domingo, 9 de mayo de 2010

Maldito Parné....

ALPINISMO | La trágica muerte de Tolo Calafat

Sherpas y mentiras
Sonam y Dawa, con la doctora Nerín. (Foto: Barrabes)
En la etnia del Himalaya se reúne lo mejor y lo peor del género humano
Admitir la versión de los sherpas de Eun-Sun sería creer en una confabulación

Alfredo Merino | Madrid

Escucho la conversación que mantuve con Juanito Oiarzabal a primera hora de la mañana del 28 de abril. El sherpa Dawa, acababa de partir del campamento 4, donde a 7.100 metros, el vitoriano me mostraba su enorme preocupación por Tolo Calafat y su cabreo y desesperación, por no haber conseguido que los sherpas de Oh Eun-Sun subieran a socorrer a su compañero.

Nada que ver con lo reflejado en el despacho de la agencia EFE que recoge las declaraciones de aquellos mismos sherpas, quienes aseguran que Oiarzabal les ofreció 100 dólares. Es arriesgado establecer conjeturas. Con todo el respeto que merece la agencia EFE, que es mucho, no se pueden considerar determinantes las palabras puestas en boca de los sherpas de Eun-Sun. Nada se sabe de dónde, cómo, en qué contexto y por quién fueron recogidas. Es importante señalar aquí que esos sherpas apenas hablan inglés.

Oiarzabal, por su parte, estaba solo en la tienda, fue conmigo con quien primero habló aquella mañana y lo hizo a corazón abierto. Escucho sus palabras una y otra vez; es imposible que en mitad de aquellos durísimos momentos no dijera lo que realmente pasó. Y entre lo que dijo, para mí resulta palmario que les ofreció fueron 6.000 dólares por salir en busca de Tolo.

A partir de aquí, el resto no tiene demasiada credibilidad. Del mismo modo, estos sherpas niegan haber retirado la cuerda fija de 200 metros colocada por Pauner, Oiarzabal, Calafat y sus dos sherpas en el difícil corredor que abría la cima del Annapurna.

La realidad es que los españoles la pusieron en su subida y en la bajada ya no estaba. La realidad es que su ausencia no fue decisiva en la retirada del grupo, pero la realidad es que aquello les hizo perder tiempo que se antoja importante: no es igual bajar colgado de una cuerda que destrepar un corredor helado. El viento pudo llevarse la cuerda, pero los que conocen cómo se trabaja en esas alturas le darían el uno por ciento a esta posibilidad.

Confabulación española

Tampoco puedo pensar que Edurne Pasaban haya mentido. Hay que estar muy seguro o completamente loco para realizar las acusaciones que ha hecho la vasca y dar los nombres de quienes las hicieron. Puedo asegurar que esta mujer no tiene un pelo de lo segundo.

Si se cree a los sherpas no queda otra que afirmar que la tolosarra ha mentido. Igual que Juanito y Pauner. Estaríamos entonces ante una confabulación española contra los sufridos trabajadores del Himalaya.

En semejante confabulación no podría quedar fuera el hasta ahora fuera de toda sospecha, Ferrán Latorre, quien soporta sus lícitas dudas sobre el ascenso de Eun-Sun en las fotografías de la propia coreana. En ellas, y a propósito del lugar donde se tomaron, la asiática aseguró que fue en la cima. Al poco se desdijo, señalando que se hicieron algo más abajo. ¿Mintió solo en unos metros, o fueron los 350 que documenta el catalán?

Los sherpas dirán lo que quieran. Cada uno creerá lo que más le convenza. Muchos sólo podrán tener la certeza cuando Miss Oh enseñe la película que dice haberse hecho en la cima del Kangchen. Mientras tanto no hablamos de otra cosa que de sherpas y de malas interpretaciones. Por no decir mentiras.

Con la muerte en la cordada

¿Han mentido entonces los sherpas? Es imposible asegurarlo. Las referencias son de una fuente desconocida, repito. Pero no puede olvidarse las circunstancias en las que trabajan estos hombres. Día tras día, la muerte sube atada con ellos en su cordada. Todo por atender los caprichos de los occidentales que van a hacer alpinismo al Himalaya.

Se exponen como nadie, soportan sobre sus espaldas el peso de las expediciones y de los que suben por las rutas normales, no alcanzarían la cima ni el 1 por ciento, si prescindieran de ellos. Yo he visto al pie del Everest como los sherpas que nos acompañaban perdían sin inmutarse en una timba de cartas los tres mil dólares de su soldada, algo que en Nepal es una verdadera fortuna. Esto puede que no diga nada, pero puede que diga muchas cosas.

Dicho esto, hay que afirmar que hay sherpas buenos y sherpas menos buenos. O, simplemente, sherpas malos, malísimos. Mercenarios de las alturas, no mueven un pie sin que sus patronos claudiquen ante sus férreas demandas, muy superiores a lo acordado a priori.

Vienen bien aquí las palabras de la doctora María Antonia Nerín, cuando desde el campamento base del Annapurna, me explicaba la negativa de los mismos sherpas que se negaron a ayudar a Calafat, de subir a buscar a dos de sus compañeros.

Llevaban dos días sin saber de Dawa y Sonam, los que se negaron a bajar en helicóptero por miedo, y por no abandonar el precioso material de escalada en la montaña. Los de abajo dijeron que subirían a por sus compañeros a cambio de 400 dólares por barba y sólo para echar un vistazo hasta el campamento 1.

Su interesada actitud contrasta con la impagable generosidad que demostraron sus compañeros Sonam y Dawa en el desarrollo de la tragedia de Calafat. El primero, acompañándole durante una noche de infierno, a 7.600 metros sin ningún equipo de vivac y no dejando al mallorquín hasta que llegó el alba, para pedir ayuda. El segundo, partiendo con una pesada mochila (llevaba hasta una pequeña tienda de campaña) para socorrer a Tolo.

"Lo enviamos a una muerte segura", han señalado al unísono Carlos Pauner y Juanito Oiarzabal. Por supuesto que él, él mejor que nadie, lo sabía cuando abandono la relativa seguridad del campo cuatro. No sólo no le importó; estuvo buscando al español durante siete largas horas y remontó la inhumana pendiente más allá de los 7.800 metros. Sólo cuando empezó a anochecer, abandonó la búsqueda.

Sherpas generosos y sherpas miserables. Sherpas sinceros y sherpas mentirosos. Sherpas buenos y sherpas malos. Lo mejor y lo peor del Himalaya. Lo mejor y lo peor del ser humano.

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