jueves, 26 de marzo de 2015

Lectura de las Elecciones Andaluzas....


Coincido con Monereo...


Después de las elecciones andaluzas: la restauración ya comenzó

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Manolo Monereo *

manolo monereoHay que insistir una y otra vez en que la clave siempre está, y en estos momentos históricos mucho más, en saber cómo mandan los que no se presentan a las elecciones. La cuestión básica, a mi juicio, es saber “leer e interpretar la fase”: lucha denodada, sistemática y sin cuartel entre pasado y futuro, continuidad y cambio, restauración dinástica-oligárquica o ruptura democrático-plebeya. Todo lo demás, creo, debe leerse en el marco de este conflicto de clase y, sobre todo, de poder, incluidas las elecciones andaluzas.
La política es un arte y la estrategia, su instrumento principal. Susana Díaz, la Presidenta de la Junta de Andalucía, cuando convocó anticipadamente las elecciones andaluzas sabía lo que hacía: situar “a contrapié” a Podemos, destrozar al PP y quitarse de en medio a una díscola IUCA dirigida por Antonio Maíllo, alguien que no era de los suyos. Todo el mundo estaba de acuerdo en esto y las elecciones le han dado la razón. Hasta aquí, todo normal, todo previsible. Hay que ir más allá.
¿Qué es lo específico y qué es lo general de las elecciones andaluzas? Deberíamos centrarnos en esto. La jefa de Andalucía es “orgánica del poder”, es decir, tiene conciencia de Estado: hay que defender al régimen y oponerse con todas las fuerzas a la ruptura democrática. El instrumento debe ser el PSOE y ella, la dirigente, la que decide. Es su misión histórica, defender a la clase política, al bipartidismo y, sobre todo y más, a los grupos del poder, a los que mandan y no se presentan a las elecciones. Ella lo sabe bien, mejor que nadie; es aparato, ‘purito’ aparato. El rey es la clave porque asegura la estabilidad del poder y que todo siga como debe ser, igual, es decir, que los Botín sigan mandando.
El verdadero partido del régimen es el PSOE. Felipe González se lo enseñó. El PP es demasiado derecha, demasiado comprometida con las clases parasitarias y clasistas. El PSOE es ‘moderno’ y abierto al mundo. Ellos saben hacerlo, es decir, encontrar el “centro de gravedad” donde se hace posible que las clases subalternas (los asalariados y asalariadas; los trabajadores y trabajadoras) acepten que los que mandan deben seguir mandando. No es fácil, pero ellos saben el secreto. Si les dejan, si confían en ellos, si los apoyan y los financian abundantemente, demostrarán que son capaces de defenderlos mejor que nadie, mejor que el PP de Rajoy. Esta es la batalla que Susana Díaz ha ganado en Andalucía. La duda es si Pedro Sánchez será capaz; pero si no lo es, ella siempre estará ahí asegurando la línea de defensa última y la gobernabilidad del sistema.
En Andalucía ellos son un régimen, es decir, la cristalización de una estructura de poder, un formidable dispositivo político organizado, estructurado y legitimado por más de treinta años de ejercicio sistemático de dominio sobre la cosa pública. En unos años hemos visto cómo el PSOE pasa de ser un partido andaluz, el principal si se quiere, al Partido de Andalucía. La clave es una inmensa capacidad para neutralizar el conflicto social. Los ERE son eso, medios, instrumentos para desactivar la relación entre lucha social y política, conflicto y poder en Andalucía. La sociedad civil ha sido reorganizada desde las instituciones e integrada. Se practica un juego donde la discriminación y cooptación de las diversas y singulares oposiciones (sociales, culturales, políticas) son sabiamente dosificadas.
La urdimbre del poder creado durante tantos años articula instituciones de la Junta, diputaciones, ayuntamientos y toda una variedad de organismos que penetran, organizan sujetos y desactivan conflictos. No es que se opongan sin más a la sociedad civil, el asunto es otro: impedir la autonomía de los movimientos, desorganizar cualquier oposición que pueda poner en peligro a los que mandan y conquistar el “sentido común” de las gentes. La represión pura y dura siempre dejan que la haga Madrid.
Que el PSOE es en Andalucía un partido-régimen se pone de manifiesto en la persona de la presidenta. Desde que fue ungida a la máxima magistratura de la Comunidad se ha comportado como si fuese una recién llegada, sin pasado, hasta el punto que muchas veces ha aparecido como si fuese la “oposición” del gobierno andaluz, es decir, de sí misma. Ser a la vez “posición” y “oposición” son elementos característicos de los regímenes que despreciativamente se suelen llamar “populistas”. Este aspecto no es menor. La neutralización del conflicto en lo interno es inteligentemente sustituido por la construcción de un conflicto externo: la derecha de Madrid, Rajoy, que discrimina, castiga, insulta y ofende a Andalucía, en la persona de su presidenta.
El discurso populista de Susana Díaz ha dado un salto de calidad en estas elecciones, hasta llegar a un ejercicio nada disimulado de caudillismo. El populismo construido es una variedad de “nacionalismo sin nación” pero que actúa con las mismas claves: definición del enemigo (la derecha de Madrid); identificación de la presidenta con el pueblo andaluz discriminado y ofendido; y culpabilizar como “malos andaluces” y, por lo tanto, aliados de la derecha, a los que se oponen a la Junta y a su presidenta. El eje derecha-izquierda está así subordinado a otro eje que es el de enemigo (Madrid y Rajoy)-amigo (Andalucía y Susana Díaz). Esto explica bien dos cosas de la campaña que son la no presencia de Pedro Sánchez y la presencia constante de Rajoy como interlocutor-adversario de la candidata-presidenta.
