Rajoy parió un ratón....
Le pedían a Rajoy que el nuevo gobierno fuera moderado, dialogante, con experiencia, que abriera las puertas a independientes de prestigio, que tuviera un perfil centrista y regenerador, que incorporara savia nueva, que tuviera un perfil más político que técnico y que, por el mismo precio, contentara a sus eventuales socios, que Rivera por las buenas es un pedazo de pan pero por las malas es bastante mendrugo. El país estaba de los nervios, sin saber si sería niño o niña, si el parto sería natural o con cesárea, si sería precisa la epidural o los fórceps, hasta que por fin el jueves asomó la cabeza del ratón que había parido la montaña presidencial. El roedor y la madre están bien. El nuevo Gobierno se llamará PP.
Lo de Rajoy, hay que decirlo una vez más, es para quitarse el sombrero. Este hombre los tiene cuadrados, o paralelepípedos si se prefiere, y le da igual lo que le digan porque él hará lo que le dé la gana. Con un pastel a repartir, y el Gobierno es un dulce muy goloso, otros habrían dado algún trozo de tarta al adversario, sobre todo ahora que se impone el convencer para vencer, pero el presidente es un patriarca para el que primero es la familia, luego, la familia, y después la familia también. Cómo no te voy a querer le cantan en el partido. Lógico y normal.
Se han quedado con las ganas los que hubieran querido que en el Ejecutivo se sentara finalmente el sucesor, delfín o delfina, un vano deseo porque, como se ha dicho aquí en alguna otra ocasión, Rajoy no es de cetáceos sino más bien de sardinas, que pasan igual por el aro y hacen menos sombra. La de mayor peso seguirá siendo la vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, que alguien tiene que trabajar mientras él duerme la siesta, a la que le ha endosado la lidia con las comunidades autónomas y el lío territorial ya que por lo visto, al dejarla sin la portavocía le quedaba algún rato libre y podría aburrirse.
Entra en Defensa la secretaria general María Dolores de Cospedal, a la que todo el mundo situaba en Interior, y sale Morenés, que más que un ministro ha sido un contratista. Para esa función, si es que siguiera siendo necesaria, bien podría recurrirse a su marido, Ignacio López del Hierro, un emprendedor nato que por España es capaz de reconvertirse de la construcción a las bombas de racimo en menos de un toque de corneta. Cospedal no controlará el CNI, que seguirá en manos de Sáenz de Santamaría, aunque a cambio manejara Interior por Zoido interpuesto, y, si la rivalidad entre ambas es como se cuenta, las mañanas de los viernes en el Consejo prometen ser apasionantes. Como la guerra de los comisarios, pero en fino.
De Guindos dijo que se iba para despistar y para que le hicieran vicepresidente. Al de Lehman, que empezaba a ser conocido como Monti porque se dejó querer cuando se pensaba que los tecnócratas con don de lenguas eran muy sexis como jefes de Gobierno, el presidente le ha hecho la 13/14, y le ha metido en la cartera de Economía el caramelo de Industria, que es solo un envoltorio porque el dulce se lo comerá Álvaro Nadal, que se queda con Energía, Turismo y con algo llamado Agenda Digital, que no se sabe muy bien si es una competencia o un iPod nano.
A los cesantes hay que rezarles una oración por su eterno descanso, algo que en el caso de Fernández Díaz ya se daba por descontado. Lo siente uno por Marcelo, el del párking, que al final a los ángeles así de serviciales se les coge cariño. En el caso de Margallo, otro que se apuntaba como el hombre providencial que todo el mundo andaba buscando, se confirma que la guerra con Gibraltar aún no está madura y que, en consecuencia, pueden apañarse sin su intendencia. Su jubilación ha alegrado el año a Montoro, que no le soportaba ni en póster. El de Hacienda sigue, quizás porque es mejor tenerle cerca que no de vuelta a sus asesorías, que este hombre sin cartera te monta un lobby al descuido. El anterior se llamaba Equipo Económico y ya ha cumplido diez años la criatura.
Hablando de carteras se queda sin la de Exteriores Jorge Moragas, que los proveedores del Gobierno no han dado aún con el diseño de una en forma de mochila para que se la cuelgue en bandolera. Moragas es el asistente favorito de Rajoy y al perder a Álvaro Nadal la cuadrilla de fontaneros se quedaba en cuadro. No es descartable que para la Oficina Económica Rajoy piense en su hermano Alberto, ahora en la secretaría de Energía, ya que al ser gemelos y menesianos ambos, su pérdida será imperceptible. Entre tanto, quien se ha llevado el gato al agua de la política exterior es un diplomático, Alfonso Dastis, que como ya estaba en Bruselas se conoce bien las calles.
Cubierta la cuota catalana con Dolors Montserrat, que de Sanidad no sabe nada pero de cava un montón, en el Gobierno de los Iñigos, llega uno a Fomento, el ya exalcalde de Santander, que es todo un brazo de mar y que recupera la tradición de que las obras públicas las dirija un ingeniero de caminos. Y se mantiene el de Educación, Méndez de Vigo, que además de ser amigo de Rajoy, o precisamente por ello, también será el portavoz del Ejecutivo. Había quien apostaba por José Antonio Marina, especialmente él mismo, y de hecho había dirigido una carta al futuro ministro con instrucciones precisas sobre lo que debía hacer con la esperanza de que el escrito le sirviera de recordatorio, al estilo de una lista de la compra.
