El jueves por la mañana, Rajoy comunicó a Margallo que no contaba con él para el Gobierno. Estuvieron hablando cerca de una hora. Hay quien filtró la especie de que el exministro aprovechó la ocasión para reclamar el puesto de embajador representante de España ante la Unión Europea, cargo que ha dejado vacante el nuevo responsable de Asuntos Exteriores y Cooperación, Alfonso Dastis. "Nada más lejos de la realidad. Después de ser el jefe de la diplomacia no va a dar un paso atrás aceptando un cargo de esas características. No lo necesita. Ni el cargo, ni el dinero. Ha recibido ofertas del sector privado, carece de necesidades financieras, mantiene su escaño en el Congreso, imparte charlas, va a publicar un nuevo libro, etcétera... Por ahora está muy bien como está".
Pero el descarte de José Manuel García-Margallo (Madrid, 1944) no obedece únicamente a factores exógenos como la citada campaña para erosionar su imagen. También los hay endógenos, repetidos machaconamente durante la pasada legislatura, tales que su sobreexposición en los medios, su locuacidad, en ocasiones devenida en verborrea, y su propensión a ver conspiraciones donde no las hay, o incluso a crearlas él mismo.
Decía con la boca pequeña que no tenía apego alguno al cargo, que no le importaría salir del Ejecutivo, que ya estaba mayor. En el fondo, creía que iba a continuar
Tal es así que un aspa roja cruza ahora su rostro en la foto de familia del Gobierno. Ya no está. A pesar de ser considerado un hombre intelectualmente preparado, de los pocos con arrestos para enfrentarse en público a Junqueras, condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil y la Orden del Mérito Constitucional, a pesar de todo ello, Rajoy lo ha sacado del nuevo Gabinete. Margallo entabló batallas que no podía ganar. Antes de iniciar una guerra, dicen, tienes que comprobar tu edad y la de tu enemigo. Y el DNI del exministro marca ya los 72 años.
Aun así, estos días albergaba la esperanza –cada vez más lejana según pasaban las horas– de recibir la llamada del jefe. Decía con la boca pequeña, como rezongando, que no tenía apego alguno al cargo, que no le importaría salir del Ejecutivo, que ya estaba mayor. En el fondo, creía que iba a continuar. Lo mismo que en la primavera de este año cuando algunos (vía SMS) le colocaban en la carrera para sustituir a Rajoy y así desbloquear la situación de ingobernabilidad que sufría el país. Él decía que no, pero luego, como si nada, se dejaba querer.
Gestos como éstos provocaron la desafección de Rajoy hacia ministros y altos dirigentes del PP que, en determinados momentos, cuando se propagó la especie de que debía apartarse para facilitar un gobierno de la nación, no se pronunciaron y se pusieron a hacer requiebros como si en verdad aquello no fuera con ellos.
-¿Qué os parece el Gobierno?
-¿La verdad? No me gusta –se explayaron en su gabinete–. Tendría que haber nombrado un vicepresidente económico, alguien que estuviera baqueteado en Bruselas y pudiera negociar de tú a tú un rescate. Y ese hombre tenías que haber sido tú.
-No, no… Exteriores es mi lugar.
Pese a la aparente resignación ministerial, la comezón quedó ahí desde entonces. De alguna forma, tenía la impresión de que el presidente había errado con el Ejecutivo, que aquel primer Gobierno de Rajoy nacía como un Gobierno disfuncional incapaz de acometer la hercúlea tarea que se le venía encima. ¿Cómo una joven técnica como Soraya Sáenz de Santamaría, sin apenas perfil político, iba a coordinar a unos miuras como Guindos, Cañete o el propio Margallo, con mucha más experiencia que la vallisoletana?, se preguntaba. Era imposible.
Esta guerra, más propia de diván de psicólogo argentino que de Consejo de Ministros, es la que ha subyacido en estos últimos cinco años: la del G-8 de García-Margallo contra los 'sorayos' de la vicepresidenta. Más por una cuestión de celos profesionales que de gestión de carteras.
La guerra no era solo contra la vicepresidenta. El exministro andaba también enfrentado con el círculo más estrecho del presidente, véase Jorge Moragas
El denominado G-8 fue concebido por el exministro de Exteriores con el objeto de servir de contrapeso a los poderes de Sáenz de Santamaría. Además del creador del invento, lo componían: Jorge Fernández Díaz (ex de Interior), Rafael Catalá (Justicia), Isabel García-Tejerina (Agricultura), Miguel Arias Cañete (comisario en Bruselas), José Ignacio Wert (embajador en la OCDE), José Manuel Soria (ex de Industria) y Ana Pastor (ahora presidenta del Congreso).
Pero la guerra no solo se circunscribía a los 'sorayos'. También chocaba con el círculo más estrecho del presidente, véase Jorge Moragas, quien además de ser el jefe de gabinete de Rajoy se erige como principal artífice de la última y exitosa campaña electoral del PP.
Como muestra, un botón. Sucedió antes del verano, cuando Moragas apoyó y forzó el nombramiento de León de la Torre Krais como nuevo embajador de la UE en Bolivia después de haber sido vetado por Margallo. Como los países de la Unión Europea se reparten por cupo estas embajadas, el hoy exministro de Exteriores prefería luchar por Argelia, donde habían entrado en la 'short-list', y por Pekín antes que por un país latinoamericano, como es Bolivia, donde España ejerce su influencia sin ayuda de Bruselas. Moragas, en cambio, optó por no dejar pasar el tren de La Paz y le dobló el pulso al de Exteriores.
De un tiempo a esta parte, se ha sentido orillado en la toma de decisiones, lo que resulta premonitorio de lo luego acontecido: la voladura y desaparición del G-8
Aquella desautorización no fue plato de buen gusto para Margallo, sobre todo porque el jefe de gabinete de Moncloa habla, la mayor de las veces, por boca de Mariano Rajoy. Si el uno dice 'no' es porque el presidente previamente se lo ha susurrado al oído. Así, de un tiempo a esta parte, el de Exteriores se ha sentido orillado en la toma de decisiones, premonición de un destino que luego más tarde quedaría negro sobre blanco: la voladura y desaparición del G-8.
Margallo ha salido del Ejecutivo. Tampoco Moragas ha entrado, a pesar de ser uno de los principales pilares en los que se ha apoyado el presidente del Gobierno y aparecer en la quiniela de ministrables. El que sí lo ha conseguido es Dastis, hombre serio, poco estridente y perfil bajo. Esto es, la Némesis de Margallo.
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