domingo, 27 de febrero de 2011

Manualillos Fiscales.

Cómo subirle los impuestos a los ricos (sin que les duela)

Intenten darles algunos beneficios y privilegios (¿un voto extra quizás?), dice el creador de Dilbert, Scott Adams.

Por Scott Adams

El presidente fue demasiado amable como para mencionarlo durante el discurso del Estado de la Unión del mes pasado, pero aquí hay un rápido sumario del problema: Estados Unidos está quebrado. El agujero es demasiado grande como para taparlo solamente con un recorte de costos y con el crecimiento económico. La gente rica tiene dinero. Nadie más lo tiene. La gente rica tiene suficiente influencia como bloquear los intentos por subirles los impuestos, y lo van a hacer.

El posible desenlace: su próxima casa va a ser la caja en la que vino su impresora láser. Espero que la haya conservado.

Cada vez que siento que estoy en camino al una desgracia inevitable, lo que ocurre cada vez que presto atención a las noticias, me gusta imaginar que algún genio solitario saldrá de la nada con una solución elegante para salvar al mundo. La imaginación es a una cosa maravillosa. No tengo mucho control sobre las grandes realidades, como la economía, pero soy un experto a la hora de programar mis propias fantasías.

No pido disculpas por eso. Una fantasía bien elaborada puede ser un placer deliciosamente culpable. Y lo mejor de todo, es totalmente gratis. Como servicio público, hoy les voy a enseñar como envolverse en una tibia manta de soluciones imaginarias para el dilema fiscal del gobierno.

Para empezar, asuma que a medida que el colapso fiscal se vuelve más peligroso, todos nos volveremos más flexibles y quizás un poco más abiertos de mente. Eso parece bastante razonable. Una buena crisis suele cambiar a la gente. Ahora imagine que el mundo solo necesita una gran idea para recuperar el curso correcto. Grandes ideas han cambiado frecuentemente el rumbo de la historia. No es difícil imaginar que eso puede pasar de nuevo.

Trate de imaginar que la idea que salva al país es una enteramente nueva. Es un esfuerzo demasiado grande imaginar que una vieja idea súbitamente se volverá aceptable. De hecho, esa es la línea divisoria entre la imaginación y la demencia. Solamente la gente loca imagina que las malas ideas pueden de pronto volverse buenas si se siguen intentando. Entonces asumamos que nuestra solución imaginada es una idea totalmente nueva. Eso se siente menos loco y más optimista. Otra ventaja es que nadie tiene una visión arraigada de una idea que nunca ha sido escuchada.

Para aquellos de ustedes con egos saludables- me refiero, por supuesto a los lectores de The Wall Street Journal Americas- pueden hacer esta fantasía extra deliciosa imaginando que es a ustedes a los que se les ocurre la idea que salva al mundo. Les voy a mostrar cómo imaginar eso. Pienso que se sorprenderán al ver qué fácil es.

Pasé algo de tiempo trabajando en la industria de la televisión y aprendí una técnica que utilizan los guionistas. Se llama "la versión mala". Cuando usted siente que existe un desenlace de la trama, pero aún no puede imaginarlo, describe en su lugar una versión mala que no tiene otro objetivo que estimular a otros guionistas a imaginar una mejor.

Por ejemplo, si un personaje está anclado en una isla, la mala versión del escape involucraría monos elaborando un helicóptero a partir de hojas de palmera y cocos. Esa idea es obviamente mala, pero podría estimularlo a pensar sobre otras soluciones de ingeniería u otras soluciones vinculadas a los monos. El primer paso para pensar una idea que va a funcionar es dejar de obsesionarse con las que no. La mala versión de una idea mueve la mente a un punto más elevado y con mejor perspectiva.


Con esa técnica en mente, describiré algunas malas versiones de cómo la sociedad podría realizar la tarea de convencer a los ricos de un aumento de impuestos. Pero antes debo referirme a la ilusión de la equidad.

