Jesús Maraña.
Lo había anunciado con absoluta contundencia el pasado sábado en su última intervención, justo antes de que las 68 abstenciones del PSOE le permitieran repetir como presidente del Gobierno. “No estoy dispuesto a derribar lo construidoni a liquidar reformas”, proclamó un Mariano Rajoy venido arriba después de casi un año en funciones, sentado a la espera, viendo pasar cadáveres por la puerta de la Moncloa. El presidente decidió humillar a su principal adversario incluso en el mismo momento en que éste se hacía el harakiri (“para evitar terceras elecciones”). Se tomó cinco días más antes de anunciar, este jueves, la composición de un Gobierno que efectivamente confirma la amenaza: Rajoy no pretende cambiar un ápice de sus políticas económicas ni sociales.
Ahí van unos apuntes de urgencia sobre un nuevo Gobierno que en realidad no lo es tanto:
– Mantener a Luis de Guindos al frente de Economía y a Cristóbal Montoro en Hacienda significa un espaldarazo a los ejecutores de las políticas de recortes, amnistías fiscales, castigo a la cultura vía IVA y protección de las grandes empresas gracias a la ingeniería permitida con el impuesto de sociedades. Mantener a Fátima Báñez en Empleo y Seguridad Social es reconfirmar que no hay marcha atrás en la reforma laboral que ha multiplicado la precariedad, ha facilitado la devaluación salarial y ha contribuido al vaciamiento de la hucha de las pensiones.
– Lo más sincero de Rajoy es su autorretrato como “previsible”, muy especialmente si se trata de dilatar problemas en lugar de solucionarlos. ¿Queda resuelta la batalla interna entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal? No. Sale reforzada Santamaría puesto que mantiene la única vicepresidencia, sigue coordinando a los ministros y asume Administraciones Territoriales, nada menos que el asunto de las relaciones con las comunidades autónomas; con quienes quieren independizarse y con quienes desean un nuevo modelo de financiación. De paso (dicen quienes mejor conocen el rajoyismo) Santamaría se pondrá a viajar por España, lo cual le permitirá mucho más contacto con los cuadros del partido, que hasta ahora le eran prácticamente ignotos. Es una clave con lectura sucesoria (si alguien se atreve a pensar que Rajoy piensa en eso). A Cospedal le da el ministerio de Defensa, pero el CNI seguirá dependiendo de Santamaría y de su lugarteniente, María Pico. Pierde Soraya la portavocía del Ejecutivo, que en los tiempos que corren puede restar más que suma, y de ella se encargará un cordial Íñigo Méndez de Vigo que, a falta de algo tan trascendente como un gran pacto por la Educación, tiene tiempo libre entre la Cultura (despreciada) y el Deporte (dependiente sobre todo del patrocinio privado).
– Al hombre más cercano a Rajoy para asuntos económicos, Álvaro Nadal, lo sitúa al frente de un monstruo de tres cabezas: Energía, Turismo y Agenda Digital. Cabe preguntarse qué tendrán que ver unas cosas y otras, pero no debemos olvidar que esos tres conceptos engloban algunas de las actividades oligopolísticas que sostienen el Ibex-35: las eléctricas y petroleras, los grandes operadores del sector servicios y las telecomunicaciones. Se diría que, en lo que respecta al poder financiero y empresarial, Guindos se encarga de la banca y Nadal de todo lo demás.
– Sobran los motivos por los que caen del Gobierno tres nombres de peso: Jorge Fernández Díaz (reprobado desde el Congreso y desde la decencia política), José Manuel-García Margallo (quizás por jugar a 'César o nada') y Pedro Morenés (que cualquier día puede romperse la testa en la puerta giratoria, de tanto usarla). Sus sustitutos (Cospedal, Alfonso Dastis y Juan Ignacio Zoido) tienen en común ser de absoluta confianza de Rajoy, enunciado que encierra una solemne obviedad, puesto que no se conoce un solo presidente de Gobierno que nombre a individuos de los que no se fía. Rajoy sí es insistente en el maquiavélico arte de mantener en un mismo equipo a gente que no se soporta entre sí: Santamaría-Cospedal, Guindos-Montoro.
– A menudo en política (como en la vida) es tan importante o más lo que se hace como lo que no se hace.Contra lo que algunos rajoyólogos pronosticaban, Rajoy no ha apostado por incluir perfiles de “independientes”, sino que sigue tirando de los cuadros del partido (a excepción de Dastis en Exteriores). Y mucho menos ha lanzado Rajoy el menor guiño para abordar una legislatura de diálogo permanente en el Congreso. Es lo que habría supuesto crear un ministerio de Relaciones con las Cortes, para el que sonaba el nombre de José Luis Ayllón, secretario de Estado a la sombra de Santamaría y del propio Rajoy. El presidente del Gobierno es más de mayorías absolutas y rodillos, y tiene la afición de rodearse de abogados del Estado y técnicos muy expertos en derecho administrativo. Para hacer política se basta él solo, especialmente si su principal estrategia consiste en cumplir las indicaciones de Bruselas o Francfort y en bloquear o dilatar las iniciativas parlamentarias de los demás grupos. ¿Hasta cuándo? Hasta que él mismo decida disolver las Cortes y volver a culpar al resto del mundo del “bloqueo político”.
