domingo, 30 de agosto de 2015

Munch y el ruido nos esperan...

“Munch, como consecuencia de su atormentada y depresiva existencia, que constantemente deja plasmada en sus obras, lleva a cabo osadas investigaciones técnicas y estilísticas como superación del arte impresionista”. Las comillas son de Javier Solana, que en 1984 como ministro de Cultura daba la bienvenida a la primera exposición antológica del artista noruego con un texto en el que apuntalaba el tópico que ha justificado la genialidad de la obra del excelente pintor y grabador.
En aquella ocasión casi 200 obras desembarcaron en la sala Pablo Ruiz Picasso, con la ayuda del Museo Munch de Oslo, entre ellas la obra más famosa del artista: El grito (1893), un frágil cartón con óleo, temple y pastel, en la que los usos expresivos del color, la forma y la composición, junto con las referencias de sus propias vivencias emocionales, subrayaron la victoria de la primera persona sobre la realidad.
En vez del original, el Thyssen sólo enseñará una litografía de la obra, de las cientos que el artista producía para comercializar en masa sus creaciones
Tres décadas después aquella magna exposición no se podrá volver a repetir. Aunque el Museo Thyssen-Bornemisza inaugura el 6 de octubre Edvard Munch. Arquetipos, lo hace con menos de la mitad de obra que pudo verse entonces y sin la pieza clave que condensa en una imagen la trayectoria vital y personal de quien destruyó las convenciones del retrato del hombre moderno.
“Caminaba con dos amigos por la carretera. El sol se estaba poniendo. Sentí un aire de melancolía. De repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, mortalmente cansado. Sobre el fiordo negro y azulado y el pueblo caían sangre y lenguas de fuego. Mis amigos siguieron caminando. Yo me quedé allí, temblando de miedo, y sentí un grito enorme, infinito, pasar por la naturaleza”. Escribió Munch en su diario el 22 de enero de 1892, un año antes de pintar el icono histérico.
El grito puede que sea el cuadro más definitivo de todos los tiempos sobre la histeria. Como cuadro, perfectamente pensado y compuesto, no tiene nada de histérico”, escribía en la exposición de 1984 el especialista Peter Schjeldahl para cuestionar el mito del pintor enloquecido que desbarraba.
'Madonna', de Edvard Munch.
'Madonna', de Edvard Munch.

Más ausencias

En vez del original, el Thyssen sólo podrá enseñar una litografía (del MET de Nueva York) de las cientos que el artista producía para comercializar en masa sus creaciones. Al que llamaban “loco”… Es una de las consecuencias de haber decidido programar la revisión de su obra en las mismas fechas en las que Munch y Van Gogh protagonizan una de las exposiciones estrellas del año (entre mayo de 2015 y enero de 2016): primero, en el Museo Munch de Oslo y, luego, en el Museo Van Gogh de Amsterdam. De las 64 obras del Thyssen, 44 proceden del Museo Munch de Oslo, que tampoco mandará la impactante Madonna, ni Angustia, ni el Autorretrato con cigarrillo, ni Atardecer en la avenida Karl Johan, entre tantas otras.
Son sus piezas más notables, cuando madura, en la década de los noventa del siglo XIX, la fusión de la propuesta de un pintor obsesionado por su vocación artística, incesantemente productivo. “Ya no se deben pintar interiores con hombres leyendo y mujeres haciendo calceta. Debe tratarse de seres humanos vivos, que respiran, sienten, sufren y aman”, escribió en sus diarios Munch, que mantuvo un naturalismo estilizado en desarrollo sin perder la visión figurativa.
La imagen de rebelde bohemio torturado y loco “no fue más que un mito construido por los críticos, historiadores y el propio artista“
“El cielo rojo sangre, las líneas ondulantes o disparadas, el detalle informativo de las dos figuras que se alejan andando (es decir, que el grito no se oye) son contundentes como martillazos”, añade Schjeldahl. A Munch le llevó un año lograr la forma simbólica y pictórica de la experiencia personal que representaba El grito“Sabía exactamente lo que estaba haciendo”.
Entonces, ¿estaba loco como se ha empeñado cierta parte de la historiografía en mostrar? Para la historiadora Jay A. Clarke, comisaria de la exposición Becoming Edvard Munch. Influence, Anxiety and Myth (en el Art Institute of Chicago), esa imagen no es más que leyenda. Al contrario, ese rebelde bohemio torturado que casi parece una versión misma de su grito, "no fue más que un mito construido por los críticos, historiadores y el propio artista". Desde entonces, la imagen del personaje fue reforzada por la fascinación ante sus múltiples fotos de sufrimiento existencial.

Personaje en construcción

“El énfasis en su desequilibrio emocional y su aislamiento artístico ha eclipsado su obra. Cientos de cartas privadas dan fe de que estaba lejos de estar loco. Así como experimentó con ciertos motivos visuales, el artista ajustó su tono emocional en momentos precisos con el fin de lograr los resultados que deseaba. Autorretrato con cigarrillo es una rica oportunidad de explorar este personaje en plena construcción”, explica en el catálogo de la muestra.
Atardecer en la avenida Karl Johan (1892)
Atardecer en la avenida Karl Johan (1892)
Lo que para unos es una evidente enfermedad mental a otros les llama la atención que casi toda la obra de los noventa del pintor y grabador excelente -domina la xilografía, el aguafuerte y la litografía- es precisamente lo controladas, lo poco distorsionadas por la emoción que son esas imágenes que surgen de visiones emocionales.
Es posible que Munch no hubiera podido romper tantos moldes formales y estéticos sin el apoyo de un variopinto círculo literario compuesto por Knut Hamsun, Henrik Ibsen o August Strindberg, que lanzaron un ataque frontal a la sociedad que hoy tiene a gala la reputación de abierta y liberal. Dice la cita más famosa del artista cuya temática principal es la angustia vital, el amor y la muerte: “Pinto no lo que veo, sino lo que vi”. 

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