Nos gusta pensar que la equidad es una condición objetiva. Si usted y un amigo encuentran un dólar en la calle, la equidad sugiere que lo dividan. ¿Pero si su amigo tiene miles de millones de dólares y usted se está muriendo de hambre? ¿Sigue siendo justo dividir el dólar? ¿Y qué pasa si usted y su amigo vieron el dólar al mismo tiempo pero su amigo lo agarró primero? ¿Eso no cuenta?

En realidad, la equidad no trata de la distribución del botín sino que tiene que ver con cómo se siente usted respecto a él. Es importante entender esto porque los ricos no se desprenderán de su dinero a menos que sientan que están obteniendo algo a cambio. Y hasta ahora, salvar al país no parece ser suficiente recompensa para ellos.

Si aceptamos que a los ricos se los puede gravar a una tasa diferente a la que se aplica al resto de la gente, podemos también imaginar que podría haber otras diferencias en cuanto a cómo son gravados. Esa es la parte en la que podemos hacer ajustes y es la parte en la que aparece la versión mala. En un minuto, voy a lanzar algunas malas ideas respecto a cómo los ricos pueden sentirse bien mientras el resto de la sociedad les esculca los bolsillos.

Puedo pensar en cinco beneficios que el país podría ofrecer a los ricos a cambio de impuestos más altos: tiempo, gratitud, incentivos, dolor compartido y poder.

Tiempo. Es útil tener presente de qué manera son diferentes los ricos. Cuando usted es pobre, está dispuesto a dar tiempo para obtener dinero. Cuando usted es rico, entrega dinero a cambio de más tiempo. Por ejemplo, los ricos contratan personas para limpiar sus casas, y no pierden el tiempo buscando rebajas. En la escuela de negocios aprendí que cuando la gente tiene diferentes preferencias, usualmente usted puede encontrar una forma de forjar un trato.

Supongamos que cambiamos el código tributario para que a cambio de impuestos más altos para lo ricos, encontremos alguna forma de dar a los ricos algún tipo de tiempo extra. La versión mala es que todas las personas que pagan impuestos por encima de cierta tasa puedan utilizar el carril para los autos de uso compartido entre varios compañeros de trabajo, sin un pasajero. O quizás a los ricos se les permita estacionar en los espacios reservados a las personas discapacitadas.

¡Ridículo!, gritará usted. Recuerde, esta es la versión mala. Y si los ricos son solamente un pequeño porcentaje de la población, esto no tendría casi impacto en el tráfico de los carriles para autos compartidos o en la disponibilidad de plazas de estacionamiento para los impedidos. Usted casi no notaría la diferencia.

Usted puede imaginar una serie de formas en las que el gobierno podría intercambiar tiempo por dinero. Suponga que todas las agencias del gobierno tuvieran la obligación de tramitar los asuntos de los ricos antes que los del resto de las personas. Usted ni siquiera notaría que su espera en la oficina de registro de vehículos fue un 2% más larga.

Y encima de eso: ¿qué ocurre con la economía cuando la gente que es más hábil para ganar dinero súbitamente tiene más tiempo? Apuesto a que estimulan la economía gastando más o ganando más.

Gratitud. Imagine que el gobierno hace lo necesario para proveer un agradecimiento genuino personalizado para los ricos a cambio de impuestos más altos. Suponga (alerta, esta una idea mala) que el gobierno establece que toda persona que solicita servicios sociales tiene que escribir una carta personal de agradecimiento a una persona rica cerca de su lugar de residencia que, de acuerdo con una base de datos centralizada, no ha recibido últimamente ninguna. La gratitud puede dar grandes réditos. Es fácil odiar el exceso de gasto del gobierno. Es más difícil escatimar la atención médica a alguien que le agradece personalmente. Es una mala idea, lo sé. No la juzgue. Simplemente deje que su imaginación lo lleve a un lugar mejor.

Incentivos. Otro enfoque, que también es una mala idea, podría ser tratar a los ricos más como inversionistas de riesgo que como fuente de dinero gratis. Suponga que el código tributario es rediseñado de forma que los ricos solamente paguen impuestos para financiar servicios sociales, tales como la atención de salud y la seguridad social. Esto da a los ricos incentivos para encontrar maneras de reducir la necesidad de esos servicios, lo que a su vez mantendría sus impuestos bajo control. Quizás usted vería una explosión de inversiones privadas en tecnologías que hagan menos costoso proveer atención de salud. Podría ver rápidos avances en el abatimiento del costo de la vivienda para las personas mayores.

