viernes, 28 de marzo de 2014

Por los excluidos...

César Rendueles

FILÓSOFO, SOCIÓLOGO Y AUTOR DE 'SOCIOFOBIA. EL CAMBIO POLÍTICO EN LA ERA DE LA UTOPÍA DIGITAL'

"La única vía de la izquierda es interpelar a los excluidos; ellos deben protagonizar el cambio"

Viernes28 de marzo de 2014
Como buen discípulo del filósofo Walter Benjamin, César Rendueles (Girona, 1975) habla de su importante y muy debatido ensayo Sociofobia como de un conjunto de "ruinas y cascotes". No es falsa modestia ni autodesprecio. Seguramente sí que sean ya los escombros de años de investigación para este inquieto doctor en Filosofía criado en Gijón y formado en Madrid; hijo de (anti)psiquiatra y ensayista políticamente muy activo; activista él mismo desde la cultura alternativa (colectivo Ladinamo) o más institucional (Círculo de Bellas Artes de Madrid); estudioso de un Marx leído con ojos contemporáneos y docente profundamente escéptico respecto al lado científico de la sociología que enseña en la facultad de Políticas de la Compultense.
Pero, sobre todo, las estimulantes aportaciones acerca de "El cambio político en la era de la utopía digital" (así se subtitula Sociofobia) podrían aparecer como "ruinas y cascotes" a ojos de un ciudadano que relativiza la utilidad práctica y política de lo que piensa y escribe ante la primacía de un sentido común universalmente bien repartido, la prudencia activa, la conciencia de nuestra fragilidad individual y una pasión igualitaria que aparece como el fundamento de todo su trabajo. Aun así, si es que son de verdad cascotes, al lector le vienen muy al caso para hacer trizas el espejismo de la "utopía ciberfetichista" que, bajo la promesa de una democracia instantánea y global en la red, oculta según Rendueles una argucia final del mercado para triturar definitivamente otras ruinas: las de nuestra sociabilidad profunda.
Los orígenes de su compromiso político y personal vienen de la cuna, por decirlo así. Encuentro una clara continuidad, por ejemplo, entre no pocas posiciones de Egolatría, uno de los libros de su padre, Guillermo Rendueles, y las suyas. ¿Todo empieza en casa?
Bueno, es una pregunta complicada. No estoy seguro de que sea el más indicado para responderla. Hay una evidente continuidad entre lo que se plantea enEgolatría y en Sociofobia. De hecho, con el título quería hacer una especie de guiño para subrayar esa conexión, aunque sin mucho éxito porque parece que nadie se ha dado cuenta. Conozco a fondo Egolatría porque leí e hice sugerencias sobre el  texto mientras mi padre lo escribía –de aquella me dedicaba profesionalmente a la edición– y discutí con él muchos pasajes. En general, diría que mi padre confía mucho más que yo en las comunidades tradicionales, incluyendo las religiosas, que a mí me dan bastante grima. Supongo que eso tiene que ver también con el carácter: él es mucho más simpático que yo. Por otro lado, creo que compartimos una gran desconfianza hacia los expertos que quieren ordenar nuestras vidas amparándose en pseudosaberes, aunque los itinerarios por los que hemos llegado a esa conclusión son muy diferentes.
Lo que sí comparten ustedes sin duda es una posición muy escéptica o disidente respecto a las propias disciplinas que practican, y en las que basan su trabajo: psiquiatría y sociología. Y en el caso de usted, respecto a las ciencias sociales en general.
Sí, es una posición extraña. En mi caso llevo veinte años dedicado muy intensamente a la filosofía y la historia de las ciencias sociales y, en los últimos cuatro, también a su práctica empírica. Y, sin embargo, desconfío mucho de ellas. En realidad, no creo que sean ciencias en sentido estricto.
Lo cual, según usted, no parece invalidar su utilidad.
