El 22 de noviembre de 1963, el mundo entero estaba, de una forma u otra, en Dallas. Allí, en aquel coche que circulaba por una de las vías principales de la ciudad, el presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, era abatido por varios disparos. La sociedad norteamericana al completo cruzaba los dedos ante un cambio inminente en la política del país. El productor musical Phil Spector los cruzaba por una razón más: corría el riesgo de perder una buena suma de dinero si se desviaba en exceso la atención del disco que lanzaba ese mismo día: A Christmas Gift for you, un álbum conceptual que expandía su célebre Wall of Sound a los territorios de la melancolía navideña.
El Wall of Sound, característico de productos creados por el hoy encarcelado Spector como el mítico Be my Baby de las Ronettes, era un sonido reverberado, con varias capas, varias guitarras y un sonido épico que adornaba de forma revolucionaria las canciones de los grupos femeninos del momento. La nueva América pop nunca tuvo un mejor embajador que Spector y su ‘muro del sonido’. Aplicarlo a la Navidad era una nueva hazaña en una época en la que Dylan aún no había eclosionado y los Beatles amenazaban con robar el trono de música para las masas que pertenecía a Estados Unidos.
Spector echó mano de todos sus artistas favoritos para crear 35 minutos y 12 segundos de pop magistral, reinterpretando clásicos como Sleigh ride The bells of St. Mary. En los cortes del disco, los melómanos pudieron escuchar por primera vez ese White Christmas que hasta entonces tenía el sello de un ‘crooner’ como Bing Crosby, de la mano de Darlene Love. Las voces negras características de las producciones del independiente Spector cantaron a Santa Claus, los renos, las campanas y los ángeles en compañía de arreglos superlativos y hasta hiperbólicos: cuerdas, violines y guitarras multiplicadas por mil que creaban una sensación tan barroca como el propio disco.
Este álbum de pop barroco había reinventado las empalagosas melodías navideñasSin embargo, ahí estaba la muerte de Kennedy para oscurecer el lanzamiento de un disco cuya leyenda sería agigantada por el tiempo. Coincidir en su lanzamiento con uno de los días señeros de la historia norteamericana provocó que ni las ventas ni las críticas fuesen especialmente boyantes. Pero como toda rareza que muta en un clásico, la leyenda se empezó a gestar poco después: al año siguiente los Beach Boys lanzaron un disco navideño pop con la innegable influencia del producido por Spector. Con el tiempo, los grupos que hicieron su propia versión musical de la Navidad crecieron como las setas. ¿Qué se había perdido América ignorando aquel disco? En 1972, con una reedición a cargo de Apple Records, obtuvieron la respuesta: ese álbum de pop barroco había reinventado las empalagosas melodías navideñas a cargo de las Doris Day o los Elvis Presley de turno. A partir de entonces, la música navideña ya no sonaría igual.
Brian Wilson, de los Beach Boys, no tardaría en reconocerlo como su disco favorito de todos los tiempos. Y la admiración iría in crescendo durante los 80. ¿De qué otra forma se podría entender la pleitesía rendida por U2 a su reinterpretación del Christmas (Baby, Please Come Home) que también sonaba al inicio de la antológica Gremlins? La sociedad norteamericana estaba preparada para escarbar entre las joyas perdidas de esos años 60 que ahora se podían mirar sin ira, sin Guerra de Vietnam, sin revueltas raciales y sin presidentes asesinados. Estaba lista, en definitiva, para reconciliarse con su pasado más turbulento y con un disco que, al igual que la contracultura y los hippies, ha sido digerido por la cultura mainstream y ya es todo un clásico. Hasta la revista Rolling Stone lo eligió el disco 142 de entre los mejores de la historia.
Ahora, este clásico del barroquismo pop suena en muchos hogares, muchas cafeterías y se escucha año tras año, al igual que se ve el ¡Qué bello es vivir!de Frank Capra o se relee la Canción de Navidad de Charles Dickens. Esas también fueron obras revolucionarias en su momento y también siguieron el destino de muchos productos que saborearon unos pocos: ser desvirtuados y parodiados hasta la saciedad por unos muchos. Parece que, por el momento y a pesar de su estatus de clásico al alcance de cualquiera, al disco navideño de Spector no le ha ocurrido lo mismo. La cultura de masas lo escucha pero también respeta con solemnidad su viaje sideral por la Navidad más psicodélica y grandilocuente de la historia de la música.