sábado, 30 de julio de 2011

Aznar López vá de Gurú.....

Jose María Aznar: Si quieren salvar al euro, dejen de incumplir las reglas del club

Los líderes políticos de Europa han admitido, por fin, la realidad de la crisis de la deuda que sufren algunos países de la eurozona. Ese cambio de actitud es una buena noticia porque hasta la cumbre de la pasada semana el consenso político en Europa era negar la realidad adornándola con grandes cantidades de retórica y apelaciones a un falso sentido de la solidaridad continental.

Sólo si perseveramos en la nueva perspectiva y continuamos con las políticas económicas que exige la realidad, el área euro podrá liberarse de la trampa en la que se ha metido.

La introducción del euro fue una gran decisión política y un gran éxito económico. Se creó como ancla garantizadora de la estabilidad y prosperidad a largo plazo de los países miembros. Hoy, esa estabilidad y prosperidad a largo plazo son las únicas razones por las que la moneda única sigue siendo políticamente posible. El euro fue una decisión política y los problemas actuales son fundamentalmente políticos.

La lección de la crisis es que los países deben estar preparados para aceptar las condiciones del euro no sólo cuando ingresan en él, sino también después, adhiriéndose rigurosamente a los criterios necesarios para que siga funcionando correctamente. Mientras los países no emprendan las reformas necesarias para que esos principios vuelvan a ser realidad en todos los Estados, la tensión en la zona euro no desaparecerá. Después, tanto la eurozona en su conjunto como cada país miembro por separado deberán estar dispuestos a exigir el cumplimiento de esas medidas.

El Pacto de Estabilidad y Crecimiento original exigía que cada país mantuviese su déficit presupuestario anual por debajo del 3 por ciento del PIB y una deuda nacional inferior al 60 por ciento. El primer gran error de la eurozona fue pisotear la estricta disciplina fiscal y presupuestaria. La demolición de las reglas del club por parte de los gobiernos nacionales, cuya obligación era defenderlas, transmitió una señal totalmente errónea: que no era necesario adherirse a los esfuerzos y la disciplina necesarios no sólo para crear, sino para conservar, la moneda única.
El error

Posponer durante años las reformas estructurales necesarias para otorgar más competitividad a la eurozona fue el segundo gran error. Europa decidió embarcarse en un arduo debate sobre sus instituciones en lugar de abordar con firmeza la Agenda de Lisboa de reformas económicas acordadas hace más de diez años. El resultado ha sido una década de esfuerzos políticos desperdiciados y la pérdida de poder relativo de Europa en la economía global.

La situación de cada país es distinta y exige soluciones diferentes pero los principios y los objetivos son los mismos. Grecia se incorporó al euro sin cumplir realmente los requisitos de pertenencia y su gasto público incontrolado ha dañado profundamente la competitividad. Irlanda creció y se volvió más competitiva, pero los riesgos excesivos que asumieron los bancos pincharon la burbuja provocando una crisis fiscal.

Portugal ha dejado a su economía estancada, con un sector público excesivamente dominante y no reformado. En Italia, la falta de crecimiento fuerte, junto con una deuda pública creciente, es el origen de los problemas.

El Gobierno socialista español ha sido irresponsable en su respuesta a la crisis. Prácticamente, ha duplicado la deuda pública y ha dejado casi sin cambios un mercado laboral disfuncional, con dos consecuencias graves: ha expulsado a la mitad de los jóvenes españoles del mercado laboral y ha dañado considerablemente el potencial de crecimiento de la economía. Por último, no ha abordado con la voluntad política y la rapidez necesarias la reestructuración y recapitalización del sistema financiero. Y sabemos que la recapitalización de los bancos alemanes, que han financiado activamente muchas burbujas de activos en todo el mundo, sigue pendiente.
Vuelve el debate

En otras palabras, la crisis ha despertado con ferocidad el debate político y económico que parecía haber quedado zanjado en los 90. La cuestión a la que Europa se enfrenta no es si una es posible una moneda única, que desde luego lo es, sino qué clase de divisa común queremos. Tendremos que ajustar nuestras políticas económicas dependiendo de la respuesta.

Un Ministerio Europeo de Economía no es la panacea que vaya a resolver todos los problemas; una mayor unión fiscal tampoco. Lo importante es redescubrir y respetar las normas originales del euro y liberalizar las economías europeas. Si, por el contrario, la eurozona evoluciona hacia un sistema de transferencias que perpetúe los subsidios, estaremos comprando estabilidad a costa del crecimiento.

Al final, la realidad prevalecerá. Cada país tendrá que asumir un verdadero compromiso político si quiere implantar las reformas estructurales que necesita. Es la única manera de elevar el crecimiento y encontrar una salida a nuestros problemas de deuda. Debemos establecer un verdadero mecanismo paneuropeo que solucione las crisis bancarias y evite que se conviertan en crisis de deuda soberana. Y debemos permitir la reestructuración de la deuda en economías como Grecia, cuya dinámica es insostenible.

No existe una salida indolora a la situación actual. Pero si cada país emprende las reformas necesarias y cumple sus obligaciones lo antes posible, el proyecto europeo recobrará su empuje. Las posibilidades que proporciona el euro volverán a ser visibles y se evitará una indeseable división política de Europa.

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