domingo, 15 de abril de 2012

Antony y Abramovic fascinan....


El veredicto era uno de los más esperados de la temporada: la noche del miércoles, el Teatro Real se llenó de vítores a Marina Abramovic, Willem Dafoe y Antony Hegarty, las tres patas principales de 'Vida y muerte de Marina Abramovic'. Al director y auténtico creador del espectáculo, Bob Wilson, le esperaban además algunos abucheos, según recogió la agencia Efe.
Días después, y con todas las entradas vendidas para las diez funciones, la expectación sigue intacta y la incertidumbre en torno a qué es exactamente esta obra, sin resolver. Ha dejado fascinación entre la crítica; pero no una definición clara sobre los límites de un espectáculo urdido por un maestro de la escenografía (Wilson) en torno a la figura de una artista (Abramovic) con la participación esencial de un cantante nada académico (Antony) y todo el peso dramático sobre un actor (Dafoe).
Ana Botella Díez, responsable de exposiciones y publicaciones de Laboral Centro de Arte y Creación Industrial señala, primero, el límite entre 'performance' y teatro: «La improvisación (el guión de la 'performance' existe, por abierto que sea) y la interacción con el público. A fin de cuentas, Abramovic interpreta una obra creada por Wilson, y un papel: ella representa una ficción». Así, con el espacio escénico definido (el teatro) la 'performance' queda descartada, y queda por dilucidar la frontera entre teatro musical y ópera.
En caso de aceptar que se trata de una obra de teatro con música, ¿en qué momento puede, entonces, el director del Teatro Real, Gerard Mortier, programarlo como una ópera? ¿Qué distingue a lo uno de lo otro? Según Moisés González y Ana Eva Guerra, de la compañía de teatro gijonesa El callejón del gato: «Por un lado, la actuación tiene cada vez más peso en la ópera... Una ópera es aquella obra en la que no hay solo voz hablada. Eso sí», prosiguen, «nos hemos encontrado con textos teatrales con música que han acabado por convertirse en óperas solo porque lo ha dicho su autor».
María Riera, directora de la Fundación Musical Ciudad de Oviedo, de la que depende la orquesta Oviedo Filarmonía, defiende el carácter «vivo» del arte operístico (música, escenografía y teatro), en cuyo nombre se pueden «haber cometido errores» o excesos en el pasado (no ha visto la obra de Wilson). Y advierte, eso sí, de que «cuando las óperas son realmente buenas musical y escénicamente, perduran y tienen éxito. Al público», remata, «es difícil engañarlo».
«¿Y qué más da lo que sea?» concluye Javier Menéndez, director artístico de la Ópera de Oviedo. «El arte es arriesgado, el arte tiene calidad: Mozart no hablaba de ópera al referirse a 'Don Giovanni', solo de drama jocoso... ¿Importa?» Solo queda, entonces, dejarse fascinar.

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