Demasiado seria.
La divulgación de información: casi todos los riesgos están a plena vista
Por Jason Zweig
Si la información no se revela de forma completa, los inversionistas no pueden tomar una decisión informada. Sin embargo, incluso cuando sí se revela y es adecuada, muchos inversionistas siguen sin poder tomar una decisión informada.
Esa es la ironía implícita en el centro de la demanda de la Comisión de Bolsa y Valores de EE.UU. (SEC) contra Goldman Sachs.
No me malinterpreten. Uno de los principios fundamentales de la regulación financiera es que hombre precavido vale por dos. Sin una buena divulgación de información, los mercados no pueden funcionar. No digo que Goldman —que niega cualquier irregularidad y cualquier omisión material— no debería haberles revelado a los compradores que los vendedores al descubierto de Paulson & Co. ayudaron a ensamblar la ahora notoria operación Abacus.
Lo que digo es que comunicarles a los inversionistas lo que necesitan saber es imprescindible, pero insuficiente. Recibir información y usarla con sabiduría son dos cosas completamente distintas. Los reguladores, con razón, se concentran en asegurar que se brinde información. Pero los inversionistas tienen problemas para usarla apropiadamente. Tal como advirtió el economista galardonado con un premio Nobel Herbert Simon: "La información consume la atención de quienes la reciben. Consecuentemente, una abundancia de información provoca una atención deficiente".
Consideremos un análisis reciente de divulgaciones de información por parte de Ambac y MBIA, dos empresas de seguros. Cada trimestre, en formularios que presentan ante reguladores estatales, este tipo de firmas debe enumerar cualquier exposición significativa que pueda tener a la misma clase de valores derivados que están en la mira en el caso de la SEC contra Goldman. Las aseguradoras publicaron esa información en sus sitios Web; con buscar un poco, los inversionistas podían encontrarla.
Robert Bartlett, un profesor de derecho de la Universidad de California en Berkeley, descubrió que la información que Ambac y MBIA presentaron ante las autoridades —más otra información pública del sitio Web de la Bolsa de Valores irlandesa— brindaba una amplia radiografía sobre los derivados a los que estaban expuestas. Pero cuando las calificaciones de crédito de esos derivados fueron fuertemente rebajados, los precios de sus acciones apenas variaron en relación al mercado. Sólo cuando las aseguradoras emitieron advertencias que mostraban las pérdidas acumulativas, los inversionistas finalmente se percataron y vendieron las acciones de Ambar y MBIA.
Incluso si parece fácil pensar en divulgar la información, los inversionistas quizás tampoco se concentran en lo que más importa. Un equipo de economistas, incluido David Laibson de Harvard, hizo una prueba para ver si los inversionistas favorecerían la opción de menor costo entre los cuatro fondos indexados si la importancia de las tarifas fuera recalcada en una plantilla de una página.
Las buenas noticias: al presentar un énfasis simplificado en las tarifas, los investigadores triplicaron la cantidad de inversionistas que favorecieron los fondos de menores costos. Las malas noticias: ese triple aumentó la proporción a sólo 9% de 3%. "Aun terminamos con una tasa de fracaso de 91%", indica Laibson. Si bien fueron alentados a concentrarse en las tarifas, los inversionistas se fijaron en —y persiguieron— el desempeño pasado.
Los reguladores deberían hacer presión por una mejor divulgación de información, pero cada inversionista debería depender a su vez de una lista de preguntas estandarizadas a responder antes de cada compra. Quizás la más importante sea: si yo compro, otra persona vende; ¿qué es lo que sé y que la otra persona podría haber pasado por alto? Para los inversionistas que ganaron con la crisis de crédito, la respuesta a menudo estaba fuera de los prospectos. Se puede conducir al inversionista a la información divulgada, pero no es posible hacerlo pensar.
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