miércoles, 26 de abril de 2017

El Naranco....


Interesante la charla, al respecto, la semana pasada en el RIDEA.

Los tesoros ocultos de la Guerra Civil que brillan en el Naranco

El monte ovetense alberga numerosos vestigios de la contienda que languidecen ante la desidia de las administraciones

 
OVIEDO 
Símbolo inherente a la imagen de la capital asturiana, el Monte Naranco ha sido testigo mudo del nacimiento y expansión de una ciudad que lo acabó fagocitando. Museo prerrománico, meta de la Vuelta Ciclista España, símbolo religioso y el mejor mirador de Oviedo, son muchas las características que lo han convertido en parada esencial para cualquier visitante de la ciudad. Pero, más allá del Sagrado Corazón de Jesús y San Miguel de Lillo, la sierra esconde numerosos vestigios de la Guerra Civil. Sin embargo, su conservación y estudio no goza de ningún tipo de apoyo por parte de las administraciones y su existencia llega a ser desconocida para gran parte de la población.

Durante la Guerra Civil Española, la sierra formó parte del conjunto de puntos claves disputados entre ambos bandos. Una nutrida colección de trincheras y construcciones bélicas surcan el terreno del monte albergando reminiscencias de la vida cotidiana de sus pobladores; restos armamentísticos se mezclan con amuletos, calzado y ropa. Iván Mallada, de la asociación Manos por el Naranco, es un experto en los tesoros que albergan las lomas del monte. El historiador asegura que «el Monte Naranco no es solo el Sagrado Corazón, San Miguel de Lillo o Santa María del Naranco, sino que hay mucho más» y afirma la necesidad de que estos vestigios sean revalorizados. Denuncia que, a pesar ser una fuente inagotable de restos históricos «ningún organismo administrativo le ha prestado atención».
Entre el verano de 1936 y octubre de 1937, los bandos republicano y nacional batallaron por la posición estratégica que les permitiría hacerse con el control de la ciudad.  En aquel momento, el Cerco de Oviedo y el posterior Pasillo de Grado, que servía como vía de accesos para los nacionales a Oviedo, contribuyeron a configurar un Naranco altamente fortificado y defendido con tenacidad extrema. El monte jugó un papel clave durante el sitio de Oviedo. «Durante los primeros meses de la guerra no fue escenario de grandes enfrentamientos, sino de tímidos tanteos y golpes de mano para medir la fuerza del contrario» afirma Mallada. Sin embargo, a medida que la posición se fue consagrando como esencial para la toma de la ciudad, especialmente durante 1937, se comenzaron a organizar batallas de unas proporciones mayores, con dos ejércitos más organizados y mejor armados.
En aquel momento, la ladera sur y la línea de crestas pertenecían a los nacionales, y la ladera norte era parte del dominio republicano. Es precisamente este último bando el que más restos dejó diseminados, siendo solamente 3 las construcciones nacionales conservadas hasta la fecha. Esto se debe al temor del ejército republicano a ser vencido y «a verse desbordado desde las alturas naranquinas», lo que conllevó una mayor preparación por su parte. «Durante el 36, los milicianos republicanos no tenían una gran experiencia», llegando en algunas ocasiones a situaciones tan precarias como la de tener «un fusil para cada dos», y su armamento lo conformaba «un conjunto heterogéneo de armas comparadas en Francia, Checoslovaquia, la Unión Soviética o México con otras de fabricación nacional» explica Mallada. En la actualidad, el Pico el Paisano alberga un área recreativa pero esta zona distaba mucho de ser tranquila en aquella época y los numerosos vestigios encontrados en este lugar permiten comprender hasta dónde llegaron los sucesivos avances y retrocesos de los contendientes. Las consecuencias naturales para la fisionomía del monte respecto a impactos de bombas y balas son leves, sin alterarla demasiado. En cambio, trincheras, nidos de ametralladora y de fusilería, parapetos de piedra y un largo etcétera rasgan el terreno en zigzag como heridas de guerra. Algunos de los conjuntos defensivos llegaron a albergar guarniciones de cientos de hombres en su totalidad, otros unas pocas decenas, pero «en el Naranco se luchó centímetro a centímetro en el convencimiento de que cada pulgada de terreno era vital».
Llama la atención que la mayoría de estas huellas se encuentran en terreno público y totalmente desatendidas. Mallada afirma que este tema se considera «tabú» dentro de las administraciones y denuncia la total pasividad por parte de los organismos competentes. Un ejemplo que ilustra esta dejadez es la destrucción de varios nidos de fusilería ?se calcula que podrían encontrarse hasta una veintena? durante la construcción de infraestructuras de comunicación en el entorno del Pico el Paisano y en Campo Cimero, en la carretera de Brañes. El historiador considera que, de proporcionar la atención necesaria a estos tesoros históricos, se constituirían como un «factor de dinamización» que impulsaría el turismo y va más allá: «No sería necesaria la inversión de grandes sumas de dinero, sino que bastaría con algunos cuidados de desbroce que permitan el correcto análisis y posterior visita de los restos». La función de estas instalaciones no sería meramente turística, sino que «nos serviría a los ciudadanos de Oviedo para conocernos a nosotros mismos como descendientes de aquellos hombres que, de uno y otro bando, derramaron su sangre hace ochenta años en estos lugares».

Otra muestra de la pasividad de las autoridades competentes se dio tristemente durante el incendio de la semana pasada en el entorno del Canto el Árbol cuando, una vez calcinada la maleza, una serie de trincheras, que antes simplemente se podrían confundir con meras hendiduras en el terreno cubiertas de malezas, quedaron al descubierto, con el descubrimiento de nuevas zonas pertenecientes al ejército nacional. «Tuvo que ser el lamentable acontecimiento de un incendio el que sacara a la luz un persistente entramado de trincheras que las administraciones no fueron capaces de cuidar y conservar del modo debido».
Desde Manos por el Naranco se afirma que aún queda mucho camino que recorrer y faltan muchos restos por encontrar. «Simplemente paseando por el Monte tras unas jornadas lluviosas se pueden encontrar numerosos restos sin necesidad de excavar». Pero no alientan este tipo de curiosidad amateur ya que es por un lado peligroso, pudiendo estallar dispositivos que aún no han sido detonados; y, por otro, por la dificultad que supone para los arqueólogos profesionales el precisar y datar los objetos encontrados fuera de su contexto espacial original.

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