domingo, 27 de marzo de 2016

La vuelta de Zapatero....

Diez años del Estatut. El 30 de marzo del 2006, el pleno del Congreso de los Diputados aprobaba el tercer estatuto de autonomía de Catalunya en la España contemporánea. Setenta días después era refrendado por los electores catalanes y cuatro años más tarde, tras un proceso bizantino, tortuoso y guerrillero, el Tribunal Constitucional le recortaba las alas. Una sentencia de tono hostil, que provocó una fortísima inflamación política en Catalunya, en el vestíbulo de la crisis económica. El Estatut define una década de crisis política. José Luís Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España entre el 2004 y el 2011, ha aceptado una entrevista con La Vanguardia para hablar de esos diez años.
¿Se arrepiente de haber pulsado la tecla Estatut?
No. En absoluto. El Estatut del 2006 fue para Catalunya una gran oportunidad más que un gran problema. Es más, pienso que la salida al actual laberinto pasa por retornar al punto de partida. Hay que ir siempre al origen de los problemas. Y en el origen está la sentencia del Tribunal Constitucional y la reacción a esa sentencia. En más de una ocasión afirmé que no me gustó la sentencia. No compartí el tono. Cuando se dictó (28 de junio del 2010) estábamos ya en un tiempo difícil, con la crisis encima. Todo era adverso y algunos vieron la ocasión para dar un salto, el salto a la nada, puesto que en eso consiste la propuesta independentista.
¿No se arrepiente de aquella frase en un mitin del PSC en Barcelona: “Apoyaré el Estatut que apruebe el Parlament de Catalunya”? Se ha atribuido esa frase a un colaborador suyo.
Lo que uno dice es de uno, aunque lleve papeles y se los hayan preparado. Gané las elecciones del 2004, hicimos el Estatut y tuvimos un resultado espectacular en Catalunya en el 2008. La sociedad catalana reconoció el esfuerzo de mi gobierno. Los hechos demuestran que yo defendí el Estatut hasta los límites de la Constitución y según el Tribunal Constitucional incluso fuí algo más allá. Cuando pronuncié esa frase no me refería a un Estatut no constitucional.
¿En esa historia, quién fue primero, el huevo o la gallina? ¿Pasqual Maragall o José Luis Rodríguez Zapatero?
Fue una confluencia de voluntades. Hay un factor clave en mi opinión para entender los acontecimientos en Catalunya. Pasqual Maragall tenía que haber gobernado en la primera legislatura que ganó en votos a CiU (1999-2003). A Jordi Pujol le sobraron cuatro años y Maragall debió haber llegado cuatro años antes. Esto hizo que la propuesta de Pasqual sobre el Estatut fuera muy ambiciosa, gobernando Aznar. Aznar y su clima político. Situación propicia para las tensiones y la alimentación de los extremos.
Pero usted hizo una promesa y convirtió la revisión al alza de la autonomía de Catalunya en uno de los ejes centrales de su programa.
Mi proyecto político del 2004 contemplaba una comprensión de la España plural y un intento de que Catalunya tuviera un nuevo escenario, en un momento de fuerte tensión política con el Gobierno Aznar. Un nuevo Estatut y una reforma de la Constitución –a veces se olvida este último punto–, para la que encargué un informe del Consejo de Estado en el 2006. Una reforma a la que el Partido Popular se opuso. El Estatut tenía que haber ido en paralelo con la reforma constitucional. Permítame una sugerencia...
¿Cuál?
Sugiero releer las actas del pleno de toma en consideración del nuevo Estatut (noviembre del 2005) porque allí están algunas de las claves del proceso. Allí, desde la tribuna del Congreso, Artur Mas dijo solemnemente que no había gato encerrado, que ese era su texto, su proyecto y su objetivo: más autogobierno, más reconocimiento y una mejora fiscal. No un paso previo al independentismo. Debo decir que nunca vi en Artur Mas un independentista. Nunca le vi más catalanista que Pasqual Maragall.
¿Qué pactó con Artur Mas en aquellas reuniones secretas en el palacio de la Moncloa?
Hubo tres cuestiones de fondo. La primera, la nación. La solución era buena. El Parlament de Catalunya declaraba Catalunya como nación y el Estatut lo recogía en su preámbulo como una declaración de respeto, buscando en el articulado acomodo con el término nacionalidad, presente en la Constitución. Me parecía un equilibrio muy razonable. Fue una propuesta de Artur Mas y la acepté. Subrayo que nunca vi en Mas a un independentista. La segunda cuestión era la fiscal. Todo lo relativo a una posible agencia tributaria catalana. También llegamos a acuerdos satisfactorios. También hubo acuerdo sobre la lengua. Y ambos también coincidimos en que el acuerdo debiera ser compartido por el máximo de fuerzas políticas posible. Algo que no conseguimos pese al “momento Piqué”.
¿Le pidió Mas la cabeza de Pasqual Maragall?
No. En ningún caso. La salida de Maragall de la escena política en otoño del 2006 nada tuvo que ver con mis conversaciones con Mas. Lo que sí es verdad es que la reedición del gobierno tripartito catalán, con José Montilla en la presidencia, fue un factor de radicalización de Convergència.
Usted fue contrario a ese segundo tripartito
