Es decir, algo más de la mitad del cuerpo electoral es ajeno a los flujos migratorios que se han producido en el país en los últimos años. Y de ellos, el 77% son 'sólo blancos', como los denomina el Census Bureau. Esto supone, por lo tanto, que pese a los intensos cambios sociales que se han registrado en el país en las últimas tres décadas, la estructura electoral sigue siendo básicamente la misma.
No es de extrañar, por eso, que el mensaje político de Trump se dirigiera de forma predominante hacia los obreros industriales, los profesionales liberales, los empleados de cuello blanco, los agricultores y, también, los inmigrantes con más años de residencia en EEUU, que también temen la competencia laboral (en términos de empleo y salarios) de los 'nuevos' inmigrantes. Es decir, se dirigía a aquellos que tradicionalmente se encuadran como 'clase media', y que son dueños de su vivienda. Casi la mitad (el 48,6%) de los posibles electores vive en una casa de su propiedad.
Para quienes han diseñado la campaña de Trump, de hecho, son irrelevante los dos extremos de la estructura social en términos de renta. Los 26,6 millones de estadounidenses que se sitúan por debajo del umbral de pobreza (que es una medida relativa, no absoluta) y los 28 millones de ciudadanos con unos ingresos superiores a los 100.000 dólares al año. Lo que ha preocupado a los estrategas de Trump son esas clases medias vulnerables por los efectos de la globalización y de la apertura comercial. Ni siquiera el hecho de que en los últimos años se haya reducido la tasa de pobreza y haya aumentado el nivel de ingresos, ha sido suficiente para que los demócratas pudieran capitalizar el 'éxito' económico de la era Obama.
Como acredita el Census Bureau, hay que tener en cuenta que la mediana real de ingreso de los hogares aumentó el año pasado en 39 estados y en el Distrito de Columbia, con incrementos que van desde el 1,8% (Connecticut) al 6,8% (Montana). Ningún estado tuvo una disminución de la mediana de ingreso de los hogares entre 2014 y 2015. Al mismo tiempo, la tasa de pobreza disminuyó en 16 de las 25 áreas metropolitanas más pobladas. Algo que sugiere un hecho incuestionable.
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Los norteamericanos no han votado por la situación actual de la economía -la tasa de paro se sitúa por debajo del 5%- sino por lo que puede venir en los próximos años si no se frena la globalización o, al menos se ordena para evitar males mayores que agiten el populismo. Una especie de juicio a la globalización -medida por los flujos migratorios- y a las expectativas adversas que genera, lo que unido a la impopularidad del establishment político revela las causas del vuelco a las encuestas.
Eso quiere decir que si el Brexit -la salida del Reino Unido de la UE- fue el primer referéndum sobre la libre circulación de personas, capitales y mercancías, las elecciones de EEUU han sido el segundo plebiscito sobre la globalización.
Nuevas tecnologías y voto popular
La globalización es un fenómeno que a menudo se relaciona con las nuevas tecnologías, y eso explica que las grandes multinacionales estadounidenses -Apple, Google o Microsoft- se vean en el exterior como la imagen fiel del país. Pero la realidad, sin embargo, es muy distinta.El número de trabajadores relacionados con las tecnologías de información es ahora de 4,6 millones, y aunque ha crecido mucho respecto de los 450.000 de 1970, apenas representa el 2,9% de la fuerza laboral. Pero con una particularidad. En 2014, el 18% de los trabajadores de la tecnología de la información eran asiáticos en comparación con el 6% de todos los trabajadores. Y es que, pese al descenso del paro, lo cierto es que la fuerza laboral estadounidense (los ocupados) se sitúa todavía muy por debajo de los niveles anteriores a la crisis debido al descenso de la población activa. Paradójicamente, el paro baja, pero el empleo todavía se resiente.
Mientras Clinton se dirigía a los empleados de Silicon Valley, el mensaje de Trump iba directo al corazón de ciudades como Detroit, y eso explica que el candidato republicano haya ganado, incluso, en territorios como Michigan (aunque ha salido derrotado ampliamente en Detroit), donde la influencia de los sindicatos fue hegemónica en el pasado. Lo mismo ha pasado en Ohio o Pensilvania, donde la industria sufre los rigores de la crisis a consecuencia de la competencia china y de la deslocalización industrial. Pittsburgh, la capital de la siderurgia y del acero, que ya sufrió la crisis en los años 70, es un buen ejemplo. La productividad de la nueva economía digital multiplica a la analógica, pero el voto siguen ejerciéndolo los humanos y no las máquinas. Y la industria del carbón -bendecida por Trump en su programa electoral- se ha decantado por el magnate.
Según Census Bureau, la mayoría de los estados no experimentaron cambios estadísticos en la desigualdad en el ingreso en 2015. La desigualdad, de hecho, sólo aumentó en 8 de los 50 estados (Florida, Illinois, Indiana, Kentucky, Michigan, Nebraska, Nevada y Nueva Jersey), y disminuyó en uno (Connecticut).
Es decir, que el 'malestar' social no está estrechamente vinculado a la coyuntura económica o al reparto de la renta, sino a otros factores de carácter estructural. Tampoco a las condiciones sociales. En 2015, la tasa de cobertura de seguro médico para la población que vive en áreas metropolitanas fue del 90,7%, lo que supone 2,3 puntos porcentuales más alta que en 2014. El Obamacare, con todos sus problemas, funciona. Pero no otras políticas.
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