viernes, 23 de octubre de 2015

La olvidada Redistribución...

Bondad, sabiduría y evitar las tres íes

Diversas oenegés celebraron un encuentro con la economista Esther Duflo en el aula magna de la Universidad de Oviedo
Pablo Batalla Cueto

PABLO BATALLA CUETO

@PBATALLACUETO
JUEVES 22 DE OCTUBRE DE 2015
“Grande, joven y de gran corazón”. Así es, en palabras de la periodista Charo Izquierdo, Esther Duflo, la economista francesa galardonada este año con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, quien “cree en la redistribución y cree que el mañana puede ser mejor que el presente” y presta con su trabajo asistencia profesional a los más desfavorecidos del planeta, “algo que sólo pueden hacer los buenos además de sabios”. La premiada participó esta tarde en un encuentro con oenegés en el aula magna de la Universidad de Oviedo, avalado por el hecho de que el campo de trabajo de Duflo en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) es el estudio de las causas de la pobreza y el planteamiento de soluciones para su erradicación desde el ámbito de la microeconomía. Además, la economista parisina dirige el Laboratorio de Acción contra la Pobreza Abdul Latif Jameel, que tiene como objetivo proporcionar evidencias científicas que hagan más efectivas las políticas antipobreza de oenegés y fundaciones.
En la charla se abordaron cuestiones como el papel que deben tener las universidades en la reducción de la pobreza o la relación que las oenegés deben tener con los Gobiernos de los países en vías de desarrollo, al fin y al cabo los únicos actores capaces de llevar a cabo reducciones significativas de la desigualdad. Sobre esto último, Duflo expresó su opinión de que es más importante que las oenegés se aseguren de que lo gastado por los países del sur sea bien invertido que que centren sus esfuerzos en movilizar por sí mismas grandes cantidades de dinero en los países del norte. El papel de las organizaciones, dijo, debe ser menos erigirse en suplementos de la siempre ineficiente política gubernamental que crear en los países pobres una opinión pública capaz de exigir medidas contra la pobreza reales y efectivas a largo plazo a sus burocracias nacionales.
Del mismo modo que la presencia de dos científicas, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, en Oviedo como premiadas de Investigación Científica y Técnica sirvió ayer para reflexionar sobre la incorporación de la mujer al mundo de la investigación, la de Duflo ha servido también para debatir acerca de hasta qué punto la incorporación de las mujeres en la política y la economía puede tener consecuencias tangibles en lo que respecta a la reducción de la desigualdad. Duflo expresó su opinión de que puede tenerlas. “Cuando una mujer entra en política cambia la mujer; cuando entran muchas, cambia la política”, dijo una vez la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, y se recordó ayer. Según demostró un estudio dirigido por la propia Esther Duflo en el MIT hace tres años, el hecho de que haya mujeres gobernadoras influye de manera positiva e importante en las vidas de las mujeres jóvenes en particular y en el amejoramiento de la sociedad en general. “Las mujeres invierten y gestionan de manera diferente”, apuntó Duflo.
Fomentar dicha incorporación femenina a la política es, pues, clave, y Duflo reflexionó que una buena manera de hacerlo es becar niñas de países en desarrollo para que una mejor educación las convierta en referentes en sus comunidades, y ello les sirva de trampolín para acceder a puestos relevantes en política local. Como consecuencia de ello, ver a mujeres en posiciones de poder convencerá a padres y adolescentes de que las mujeres pueden ejecutar ciertas acciones, y ello allanará aún más el camino.
“Cambios pequeños pueden tener efectos grandes”, se dijo también ayer. Se recordó a este respecto, por ejemplo, el pasaje de Repensar la pobreza, el libro publicado por Duflo al alimón con Abhjit V. Banerjee, en el que se reflexiona que “es posible que los parásitos intestinales sean el último tema de conversación en una reunión de alto nivel, pero los niños de Kenia que recibieron tratamiento durante dos años en lugar de uno (a un coste de 1,36 dólares por niño y año) ganaron un 20% más al año de adultos, lo que significa 3269 dólares a lo largo de su vida”.
Uno es el gran mal, la desigualdad; uno el gran peligro para quienes luchan contra él, las tres íes --ideología, ignorancia e inercia, repitió varias veces Duflo durante su ponencia-- y uno el gran objetivo: que deje de ser posible que, por ejemplo, las tasas de mujeres muertas al dar a luz en el África subsahariana y en Occidente sean tan diferentes entre sí como 1/30 y 1/5600.

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