No exactamente. Me hubiera gustado una amplia concertación catalana. Era favorable a que el entendimiento entre el PSC y CiU por el Estatut se prolongase. Mire, las cosas hubieran ido de otra manera si Josep Antoni Duran Lleida hubiese sido el sucesor de Jordi Pujol y si el catalanismo político hubiera decidido estar en la gobernación de España. Aznar lo intentó y CiU dudó. Yo hice una aproximación durante mi segunda legislatura. Todo el mundo sabe que Duran Lleida hubiera sido un buen ministro de Exteriores, pero las condiciones no se dieron. Felipe González también lo intentó en su momento.
¿El momento Piqué?
Josep Piqué, entonces presidente del Partido Popular en Catalunya, tenía disposición al diálogo, pero no le dejaron. Mire, yo tengo mucho respeto a Mariano Rajoy. Sería muy bueno que un día él dijera si esta conforme o se arrepiente de haber encabezado una oposición tan dura al Estatut de Catalunya. Tuve varios diálogos con Rajoy sobre varios asuntos –las leyes civiles que nos distanciaron, el diálogo con ETA...– y en el tema donde siempre le vi menos flexible fue el de Catalunya y el Estatut. Era inflexible cuando se le planteaba una visión plural de España y el reconocimiento de las “comunidades nacionales”, un término que se debatió mucho como alternativa, un termino sugerido por Fran Caamaño (exsecretario de Estado y exministro de Justicia), que a Pasqual Maragall no le disgustaba. Ese término está ahí. Y con una reforma de la Constitución hay margen....
¿Me está mostrando usted su piedra filosofal? ¿Catalunya, comunidad nacional?
...Eso fue lo que se barajó. Yo soy partidario de una fórmula que pueda generar acuerdo y si ese concepto produce acuerdo... El reconocimiento es fundamental. Es clave. Reconocimiento de la identidad de Catalunya. Respeto a esa identidad. Ese respeto se podría traducir en un “derecho a compartir”, que me parece bastante más avanzado que el “derecho a decidir”.
Maragall, culpable. Diez años después esa es la lectura de los acontecimientos que parece haberse impuesto en el interior del Partido Socialista Obrero Español.
No, para nada. Me parece injusto. Bajo las coordenadas del Gobierno Aznar, la sociedad catalana tenía la necesidad de dar un salto adelante y Maragall lo expresó en su proyecto político. Hubo un problema táctico: el PSC se puso por delante y Convergència no quería quedarse atrás en relación a la propuesta de Maragall. Quisiera volver de todos modos a la reflexión de fondo.
¿Quiere volver al laberinto?
Hay que volver al punto de partida. Hay que volver al Estatut del 2006 e invitar a la reflexión al Partido Popular y a los que no eran independentistas y ahora dicen serlo.
ERC era independentista y usted pactó con ellos.
Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Puigcercós fueron personas con las que tuve diálogo. Les respeto y les guardo mucho afecto. ¿Eran independentistas? Eran románticos del independentismo. Recuerdo una conversación muy a fondo con Carod-Rovira en la que le insistí en que gente de izquierdas como ellos debía estar en el compromiso de construir una España moderna, progresista y avanzada. Yo siempre vi en Esquerra un alma sensible al destino colectivo de España.
El Tribunal Constitucional es el eslabón clave de esta historia. La presidenta del Alto Tribunal durante la tramitación del Estatut, María Emilia Casas, ¿estuvo a la altura de su cometido?
El Tribunal Constitucional se vio sometido a todas las tensiones posibles. Viví con la presidenta Casas aquel tiempo y sé que tuvo grandes dificultades. La lección fundamental es que hemos de dejar a un lado al Tribunal Constitucional en la resolución política de los grandes problemas del país Esa no es la salida. Como tampoco lo es la vía de los referendos decisorios, que dividen entre el blanco y el negro. Hay que llegar a acuerdos. Construir, dialogar, acordar. La fuerza unitaria de la democracia es imparable. No ha habido nunca una democracia que haya propiciado una ruptura territorial. No la ha habido y no la va a haber.
Cuando el nuevo Estatut llega a Madrid, en el 2005, se produce una gran convulsión. El PSOE baja en las encuestas y el PP ve el flanco abierto. En pocas semanas se crea un clima irrespirable. Lo recuerdo bien. En aquel momento tan delicado, el entorno intelectual y mediático del PSOE se arruga , se asusta y se echa para atrás. Dejaron solo al Estatut y en alguna medida le dejaron solo a usted.
Esa sensación que usted describe yo la tuve. Es cierto que hubo compañeros del Partido Socialistas que veían en Estatut con prevención, pero creo que, pese a todo, la batalla la ganamos. Aunque no lo parezca, algunas cosas han cambiado. Mucha gente de la derecha me ha dicho estos últimos años: “¡Ojalá tuviésemos aquel Estatut, ojalá lo hubiésemos resuelto de otra manera!
Desde entonces se ha producido una regresión en el PSOE. En su partido parecen tener miedo a algunas expresiones. De la “España plural” se ha pasado a una desleída “España diversa”. Si un dirigente socialista hablase hoy de España como “nación de naciones”, concepto acuñado por Anselmo Carretero, socialista castellano, un término bastante usado en la transición, quizá sería sancionado...
No diría que haya una regresión. Hay un debate permanente. El PSOE apoyó el Estatut. Y el PSOE sigue siendo el único partido capaz de tener una síntesis vertebradora de España. Las fuerzas políticas estatales tienen que dar una respuesta a Catalunya. Tiene que volver la política a Catalunya. No hay política en el independentismo. El independentismo sólo es un manifiesto.

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