domingo, 31 de julio de 2011

Cosas de Conthe.....

30/07/2011 | 15:36

[30-7-2011]

Ayer viernes vimos dos manifestaciones, en el plano político, de la frase del poeta simbolista francés Hénri de Régnier que da título a esta entrada [ver las referencias más abajo]:

- El presidente Zapatero, tras reiterar durante muchos meses que agotaría la Legislatura, anunció elecciones anticipadas para el 20-N.

- El candidato Rajoy, deseoso de dar una imagen centrista y no asustar a los votantes, respondió así a la pregunta de un periodista que le pedía que, por transparencia y espíritu democrático, declarara los recortes de gasto que haría si gana:

"Yo no tengo intención de hacer recortes sociales, otros sí lo han hecho. Yo no tengo ninguna intención de hacer recortes. Ahora, no me pida que le presente un presupuesto, porque sabe que eso es imposible".

La decisión de Zapatero me pareció razonable. La de Rajoy, inteligente: manifestó tan sólo una intención, sin asumir un compromiso firme y tajante de no recortar gastos sociales si llega al Gobierno.

Si el mundo y las democracias fueran perfectos, lo conveniente sería que los candidatos detallaran lo más posible sus programas de gobierno y que los votantes, tomando en cuenta no sólo los efectos a corto plazo de tales programas, sino sus efectos totales, votaran por los que juzgaran más eficaces. Esos cálculos, sin embargo, son imposibles, y los mercados políticos son tan imperfectos e ineficientes como los financieros. Por eso me parece racional y prudente que un candidato no detalle en exceso las medidas que deberá adoptar si alcanza el poder, y que evite responder a preguntas hipotéticas, tras las que siempre acechan potenciales dilemas.



[2-7-09]

"La confianza era eterna, mientras duró"

Hay que celebrar la dimisión "voluntaria" del Director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI): es congruente con el "principio de precaución" que debe aplicarse a cuantos desempeñan funciones sociales que descansan en la confianza.

Resulta, por eso, especialmente llamativa e hiriente la caradura de los dirigentes del Partido Popular -empezando por su líder, Mariano Rajoy-cuando han considerado "una necesidad nacional" esa dimisión, sin aplicar un criterio semejante al senador Bárcenas, acusado de conductas muchísimo más graves que ha sido incapaz de desvirtuar.

Comparto el punto de vista de algunos lectores de que, con contadas excepciones (entre ellas, el programa de la Cadena SER de las 2 de la tarde sobre Madrid, una permanente y sectaria diatriba anti-PP), la gran mayoría de medios de comunicación españoles juzga con mucha más benignidad y comprensión las conductas del PP y sus allegados que las del PSOE y sus afines.

Paradójicamente, esa excesiva tolerancia y falta de espíritu crítico no beneficia al PP, porque la mayoría de los votantes no están ciegos.

[24-6-09]

El presidente del Gobierno dijo ayer, refiriéndose al director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Alberto Saiz:

"La confianza la tiene mientras esté en el cargo".

Como quiera que el puesto de director del CNI es un cargo de libre remoción por el Gobierno (es decir, un "cargo de confianza"), la frase del Sr. Zapatero es un ejemplo perfecto de tautología carente de todo contenido informativo, una de las técnicas políticas descritas en este artículo. Una frase dolorosamente equivalente sería:

"La selección española de fútbol seguirá imbatida, en tanto no sea derrotada".

Sostengo -como ya he expuesto en otras ocasiones- que quienes desempeñan puestos basados en la confianza social (como el de director del CNI), deben ser capaces de superar el "principio de precaución" o de desconfianza, de forma que cuando afloran sospechas fundadas sobre la rectitud de su conducta, deben ser capaces de enervarlas, sin invocar la presunción de inocencia ni apelar al deseo de venganza (o a maniobras "de acoso y derribo") de quienes les acusan.

[Publicado en "Expansión" el 15-9-97]

El amor es eterno, mientras dura

Cuenta Bertrand Russell en su Autobiografía (ver segundo párrafo en inglésI) que era tal la honestidad del su colega el filósofo británico George Edward Moore, que sólo logró que mintiera una vez, recurriendo al subterfugio de preguntarle "¿Dices siempre la verdad?", a lo que Moore respondió: "No".

