John Elliot
John H. Elliott hace historia de España
A la Historia ha consagrado sesenta años de su vida John H. Elliott, cuya biografía es, por encima de todo, una declaración de amor a España
Día 06/11/2012 - 11.32h
No hay historiador sin método, del mismo modo que no existe Historia sin fuentes. Estas se hallan dispersas por millones en forma de evidencias más o menos claras, según un orden de lectura remiso por lo general a nuestra mirada, tan limitada como contemporánea. El pasado no retorna, pertenece a cada generación y por eso se escribe y reescribe de manera continua. Archivos, bibliotecas, museos, monumentos, paisajes, se ofrecen como territorios enigmáticos, listos para la exploración del historiador, consagrado ante el mundo desde el griego Herodoto como un ser humano curioso. Vivo a través de las vidas de otros, cuyas relaciones entrelaza para formar una visión de conjunto, solo puede separar el trigo de la paja, lo significativo de lo irrelevante, si procede con un cierto orden, que llamamos método historiográfico.
Toda una vida dedicado a ella lleva el autor de este maravilloso libro, que es lección magistral, confesión apasionada de amor al trabajo y ejercicio de lucidez. El punto de partida del volumen, que habla de obra, amigos, lecturas y hallazgos, resulta de un pragmatismo muy británico. Señala Elliott: «Creo que la teoría es menos importante para escribir buena Historia que la capacidad de introducirse con imaginación en la vida de una sociedad remota en el tiempo o el espacio y elaborar una explicación convincente».
La vista, el tacto y hasta el olor
Historiador de la última generación «de pluma y cuaderno», previa a la era digital, asume que esta facilitará el acceso a la información, pero no duda en la persistencia de las preguntas de siempre. «Intentar aprehender el pasado es tarea escurridiza y todo historiador serio tiene una aguda conciencia de la distancia que separa la aspiración y el resultado conseguido. El intento de salvar esa distancia es tan estimulante como frustrante.» Una posible metáfora para explicar esta empresa inacabada que es ser historiador apunta a la consideración de su vida como un viaje al pasado.
Decadencia, siglo XVII, el conde-duque de Olivares, centro castellano y periferia catalana, «la vista, el tacto y hasta el olor» de los documentos del Archivo de Simancas, o del Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona, ponen en marcha la carrera de un historiador de España, que no la de un hispanista según la acepción clásica del término. Se trata de un asunto fundamental en la biografía de Elliott, que nunca ha asumido una excepcionalidad española que es pura superchería romántica. Como bien indica, se ha preocupado de llegar «tanto a los lectores extranjeros como a los españoles», por razones relacionadas con la imagen de España y la oposición a sus «estereotipos obsoletos».
Pizcas de información
Resulta de una lógica impecable que dedique el segundo capítulo, «Historia nacional y transnacional», a las tensiones inherentes a la escritura de toda Historia nacionalista. Enfermedades de las ideascomo el excepcionalismo y lo que denomina «síndrome de “víctima inocente”» acechan en este campo e imponen la búsqueda, si se trata de Historia, de alternativas creíbles, con análisis de modelos políticos diferentes. En el capítulo tercero, «Historia política y biografía», que también se podría haber llamado «Cuentas pendientes con el conde-duque», Elliott rememora su retorno al personaje central de las primeras investigaciones españolas, al tiempo que confiesa una pasión biográfica que le ha conectado de manera esencial con el público lector.
Un asunto tan fascinante como la coincidencia del Siglo de Oro español -Velázquez al frente- con la decadencia imperial no se resuelve de manera fácil. Elliott lo abordó junto a Jonathan Brown en el excelenteUn palacio para el rey y aporta nuevas claves en estas páginas excepcionales. Los dos últimos capítulos, «Historia comparada» y «La visión de conjunto», se ocupan, entre otros asuntos, de la capacidad explicativa de la Historia en tiempos de globalización, la Historia atlántica y la división de los historiadores entre «agrupadores» y «fragmentadores». Estos últimos señalan diferencias y establecen distinciones, huyen de reglas generales y aceptan lo confuso y fortuito. Los primeros, en cambio, observan semejanzas y conexiones. En verdad, el autor de este libro, un clásico hace tiempo, resulta inclasificable en su genio y ambición. Incluso en la confesión final de haber sido «un historiador que ha intentado comprender». Una vez más, gracias, maestro.

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