Claro. Vivimos en un mundo socialmente opaco donde, sin ir más lejos, tenemos leyes que establecen la igualdad pero se dan sistemáticamente inmensas situaciones de desigualdad material y política. En Arabia Saudí si alguien se sorprende de no ver a ninguna mujer conduciendo, no hace falta ninguna clase de explicación, para entenderlo basta leer el código penal. Nuestras desigualdes son misteriosas, necesitamos explicarlas. La cuestión es qué tipo de explicación es esa. A mí me parece que se parece mucho más a las explicaciones que manejamos en nuestra vida diaria que a cualquier otra cosa. Por eso a veces comparo las buenas ciencias sociales con un  periodismo de investigación sin fecha de cierre. Es algo que los historiadores siempre han entendido bien y los economistas muy mal.
Hay una fórmula muy clara en Sociofobia: humildad teórica, ambición práctica y sensatez política. Y la sensación de que cualquier alteración en esas cantidades daría al traste con un proyecto emancipatorio viable...
Sí, lo que intentaba plantear es que los proyectos emancipatorios se basan en un cóctel delicadísimo de esos elementos que mencionas. No creo que yo sea capaz deLos proyectos de izquierda son atrevidos porque nos animan a desarrollar lo que ya somoselaborar esa combinación pero al menos he intentado señalar su importancia. La moraleja es que la prudencia, en el sentido que le daba Aristóteles, es una cualidad política esencial y está muy democráticamente repartida. Deberíamos desconfiar de la gente que tiene fórmulas magistrales basadas en sus amplias lecturas (deHayek o de Gramsci, me da igual). Los proyectos de izquierda tienen un componente importante de sentido común. Son atrevidos porque nos animan a desarrollar lo que ya somos, lo que siempre hemos sido, incluyendo nuestra convicción intuitiva de que somos capaces de realizar progresos morales colectivos.
Estos dos elementos son decisivos en su ensayo: una ética con contenido, una ética de la "vida buena", y una visión del ser humano no como lobo, como Sujeto Histórico con mayúscula o como egoísta racional, sino como ser menesteroso, necesitado, co-dependiente. ¿Depende el éxito de aquel "cóctel" de que volvamos a vernos así?
Bueno, yo creo que depende de que ya nos veamos así. Hay un capítulo de Los Simpson en el que la familia de Bart viaja a Australia. En cierto momento entran en la embajada estadounidense y ven que en el baño han instalado un gigantesco aparato para que revertir el efecto coriolis y que el agua del inodoro gire en la misma dirección que en EE UU cuando se tira de la cadena. A mí me recuerda un poco al capitalismo. Un sistema endemoniadamente complejo y caro para conseguir impedir que se manifieste nuestra racionalidad moral más inmediata, ese impulso de cuidarnos y ayudarnos. Claro que los liberales dicen siempre que también anula el impulso de matarnos. Creo que es un argumento que merece tomar en consideración, aunque yo diría que ha quedado refutado por dos siglos de guerras y dictaduras sanguinarias.
En todo caso, si me permite un juego de palabras, son dos cambios difíciles: cambiar épica por ética, en la lucha política, y cambiar "buena vida" por "vida buena"...
No estoy seguro de que sea tan difícil. Es verdad que el consumismo tiene una potencia nihilista asombrosa. No hay posibilidad de vida buena a este lado del escaparate. Pero en cuanto logramos romper con ese impulso infantil que nos lleva a El consumismo tiene una potencia nihilista asombrosa; no vida buena a este lado del escaparatedesvivirnos por vestirnos como payasos a un precio obsceno y conducir chismes carísimos y sobredimesionados las cosas se ordenan a gran velocidad. Creo que nuestro gran reto es convencer a la gente de que ya es de izquierdas, de que todo ese exoesqueleto consumista que nos ciega es en realidad muy frágil. Y lo mismo ocurre con la ética. La percepción común de la acción política está completamente infiltrada de intuiciones morales poderosas. La desconfianza de la gente en la clase política tiene un fondo de inteligencia práctica importante.
