperantes en este momento histórico. Todos caben en el nuevo proyecto de regeneración y por eso se antoja impensable que el futuro jefe del Ejecutivo, actual en funciones, prescinda ahora del núcleo duro de colaboradores formado en la trinchera de oposición a Zapatero. Un grupo que se mantiene cohesionado en torno a la actual vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y en el que participan la ministra de Empleo, Fátima Báñez, y el jefe de la Oficina Económica de Presidencia, Álvaro Nadal, pero en el que, sobre todo, tiene un protagonismo especial Cristóbal Montoro.
De bien nacidos es ser agradecidos y Rajoy sabe que la promoción de Guindos como portaestandarte de la política económica en los mercados internacionales no hubiera servido de nada sin el trabajo, sordo y bastante menos reconocido, que ha pilotado el actual ministro de Hacienda. Durante las dos últimas y seguidas campañas electorales Montoro se ha refugiado en un engañoso segundo plano, consciente del enorme desgaste sufrido a manos de todos los que han visto en el guardián de la caja pública una especie de cancerbero implacable frente a cualquier apetito de gasto. El también responsable de las Administraciones Públicas se ha ganado la enemistad de propios y extraños, pero por encima de todas las sensibilidades acumuladas en contra su labor cuenta con el respaldo del presidente y eso es lo que ahora importa.
Montoro se ha refugiado en un engañoso segundo plano durante las campañas electorales pero cuenta con la plena confianza y reconocimiento de Rajoy
La pareja de hecho que conforman Guindos y Montoro, mal que les pese, solo podrá desbaratarse a partir de una solución salomónica que pudiera venir forzada si alguno de ellos se atreve a subirse a las barbas de Rajoy tratando de imponer sus mejores credenciales. Solo a partir de ahí tomaría forma la creación de una vicepresidencia económica en favor de aquel que sea capaz de entender su misión sin condicionar las decisiones del gran jefe. Modificar la estructura funcional del equipo económico con una categoría especial que implique subordinación entre ambos sería lo mismo que degradar a quien quede por debajo en el escalafón. Dicho de otra forma, Montoro y Guindos están condenados a confluir en un mismo destino como las dos caras de esa moneda con que Rajoy tiene todavía que devolver a los españoles buena parte de la factura de la crisis.
"Es importante entender los tiempos. Quien pelee ahora por una vicepresidencia económica no entiende que Rajoy está todavía dos o tres pasos por detrás", explican fuentes internas del gabinete. De hecho, no es casualidad que los últimos mensajes que el ministro de Economía ha trasladado en Bruselas se hayan consensuado en hasta ahora inexistentes reuniones a tres en Moncloa entre Guindos, Montoro y el propio Rajoy. Y es el que presidente no quiere que nadie saque los pies del tiesto aprovechando la coyuntura para reivindicaciones o cuitas personales. Prietas las filas y cero desmanes, por ahora, a la espera de que cuadren las cifras de escaños. Luego, dicen los que conocen al gallego, cada uno tendrá lo que merece.

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