Es esta forma partido-régimen la que explica con claridad los dramas pasados y presentes de Izquierda Unida en Andalucía. La novedad y la radicalidad de la propuesta que hizo Julio Anguita tenían que ver con su planteamiento de construir una alternativa con voluntad de mayoría y de gobierno a la forma partido-régimen que se construyó en Andalucía en torno al PSOE. No se trataba ya de convertirse en “la izquierda”, o en complemento, o en el “ala radical” del partido de Rodríguez de la Borbolla y de Felipe González, sino la alternativa a sus políticas y a sus modos de organizarlas. El concepto básico era construir la alternativa.
Desmontar este dispositivo de poder requería una fuerza política nueva, plural, unida programáticamente y organizada como una forma-movimiento. La estrategia era la de “guerra de posiciones”: construir desde abajo (contra-)poder combinando lucha social y electoral, trabajo en las instituciones y en los movimientos, forjando alianzas y programas comunes. Esto, hay que subrayarlo hoy, generó unidad y esperanza, recuperación de la militancia y una significativa politización de nuevas generaciones.
En la etapa de Luis Carlos Rejón se llegó al punto más alto social y electoral, 20 diputados. No es este el momento para valorar ese periodo, los posibles errores cometidos y su tipología. Baste decir que no se fue capaz, fuera y dentro de Andalucía, de organizar el debate sobre una cuestión estratégica que afectaba, y sigue afectando, a los fundamentos mismos del proyecto. Esta cuestión pronto se saldó, a mi juicio, al modo politicista: sin debate y sin autocritica, y lo que es peor, se giró sin decirlo, en los hechos, a posiciones que nos situaban en la fase previa a “Convocatoria por Andalucía”. Reaparecieron los viejos fantasmas y los viejos clichés heredados de la Transición, había que hacer política y ser realistas, saliendo de los sueños utópicos de Anguita y echando a un lado cualquier referencia en serio a la cuestión de la alternativa.
Lo fundamental, se repetía una y otra vez, era “tocar poder”, es decir, gobernar y hacerlo desde lo que somos; si tenemos un 12% de votos esa será nuestra influencia real y punto. Para ello era necesario aliarse con el PSOE, poner el acento en programas susceptibles de ser aprobados por nuestro socio preferente y, decisivo, reconstruir una organización que sirviera para estos fines y no otros. Estas cuestiones, pero no solo ellas, tienen que ver con los resultados obtenidos por IU de Andalucía. La campaña ha sido buena, y muy inteligente la recuperación de Anguita y su discurso en el tramo final de la misma.
Desde este punto de vista, los resultados de Podemos son buenos. Hay siempre un peligroso juego que mezcla expectativas, resultados y movilización electoral. Se ha dicho antes y lo decimos ahora: era el momento peor y en el lugar peor para el partido de Pablo Iglesias; Susana Díaz lo sabía y las encuestas, de una u otra forma, lo decían. La aritmética es simple: en votos y, en escaños, la suma de Podemos e IU son los mismos que en la época de Rejón. Ese es el techo a superar y no se conseguirá solo con (es la gran enseñanza que deja IUCA) el trabajo institucional y saliendo en los medios de comunicación. Se trata de conquistar posiciones, de trenzar alianzas y construir un proyecto autónomo con voluntad de mayoría y de gobierno; para ello hace falta organización, militancia, activismo para promover formas plurales de articulación social y disputarle “sentido común” a los poderes dominantes. Y, sobre todo, unidad: IU y Podemos son insuficientes para construir una verdadera alternativa a la estructura de poder dominante hoy en Andalucía.
La novedad ha sido Ciudadanos. Por fin (no ha sido fácil) han conseguido crear una fuerza del cambio desde la derecha. El objetivo era claro: taponar a Podemos por el centro y buscar un comodín, un partido bisagra capaz de aliarse a derecha y a izquierda. Pronto sabremos la procedencia de sus votos y la consistencia y dirección de sus políticas.
Ciudadanos va a poner de manifiesto debilidades del discurso de Podemos como, por ejemplo, poner el acento en los procedimientos democráticos y no en los contenidos de las políticas. Existe el peligro de que una fuerza liberal como Ciudadanos pueda, sin grandes dificultades, hacer un discurso de regeneración democrática y a la vez defender que para luchar contra la corrupción es necesario menos Estado, más organismos independientes para regular el mercado e impuestos más bajos para los ricos. Esto lo hace Renzi en Italia sin demasiadas dificultades.
Si la “casta” solo son los políticos, se deja a un lado lo fundamental, a los poderes económicos; basta cambiar a aquellos, es decir a los políticos, para que la oligarquía financiera siga mandando, que es de lo que trata. Hay una cierta dificultad para entender que el problema de nuestras debilitadas democracias tiene que ver con el control creciente que los grupos de poder económico ejercen sobre la cosa pública. El problema central de nuestras sociedades es la creciente desigualdad, que no es solo económica sino de poder: los que mandan tienen cada vez más poder y lo ejercen. Sin afrontar esto, la supuesta regeneración democrática es mera retórica.

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