Asoma aquí una de sus influencias, Walter Benjamin. Él exploró y criticó el mundo de los pasajes parisinos del XIX y sus fetiches para "despertar" a los alienados de su tiempo; usted explora y critica los fetichismos de Internet para "despertar" a los del XXI. Pero ¿basta para eso escribir buenos ensayos?
La alquimia de la transformación política es misteriosa. A toro pasado todo el mundo es muy listo y sabe explicar las dinámicas estructurales que impulsaron a los revolucionarios de 1789, o la ofensiva del socialismo democrático en la Europa de 1945, o los proyectos constituyentes actuales en América Latina. La verdad es que no tenemos ni idea de por qué a veces nos sometemos y otras hacemos avances políticos y éticos cruciales. Yo, como mucho, me atrevo a señalar que los procesos emancipatorios tienen condiciones no sólo políticas y materiales, sino también sociales. Siempre juega un papel muy importante el apoyo mutuo, los compromisos, el cuidado y la reciprocidad.
Quedaría pendiente la gran tarea: articular instituciones a la altura de esas condiciones y sus exigencias. No es la misión de Sociofobia, lo deja claro; pero, a título de mero civil, ¿asoma por algún lado la "imaginación" que dice que se necesita? ¿Hay fórmulas que apunten en la buena dirección?
El primer paso es recuperar la soberanía política secuestrada por el mercado. Es completamente estéril discutir sobre qué intervenciones creemos deseables si ese esbirro del capital financiero al que llamamos ministro de Economía tiene poder deNecesitamos que la igualdad real, no la mera igualdad de oportunidades, recupere la centralidad políticaveto. En segundo lugar, necesitamos que la igualdad real, no la mera igualdad de oportunidades, recupere la centralidad política que merece. Para conseguir eso existen medidas obvias, como invertir la dinámica impositiva actual y conseguir que las grandes empresas y los muy ricos vuelvan a pagar impuestos. Otras son más complejas pero bien conocidas, como impulsar la democratización del ámbito laboral mediante el apoyo activo al cooperativismo. Y otras son experimentos que seguramente merezca la pena probar, como la renta básica universal. Por supuesto, necesitamos transformaciones urgentes también en el ámbito político. Pero, en general, creo que la mayor parte de ellas son de sentido común. Resultan revolucionarias porque vivimos en un mundo delirante diseñado por una élite de psicópatas obsesionada con sus cuentas corrientes.
Ya, pero ¿cuáles deberían ser los mecanismos políticos concretos? El juego interno de las democracias parlamentarias no parece la cancha para ese partido...
En el caso español creo que resulta obvio que necesitamos un proceso constituyente. El régimen surgido de la transición es un zombie político, que sigue moviéndose y,haciendo daño pero está muerto y todo el mundo lo sabe. Era un consenso que permtía que nos realizáramos ciertas preguntas y excluía otras de la discusión. Hoy las preguntas que nos hacemos son diferentes, tienen que ver con la legitimidad de los beneficios de las élites económicas, o con la decadencia de los partidos como interlocutores políticos. Creo que tenemos que volver a pensar qué tipo de representación política nos resulta aceptable. Para mí es aquella en la que hay una posibilidad de evaluacion real y sistemática de los representantes. El sistema político y electoral español está diseñado justo al revés, con una infinidad de filtros que mitigan ese impacto de los de abajo.
¿Es por eso que iniciativas como las "mareas de la dignidad" dejan un poso de impotencia incluso cuando tienen éxito? La sensación de estar, como quizá diría Berger, ante un "ensayo general" de algo aplazado; de que falta masa crítica (o situación crítica) para que esa energía obre, ya que las instituciones o las tergiversan maliciosamente o las desprecian...