La respuesta de Moore constituye toda una lección de un arte esencial para cualquier gobernante contemporáneo: ser capaz, ante ciertas preguntas comprometidas, de dar una respuesta que, educada y acorde con las obligaciones de información que la democracia impone, carezca de todo contenido informativo.

La historia político-financiera de los últimos años muestra algunos ejemplos famosos de empleo de esta técnica. Tal fue el caso de la célebre expresión "when the time is right" ("cuando llegue el momento adecuado"), respuesta que la Sra. Thatcher daba a la pregunta de cuándo se integraría la libra esterlina en el Sistema Monetario Europeo (SME): con tan habilidosa fórmula soslayaba cualquier compromiso concreto, al tiempo que evitaba el inevitable enfrentamiento con varios Ministros al que le habría llevado un visceral y thatcheriano "¡nunca!".

Trampas hipotéticas

Entre las preguntas más peliagudas para un alto responsable político o financiero están las hipotéticas:

"Si ocurriera esto o lo otro, ¿qué cree Vd. que pasaría? ¿Cómo reaccionaría el Gobierno?".

En el ámbito monetario, algunos ejemplos reales de preguntas de esa naturaleza que ocasionaron problemas fueron las siguientes:

- "¿Cree Vd. que sería una catástrofe que la peseta se saliese del SME?" (enero de 1995)

- "¿Qué debiera hacer el Consejo Europeo en mayo de 1998 si muchos países no cumplen los criterios de convergencia?" (mayo de 1996)

- "¿Resultaría catastrófico para Europa un retraso del euro?" (septiembre de 1997).

El peligro está en que bajo tales preguntas acecha una "inconsistencia temporal" (time- inconsistency), ese viejo problema tantas veces descrito en "A través del espejo": antes de que se produzca el acontecimiento no deseado (la devaluación, el incumplimiento de los criterios, el retraso del euro...), resulta racional descartarlo rotundamente, o advertir de las consecuencias funestas de que acaezca; pero si, en contra de nuestra voluntad, el acontecimiento llega finalmente a producirse, habrá que acomodarse a la nueva realidad, que al final no será tan tétrica.

Por parecido motivo ¿se atrevería alguien durante el banquete de boda a preguntar a los novios qué arreglos económicos han previsto para el caso de divorcio? Si lo hiciera tendría que afrontar probablemente la cólera de los contrayentes, porque como cantaba Ismael Serrano en "la extraña pareja" "el amor es eterno... mientras dura".

[Ese pensamiento, emparentando con el que el poeta y músico brasileño Vinicius de Moraes dejó escrito en su Soneto de Fidelidade ("que [el amor] no sea inmortal, puesto que es llama, pero que sea infinito en tanto dure"), procede del poeta simbolista francés Hénri de Régnier ("l´amour est éternel, tant qu´il dure"), que lo incluyó en su tardía colección de pensamientos "Lui ou les Femmes et L´Amour (ver pg. 16)].

Así pues, el responsable político que intente responder con sinceridad o exactitud académica a preguntas hipotéticas corre el riesgo de acabar en un buen fregado:

- Si afirma que la salida de la moneda del SME no sería una catástrofe, se entenderá al instante que el Gobierno ha decidido abandonar la moneda nacional a su suerte;

- Si afirma que en caso de incumplimiento generalizado de los criterios de convergencia la Comunidad Europea siempre podría "parar el reloj" de la moneda única, se dirá de inmediato que el nuevo Gobierno aboga por un retraso de la moneda única;

- Si manifesta, en fin, que un retraso del euro no haría que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas, se entenderá a renglón seguido que la institución que preside el entrevistado considera ese retraso probable e incluso deseable. A las pocas horas tendrá que salir a la palestra pública para manifestar que sus declaraciones fueron mal interpretadas.

Para evitar tales riesgos se utiliza a menudo como estrategia defensiva "cargar las tintas" y exagerar las consecuencias funestas del acontecimiento que se quiere evitar:

"La devaluación producirá una pérdida irreversible de credibilidad y nos obligará a pagar durante años una prima adicional de riesgo"; "el retraso del euro no sólo es incompatible con el Tratado, sino que obligaría a la Comunidad Europea a indemnizar a los bancos y empresas que han incurrido ya en gastos para prepararse a la moneda única".