Mientras tanto, la clase media estaría a cargo del financiamiento de los militares. Esto parece bien. El país generalmente no va a la guerra a menos que la mayoritaria clase media la apoye.

Dolor compartido. La felicidad es una cosa relativa. Así estamos hechos los humanos. Y somos lo suficientemente retorcidos como para sentirnos reconfortados cuando nuestro dolor es compartido. ¿Entonces cómo podemos hacer que los sobre gravados ricos sientan que el resto de la sociedad está sintiendo un poco de dolor extra?.

Dudo que los ricos vayan a estar de acuerdo con una alza de los impuestos hasta que algunos recortes presupuestales serios ocurran al mismo tiempo. Esto hace que el sacrificio parezca compartido. Los ricos se sentirán injustamente discriminados a menos que todo el mundo esté sintiendo el golpe. Y los recortes presupuestales hacen que parezca que el gobierno esta mejor administrado. Y eso importa.

La mala idea es cambiar el debate para que en vez de debatir sobre qué programas deben ser recortados y cuánto, hacer lo que el sector privado ha estado haciendo por décadas: sacar un número al azar pero redondo de la nada, digamos, un recorte de 10%, y aplicarlo a todo. Sin excepciones. Todo, desde los militares, hasta las políticas sociales, las pensiones federales y los salarios del gobierno, recibiría el mismo golpe. Los gerentes del sector privado han estado manejando los recortes presupuestales de esta manera durante años. Saben que sus subordinados son todos mentirosos profesionales, así que no hay información como para hacer recortes de una manera más razonable. También saben que cualquier proyecto puede seguir adelante con 10% menos de dinero si no hay una alternativa.

Poder. Todos amamos el poder. Supongo que a los ricos les gusta más que a la mayoría de la gente, en promedio. Otra mala idea es dar a los ricos dos votos por persona en cada elección. Eso es duplicar el poder que tienen otros ciudadanos. Pero no se preocupe de que eso distorsione los resultados electorales. No hay tanta gente rica, y está de alguna forma dividida en sus opiniones, como el resto del mundo. Y, seamos realistas, ¿ el candidato que recibe el 51% de los votos es siempre mejor que el que recibe 49%? Ese es un riesgo que asumiré.

Pienso que le he dado suficientes malas ideas como para impulsar su imaginación. Ahora es su turno. Si piensa que solucionar los problemas fiscales del país es la tarea de funcionarios electos, tiene que preguntarse qué resultados ha arrojado hasta ahora. La solución, si es que existe, no será nada que se parezca a la forma normal de hacer las cosas. Los ricos tienen el dinero y no lo van a abandonar a cambio de nada. Lo sé porque soy uno de ellos y, sí, nos reunimos a menudo.

La forma en que nuestro sistema político está diseñado hace que nuestros políticos no sean libres de lanzar malas ideas. Hacerlo es una forma segura de perder elecciones. Los políticos ni siquiera son libres de apoyar ideas buenas si están demasiado lejos de lo normal. Pero como ciudadanos, somos libres de especular cuanto queramos. Y si alguna idea nueva o mejor gana popularidad a nivel popular, nuestros líderes electos podrían entonces ser capaces de adoptarla. En otras palabras, es literalmente su trabajo solucionar el problema del presupuesto porque su gobierno no está capacitado para hacerlo. Las ideas que he mencionado aquí están mal diseñadas. Pero si algunos millones de personas empiezan a lanzar sus propias ideas para solucionar el problema de la deuda, alguien puede aparecer con una que sea ganadora. Y si la idea gana apoyo en Internet, liberaría a los políticos para considerarla. No tengo problemas en imaginar que algo así puede pasar, y ese pensamiento se siente delicioso.

Adams es el creador de "Dilbert"

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