Soy muy pesimista, así que siempre estoy recordándome a mí mismo que somos malísimos diagnosticando el presente, sobre todo las dinámicas a medio plazo. Los revolucionarios a menudo no han tenido ni idea de que estaban protagonizandoLos grandes cambios políticos se producen cuando la gente se da cuenta de que todo ha cambiado yacambios políticos. A lo mejor ya estamos asistiendo a transformaciones profundas y ni siquiera nos hemos dado cuenta. Creo que a veces nos dejamos llevar por el fetichismo del acontecimiento, por la ilusión de que habrá una especie de estallido constituyente que lo transformará todo. Los grandes cambios políticos, en cambio, se producen cuando la gente se da cuenta de que todo ha cambiado ya, cuando nos descubrimos a nosotros mismos en una nueva situación, hablando de cosas que antes ni se nos ocurría plantear, debatiendo posibilidades novedosas. Me parece que eso sí está pasando.
A propósito de Adolfo Suárez, ¿le parece significativo que ciudadanos y medios hayamos insistido estos días en un relato que parece transmitir que tiene que sel propio sistema, en este caso a través de un solo ejecutor, el que gestione su grandes cambios, incluso los democratizadores?
Creo que un error que ha cometido la socialdemocracia reciente es creer que necesitaba conquistar el centro político. En realidad, la única opción inteligente es la contraria: desplazar el centro político, transformar las reglas del juego. Estamos obsesionados con cambiar la izquierda cuando nuestro objetivo debería ser cambiar la derecha. Eso es lo que hizo Margaret Thatcher, redefinió completamente el laborismo. Y eso es lo que hizo la transición española: estableció nuevos límites férreros sobre lo que era debatible o ni siquiera se podía discutir. Por eso aceptamos sin rechistar medidas completamente disparatadas, como un cambio constitucional secreto entre los dos principales partidos para fijar un techo del gasto público. ¿Se imagina un proceso parecido pero de signo contrario? ¿Que las fuerzas de izquierda pactaran en secreto a instancias de una carta enviada desde, digamos, La Habana un cambio en la Constitución para nacionalizar la banca? Sólo de pensarlo ya oigo el ruido de sables...
El legado del 15M y sus derivaciones, y la aparición de Podemos, como concreción en forma de partido de lo que parece partir del proyecto de un personaje mediático, ¿le parecen derivas opuestas o confluyentes?
Para mí Podemos intenta ser una de las muchas derivaciones del 15M. Sería incomprensible sin ese proceso que se inició en las plazas hace ya algunos años.  Es un proyecto que inicialmente no me resultó muy interesante. Curiosamente lo que me acabó aproximando a él fue la oleada de críticas que generó, sobre todo en Internet. Me acabó aproximando a Podemos la oleada de críticas que generó, sobre todo en InternetUn montón de insultos, comentarios cínicos y a menudo elitistas que me irritaron profundamente. Sí, es verdad,Pablo Iglesias sale mucho en la tele. Pero es que a lo mejor debería empezar a preocuparnos cómo llegar al 60% de los españoles cuya información política procede exclusivamente de la televisión, en vez de seguir tan contentos regodeándonos en nuestrosfollowers muy versados en la obra de Toni Negri. No creo, por otro lado, que Podemos esté planteando como un proyecto partidista. De hecho me parece que se está experimentando con innovaciones democratizadoras interesantes: los círculos, las primarias abiertas... Si es un proyecto basado en el liderazgo carismático, desde luego parece una manera complicada y engorrosa de articularlo.
Pensando en ese 60% del que habla, ¿habría que deducir que, a pesar de todos nuestros debates sobre la democracia digital y la utopía de la red, donde sigue pendiente el trabajo político de la izquierda es en los medios de masas tradicionales, una especie de actualización de la vieja propaganda?
