lunes, 19 de junio de 2017

Irene Montero, de outsider a figura....

Sin pertenecer al núcleo fundacional de Podemos, que se situó en solitario en el mapa político del país hace apenas tres años, ni al hermético 'clan de Somosaguas', ni haber pasado por la escuela político-mediática y marketiniana del 'Tuerka party', Irene Montero(Madrid, 1988), la revelación política de la moción de censura, valoración inusualmente compartida a derecha e izquierda, ha logrado conquistar una endogámica organización, a la opinión pública y, lo que es más difícil todavía, a la publicada. Al igual que Pablo Echenique, el otro 'outsider' de la cúpula, que al coger el timón de la secretaría de Organización 'desmadrileñizó' Podemos, que diría el fundador del partido Juan Carlos Monedero, la psicóloga de los desahuciados, ha logrado 'despolitologuizar' la dirección y poner coto a su exceso de testosterona, que no feminizarla, uno de los objetivos que se marcó en Vistalegre II, pero aun no alcanzado, de momento.
Con su papel protagonista en la moción de censura también rompió otras brechas. Estas hacia afuera: la generacional, la de género y, por qué no decirlo, la de clase, tanto política como social. La joven de 29 años del barrio de Moratalaz (63,8% de parados sin prestación), con una intervención incisiva, inflexible, encendida de principio a fin y señalando sin concesiones con su dedo acusador a los escaños azules del Gobierno, cambió el guion de la tercera moción de censura que se esperaba plana, inútil y ninguneada por Rajoy, que tuvo que sorprender solicitando la palabra tras escucharla. No en vano, Montero fue quien pidió paso a una “nueva España”, digna y sin miedo, reviviendo con un tono épico en el estrado del hemiciclo las demandas que hace seis años sacó a las plazas el movimiento de los indignados.
El mejor resumen gráfico de su actuación fueron las lágrimas de rabiaque no pudo contener tras los comentarios “machirulos”, tirando del diccionario político de la propia Montero, que le dedicó el portavoz de los populares, Rafael Hernando. Pocos precedentes hay de un representante político que empatizase en público de esa manera, habitualmente impasibles, ante lo que consideró como un ataque a todas las mujeres. Una rabia acumulada que hizo estallar Hernando, pero a la que habían contribuido todos esos 'bustos' parlantes, imitadores de polemistas articulistas de otras épocas, a pesar de ser 'millennials', generando clima esa misma mañana al calificarla como la “amazona” de Pablo Iglesias, “su romeo en jefe”, tan desconsiderado como para encargar “a una mujer el trabajo sucio”.
El mismo día, precisamente, en que había dejado más que clara su valía a quienes la intentaban desautorizar como trepa por ser “novia de”, mostrándose como los negros que habían escrito el discurso de Hernando. Quizá, en el mejor de los casos, movidos porque, como decía recientemente el periodista y escritor Alfredo Conde, que ha vuelto al ruedo más gallego que nunca en su última novela, “en estos tiempos lo que importa es el ruido que arme el autor más que el que despierte su obra”. En ello se basa su caché televisivo. Montero, por su parte, prefirió dejar su granito de arena en la historia de España convirtiéndose con buena nota en la primera parlamentaria que actúa como portavoz en una moción de censura.
Lágrimas de rabia, decíamos, que, en cambio, no sorprendieron a los inumerables desahuciados a los que prestó ayuda psicológica, a los que auxilió con su cuerpo para que evitar que los echasen de sus casas y a los que puso voz como impulsora y coportavoz de la PAH en Madrid, junto al ahora concejal de Ahora Madrid Nacho Murgui y el diputado de Unidos Podemos Rafa Mayoral. Tampoco debió sorprender a sus compañeras de las comisiones de política a corto plazo y largo plazo del 15-M, núcleo de los activistas 'pata negra', ni de la comisión de feminismos, ni a quienes se enfrentaron a los “machirulos” transversales que trataban de quitar la polémica pancarta que habían colocado en la acampada de Sol con el lema “La revolución será feminista o no será”.
Fibra y nervio, en definitiva, mostrando estar hecha de una pasta poco común entre sus señorías, con una carga emocional asociada a la intención de intentar escribir la historia, como cuando dedicó todos sus esfuerzos al 15-M y, ya posteriormente, a la PAH. De hecho, en esta última plataforma es donde asegura haber aprendido junto a gente destrozada a recomponerse de los golpes, a llorar y reír en compañía, a ver la potencialidad de la movilización social, autoorganizarse y apostar por la descentralización organizativa.
La sorpresa que tampoco debió ser tal para sus compañeros de facultad en la UAM, donde participó en el movimiento estudiantil contra el plan Bolonia, en defensa de la universidad "pública, gratuita y de calidad", incluidos diferentes encierros y destacando en las asambleas, y menos todavía a los integrantes de la asociación Noam Chomsky, con quienes practicaba un activismo de amplio foco, "popular", atendiendo asimismo a las cuestiones de convivencia asociadas a su carrera de psicología. Apasionada de la psicología comunitaria y de la psicología educativa, la revelación parlamentaria de Irene Montero quizá fue intuida por algunos de sus profesores de master, con quienes compartió experiencias sobre inclusión educativa, que algún día espera llevar a la práctica, ya sea como profesora o, quien sabe, incluso legislando. Y es que Montero participaba en todo lo que podía, sin pasar desapercibida, como pueden dar buena cuenta de ello las actas de los foros sociales.

