En casa de Pilar quien mejor vive son los gatos. Tiene tres, y se pasan el día saltando entre los muebles o dormitando en el sofá. Su dueña, en cambio, tiene que avanzar a tientas, tratando de no tropezar con la mesita del salón o con cualquiera que sea el cacharro que hayan tirado los gatos al suelo. Pilar vive a oscuras desde el año 2012, una odisea en la que su hijo José, de 21 años, la acompaña desde el año pasado. Un día dejó de pagar la electricidad, se la cortaron, reconectó los cables y le respondieron llevándose el contador. Así hasta hoy. Una deuda de 500 euros con Gas Natural Fenosa la ha convertido en una paria social, más cercana a los rigores del siglo XIX que a las comodidades de nuestro tiempo.
"Los primeros días fueron horribles, una sensación de impotencia enorme. Me han hecho sentir una delincuente, pero mi único delito es no tener dinero para pagar", relata Pilar, 52 años, técnica en ofimática en paro. "En el bloque me miran fatal porque claro, tampoco pago la comunidad. Piensan que estoy loca. No entienden que si no tengo luz es porque no puedo. ¿Quién va a querer vivir así por gusto?". La mujer habla sin tapujos y con la confianza que dan casi cinco años sobreviviendo a la miseria. Incluso se permite bromear sobre el estado cochambroso de su vivienda: "Aquí el polvo y el desorden no se notan, es una ventaja". Su única exigencia es no revelar su identidad. "Es por el trabajo. A nadie se le ocurriría contratarme si supiera que vivo así. Ya bastante me cuesta explicar que soy informática pero no tengo internet en casa".
"Los primeros días fueron horribles, una sensación de impotencia enorme. Me han hecho sentir una delincuente, pero mi único delito es no tener dinero"
Pilar relata sus desventuras mientras prepara la cena iluminada por una luz led. El menú de hoy consiste en una tortilla mexicana, unos dados de jamón york y salsa picante. Los guarda en la nevera, por eso de la costumbre. En el interior hay una rodaja de piña, una bolsa abierta de ensalada, alguna lata de conserva, sal, ketchup, mayonesa y un par de tomates arrugados. "Como comprenderás no puedo comprar carne ni pescado, primero porque cuestan dinero y luego porque necesitan frío. Lo más elaborado que hago son salchichas y cuando puedo lentejas. Y porque mi hijo vive ahora conmigo, que si no ni eso. El año pasado pesaba 45 kilos".
José ya está de vuelta en casa y Pilar se dispone a cocinar sobre una vitrocerámica muerta. Coge una lata de refresco cortada por la mitad, vierte dentro alcohol de quemar y lo prende con un mechero. Unos agujeros en la parte superior de la lata permiten al fuego fluir como en un fogón. Pone la sartén encima y saltea el jamón como en cualquier casa de vecino. "Son trucos que uno va aprendiendo. Esto lo vimos en un blog y funciona. Me sirve para hacerme un café o freír un huevo, no mucho más. También tengo un hornillo de 'camping', pero las botellas son caras (2,5 euros la unidad) y lo usamos poco".
La historia de Pilar es la de la España de la última década. Una vida cómoda cimentada en gastar a crédito y a discreción que, de repente y sin saber bien cómo, se convierte en una espiral de deudas, desempleo y facturas imposibles de pagar. "En mi caso todo se torció cuando mi exmarido dejó de poder pasarme la pensión. Yo impartía algunos cursos de formación en ofimática y los enlazaba con trabajos precarios, pero sin esa pensión era imposible subsistir. Tenía una deuda enorme con mi banco y no cobraba más de 1.000 o 2.000 euros al año. No me quedó otra que dejar de pagar la luz". Hoy destina sus ínfimos ingresos a cancelar su deuda con el BBVA ("por suerte ya me queda poco y han dejado de llamarme 20 veces al día") y a comprar comida barata, principalmente platos precocinados. Tras eso, no le queda un céntimo en la cartera. "Y aún soy afortunada, porque este piso era de mis padres y la calefacción, hasta ahora, es comunitaria".
Tarifas disparadas
Según datos oficiales de Eurostat, 5,1 millones de españoles (el 11% de los hogares) se declara incapaz de mantener su vivienda a una temperatura adecuada en los meses fríos, de los cuales 4,2 millones (8%) reconoce tener retrasos en el pago de las facturas domésticas. Al desplome del poder adquisitivo se ha sumado un dato demoledor para las familias: el precio de la electricidad subió un 73,5% entre 2007 y 2015, por un 35% el del gas. Eso sitúa a España en el segundo país europeo que más ha incrementado el precio de la electricidad (solo superada por Letonia) y el tercero el del gas (tras Croacia y Portugal). Todo para convertirnos en el cuarto país de Europa con la energía más cara.
Entre 2007 y 2015, el precio de la electricidad subió un 73%, por un 35% el del gas, convirtiendo a España en el cuarto país europeo con la energía más cara
"Más del 50% de lo que pagas en tu factura de luz y gas son conceptos fijos, no tienen nada que ver con tu consumo. Este es el resultado de un modelo de privatización de los servicios básicos, en el que el 84% de los consumidores viven a expensas de un oligopolio de cinco empresas que controlan el mercado", denuncia María Campuzano, portavoz de Alianza contra la Pobreza Energética. Entre otros logros, esta asociación ha conseguido que Cataluña sea la primera comunidad autónoma en aprobar una ley que prohíbe a las eléctricas cortar la luz a personas en situación de vulnerabilidad, teniendo en su lugar que comunicar el problema a los servicios sociales.