– Se lee por ahí que este Gobierno compuesto por ocho hombres y cinco mujeres rejuvenece al anterior (cosa bastante fácil con la salida de los tres nombres antes citados, que suman 206 años de edad). Lo que no rejuvenece es la mentalidad de concebir un equipo de gobierno más hilvanado por condicionantes de partido que de país. Así se explican o se adjudican cuotas andaluzas, catalanas, municipales, etc.
En realidad lo que ha pasado este jueves no tiene mayor trascendencia. Se trata sólo de nombres, cuya prioridad consiste en pensar en las siguientes elecciones y no en las siguientes generaciones. ¿Cuál es el plan de este nuevo Gobierno para combatir la brecha de desigualdad que el informe de Oxfam publicado este mismo jueves sitúa en niveles vergonzantes? ¿Cuáles son los pasos de regeneración democrática que puede dar un Gobierno en el que están el propio Rajoy (autor de los SMS a Bárcenas) y Cospedal (ejecutora de la “indemnización en diferido”? ¿Cuál es la opción vertebradora de España que plantea este Gobierno, más allá de los juzgados y el “no es no” al creciente independentismo? Se desconoce respuesta a esas tres cuestiones básicas.
Lo importante ocurrió mucho antes de este jueves: el fin del bipartidismo, la fragmentación parlamentaria derivada de la eclosión del 15-M, los nervios de los poderes económicos y mediáticos ante la posibilidad de un gobierno de progreso… Lo cierto es que la fortaleza de este nuevo Gobierno consiste en la debilidad ajena. Lo que ha hecho Rajoy es dar una patada hacia delante, con el fin de aprovechar una coyuntura paradójica. Sabe que el PSOE necesita tiempo para superar su profunda crisis: cuanto más se distancie del PP y endurezca sus posiciones, más pronto puede emplear Rajoy a su favor la herramienta de adelantar elecciones, mientras que un apoyo del PSOE al Gobierno en decisiones clave como Presupuestos, ajuste del déficit o reforma de las pensiones puede dejar aún más espacio libre a Podemos y condenar al PSOE a la irrelevancia del PASOK. Ante la evidencia de unas brechas de carácter generacional y territorial que han roto el sistema político de la Transición, la prioridad de Mariano Rajoy es ganar tiempo. Y en esto es un artista.
Ahí van unos apuntes de urgencia sobre un nuevo Gobierno que en realidad no lo es tanto:
– Mantener a Luis de Guindos al frente de Economía y a Cristóbal Montoro en Hacienda significa un espaldarazo a los ejecutores de las políticas de recortes, amnistías fiscales, castigo a la cultura vía IVA y protección de las grandes empresas gracias a la ingeniería permitida con el impuesto de sociedades. Mantener a Fátima Báñez en Empleo y Seguridad Social es reconfirmar que no hay marcha atrás en la reforma laboral que ha multiplicado la precariedad, ha facilitado la devaluación salarial y ha contribuido al vaciamiento de la hucha de las pensiones.
– Lo más sincero de Rajoy es su autorretrato como “previsible”, muy especialmente si se trata de dilatar problemas en lugar de solucionarlos. ¿Queda resuelta la batalla interna entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal? No. Sale reforzada Santamaría puesto que mantiene la única vicepresidencia, sigue coordinando a los ministros y asume Administraciones Territoriales, nada menos que el asunto de las relaciones con las comunidades autónomas; con quienes quieren independizarse y con quienes desean un nuevo modelo de financiación. De paso (dicen quienes mejor conocen el rajoyismo) Santamaría se pondrá a viajar por España, lo cual le permitirá mucho más contacto con los cuadros del partido, que hasta ahora le eran prácticamente ignotos. Es una clave con lectura sucesoria (si alguien se atreve a pensar que Rajoy piensa en eso). A Cospedal le da el ministerio de Defensa, pero el CNI seguirá dependiendo de Santamaría y de su lugarteniente, María Pico. Pierde Soraya la portavocía del Ejecutivo, que en los tiempos que corren puede restar más que suma, y de ella se encargará un cordial Íñigo Méndez de Vigo que, a falta de algo tan trascendente como un gran pacto por la Educación, tiene tiempo libre entre la Cultura (despreciada) y el Deporte (dependiente sobre todo del patrocinio privado).