En la primera línea del fuego cruzado

Irene Montero no solo acalló críticas, sino que también generó un punto de inflexión en la vida interna de su organización. Logró el aplauso de quienes criticaron su nombramiento como portavoz parlamentaria en sustitución de Íñigo Errejón, tras haberse impuesto en la lista ganadora de Vistalegre II, recibiendo un calor que dibuja una nueva fase en la formación, más centrada en la colaboración que en la competición autodestructiva. También se desprendió de la etiqueta de “cachorro de las juventudes comunistas”, en las que militó desde los 16 años, llegando a desempeñar responsabilidades de dirección en la Comunidad de Madrid, que antes de la fratricida asamblea se le intentó colocar a modo de desprestigio. No parece que su intención sea “convertir Podemos en un PCE 2.0”, aunque orgullosa de sus militancias juveniles no quiere olvidarse de donde viene.
Un cambio sintomático, y es que Irene Montero ha estado en la primera línea del fuego cruzado entre pablistas y errejonistas. Ya como diputada y jefa de gabinete de Pablo Iglesias tras el 20-D, fue la primera en defender el cese del secretario de Organización, Sergio Pascual, por su “gestión deficiente, que ha hecho daño”. Una decisión tras la que se inició la guerra abierta entre los dos principales sectores de la formación que hasta ese momento se había llevado a cabo de forma soterrada. Durante la campaña electoral de las generales, Pablo Iglesias ya había afirmado que sería su futura vicepresidenta y ministra de la Presidencia, anticipando así las distancias con su número dos Íñigo Errejón.
No parece que su intención sea “convertir Podemos en un PCE 2.0”, aunque orgullosa de sus militancias juveniles no quiere olvidarse de donde viene
La diputada de 29 años ha experimentado una acelerada maduración política, dejando atrás el ridículo berrinche frente a la cadena Ser por el supuesto veto a participar en una de sus tertulias. Si la moción de censura supuso el inicio de la 'operación nuevo Pablo Iglesias', el papel de Montero a partir de ahora, en la línea de la mayoría de portavoces de los grupos de oposición menos Podemos en la era Errejón, quien prefería hacer de 'poli bueno', será el de convertirse en 'azote del Gobierno'. De escrachar en la PAH a censurar a Rajoy en la Cámara.

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