El resto permanece estable dentro de la gravedad.
Lo de Rajoy, hay que decirlo una vez más, es para quitarse el sombrero. Este hombre los tiene cuadrados, o paralelepípedos si se prefiere, y le da igual lo que le digan porque él hará lo que le dé la gana. Con un pastel a repartir, y el Gobierno es un dulce muy goloso, otros habrían dado algún trozo de tarta al adversario, sobre todo ahora que se impone el convencer para vencer, pero el presidente es un patriarca para el que primero es la familia, luego, la familia, y después la familia también. Cómo no te voy a querer le cantan en el partido. Lógico y normal.
Se han quedado con las ganas los que hubieran querido que en el Ejecutivo se sentara finalmente el sucesor, delfín o delfina, un vano deseo porque, como se ha dicho aquí en alguna otra ocasión, Rajoy no es de cetáceos sino más bien de sardinas, que pasan igual por el aro y hacen menos sombra. La de mayor peso seguirá siendo la vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, que alguien tiene que trabajar mientras él duerme la siesta, a la que le ha endosado la lidia con las comunidades autónomas y el lío territorial ya que por lo visto, al dejarla sin la portavocía le quedaba algún rato libre y podría aburrirse.
Entra en Defensa la secretaria general María Dolores de Cospedal, a la que todo el mundo situaba en Interior, y sale Morenés, que más que un ministro ha sido un contratista. Para esa función, si es que siguiera siendo necesaria, bien podría recurrirse a su marido, Ignacio López del Hierro, un emprendedor nato que por España es capaz de reconvertirse de la construcción a las bombas de racimo en menos de un toque de corneta. Cospedal no controlará el CNI, que seguirá en manos de Sáenz de Santamaría, aunque a cambio manejara Interior por Zoido interpuesto, y, si la rivalidad entre ambas es como se cuenta, las mañanas de los viernes en el Consejo prometen ser apasionantes. Como la guerra de los comisarios, pero en fino.
De Guindos dijo que se iba para despistar y para que le hicieran vicepresidente. Al de Lehman, que empezaba a ser conocido como Monti porque se dejó querer cuando se pensaba que los tecnócratas con don de lenguas eran muy sexis como jefes de Gobierno, el presidente le ha hecho la 13/14, y le ha metido en la cartera de Economía el caramelo de Industria, que es solo un envoltorio porque el dulce se lo comerá Álvaro Nadal, que se queda con Energía, Turismo y con algo llamado Agenda Digital, que no se sabe muy bien si es una competencia o un iPod nano.
A los cesantes hay que rezarles una oración por su eterno descanso, algo que en el caso de Fernández Díaz ya se daba por descontado. Lo siente uno por Marcelo, el del párking, que al final a los ángeles así de serviciales se les coge cariño. En el caso de Margallo, otro que se apuntaba como el hombre providencial que todo el mundo andaba buscando, se confirma que la guerra con Gibraltar aún no está madura y que, en consecuencia, pueden apañarse sin su intendencia. Su jubilación ha alegrado el año a Montoro, que no le soportaba ni en póster. El de Hacienda sigue, quizás porque es mejor tenerle cerca que no de vuelta a sus asesorías, que este hombre sin cartera te monta un lobby al descuido. El anterior se llamaba Equipo Económico y ya ha cumplido diez años la criatura.
Hablando de carteras se queda sin la de Exteriores Jorge Moragas, que los proveedores del Gobierno no han dado aún con el diseño de una en forma de mochila para que se la cuelgue en bandolera. Moragas es el asistente favorito de Rajoy y al perder a Álvaro Nadal la cuadrilla de fontaneros se quedaba en cuadro. No es descartable que para la Oficina Económica Rajoy piense en su hermano Alberto, ahora en la secretaría de Energía, ya que al ser gemelos y menesianos ambos, su pérdida será imperceptible. Entre tanto, quien se ha llevado el gato al agua de la política exterior es un diplomático, Alfonso Dastis, que como ya estaba en Bruselas se conoce bien las calles.
Cubierta la cuota catalana con Dolors Montserrat, que de Sanidad no sabe nada pero de cava un montón, en el Gobierno de los Iñigos, llega uno a Fomento, el ya exalcalde de Santander, que es todo un brazo de mar y que recupera la tradición de que las obras públicas las dirija un ingeniero de caminos. Y se mantiene el de Educación, Méndez de Vigo, que además de ser amigo de Rajoy, o precisamente por ello, también será el portavoz del Ejecutivo. Había quien apostaba por José Antonio Marina, especialmente él mismo, y de hecho había dirigido una carta al futuro ministro con instrucciones precisas sobre lo que debía hacer con la esperanza de que el escrito le sirviera de recordatorio, al estilo de una lista de la compra.
El resto permanece estable dentro de la gravedad.
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