– Al hombre más cercano a Rajoy para asuntos económicos, Álvaro Nadal, lo sitúa al frente de un monstruo de tres cabezas: Energía, Turismo y Agenda Digital. Cabe preguntarse qué tendrán que ver unas cosas y otras, pero no debemos olvidar que esos tres conceptos engloban algunas de las actividades oligopolísticas que sostienen el Ibex-35: las eléctricas y petroleras, los grandes operadores del sector servicios y las telecomunicaciones. Se diría que, en lo que respecta al poder financiero y empresarial, Guindos se encarga de la banca y Nadal de todo lo demás.
– Sobran los motivos por los que caen del Gobierno tres nombres de peso: Jorge Fernández Díaz (reprobado desde el Congreso y desde la decencia política), José Manuel-García Margallo (quizás por jugar a 'César o nada') y Pedro Morenés (que cualquier día puede romperse la testa en la puerta giratoria, de tanto usarla). Sus sustitutos (Cospedal, Alfonso Dastis y Juan Ignacio Zoido) tienen en común ser de absoluta confianza de Rajoy, enunciado que encierra una solemne obviedad, puesto que no se conoce un solo presidente de Gobierno que nombre a individuos de los que no se fía. Rajoy sí es insistente en el maquiavélico arte de mantener en un mismo equipo a gente que no se soporta entre sí: Santamaría-Cospedal, Guindos-Montoro.
– A menudo en política (como en la vida) es tan importante o más lo que se hace como lo que no se hace.Contra lo que algunos rajoyólogos pronosticaban, Rajoy no ha apostado por incluir perfiles de “independientes”, sino que sigue tirando de los cuadros del partido (a excepción de Dastis en Exteriores). Y mucho menos ha lanzado Rajoy el menor guiño para abordar una legislatura de diálogo permanente en el Congreso. Es lo que habría supuesto crear un ministerio de Relaciones con las Cortes, para el que sonaba el nombre de José Luis Ayllón, secretario de Estado a la sombra de Santamaría y del propio Rajoy. El presidente del Gobierno es más de mayorías absolutas y rodillos, y tiene la afición de rodearse de abogados del Estado y técnicos muy expertos en derecho administrativo. Para hacer política se basta él solo, especialmente si su principal estrategia consiste en cumplir las indicaciones de Bruselas o Francfort y en bloquear o dilatar las iniciativas parlamentarias de los demás grupos. ¿Hasta cuándo? Hasta que él mismo decida disolver las Cortes y volver a culpar al resto del mundo del “bloqueo político”.
– Se lee por ahí que este Gobierno compuesto por ocho hombres y cinco mujeres rejuvenece al anterior (cosa bastante fácil con la salida de los tres nombres antes citados, que suman 206 años de edad). Lo que no rejuvenece es la mentalidad de concebir un equipo de gobierno más hilvanado por condicionantes de partido que de país. Así se explican o se adjudican cuotas andaluzas, catalanas, municipales, etc.
En realidad lo que ha pasado este jueves no tiene mayor trascendencia. Se trata sólo de nombres, cuya prioridad consiste en pensar en las siguientes elecciones y no en las siguientes generaciones. ¿Cuál es el plan de este nuevo Gobierno para combatir la brecha de desigualdad que el informe de Oxfam publicado este mismo jueves sitúa en niveles vergonzantes? ¿Cuáles son los pasos de regeneración democrática que puede dar un Gobierno en el que están el propio Rajoy (autor de los SMS a Bárcenas) y Cospedal (ejecutora de la “indemnización en diferido”? ¿Cuál es la opción vertebradora de España que plantea este Gobierno, más allá de los juzgados y el “no es no” al creciente independentismo? Se desconoce respuesta a esas tres cuestiones básicas.
Lo importante ocurrió mucho antes de este jueves: el fin del bipartidismo, la fragmentación parlamentaria derivada de la eclosión del 15-M, los nervios de los poderes económicos y mediáticos ante la posibilidad de un gobierno de progreso… Lo cierto es que la fortaleza de este nuevo Gobierno consiste en la debilidad ajena. Lo que ha hecho Rajoy es dar una patada hacia delante, con el fin de aprovechar una coyuntura paradójica. Sabe que el PSOE necesita tiempo para superar su profunda crisis: cuanto más se distancie del PP y endurezca sus posiciones, más pronto puede emplear Rajoy a su favor la herramienta de adelantar elecciones, mientras que un apoyo del PSOE al Gobierno en decisiones clave como Presupuestos, ajuste del déficit o reforma de las pensiones puede dejar aún más espacio libre a Podemos y condenar al PSOE a la irrelevancia del PASOK. Ante la evidencia de unas brechas de carácter generacional y territorial que han roto el sistema político de la Transición, la prioridad de Mariano Rajoy es ganar tiempo. Y en esto es un artista.
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