El riesgo de esta estrategia "tremendista" consiste en que desprestigia intelectualmente a quien la utiliza, especialmente si al cabo de cierto tiempo tiene que "comerse" sus propias palabras.

Una estrategia más elegante consiste, pues, en soslayar la pregunta negando verosimilitud a la hipótesis en que descansa. Así, ante la espinosa pregunta de si, en caso de eventual conflicto, deberá primar el cumplimiento estricto de los criterios de convergencia o el respeto del calendario de la moneda única, una inteligente fórmula utilizada últimamente por muchos responsables europeos es afirmar que "la moneda única comenzará con estricto respeto del calendario y de las condiciones establecidos en el Tratado", sin admitir la posibilidad lógica de tal conflicto.

Desafíos

Pero las preguntas hipotéticas no son el único riesgo que acecha a cuantas autoridades lidian con los mercados financieros. También encierran peligro las afirmaciones rotundas y ciertas decisiones (convocar un referéndum, fijar una fecha concreta para un acto de gran trascendencia...) que actúen como "punto focal" (focal point) para los especuladores.

Ejemplos típicos fueron el comunicado del Gobierno Major en plena crisis de la libra de septiembre de 1992 ("Los rumores sobre un realiniamiento de la libra carecen de fundamento. El Gobierno británico no aceptará jamás una devaluación de la libra") o la convocatoria por el Presidente Mitterand de un referendum oficial para reafirmar el apoyo popular francés a la moneda única y al Tratado de Maastricht (¡qué ojo clínico han tenido, por cierto, los últimos Presidentes franceses al hacer consultas electorales extraordinarias!). Tales afirmaciones y decisiones pueden resultar peligrosas por dos motivos:

- La negación expresa de un rumor no sólo le da publicidad ("el periodismo consiste en buena medida en decir que "Lord Jones ha muerto" a gente que no sabía que Lord Jones vivía", decía Chesterton), sino también verosimilitud ("no hay que creer en los rumores hasta que se desmienten").

- Enfrentados a una pregunta simple y precisa (¿defenderá el Gobierno el tipo de cambio concreto que ha declarado sagrado? ¿ganará el sí en el referéndum ?), los agentes económicos se polarizarán entre dos opciones (los que opinen que sí y los que opinen que no), lo que aglutinará en un mismo bando a todos los especuladores, hasta entonces dispersos. La fuerza conjunta de todos los especuladores, concentrados en atacar un mismo objetivo puesto en bandeja por la propia víctima, podrá agotar la capacidad de resistencia de la autoridad monetaria.

La traumática salida de la libra del SME y las oleadas especulativas que provocó el referendum francés de 1992 dejaron una enseñanza indeleble en los responsables monetarios europeos: hay que evitar los acontecimientos a fecha fija, así como las decisiones prematuras que puedan ser "puestas a prueba" por los especuladores. De ahí los escalofríos de muchos de ellos ante la iniciativa luxemburguesa, anunciada a bombo y platillo, de que el Ecofin informal de este pasado fin de semana estudiara un tema hasta ahora tabú: la forma en que se fijarán los futuros tipos de conversión entre las monedas nacionales y el euro.

El arte de callarse

En la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII, muchos librepensadores, rebeldes al magisterio de la Iglesia Católica, empezaron a debatir públicamente cuestiones religiosas. De ahí que cuando el Cardenal Le Camus recibió de un bienintencionado sacerdote francés un manual de retórica titulado "El arte de hablar", felicitó al autor reconociendo que se trataba de una obra excelente, pero añadió a guisa de deseo:

"¿Y quién será el que escriba "El arte de callarse"?

Poco tardó el abad Dinouart en dar satisfacción al prelado: en 1771 publicó "El arte de callarse, principalmente en materia de religión". Su Prefacio concluye con estas palabras:

"El primer grado de sabiduría es saber callarse; el segundo, saber hablar poco y moderarse en el discurso; el tercero es hablar mucho, pero sin hacerlo mal ni hablar demasiado".

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