Si bien Campuzano reconoce que "las empresas se saltan esa ley tanto como pueden", el panorama en el resto de España es todavía más desolador. Sin ninguna ley que las regule, las grandes firmas no titubean al cortar el suministro de un hogar en cuanto acumula dos facturas impagadas. No importa que en la vivienda haya ancianos o menores de edad.
El fallecimiento de una anciana en Reus, asfixiada en un incendio provocado por una vela que utilizaba para alumbrarse, ha vuelto a poner el foco en la pobreza energética, una epidemia social con infinidad de dramas personales. El de María es uno de ellos. Ella ni siquiera dejó de pagar las facturas, solo fue incapaz de afrontar la deuda de 350 euros en consumo de gas de unos familiares cuando tomó su actual vivienda. De nuevo, la compañía suministradora era Gas Natural Fenosa. "Un día volví a casa después de terminar mi jornada limpiando y me encontré con que se habían llevado el contador del gas. Habían entrado en mi casa sin mi permiso, aprovechando que mis dos hijos menores, uno de ellos con una discapacidad del 34%, les abrieron la puerta. Es una vergüenza".
A María le quitaron el contador de gas sin estar ella en casa, aprovechando que sus hijos pequeños abrieron la puerta. Desde entonces usa un enganche ilegal
De eso hace ya un año y en todo este tiempo María ha capeado el problema por la vía directa: haciendo un enganche ilegal al suministro del gas. "He intentado que me financien esa deuda, ir pagándola poco a poco, pero me dicen que tengo que pagar 350 euros de golpe. Si hago eso mis hijos se quedan sin comer un mes. Así que es o mis hijos, que son mi vida, o ellos. Sé que es delito, pero ¿qué harás tú en mi situación? No vas a bañar a tus hijos con agua fría". María sí dispone de suministro eléctrico, el cual paga religiosamente, pero ahorra hasta el extremo para poder afrontar las facturas. "Cuando mis hijos vuelven del colegio pongo un radiador chiquito de aceite, pero nos calentamos a base de mantas. Y aun así, cada factura no baja de 30 o 40 euros".
Lara Columba, dinamizadora vecinal de la Asociación de Vecinos Pradera Tercio Terol, en Madrid, está acostumbrada a asesorar a víctimas de la pobreza energética. "Es algo que no suele surgir en la primera conversación cuando alguien nos pide ayuda. A la gente le da vergüenza reconocer que vive sin electricidad. Pero al cabo de dos o tres charlas termina saliendo", explica. "Le puede pasar a cualquier persona en una situación vulnerable, bien porque ha perdido el trabajo o porque tiene que priorizar otras cuestiones en su familia, como pagar la comida o la vivienda. Pero los perfiles habituales son dos: mayores de 45 años que llevan más de un año desempleadas, ya han agotado los subsidios y no tienen una red social o familiar, y familias jóvenes con niños, en su mayoría inmigrantes y desempleados ambos". Campuzano, por su parte, añade un perfil muy concreto a la lista: las familias monoparentales encabezadas por mujeres con niños pequeños.
Una alarma sanitaria
"Después de cuatro años te acostumbras, pero sigo llevando muy mal el levantarme por la mañana y no poder asearme en condiciones, no ya darme una ducha. También echo mucho de menos poner una lavadora, sobre todo para la ropa grande. La pequeña la puedo ir apañando, pero la ropa de cama y las cortinas es prácticamente imposible si no tienes una lavadora. Lo llevo fatal", reconoce Pilar. Su hijo José coincide en ese punto como lo peor de vivir a oscuras: "Ojalá pudiera ducharme en condiciones. A todo te acostumbras, pero a eso no". En casa, Pilar y su hijo utilizan una ducha portátil de acampada aprovechando que el suministro de agua es comunitario. Calientan unos cuantos litros en un cazo sobre la lata de refresco y se asean de mala manera dentro de la bañera, que al usarse poco se ha convertido en un armario más. Solo cuando visitan a la hija mayor de Pilar, una vez a la semana o cada 15 días, pueden ducharse y lavar la ropa en condiciones.
Columba invita a los escépticos a comprobar por sí mismos los estragos de la pobreza energética. "No hay más que acercarse a una biblioteca y entrar en la sala de informática. No hay un solo ordenador libre". En efecto, cada vez son más las personas que, bien por ahorrar o porque directamente no tienen luz o internet, utilizan las bibliotecas y los centros culturales para conectarse al mundo o buscar trabajo. De hecho, Pilar reconoce que si algo le ha permitido no hundirse en una depresión es pasarse casi todo el día en el centro cultural de su barrio, al oeste de Madrid. "Pasamos allí casi todo el día buscando trabajo o haciendo gestiones con el ordenador. Luego por la noche volvemos a casa con el teléfono móvil, la luz led y el portátil a tope de batería".
Un detallado informe de la Asociación de Ciencias Ambientales señala que "habitar una vivienda con temperaturas por debajo de niveles recomendables está relacionado con un mayor riesgo de sufrir enfermedades respiratorias y cardiovasculares" y se asocia a "problemas para ganar peso en niños e infantes" y "afecciones a la salud mental de adolescentes". Según sus cálculos, basados en la Organización Mundial de la Salud, hasta 7.100 muertes en España "podrían estar asociadas a la pobreza energética".
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