miércoles, 18 de abril de 2012

Casas Viejas en el recuerdo...

Casas Viejas, caso nuevo

El periodista Tano Ramos desmonta la responsabilidad de Azaña en la matanza de campesinos ocurrida en la provincia de Cádiz, un suceso que desestabilizó a la II República

 
Alberto OJEDA | Publicado el 17/04/2012

La represión de Casas Viejas, saldada con 14 campesinos muertos a manos de la Guardia de Asalto en la mañana del 12 de enero de 1933, dejó muy tocada la credibilidad de la II República y a uno de sus principales prohombres: Manuel Azaña. Sus enemigos, anarquistas y antirepublicanos, le sacaron buen partido a los sangrientos sucesos. Cargaron sobre él, entonces presidente del gobierno, la responsabilidad de haber dado la orden de ejecución. Célebre es la frase puesta en sus labios para desacreditarle como demócrata y hombre capaz ejercer la autoridad sujetándose a la ley: "Ni heridos, ni prisioneros, tiros a la barriga". Esa estrategia de descalificación caló en el inconsciente colectivo, hasta nuestros días. Pero el periodista Tano Ramos, con una labor callada de rastreo en archivos, llamadas telefónicas, citas con los protagonistas de aquel capítulo y algún que otro golpe de suerte que le han conducido a materiales inéditos, se ha encargado de desmontarla en El caso Casas Viejas. Crónica de una insidia (1933-1936) (Tusquets), una investigación que le ha valido, además, el XXIV Premio Comillas.

Ramos se ocupa desde hace varios años de la información de tribunales en el Diario de Cádiz. En 2007, en el 140° aniversario del periódico, le encargan un reportaje histórico relacionado con su sección. "Decido hacerlo sobre lo sucedido en Casas Viejas porque me doy cuenta del tremendo desfase que hay entre lo que publicaron los diarios en Madrid y lo que se estableció como hechos probados en el jucio celebrado en Cádiz", explica a elcultural.es en un hotel madrileño. De las actas de las sesiones en la Audiencia Provincial de Cádiz dan cuenta las páginas de La Crónica de Cádiz. En este periódico se volcaban directamente (era una práctica habitual entonces) el contenido de esos documentos. La instancia judicial gaditana condenó en 1934 a 21 años de cárcel al capitán Rojas, hombre al mando del grupo de guardias de asalto que sofocaron la revuelta.

"A las tres de la madrugada ya lo habían hecho. Tenían controlado el pueblo. Pero a las siete Rojas decide dar un escarmiento a sus habitantes", advierte Ramos. Casi todos habían participado en el motín y por eso en cuanto vieron llegar los guardias huyeron a las montañas. Sólo resistieron dos hijos de Seisdedos (elevado a la categoría de líder revolucionario por autores como Ramón J. Sender), que acabaron quemados vivos en la choza donde se parapetaron junto con otros tres compañeros y un guardia de asalto que tenían prisionero. Y las pocas personas que no habían tomado parte en los disturbios y creían que no tenían nada que temer. Equivocadamente. Los sacaron de sus casas (en realidad, chozas: así vivían en aquel pueblo miserable), a un total de 12, y les dispararon a bocajarro. No contento con ello, Rojas decidió quemar todo el pueblo. "Se lo ordenó al teniente Artal, dándole incluso su propio mechero, pero éste no obedeció. Le dijo que en las chozas ya sólo quedaban mujeres y niños".

El abogado de Rojas, Eduardo Pardo Reina, recurrió la sentencia. Hubo de celebrarse un nuevo juicio, en 1935, también ante la Audiencia Provincial. El capitán insistía que había sido Azaña el que le había obligado a desplegar semejante dureza. Uno de los comodines que se sacó de la manga la defensa para justificar esa versión fue el capitán de Estado Mayor Bartolomé Barba, quien declaró que Azaña mismo, ante que los anarquistas tomaran los cuarteles de Madrid, debían ser repelidos con los famosos "tiros en la barriga". Azaña tuvo un careo con este militar y lo negó categóricamente, "aunque sí reconoció que había dado órdenes contundentes para defender los cuarteles de los asaltos de anarquistas". No era de extrañar: en Lérida y Barcelona algunos revolucionarios, acercándose con la excusa de pedir fuego a los guardias, los había acabado acribilando. Era un periodo en el no cabían ni la confianza ni las medias tintas. La presencia de Manuel Azaña en ese segundo juicio, acreditada por una foto a la que ha tenido acceso Ramos y que aparece en la cubierta del libro, echa por tierra otro de los infundios más empleados contra el político: que no había declarado en el proceso. Al final, el tribunal volvió a confirmar su fallo: los 21 años de prisión.

Pero en julio del 36, con el país patas (y manos) arriba, Rojas está de nuevo en circulación: al frente de una milicia falangista. Entró incluso en la casa de Lorca, en uno de los registros que precedieron a su fusilamiento ¿No debía estar entre rejas? "Descubrí que el Tribunal Supremo acabó revisando la sentencia de la Audiencia Provincial. La pena impuesta, tras una argumentación jurídica que más bien parecía un ejercicio de prestidigitación, quedó en sólo tres años. Los asesinatos pasaron a ser homicidios y se aplicó la eximente de la obediencia debida, cuando no cabe su aplicación para actos ilícitos y, además, tampoco hubo obediencia. Rojas actuó como lo que yo creo que era: un psicópata". Luego se topó con otro dato muy significativo: el magistrado ponente del Tribunal Supremo, artífice de aquella forzadísima interpretación jurídica, muy sospechosa de parcialidad, en el 36 llegó a Burgos para integrarse como miembro del nuevo Tribunal Supremo franquista.

El caso Casas Viejas es una historia compuesta por otros cientos de historias. Dentro la principal, se van derramando otras muchas subsidarias que le van dando una entidad específica, con una tremenda fuerza de atracción para el lector. Aprovechando el contexto de caos de la España del 36, Rojas volvió a Cádiz. Entre ceja y ceja tenía a Andrés López Gálvez, el abogado que representó a las familias de los asesinados como acusador particular. Sus brillantes intervenciones habían propiciado su condena. "Fue con la intención de matarle, pero no lo consiguió. Lo que sí consiguió es que fuera represaliado y diera con los huesos en su cárcel", señala Tano Ramos, quien sigue vibrando cada vez evoca toda la peripecia de su investigación. Una investigación que tuvo su momento más emotivo cuando localizó a la hija de Gálvez, haciendo llamadas aleatorias a todos los López Navarro (sabía que así se apellidaban sus cinco hijos) que encontraba en las guías telefónicas de las distintas provincias españolas. No tuvo que hacer muchas. Empezó por Madrid y la suerte le hizo un guiño. En realidad, sólo tuvo que hacer una llamada: la primera. Al otro lado del hilo telefónico respondió la única hija viva del abogado, Soledad, de 84 años.

Aunque en un principio se mostraba reacia (el fantasma de la represión tiene una sombra muy larga para las personas que la sufren), Tano Ramos le arrancó una cita, que a la postre sería crucial. En un momento de nuestra conversación ella me dijo que tenía el sumario de la instrucción del juicio, donde estaban las declaraciones de los implicados. "Ese sumario había desaparecido de la Audiencia Provincial". El periodista asturiano, que se transplantó a sí mismo en el otro confín del país, salió con sus páginas fotografiadas. Con esas imágenes cerraba el círculo de sus incontables pesquisas. Se puso a escribir, presentó el libro al Premio Comillas, él, "un periodista del estado llano", y consiguió ganarlo. Para tomar ejemplo.

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