No lo sé. Por lo que toca a los medios, soy muy partidario del oportunismo: lo mejor es lo que funciona. Lo que sí pienso es que tenemos que preocuparnos por las condiciones sociales del cambio político, por el tipo de vínculos que pueden llevarnos a asumir un mayor compromiso. Creo que el cambio social profundo es imposible en un contexto de fragilidad social extrema. A veces la ciberpolítica ha consistido en hacer de la necesidad virtud, ha asumido que esa labilidad no sólo no era mala sino que con un poco de ortopedia tecnológica tenía efectos positivos. Yo no me creo esas tesis. Me parece que no refleja para nada la realidad de sufrimiento de nuestras vidas dañadas. Pero tampoco creo que la respuesta sea caer en el elogio nostálgigo de los dogmas políticos de la izquierda. Para mí la única vía razonable, en el fondo muy clásica, es interpelar a los políticamente excluidos: trabajadores ultraprecarios, jóvenes que nunca van a encontrar un trabajo, inmigrantes explotados... Son ellos los que deben protagonizar el cambio. No creo que algo así se pueda hacer con las herramientas sindicales y políticas tradicionales. A alguien que ni siquiera tiene contrato no le puedes pedir que se ponga en huelga o vote en las elecciones sindicales.
¿No es ese, en parte, el mismo nicho social del que quieren sacar petróleo los populismos en alza en toda Europa?
Claro. Pero es que solemos entender el auge de la extrema derecha de un modo completamente equivocado. Como si fuera un ataque de imbecilidad y falsa conciencia. ¿Realmente creemos que el diez por ciento de los griegos están encantados apoyando a un grupo de subnormales ciclados vestidos como extras de un vídeoclip de Rammstein?  A mí me parece que lo que ocurre es que perciben que esas opciones políticas al menos se han hecho cargo de sus problemas. Para dar una respuesta repugnante e inmoral, sí. Pero al menos no han negado que ese problema exista o que no merezca la pena abordarlo. Por ejemplo, en España, ¿alguien está diciendo algo acerca de la exclusión política de los inmigrantes? Estamos hablando de más de cinco millones de personas con las que convivimos sin derecho al voto.
¿Y no cabe que esa deriva que describe alimente un retorno al comunitarismo, pero por el lado más oscuro: fanatismos, xenofobias, ultranacionalismos…?
Pues sí, cabe. Pero eso forma parte de los riesgos de la deliberación política. Nunca vamos a encontrar un marco político que elimine la posibilidad de intervenciones atroces. La socialdemocracia nórdica, por ejemplo, desarrolló prácticas eugenésicas repugnantes. Precisamente el gran atractivo del liberalismo económico es que aspira Las élites económicas votan en parlamentos virtuales y su voto cuenta mucho más que el nuestroa eliminar esos peligros a través de la mercantilización. Al reducir el número de cosas sobre las que tenemos que ponernos de acuerdo, se supone que también disminuyen las posibilidades de matarnos los unos a los otros. Es una salida en falso, creo, que sencillamente da vía libre a otro tipo de subordinaciones políticamente invisibles. Las élites económicas votan en parlamentos virtuales y su voto cuenta mucho más que el nuestro. Lo que quiero decir es que la deliberación política es el reino de la contingencia. Siempre existe la posibilidad de llegar a estar aún peor. Pero a veces también hay progresos morales. Y no deberíamos olvidarnos de ello.
Termino. Durante toda la lectura de Sociofobia he tenido la impresión de que es la punta de un iceberg, de una investigación mucho mayor. ¿Es así? Y si es así, ¿hacia dónde apunta y en qué fase anda ahora?
Más que la punta de un iceberg yo diría que son las ruinas, los cascotes, de un conjunto de preocupaciones a las que me he dedicado durante mucho tiempo. En cierto momento me hice ilusiones de que existía alguna coherencia entre ellas. Escribí el libro para ver si era así y aún no estoy muy seguro de cuál es el resultado. En algún momento tengo que escribir de un modo más serio y parsimonioso sobre las ciencias sociales. Es un tema que me interesa mucho porque creo que tiene efectos políticos importantes. También me interesa cada vez más las cuestiones relacionadas con la igualdad.

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